Las editoriales cubanas en los inicios de los años 90


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La Revolución Cubana: el 31 de marzo del 1959 fundó la Imprenta Nacional de Cuba. El Quijote fue el primer libro impreso

Por los años 80 del siglo pasado, las editoriales Arte y Literatura, Letras Cubanas, Ciencias Sociales, Científico Técnica, Gente Nueva y Unión eran las líderes absolutas en la publicación de libros de ficción y no ficción en Cuba, no solo por la cantidad de ejemplares por año, sino por la calidad, variedad y novedad de las ofertas, dentro de las cuales los resultados de la gestión editorial se hacían notar en antologías temáticas o autorales, recopilaciones, estudios intencionados sobre temas, épocas, autores… Las otras editoriales importantes, como Pueblo y Educación o la Editora Universitaria, servían a los diferentes sistemas de enseñanza. Excepto la Editorial Oriente, de la cual hablaré más adelante, todas estaban en La Habana.

En 1990 ─diez años antes de que la Riso entrara en escena─, por iniciativa de Fidel Castro, quien sabía mejor que nadie los cambios que se avecinaban, el Ministerio de Cultura, con Armando Hart al frente, y un equipo del Instituto Cubano del Libro dirigido por Pablo Pacheco, acometió la tarea de crear los Centros Provinciales del Libro y la Literatura en toda la Isla, a partir de las antiguas Empresas Provinciales del Libro, cuya nueva función era la de promover autores, literaturas y libros; publicar a los escritores del territorio, mantener informados a creadores y lectores con la creación o fortalecimiento de bibliotecas, e investigar el desarrollo cultural de las provincias, donde hubiera condiciones para hacerlo. Se trataba de un desafío que muchos creían imposible, pues las Empresas del Libro eran prácticamente almacenes que solo respondían a su plan técnico-económico por la venta de libros, y su personal no podía acometer la nueva misión social que se le iba a asignar. Se sabía que era inviable mantener el “habanocentrismo”; Hart era un entusiasta descentralizador antiburocrático y Pacheco mantenía un equipo que buscó y encontró cuadros, locales, menguados recursos, formas modestas de publicar… y con la colaboración de algunos territorios se comenzó, andando, a hacer caminos, sorteando no pocas resistencias. La principal dificultad era cambiar las mentes, pues muy pocos creían posible la existencia de instituciones editoriales fuera de la capital. La resistencia no solo estaba en algunas provincias, sino en centros de poder significativos, que temían que el cambio ocasionara más problemas que soluciones.

Sin embargo, se impuso la inevitable descentralización; varios sellos editoriales estaban funcionando ya en los 80; incluso, la Uneac y la Asociación Hermanos Saíz habían publicado libros en diferentes territorios, pero a partir de los primeros años 90 emergieron la mayoría de las editoriales, de manera estable, fuera de la capital, algunas de ellas vinculadas a otras instituciones culturales, pues cada provincia era diferente.

En Pinar del Río se estableció el Centro Hermanos Loynaz, y las ediciones homónimas, en cuya sede se inauguró una biblioteca donada por Dulce María; allí se emprendió un programa cultural y se comenzaron a publicar títulos como Arca suicida, de Alyna Bengochea Escobar; Otra voz con la guitarra, de Raúl Tortosa, y Solo las palabras, de Juan Ramón de la Portilla, entre otros. En la Isla de la Juventud se refundó la Editorial El Abra, con Ramón Font Álvarez al frente, después de un largo convencimiento para que aceptara la dirección; gracias a El Abra vieron la luz, entre otros, los poemarios Hallazgo, del propio Monchy, y Espacio habitable, de Francisco Mir. En la antigua provincia La Habana se tuvo que dar batalla para crear La Puerta de Papel, con editores como Omar Felipe Mauri y Fermín Carlos Díaz; gracias a la gestión del primero aparecieron títulos como De cómo en la estación de un pueblo el pretexto del viaje son las bestias, cuaderno de poesía de Juan Carlos Valls, y Elogio del lector, de Roberto Zurbano. Hubo también esfuerzos municipales como Tocar en la aldaba, de Juan González, del municipio Nueva Paz.

Como no se entendía entonces la razón de fundar otras editoriales en la capital, hubo que vencer resistencias para crear Ediciones Extramuros, cuyos editores principales serían Sabina Tabares y José Antonio Michelena; aquí se publicarían sistemáticamente los Premios Luis Rogelio Nogueras y la Colección La Ceiba, por la que salió un texto inédito de Wichy: Andersen y Kierkegaard. La luz y la sombra, además de Mi reino por una pregunta, de Alberto Rodríguez Tosca; Cuaderno de Macedonia, de Virgilio López Lemus; Añoranza, de Heriberto Pagés Lendián; Miocardio culpable, de Frank Padrón Nodarse; Amoramor, de Dulcila Cañizares... En Matanzas, el Centro de Promoción Literaria José Jacinto Milanés y las Ediciones Matanzas, con editores como Luis Lorente y Enrique Carreño, publicaron Poemas, de Heriberto Hernández; El bibliotecario del Infierno, de Javier Marimón; Un sitio bajo el cielo, de Charo Guerra; Como la noche incierta, de Aramís Quintero y Luis Lorente; Concilio de las aguas, de Alfredo Zaldívar, y Discurso en Off, de María Iluminada González, Premio del Concurso de Poesía Castilla-La Mancha en España, coeditado con Letras Cubanas. Posteriormente hubo que luchar a brazo partido para hacer entender que era posible la coexistencia en Matanzas de Ediciones Vigía; recuerdo que acompañé a Pacheco a entregar guillotinas, instrumentos, papel y otros insumos para apoyar estos libros de arte, y acordar una plaza en la delegación cubana a la Feria de Guadalajara.

Santa Clara refundó Ediciones Capiro con Ricardo Riverón al frente, posiblemente el editor que mejor se formó en este tiempo, entre otras razones —que no excluyen su talento, experiencia y entrega—, porque se dieron circunstancia en las cuales se combinaron elementos culturales y políticos, técnicos y tecnológicos, económicos y comerciales, favorables a que la editorial funcionara con suficiencia cultural, autosustentabilidad y proyección al futuro; allí se publicaron los Premios de la Ciudad, como el de Joaquín Cabezas de León, Mundos desarmables; lo mismo se rescataba una figura como Carlos Galindo Lena con Rosas blancas para el Apocalipsis, que se publicaban excelentes libros como Y me han dolido los cuchillos, de Félix Luis Viera, y se incluyeron autores de proyección nacional. En Cienfuegos la batalla por establecer la Editorial Mecenas fue difícil; lo que más se pudo lograr fue el funcionamiento del Consejo Editorial integrado, entre otros, por Amir Valle, Miguel Cañellas, Raúl Capote, Pepe Sánchez… y algunos libros, entre los que se destacan la obra de Mercedes Matamoros prologada por Florentino Morales, y algunos otros textos como La tristeza es culpa de las novelas, de Jesús Candelario Alvarado. En Sancti Spíritus, que sería sede de un curso rápido y emergente de edición y diseño para quienes se iniciaban en varias provincias en esta tarea, emergió de manera estable Ediciones Luminaria y colecciones como La Verja y La Arcada; al frente estuvo Esbértido Rosendi, y muy pronto surgieron libros como La cáscara y la nuez, de Sonia Díaz Corrales; Utopías del reino —Premio David 1991—, de Manuel Sosa; Textos para elogiar a la novia y al país, de Reynaldo García Blanco, y La memoria eterna de las cosas, de Rosendi.

Se pasó mucho trabajo para lograr que Ciego de Ávila tuviera una editorial y al final hubo dos: Ediciones Ávila y Ediciones Fidelia, en las cuales publicaron autores como Carmen Hernández-Peña con Tiempo de máquina y El fabulador; Félix Sánchez con Poemas para armar y Caballito, así como los hermanos Raúl e Ibrahim Doblado con Las rosas del aliento. Fue complejo también el nacimiento de Ediciones Ácana en Camagüey; Morbila Fernández fungió como editora, se publicaron los Premios de la Ciudad y libros como Desayuno sobre la hierba con máscaras, de Roberto Méndez. Más fácil resultó la creación en Las Tunas de la Editorial San Lope, dirigida por Lesbia de la Fe y con editores como Carlos Zamora; de inmediato salieron Doy gracias a Dios de ser ateo, de Antonio Borrego; Ocho sílabas, de Renael González Batista, y Decires, de Carlos Zamora, entre otros. En Granma, con Ediciones Bayamo y Mario Cobas al mando, se debían incluir escritores de Manzanillo, de ahí títulos de autores de diversos municipios como Prontuario de la inocencia, de Ogsmande Lescayllers; Fruta de fuego, de Abel Guerrero Castro; Génesis y Mundos hacen vida, de Julio Sánchez Chang; ¿Falsedades? y Carta a Roque, de Andrés Conde, y, además, un raro libro: Los dados de la Muerte, de Felipe Gaspar Calafel; por la Colección Safo fue un éxito Confesión de la maga, de Rosa Más Calaña, y otro buen texto de Calafel: Al otro lado de la fantasía.

Santiago de Cuba y Holguín, junto con Santa Clara, eran las ciudades fuera de La Habana que más desarrollo habían alcanzado en publicaciones en el período revolucionario antes de 1990. Santiago poseía una larga tradición editorial, pues la Editorial Oriente, del Instituto Cubano del Libro, mantenía un amplio diapasón de autores de lo que fuera la antigua provincia de Oriente; además, Santiago tenía diversas publicaciones por su Universidad y había contado con más ediciones por la Uneac y la Asociación Hermanos Saíz. Ediciones Caserón, con León Estrada, Jorge Luis Hernández, Odette Alonso, Ariel James y Asela Suárez como editores principales enriqueció su catálogo y se publicaron libros como Las cigüeñas no vienen de París, de Luis Carlos Suárez; Pongo de este lado los sueños, de Lucía Muñoz; Circo de barro, de León Estrada; Libro de Estefanía, de Teresa Melo; Siglos después de la fragua de Vulcano, de Alberto Garrido; etc. En Holguín, que ya había publicado algunos libros en diversas instituciones antes de esta fecha, se estableció el Centro Provincial del Libro y la Literatura con Ediciones Holguín, conducida por otro excelente promotor de la cultura literaria: Alejandro Querejeta, quien publicó los Premios de Poesía Adelaida del Mármol atrasados, y un grupo amplio de textos como Un oculto privilegio, de Orlando Coré; Elogio del caminante, de Daer Pozo; Acuarelas, de Alberto Lauro; Navegaciones al filo del alba, de Eugenio Marrón; Algunas instrucciones para salir del sueño, de Ronel González, y el ensayo Adelaida de Mármol: la primera poetisa holguinera, de David Cabrera Araújo. Puede destacarse en Holguín la Colección Antología Mínima editada por Lourdes González, que recopiló textos en formatos muy pequeños, como Silencios, de Juan Siam Arias; Vibraciones, de Gilberto Cruz Rodríguez; Reflexiones de un equilibrista, de Ronel González, o La demorada gracia de estar, de Luis Caissés, entre otros.

Por último, con la colaboración de Enrique Lomba, Rebeca Ulloa y Rissell Parra, se fundó en Guantánamo la Editorial El Mar y la Montaña, que dio a conocer libros como Las tribulaciones de Adán, de Ramón Elías Laffita; Estaciones de papel, de Ana Luz García Calzada; Como un eterno saludo, de Mireya Piñero Ortigosa; Vientos de proa, de Ernesto Víctor Matute...

La mayoría de los escritores mencionados, de todas las provincias, incluida a la capital, publicaron sus primeros libros en las editoriales creadas en aquellos años, y su producción literaria siguió creciendo hasta hoy. He relacionado una incompleta selección de autores y libros de los años 1989-1992, cuando el equipo del Instituto Cubano del Libro tuvo que luchar contra quienes no pensaban que la cultura era lo primero por salvar, bajo el avance de una tremenda pobreza material. Resulta imposible obviar o minimizar este hecho, en condiciones heroicas, que tuvo resultados notables gracias al apoyo de los persuadidos de la iluminación de Fidel, y desafió las zancadillas ocultas de algunas verdaderas “partes blandas” disfrazadas de revolucionarios. Me siento orgulloso de haber formado parte de un equipo que amplió el sistema editorial cubano a todo el país y buscó reservas de insumos en las unidades de divulgación del Poder Popular y empresas gráficas provinciales, en los sobrantes de los combinados poligráficos, en imprentas obsoletas y hasta mandadas a desactivar, en pequeños talleres de impresión con residuos de papel, para echar a andar un movimiento editorial que nació de la “pobreza irradiante” mencionada por José Lezama Lima.

De la misma manera que resulta absurdo y peligroso desconocer la existencia de libros, imprentas y editoriales antes de la Revolución, proyectos culturales como los de la Revista de Avance en la Editorial Hermes; editores como Alejo Carpentier, Jorge Mañach y Juan Marinello; editoriales como Páginas, la de la Oficina del Historiador de la Ciudad con Emilio Roig de Leuchsenring al frente, o la Dirección de Cultura de la Secretaría de Educación —de mayor importancia cuando Raúl Roa asumió estuvo a cargo—, u olvidar o minimizar la descomunal labor emprendida a partir de 1959 con la creación de la Imprenta Nacional de Cuba, la fundación de la Editora Nacional de Cuba y el Instituto del Libro y su sistema de editoriales, en que estuvieron involucrados muchos intelectuales, técnicos y dirigentes del país, con igual lógica sería inadmisible y oscuro, en el mejor de los casos, excluir o restarle importancia a la creación de estas editoriales en el primer momento del Período Especial, cuando, sobre todo, se requirió de un gran esfuerzo por todo el país para llegar al desarrollo de ahora, gracias a que se continuaron creando editoriales, incluso en los años 90, y se fortalecieron otras a partir de esta conciencia adquirida, pero sobre todo, muchos escritores que hoy son importantes publicaron su primer libro.

Hoy hay editoriales fuera de La Habana, como Hermanos Loynaz, Matanzas, Vigía, Capiro, Ácana, La Luz…, cuyo catálogo es nacional e internacional, y creo que algunas de ellas han superado la nómina de las tradicionales. Quizás por eso no estoy de acuerdo con llamarlas Sistema de Editoriales Territoriales, como si La Habana no fuera también un territorio. Un estudio mucho más completo requeriría conocer qué sucedió después de estos primeros años del Período Especial, y también, cuál es la situación actual de la literatura, el libro, los autores y los lectores cubanos, siempre teniendo en cuenta que cada período de la historia es importante para el presente, y, sobre todo, para el futuro.


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