30 años del Taller de Camagüey: Críticos y Cineastas piensan juntos el cine de hoy


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El evento que el cineasta Fernando Pérez califica de segundo en importancia detrás del Festival internacional del mes de diciembre, festejó su tercera década con fructíferos debates entre el 1 y 4 de marzo de 2023…

 

Viajaron apretados en el mismo vehículo desde La Habana, cenaron juntos, deliberaron al unísono y durmieron todos en el hotel Plaza, aledaño al Museo Ferroviario. En los paneles, las esquinas azul y roja por momentos se comportaron como orillas opuestas, pero coincidieron la más de las veces en ideas comunes sobre el cine que se ha hecho y en sueños compartidos sobre el que está por hacer, entre cubanos. Fernando Pérez, Jorge Luis Sánchez y Alejandro Gil, creadores de las inolvidables cintas Suite Habana, El Benny e Inocencia, respectivamente, fueron los que acudieron del lado de los cineastas.

30 años después del primer Taller Nacional de la Crítica Cinematográfica, que se celebra en la ciudad de Camagüey, y en su edición 28, varios integrantes del grupo primigenio de “doce apóstoles”, creador del evento en 1993, participaron en el bando de los críticos. Entre los naturales del terruño agramontino estaban los principales coordinadores de esta cita en la actualidad: Armando Pérez, representante del Centro Provincial de Cine; y Luciano Castillo, director de la Cinemateca de Cuba y devenido habanero; además de Juan Antonio García Borrero. Desde la capital llegó otro par de aquellos fundadores: Mario Naito y Antonio Mazón Robau.

La hueste crítica incluyó también a los invitados capitalinos Astrid Santana y Rafael Grillo ―autor de esta nota y convidado por su rol de presidente vigente de la Asociación Cubana de la Prensa Cinematográfica (ACPC)― y el santiaguero Ronald Ramírez, quienes contribuyeron con sus intervenciones a un apretado y nutrido programa, desenvuelto entre el 1 y 4 de marzo de 2023.

Como telón de fondo fungió una arteria pintoresca donde todo tiene olor, sabor y apelativo cinematográfico. Encajado entre la casa natal del patriota Ignacio Agramonte y la iglesia de Nuestra Señora de La Soledad, el denominado El callejón de los milagros (título de un filme del mexicano Jorge Fons) alberga a una cafetería homónima de la célebre película del italiano Fellini, La dolce vita; y otro centro gastronómico nombrado Coffea Arabiga, igual que el documental del cubano Nicolás Guillén Landrián. Mientras, el que acuda a cortarse el cabello, tendrá que recordar la cinta francesa de Patrice Leconte y hacerlo en El marido de la peluquera.

Ubicados en ese contexto, los principales escenarios del Taller de la Crítica fueron el complejo audiovisual Nuevo Mundo, sede de las sesiones teóricas; y un cine llamado Casablanca, que acogió las galas de inauguración y clausura y a una muestra muy diversa de audiovisuales nacionales e internacionales, preparada con la curaduría de Luciano Castillo.

En la sala oscura que hace homenaje al superclásico hollywoodense tuvieron lugar, además, las presentaciones principales, con la proyección del último largo de ficción de Fernando Pérez: El mundo de Nelsito; la controvertida cinta del canadiense David Cronenberg, Crímenes del futuro (2022); la obra del género de animación La Súper (Dir: Ernesto Piña, 2022); y el estreno absoluto de Línea roja, película de Alejandro Gil.

Ese recinto sirvió también para que el jurado del Premio Nacional de Crítica e Investigación Cinematográfica ―integrado en esta ocasión por Astrid Santana, Ángel Pérez y Rafael Grillo― anunciara su veredicto a favor de Los testamentos del cine cubano, libro inédito con la autoría de Juan Antonio García Borrero.

Paneles y conferencias fueron las modalidades de un programa teórico que tuvo sus momentos de acaloramiento y otros de lucidez, siempre con la pasión por el séptimo arte en el horizonte. La revisión de la vigencia de ciertas obras inmarcesibles del cine cubano: El hombre de Maisinicú (en su 50 aniversario) y Fresa y chocolate (a 30 años de su creación) y del cineasta de El elefante y la bicicleta, Juan Carlos Tabío, junto al análisis del documental y la animación como géneros marginados, fueron abonando el terreno para que se desataran instantes climáticos cuando se debatió sobre “la crítica de cine a tres décadas de la fundación del Taller”; y en la extensa sesión final que tuvo en la mirilla al “cine cubano del siglo XXI” y la “situación actual y perspectivas del cine nacional”.

¿Cuáles son las fronteras actuales del cine cubano, abocado a la explosión de los formatos nuevos en el audiovisual, a la transnacionalización del marco industrial del cine y a la diáspora y dispersión de los creadores? En una encrucijada donde intervienen los asuntos legales, el criterio de origen de la producción, la cuestión identitaria y las expectativas individuales de vida, se discutió sobre la pervivencia de la tradicional etiqueta de “cine nacional” o la posibilidad de aceptar la visión novedosa de “reconstruir el cuerpo audiovisual de la nación”, introducida por el crítico Juan Antonio García Borrero para la creación online de una Enciclopedia del Audiovisual Cubano (ENDAC).

¿Sería provechoso el nacimiento de una Academia de cine, como hecho gremial que aglutine y otorgue voz y voto a todos los que contribuyen con esta variante artística? ¿Cómo lidiar con las ambivalentes y sinuosas razones ―o sinrazones― de la censura? ¿Qué hacer ante el estado calamitoso de las salas de cine, ese lugar definitivo para el encuentro con el espectador? ¿Podrían surgir variantes autóctonas del streaming para resolver la exhibición de todo ese audiovisual cubano sumergido que no llega a los públicos?

¿Cuáles serían las alternativas ante la falta de recursos para la producción cinematográfica, luego de que, inclusive, el recién creado Fondo de Fomento dejó de ser solución tras la inflación desatada en el contexto económico cubano? ¿De qué modo seguir lidiando con las presunciones de autonomía e independencia del arte frente a todo el entramado de la industria, de las instituciones reguladoras y de los intereses de la política?

¿Cómo se puede seguir articulando un pensamiento crítico frente a la precariedad de los espacios de publicación y la disminución de los eventos? ¿De qué manera seguir participando desde la postura del crítico en la mediación con los públicos y la educación cinematográfica en esta nueva era de internet y los soportes digitales?

Estas y otras tantas preguntas fueron articuladas y se intentaron esbozos de respuesta. A veces en contrapunto y otras en plena confluencia, los cineastas y los críticos que asistieron al Taller de Camagüey, más allá de la nostalgia o la queja, enarbolaron argumentos y sentimientos para afrontar las más cardinales interrogantes que hoy rodean al panorama internacional y la situación particular de Cuba en torno al cine.

 


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