María Toro en La Habana: una bocanada de jazz fresco en pleno septiembre


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María Toro en el Conservatorio Amadeo Roldán, ofreciendo a los estudiantes la Master Class “Del Flamenco al Jazz, un camino de ida y vuelta. Una experiencia personal”, basada en sus trabajos discográficos A Contraluz (NY 2014), Araras (Río de Janeiro, 2017) y Fume (Madrid 2020). Foto tomada de Consejería Cultural. Embajada de España en Cuba.

Alguien me habló una vez de la morriña, un sentimiento similar a la nostalgia, la añoranza, fruto de la cultura popular de los gallegos –los de verdad, los de Galicia, esa región al norte de España-. Aquello que para sus vecinos, los portugueses, se denomina saudade, al final no es otra cosa que la conciencia, traducida al plano emocional, de saberse parte de un lugar, de la tierra natal, esa que uno siempre extraña cuando está lejos.

De la terra galega  llegaron un día a Cuba muchos de sus habitantes, personas que huían de la guerra para luego regresar cuando todo pasara, otros venían explorando tierras donde fundar una nueva vida. Todo lo que vino después lo conocemos bien: las descendencias con valores culturales entrelazados, el mar como punto de encuentro, más allá de la distancia física, las sonoridades en su viaje de ida y vuelta, la curiosidad satisfecha de pisar la tierra del otro para compartir y celebrar lo que nos une.

Por eso cuando la flautista y pandeireteira, María Toro (A Coruña, 1979) y su trío salieron a escena en la sala Teatro del Museo Nacional de Bellas Artes, en la tarde noche de este martes, no hizo falta palabra de presentación alguna, ni «concordato» dramatúrgico entre artista y público, a modo de preámbulo, a pesar de que era la primera vez que la artista se enfrentaba  a la audiencia cubana.

«…una idea que nace en el flamenco y crece en el jazz…», era la tesis sugerente con la que los asistentes a la presentación llegaron, dispuestos a dejarse sorprender y  transitar ese camino sin principio ni fin. Eso sí, el recital, el único que la intérprete y su grupo ofrecieron en La Habana, con el auspicio de la embajada de España en Cuba, fue el punto culminante de una gira por algunos países de Centroamérica y el Caribe que anteriormente los había llevado por escenarios de Honduras, El Salvador y República Dominicana. Un viaje que también le ha permitido a la artista ofrecer una serie de clases magistrales a alumnos de conservatorio –tuvo un encuentro este miércoles con estudiantes del Amadeo Roldán-, presentando el texto The Spanish Real Book (consta de una  selección de 363 partituras de temas originales del jazz hecho por músicos nacidos o residentes en España) y compartiendo experiencias de sus trabajados discográficos A Contraluz (2014), Araras (2017) y Fume (2020).

Con ese cúmulo de experiencias bañadas por el Mar Caribe salió al escenario, vestida entera de verde y flauta en mano, arropada por sus compañeros de viaje, el compositor y tecladista David Sancho, Toño Miguel en el bajo y la percusionista Naíma Acuña: ¡tremendo piquete!.

Y apareció el sonido de la flauta de María, tras la sugerente introducción del trío acompañante, merodeando por sonidos que nos hablaban, tal vez, de una pradera al sur de España, o una costa bañada por el Mediterráneo. Pareciera como si la intérprete hubiera querido situarnos en ese espacio a propósito y así, hacernos andar con ella por una fiesta gitana, hablarnos de Lorca, tomarnos un tinto de verano mientras cae la tarde, para luego penetrar un monte espeso, donde la Toro edificaba cada especie vegetal y animal, en una forma de sacarle partido a su instrumento, sin duda, con una exquisitez formidable.

Era un relato creíble y sincero. Así, recorrimos valles, ríos, montañas, dehesas, de sur a norte de la península ibérica, hasta darnos de bruces con el Mar Cantábrico y a nuestra espalda, esa terra galega que carga sobre sus pensamientos, con cada nota, María Toro. Es su Galicia y la de su abuelo, que un día vino a Cuba y volvió ya con un acento cubano que a la niña María, contaba, le provocaba cierta gracia y curiosidad.

Por ello le hacía ilusión estar en La Habana, «esta capital musical», expresó. Quiso regalarnos esta experiencia world music en toda regla, plagada de sonoridades gallegas, coros muy locales a ritmo de pandereta, otro instrumento que conoce bien e hizo gala de ello durante su presentación, y por supuesto, la autenticidad del latin jazz, esa ventana abierta donde no hay secreto, ni artilugio que valga, donde el pan se confecciona ante nuestros ojos.

«Yo soy gallega de las de verdad, de Galicia», bromeaba con el público antes de regalarnos composiciones que partían de canciones típicas de su tierra, como Tua nai e maila miña y A costureira. Comenzaban con coros locales que recordaban a la muñeira, esa danza de origen gallego, pero luego tomaban unos caminos recónditos, porque ya se sabe que el jazz nos coge de la mano y por ahí nos lleva, sin hora para el regreso.

No faltó oportunidad para que David Sancho, al piano, hiciera de las suyas y, sin que nos diéramos cuenta, nos regalara una balada amable que empezaba con Rabo de Nube, de Silvio Rodríguez y terminaba con Para vivir, de Pablo Milanés. Luego el cuarteto volvió al cauce para andar por los pueblitos de la Mariña Lucense, donde se crió María, donde aprendió de pequeña a tocar la flauta y, por supuesto, la pandereta que es casi una extensión de sus manos.

Esos coqueteos entre la pandereta y la batería, entre la pandereta y el piano abrieron el apetito para atracón final con Todavía no, un tema que se narra con la libertad moldeada por el R&B, el soul,  mucho groove y algún tumbao que se soltó por ahí. Entonces ahí la flauta de la Toro saltó a los cielos, voló, se perdió en la inmensidad y fue etérea, muy elocuente e incluso por momentos su sonido podía acercarse a la de una flauta de pan, ese instrumento típico boliviano.

El viaje propuesto por María Toro y su trío duró poco más de una hora, pero estuvo provisto de una carga vivencial y emocional muy fuerte que se escucha, se siente, se huele y hasta podría tocarse. Es como estar frente a un mar –elija usted dónde- recibiendo todo ese soplo de ventura musical, esos vientos de novedad que siempre se agradecen.


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