El maestro, la cantante y esa dura (y a veces compleja) tarea de hacer un (buen) disco


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Fotos tomadas del perfil de la cantante Yaima Sáez

I.

El nombre, la personalidad y la impronta pedagógica de Roberto Valera Chamizo han estado presentes en la cultura y la música cubana por casi sesenta años.

Unos podrán asociar su nombre al mundo sonoro de los dibujos animados –llamado también muñequitos— que en los años setenta produjeron tanto el ICAIC como los nacientes Estudios fílmicos de la Televisión o en algún que otro memorable documental realizado en esos mismos años.

Otros, le recordarán por ser el profesor de la ENA o del ISA que, sin ser petulante, mas sí exigente; ponía el mundo de la composición y la armonía (contemporánea) al alcance de los estudiantes y se regodeaba apelando a los principios pedagógicos que definieron “el normalismo cubano” cuya máxima inspiración fue la obra de Luz y Caballero.

Un tercer grupo sabe de un Roberto Valera compositor que forma y formó parte de aquella vanguardia que definió la música contemporánea cubana,  generación a la que pertenecen nombres como los de Carlos Malcolm, Carlos Álvarez Sanabria, Julio Roloff, Calixto Álvarez y otros que pocas veces son recordados; que aún nos sigue sorprendiendo, bien sea con sus obras ora exuberantes, ora minimalistas, pero de una cubanidad y universalidad sorprendente.

Ese es el compositor.

 

II.

No recuerdo exactamente el momento en que un amigo, que hoy no está en este plano, me mencionó el nombre de Yaima Sáez. Su entusiasmo, del que muchas veces era víctima, le llevó a compararla en determinado momento con Elena Burke; entendía sus razones: Elena había dejado de estar para la música cubana y esa ausencia los (nos) obligaba a buscar desesperadamente un remplazo, aunque no fuera igual.

Así supe de Yaima Sáez y le escuché, y hasta entendí la devoción de este amigo por ella. Sin embargo, sería el compositor cubano Rembert Egües quien me haría entender por qué Yaima Sáez es una voz y una personalidad relevante: él logró que ella fundiera en su voz el estilo de Elena Burke y de la “gorda Freddy” en una de las canciones más hermosa y difíciles que he escuchado en los últimos tiempos y que fuera inspirada en el tema “Debí llorar” del binomio autoral de Piloto y Vera.

Ella es la cantante.

III.

El arte de hacer canciones se resume en una frase: hilvanar palabras con un sentido lógico, algo muy cercano a la definición de poesía. En la música cubana hacer (buenas) canciones históricamente ha combinado no solo el modo de escribir –o de contar una historia— sino que esta ha sido complementada por un dominio musical excelente; y en ello ha tenido peso el dominio que sobre las distintas tendencias musicales han tenido o sus compositores o quienes se han encargado de trasladar al lenguaje musical esas simples palabras.

Pero esa combinación músico/compositor/orquestador y letristas o poeta, necesita de la calidez de una voz. De una combinación de estilo y personalidad que conecte ese todo con el destinatario final. Entonces entra en escena un demiurgo o ese ente que comprende esa necesidad, que cataliza esa relación

Entonces todo se reduce a una mirada de artesano-orfebre que es capaz de hacer converger todos estos elementos. Este es el principio que conduce a esa relación bidireccional que se establece entre El compositor y La Cantante, que implica la necesidad de que exista una forma de hacerles trascedentes, de que haya una constancia física de esa simbiosis.

Así es como BIS MUSIC se convierte en el tercer elemento de este vínculo y que además trae y aporta los elementos complementarios que darán el acabado es esta suma de inteligencia, generosidad y voz.

Ese es el Disco.

IV.

Tengo en mi mesita de escucha el disco Doce Joyas; tal parece que como diría César Vallejo “…aún crepita en el horno…”. Lo he escuchado al menos una docena de veces; no por devoción, sino por simple disciplina profesional y cultural; he hurgado en sus interioridades musicales y humanas; sí, porque todo disco cada vez que se escucha desprende fragmentos del aura de quienes en él participan y que como toda unidad refleja unidad y contradicciones de los involucrados. Esa misma disciplina que invita a críticos y entendidos –algunos diletantes también participan de ese privilegio— a tratar de encontrar “las costuras” que escaparon a los productores y no las encontré.

Personalmente he disfrutado a plenitud la música de un Roberto Valera hecha para todos los formatos orquestales; su capacidad para solucionar armónicamente complejos pasajes instrumentales que transmiten emociones. He abrazado desde su minimalismo tropical, ese que está presente en su obra para cine y en especial la dedicada a los niños; hasta su capacidad para conectar lo cubano con las complejidades del impresionismo o de la dodecafonía.

Es un hombre de vanguardia; solo que no conocía al Roberto Valera escritor de canciones que van desde la glosa más sencilla (“De La Habana a Barranquilla”) hasta temas donde desborda su imaginación musical y humana con todo el desgarro posible (“Recuerdo tu sonrisa” es un ejemplo a considerar).

Literariamente cada una de estas canciones recurre a la categoría de “dísticos”, y están pensados para jugar con las emociones de quienes le escuchan; solo que para ser escuchados y entendidos, necesitan una voz adecuada.

No creo que la presencia de Yaima Sáez en este disco sea obra de la casualidad. Creo en la premeditación del autor y los productores. Un disco como este no es obra de la casualidad, no hay nada de ingenuo en el mismo; cosa que se agradece.

La música escrita para cada una de estas canciones se pensó para una voz como la de Yaima Sáez. Una voz que golpeara, acariciara y dejara esa sensación de protección ante el desamparo de alguna historia que pudiera contar cada canción. Y eso lo confirma la complejidad del trabajo musical.

Es lo que algunos llaman “el síndrome de Elena” y del que padece toda una generación de amantes de las canciones cubanas. Ese síndrome es el que impulsó a algunos de los más importantes directores musicales a escribir algunas melodías de alto vuelo para que justipreciaran su voz y enaltecieran esas canciones.

Roberto Valera se ha sumado a esa legión. Sus orquestaciones están a la misma altura de un Somavilla, de un Urbay, de un Guzmán y de aquellos que dieron a la canción cubana un ropaje que hasta el presente la distingue y que no pasa de moda.

A ese mismo escalón vital y cultural se ha incorporado Yaima Sáez con este disco.

En BIS MUSIC saben de la importancia de los riesgos musicales, esa ha sido su máxima desde el mismo instante que decidieron ser parte de la historia discográfica cubana; una historia en la que pretender hacer un buen disco es un reto al que apuestan todo.

Doce joyas es un ejemplo de esa voluntad.

 


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