Volver a Palabras 60 años después (III)


volver-a-palabras-60-anos-despues-iii

Volver a Palabras a los intelectuales 60 años después (I)
Volver a Palabras a los intelectuales 60 años después (II)
Palabras a los intelectuales, una mirada desde la actualidad

 

Dos meses después de Palabras a los intelectuales, fue creada la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), una organización de vanguardia donde converge la intelectualidad de la isla. Su publicación insigne es La Gaceta de Cuba que, con circulación bimestral, es dirigida desde hace más de tres décadas por el poeta y editor Norberto Codina.

Precisamente con Codina conversamos vía digital sobre las seis décadas de Palabras a los intelectuales.

¿Qué importancia tuvo Palabras a los Intelectuales, 60 años atrás, tanto para los intelectuales cubanos, como para la naciente Revolución?

Recordemos que 1961 es el año de la Campaña de Alfabetización, sin dudas el acontecimiento cultural más importante no solo del período revolucionario, incluso de nuestro siglo XX –cuya divisa sería «la Revolución no te dice cree, la Revolución te dice lee», o el ser cultos, para ser libres martiano que venía en mis libretas escolares–; el de la frustrada invasión de Playa Girón; la declaratoria del carácter socialista de la Revolución cubana; y de las Palabras a los intelectuales, antesala de la convocatoria al congreso constituyente de la organización que agruparía a los escritores y artistas del país.

Estas palabras han sido leídas y citadas muchas veces de forma reduccionista, tanto para elogiarlas como para criticarlas. Hay claves que en ellas que no se pueden desconocer. En primer lugar, el contexto de un país agredido por su poderoso vecino y con una contrarrevolución muy activa, incluyendo dentro de la sociedad la confrontación ideológica y clasista. Se habla de la Crisis de Octubre como el momento más álgido de la joven revolución, pero no olvidemos que la invasión de Girón no era más que el pretexto para la intervención definitiva de Estados Unidos. Todavía a estas alturas, los remanentes más reaccionarios del exilio histórico cubano no le perdonan a Kennedy que la aviación y los marines no hubieran intervenido directamente, lo cual hubiera desencadenado una guerra de incalculables consecuencias. Acabo de ver una serie norteamericana reciente, City on a Hill, donde hay un diálogo que se desarrolla en los ’90 y que juega con ese resentimiento del exilio más recalcitrante contra Kennedy por no haber invadido la isla.

Lo otro es, en mi opinión, la confrontación de diferentes grupos por alcanzar un protagonismo institucional y estético en el diseño de la política cultural de la revolución. Fidel habla del derecho soberano de la revolución de luchar por su sobrevivencia, pero igual hace un llamado al diálogo permanente e inclusivo, excluyendo solo a los enemigos declarados, y pone coto a doctrinas dogmáticas como el llamado «realismo socialista». Estas palabras, más allá de su trascendencia, y ser tan llevadas y traídas, responden a un contexto muy específico. Pero hay principios que no deben perder su validez, desde el derecho de la revolución a defenderse, hasta que, como dijo Fidel, «nadie ha supuesto nunca que todos los hombres, o todos los escritores, o todos los artistas tengan que ser revolucionarios (…) ni tampoco que todo hombre honesto, por el hecho de ser honesto, tenga que ser revolucionario».

¿Qué vigencia cobra en este contexto, donde las principales batallas se libran en un contexto diferente al de hace seis décadas?

El tejido social e histórico es diferente, aunque hay principios que permiten ver su actualidad. Ante todo, no podemos reducir ese encuentro a la intervención de Fidel. Él nos está recordando a lo largo de su discurso que fueron tres jornadas donde durante la gran mayoría del tiempo hablaron una parte significativa de los allí convocados. Fidel fue a oír, «las palabras del otro» como diría a propósito con lucidez un amigo, o «las palabras [de] los intelectuales», aunque en rigor él, y otros representantes del gobierno que le acompañaron, no lo eran menos en su sentido universal. Pero también toma cierta distancia respetuosa con relación al perfil del creador artístico-literario, como un campo intelectual específico. Diría en su introducción, «al cubrir nuestro turno, no lo haremos como la persona más autorizada». Y en otro momento da esta lección, «no presumir que nuestros puntos de vista son infalibles y que todos los que no piensen exactamente igual están equivocados».

La condición inclusiva, la voluntad de diálogo horizontal, el derecho a no estar siempre de acuerdo, el antidogma, en fin, las palabras del otro. Y esto en un mundo donde imperan los grandes centros hegemónicos, donde la peor de las pandemias es la desigualdad económica –las narraciones distópicas de Margaret Atwood recrean una expresión de su denuncia contemporánea–, donde la lucha de clases suena como algo demodé, pero sigue muy vigente.

Martí, tan citado tan manido, lo mismo escribió, en sus comentarios sobre el pintor ruso Vereschaguin, unas líneas tan radicales como «¡la justicia primero, y el arte después! (…) ¡todo al fuego, hasta el arte, para alimentar la hoguera!»; que esta agónica cita donde revela el drama de su condición de poeta y patriota, «dos patrias tengo yo, Cuba y la noche»; o cuando nos recuerda la importancia capital de la poesía para cualquier sociedad. Es el mismo Martí, y, como es natural, él también se debe a sus contextos, que en alguna medida nos pueden ser familiares hoy en día pese al tiempo transcurrido. Porque el presente encierra la dicotomía de que es pasado y futuro a la vez.

¿Cómo propone a los más jóvenes acercarse a Palabras a los Intelectuales?

Recordemos que Fidel aún no había cumplido 35 años, y se enfrentaba a desafíos que marcaban el parteaguas entre un pasado actuante y un futuro por diseñar. El lector de hoy debe situarse, como dije antes, en las circunstancias nacionales e internacionales. Y leerlo completo, de principio a fin, con derecho a dudar, a asumir o a polemizar, y sobre todo a respetar la palabra del otro, incluyendo la de Fidel. Sobre el derecho a equivocarse, dijo en esa ocasión: «No podemos pensar que seamos perfectos, incluso no podemos pensar que seamos ajenos a pasiones».

El cubano, por idiosincrasia, por deformación cultural, o por otras causas que argumentaría un sociólogo, es en mi opinión propenso al monólogo. Por eso, como señala Graziella Pogolotti, el espíritu de aquellas palabras era intentar resumir horas y horas de debates e intervenciones: «Fidel se hizo cargo de la diversidad de puntos de vista dentro de la Revolución. Se propuso sentar las bases para el logro del consenso necesario». Era «otra década crítica» que había empezado en 1959, y en el campo de la cultura cerraría en 1968, concluida en sus primeras semanas con el Congreso Cultural de La Habana. Vendrían después otras lecturas, se entronizarían determinados prejuicios, a tenor de las preocupaciones señaladas por el Che en El hombre y el socialismo en Cuba, como «la simplificación, lo que entiende todo el mundo, que es lo que entienden los funcionarios», muchos de los cuales se arrogaron el derecho de decidir, decidían, desde sus estereotipos –conscientes o no–, oportunismos, extremismos, que era en el campo intelectual dentro de la Revolución y que era contra la Revolución. Una simplificación que fue el caldo de cultivo de lo que después se estudiara como un largo «quinquenio gris», o para algunos un largo «decenio negro».

Como toda generación, los jóvenes de hoy son hijos de su época antes que de sus padres. Por eso Fidel termina su intervención apostando «¡a las generaciones futuras que serán, al fin y al cabo, las encargadas de decir la última palabra!».

Justo en la víspera de que se pronunciaran las Palabras a los Intelectuales, un joven estudiante de instituto y miembro de la emergente Asociación de Jóvenes Rebeldes, cumpliría quince años. Le ha tocado desde esa temprana adolescencia ser partícipe en sus diferentes etapas del proceso revolucionario, y a él en particular le ha correspondido vivir sus luces y sus sombras. Hoy es uno de nuestros intelectuales vivos más lúcidos en el campo de la historiografía, y me precio de ser su amigo. Hablo de Pedro Pablo Rodríguez. No estuvo de manera presencial en esos debates, pero sí le tomó el pulso en esos instantes seminales, creció bajo el signo y el espíritu de esa época, y nos deja su testimonio cuando comenta que «eran los tiempos iniciales del remolino revolucionario, donde nos enrolamos quizás sin pensarlo mucho, motivados por el entusiasmo de la adolescencia, porque todo se trasformaba a ritmo vertiginoso, dispuestos a cambiarlo todo, hasta donde eran previsibles nuestros propios futuros». Así lo vieron y vivieron los jóvenes de entonces, que son los padres y abuelos de hoy.

A sesenta años de aquellos encuentros en la Biblioteca Nacional, aquellas palabras debidas a sus diversos contextos, no pueden ni deben ser simplificadas ni extrapoladas mecánicamente. Pero sí deben ser estudiadas y retomadas de forma renovadora. A los jóvenes de ahora les corresponde su propia interpretación, con su voluntad transgresora.

La juventud, igual que la creación artística y literaria, es hereje por naturaleza. Más de una vez ese intelectual orgánico que fue Alfredo Guevara asumió como apotegma que «ser hereje es ser revolucionario».

Ver:

La cultura es ante todo una forma de vida

Carlos Rafael Rodríguez

 


0 comentarios

Deje un comentario



v5.1 ©2019
Desarrollado por Cubarte