Bajo el embrujo de la bailaora Carmen Amaya


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La Fiesta por el Cine Cubano, que desde el 21 al 31 de marzo celebra 65 años de la fundación del ICAIC y, con él, del nuevo cine cubano, incluye varias sugerentes propuestas. Una de las más atractivas e ineludibles en medio de la programación relativa a «El cine y las artes» fue la función especial del El embrujo del fandango (1939), documental cubano realizado por Jean Angelo.

Es preciso rememorar cuanto rodeó al hallazgo de este título que se daba por perdido. Una visita fortuita al Cine Doré en Madrid, sede de la Filmoteca Española, para asistir a una función de un ciclo homenaje por el medio siglo de la desaparición física de la gran bailaora Carmen Amaya (1918-1963), provocó el insólito hallazgo en el programa. Era el único título sobreviviente de la filmografía de quien asumió el nombre artístico de Ángel Hernández de Velazco.

Mientras esperaba por el presupuesto exigido para terminar su filme de ficción Vida y aventuras de Manuel García o El Rey de los Campos de Cuba, Angelo decidió aprovechar la presencia de Carmen Amaya y su compañía de flamenco, que triunfaban en el Teatro Nacional desde el 6 de noviembre de 1939. El cineasta se las ingenió para vencer las dificultades y logró poner en marcha por estos días los inservibles Estudios de la Compañía Cinematográfica Cubana, S.A. (C.C.C.), en los altos de la esquina de P y 23, en el Vedado. Allí filmó el corto El embrujo del fandango. Ricardo Delgado, su colaborador en el largometraje, se encargó de la fotografía; Huberto Varela de la iluminación, y Restituto Fernández Lasa del laboratorio. En calidad de maquillista se desempeñó el periodista Alberto de la Osa Leonard. La foto fija de esta «variedad musical» fue responsabilidad de Juan Díaz Quesada. El visionado de este cortometraje, que estrenaría en enero de 1940 la firma Cienfuegos y Cía., animó a escribir al crítico Enrique Perdices en su revista Cinema:

«En esta casa se filmaron las escenas de este “motivo musical” que animan Carmen Amaya y su conjunto, artistas que pocos días necesitaron para conquistar desde las tablas la admiración del público habanero. Sus admiradores disfrutarán de un rato agradable al ver cómo en la pantalla, Jean Angelo les hizo vivir lo que a diario nos presentaban en el teatro. Admirables fotografías vemos a través de escenas iluminadas con gran maestría y en algunas ocasiones con un sonido muy superior a lo que hasta el momento nos dejaron escuchar en otras películas nacionales».

Nuestro entusiasmo ante el descubrimiento del documental, fue compartido de inmediato por Lizt Alfonso —que tanto admiramos por su profesionalismo y consagración— a quien propusimos una función de gala en nombre de la Cinemateca de Cuba con su compañía de ballet para rendir homenaje a la inmensa bailarina. Jean Cocteau la conceptuó como «granizo sobre el vidrio de una ventana, el grito de la golondrina, un cigarro fumado por una mujer soñadora, una tempestad de aplausos…» La mítica actriz sueca Greta Garbo llegó a calificarla como «única, porque es inimitable» y al genial Chaplin le atribuyen la definición de ella como «volcán alumbrado por soberbios resplandores de música española».

Gracias a la generosidad de José María Prado, director por entonces de la Filmoteca Española, obtuvimos una copia para la entidad cubana. Esta institución se unió a Lizt Alfonso Dance Cuba en el espectáculo «Carmen Amaya: hoy y siempre» para redescubrir El embrujo del fandango. Era el deslumbrante resultado de seis horas de intenso trabajo por un grupo de cineastas cubanos con el ánimo de registrar en celuloide la pasión y el talento desmesurado de esta bailaora gitana. Como siempre, la Consejería de Cultura de la Embajada de España en Cuba, se sumó a esa histórica función.

Al cabo de varios años, la Fiesta del Cine Cubano en su primera edición, rescató esta propuesta ahora con la participación del Ballet Español de Cuba, bajo la dirección de Eduardo Veitía en esta integración de danza y cine, la más completa de todas las artes. La exhibición del documental mostró a las nuevas generaciones, en particular los bailarines, a la inmensa Carmen Amaya, que se aficionó al café muy fuerte durante sus estancias en La Habana, a donde regresó en 1947, ocasión en que declaró en una entrevista a la revista Bohemia: «El baile es para mí una segunda naturaleza. Lo vivo en un sueño, ni más ni menos. Pendiente de las bordonas de la guitarra, mi cuerpo salta y gira, se estira y vibra y gira otra vez». La gran bailaora hacía vibrar el tablado «con inaudita brutalidad e increíble precisión», según el primer crítico que la descubrió en un escenario de Barcelona, que escribió además: «Lo que más honda impresión nos causaba al verla bailar era su nervio, que la crispaba en dramáticas contorsiones, su sangre, su violencia, su salvaje impetuosidad de bailadora de casta».

Con anterioridad al documental El embrujo del fandango, la Amaya había aparecido cuando era apenas una niña, en el filme La bodega (1929), al que siguió Dos mujeres y un Don Juan, antes de intervenir en la muy popular cinta La hija de Juan Simón (1935), en la cual baila sobre una mesa con castañuelas. Ese mismo año actuó para una cámara en Don Viudo de Rodríguez y luego protagonizó María de la O (1936). El excelente despliegue y temprano domino de su profesión fue advertido en el documental filmado en Cuba, al extremo que dos de las escenas en que aparece con Sabicas fueron insertadas más tarde en la película Martingala (1940), de Fernando Mignoni.

Disfrutamos del arte de Carmen Amaya por última vez en la película Los Tarantos (1963), dirigida por Francisco Rovira-Beleta, poco antes de que ella falleciera, víctima de una afección renal cuando contaba con 45 años. Gracias a esos pioneros de nuestro cine quedó en esos fugaces minutos la impronta de una mujer sobre la cual Orson Welles, deslumbrado tras verla en su frenética danza, expresó: «Es la más artista de las bailarinas, y la más genial de las artistas».

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