Estados Unidos-Cuba: ¿camino a la re-normalización?


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(Versión íntegra del Panel de Último Jueves, realizado vía Telegram, el 29 de julio de 2021)

También puede descargar desde aquí el pdf interactivo que recoge este debate del Último Jueves de julio 2021.

Panelistas:

Jorge I. Domínguez. Profesor y vicerrector en la Universidad de Harvard. Se jubiló en 2018. Su profesión ha sido el estudio de las ciencias políticas, con especialización sobre los países de América Latina. Ha publicado diversos artículos y libros sobre Cuba, muchos de ellos con la participación estelar de autores cubanos.

Raúl Rodríguez. Director del Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos, Miembro del Grupo de Trabajo estudios sobre los Estados Unidos de CLACSO.

Gabriel Vignoli. Docente de antropología y relaciones internacionales, en The New School, Nueva York. Director de su programa de intercambio académico con Casa de las Américas. Áreas de trabajo: economía política, economía informal, colonialismo y poscolonialismo, Cuba, Cuba-EEUU. Ciudadano cubano e italiano.

José Ramón Cabañas. Doctor en Ciencias Políticas. Director del Centro de Investigaciones de Política Internacional. Profesor Titular del Instituto Superior de Relaciones Internacionales Raúl Roa García. Ocupó diversas responsabilidades en su carrera diplomática, entre ellas jefe de la Sección de Intereses de Cuba en Washington (2012-2015) y embajador de la República de Cuba ante los Estados Unidos (2015-2020).

Hal P. Klepak. Profesor Emérito de Historia y Estrategia en Royal Military College de Canadá. Especialista en América Latina y el Caribe. Autor de libros y ensayos sobre historia militar de Cuba, y problemas de seguridad hemisférica. Miembro del Consejo asesor de Temas.


 

Rafael Hernández (moderador): Para muchos, este tema podría resultar política ficción porque aprecian que las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos pasan por un mal momento y están muy lejos de renormalizarse o de reencaminarse hacia un proceso de entendimiento y de diálogo como ocurrió entre fines de 2014 y 2016. Sin embargo, yo creo que es precisamente en un momento como este en que es necesario hacer una reflexión acerca del presente, de mirarlo de una manera ecuánime, analítica, que nos permita entender los factores que la caracterizan, que caracterizan estas relaciones y que inciden tanto en el presente como en el futuro de su evolución.

Este panel está dedicado específicamente a analizar estas dimensiones de las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos y verlas en una perspectiva histórica y no solamente de las relaciones entre los dos gobiernos, sino también entre los dos países, entre las dos sociedades, y para hacerlo tenemos con nosotros a un selecto grupo de estudiosos y expertos, con una experiencia particular y acumulada en relación con esta reflexión.

Empecemos, entonces, con la primera pregunta: ¿Cómo caracteriza las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos en sus diversos campos?

Jorge l. Domínguez: Una clave para caracterizar las relaciones entre estos dos países es tomar nota de que Cuba dejó de ser un factor global estratégico para los Estados Unidos hace treinta años. Ya no hay Unión Soviética, ya no hay militares cubanos en diversas partes del mundo, Cuba no posee armas nucleares, no es exportadora de petróleo u otras fuentes energéticas, no sido generadora de acciones terroristas que causen devastación en los Estados Unidos, no ha lanzado ciberataques que paralicen el gobierno o a grandes empresas. Todo esto implica que no hay intereses de primer rango para los Estados Unidos en Cuba. El único factor fundamental es que Cuba es un país vecino, lo que requiere algún tipo de relación, por endeble que sea. Otra clave para caracterizar las relaciones bilaterales es que los Estados Unidos son un factor estratégico decisivo para cualquier gobierno en Cuba, y lo ha sido por los siglos de los siglos. Por tanto, ambos países comparten un interés porque viven en un mismo vecindario.

Paso a considerar exclusivamente la perspectiva desde los Estados Unidos. Esa falta de valor estratégico global de Cuba para este país permite que otros intereses incidan sobre la relación bilateral. Hay intereses de segundo rango que emanan de la vecindad. Estos involucran varias dimensiones, una de ellas es que son asuntos de seguridad. Me refiero al combate frente al narcotráfico, a las relaciones en el entorno de la base naval norteamericana en Guantánamo, y a las relaciones migratorias. Hay factores de tercer rango que, por lo general, son electivos –es decir, pueden ser más, o menos, pero no pasa nada grave si no hay tales relaciones. El comercio, la inversión internacional, el turismo, las relaciones científicas y culturales, los intercambios académicos y bibliotecarios, las relaciones entre iglesias, y las preocupaciones ideológicas comparten este tercer rango.

Un elemento peculiar de estas relaciones bilaterales ha sido la persistencia y el predominio de las preocupaciones ideológicas en los Estados Unidos, vocalizados por, pero no exclusivos de, una parte de la comunidad de origen cubano allí. En ausencia del predominio de intereses de primer rango, y a veces incluso coincidiendo con ellos, los factores ideológicos han definido, y definen hoy, la política de los Estados Unidos hacia Cuba.

Raúl Rodríguez: En el campo diplomático es paradójico que, aunque hay embajadas en ambas capitales, que proporcionan algún canal de comunicación oficial, las relaciones diplomáticas se encuentran en un punto muy bajo y la retórica no tiene mucho que ver con la diplomacia. Se desconoce y se descalifica al gobierno de Cuba como “Estado fallido”. Además, el anuncio de la administración Biden de su intención de aumentar el personal diplomático en La Habana, para, entre otras actividades, “mejorar la interacción con la sociedad civil cubana”, es una receta para generar más tensión diplomática.

Desde el punto de vista económico sucede otro tanto. Si bien Cuba puede importar alimentos desde los Estados Unidos, estas transacciones se hacen en condiciones atípicas en cualquier relación comercial entre dos Estados, como lo dicta la legislación estadounidense desde el año 2000. Aunque se mantiene una empresa mixta en el sector de la biotecnología, la relación económica está muy por debajo del potencial real que, por la cercanía geográfica, los dos países pueden alcanzar.

Otro tanto sucede en el campo académico, cultural y científico. Por la limitada movilidad que existe, las relaciones están muy por debajo de su potencial de desarrollo, no solo por el impacto de la pandemia de Covid-19, sino también por las sanciones impuestas por la administración Trump durante 2019-20, que han sido asumidas invariablemente por la actual. Una atenuante es la posibilidad real de continuar los contactos virtuales para generar debates, investigaciones conjuntas y publicaciones, pero incluso, en estos casos, existen limitaciones en el acceso a algunas plataformas de videoconferencias, como la popular Zoom.

La cobertura mediática estadounidense tiene un sesgo ideológico muy marcado, son escasas las expresiones de objetividad, lo que tiene un impacto en la opinión pública.

Si algo se puede resaltar como positivo es que se ha mantenido la cooperación en seguridad, sobre todo entre los servicios de Guardacostas y Guardafronteras, la seguridad alrededor de la base naval de Guantánamo y otras acciones de cumplimiento de la Ley.

En el aspecto religioso se mantiene una relación adecuada de cooperación, en diversas aristas, desde las nobles acciones de Pastores por la Paz, los vínculos históricos entre las iglesias protestantes y evangélicas cubanas y sus contrapartes en los Estados Unidos y los espontáneos vínculos culturales-religiosos de estadounidenses y cubanos residentes en ese país con las religiones cubanas de origen africano. Pero también se han dado manipulaciones políticas de la religión en Cuba por parte de diferentes administraciones estadounidenses.

Un aspecto interesante, aunque básicamente simbólico en mi opinión. es que se han visto acciones a favor de una mejor relación a nivel de Estados y ciudades, en diferentes regiones de los Estados Unidos.

Gabriel Vignoli: Como docente, voy a lo académico/cultural. A mis estudiantes estadounidenses siempre les digo “conocer a Cuba te va a ayudar, porque vas a ser más consciente de tu propio país". La idea de nación en los Estados Unidos –o sea las palabras claves a través de las cuales la nación articula su propio discurso político– se forja en Cuba, y viceversa. Ambos países son inconcebibles el uno sin el otro. Sin los eventos de 1898 y 1959 es imposible concebir palabras como democracia en los Estados Unidos y soberanía en Cuba. Ambas tienen significados diferentes en los dos países, y se traducen en diferentes usos políticos. Por ejemplo, es en 1898 cuando se establece la justificación democrática como patrón de intervención estadounidense en Latinoamérica. Esa justificación está estructurada por un “orientalismo” –según Said– que no es ignorancia del “otro”, sino más bien interpretación y producción de ese otro a través de una imagen artificial y a la vez muy poderosa.

La tarea de la academia es la de interrogar las palabras claves, buscar su genealogía, para ver cómo operan. En los Estados Unidos la democracia se reduce, a menudo, a un evento: “elecciones libres y justas”. Pero cuando mis estudiantes aprenden que una Cuba subyugada en 1901 determinó el sufragio universal masculino en contra de la voluntad estadounidense, y que en el sur de los Estados Unidos los hombres de color solo pudieron votar a partir de 1965 con el Voting Rights Act, la palabra democracia adquiere para ellos nuevos matices, alejados de libertad y justicia. Lo mismo se puede decir de raza y racismo: miradas desde Cuba, estas palabras claves del ADN estadounidense adquieren otro significado.

Ahora bien, la pandemia de COVID-19 implica un cambio de paradigma en la idea de nación. Las cuatro crisis globales que ha desatado –medioambiental, de salud, económica, y social– hacen impostergable la re-articulación de las palabras claves de la gramática política del presente, tanto en Cuba como en los Estados Unidos. En la academia, el reto es estructural: menos recursos y mayor digitalización, hay que re-imaginarla. En los Estados Unidos se estima que 10-30% de las universidades podría desaparecer de aquí a 2030. Por ende, la academia cubana tiene que mirar más allá de los Estados Unidos (convenios con China, Europa, Latinoamérica), y más hacia adentro: fortalecer realidades locales fuera de La Habana; retener los mejores docentes, no tanto a través del salario, sino más bien haciendo de las universidades cubanas incubadoras de empresas (públicas y privadas) y de proyectos para imbricarse con la economía nacional. Eso requiere una descentralización efectiva.

José Ramón Cabañas: A nivel diplomático están en su nivel más bajo de hace muchos años; en lo económico son casi inexistentes y en los temas de seguridad se intercambia solo a nivel técnico. En lo mediático, vivimos un barraje de propaganda negativa desde los Estados Unidos, asociado con la percepción de que la crisis económica que vive Cuba, como consecuencia del bloqueo y la COVID no tiene salida. En el resto de los campos se produce un gran intercambio a nivel personal, con pleno conocimiento del potencial de la cooperación bilateral.

Hal P. Klepak: Las características de las relaciones bilaterales Cuba-Estados Unidos son, en general, muy negativas y problemáticas con débiles elementos de apoyo para una normalización y fuertes elementos empujando en la dirección opuesta:

  1. Diplomáticas: embajada reducida, con poca capacidad de evaluación del contexto que la rodea. Fuerte voluntad de Cuba de encontrar soluciones a las disputas históricas y actuales frente al contrario del lado de los Estados Unidos. No obstante, el Departamento de Estado incluye a muchísima gente que ve en la normalización de la relación bilateral muchas ventajas para su país.
  2. Económicas: empuje a favor de la normalización en algunos sectores, principalmente pero no exclusivamente, vinculados con la agricultura. Pero, desde hace mucho tiempo, se ha visto la debilidad de esta visión frente a las más fuertes discutidas aquí.
  3. Seguridad: este es el rubro de más posibilidades para la normalización y así ha sido durante mucho tiempo. Desde por lo menos 1995, y aún ahora, los ministerios y agencias de defensa y seguridad de los Estados Unidos buscan maneras de aumentar la cooperación bilateral y ven la única amenaza que Cuba podría presentar a su país como cambios bruscos y violentos en la Isla que llevarían a una otra crisis de balseros y un aumento serio de la inestabilidad en el Caribe. Ven también a Cuba como un baluarte firme, seguro y eficaz en el combate al crimen internacional, el tráfico ilícito de drogas, la migración ilegal, etc. Aun en la crisis actual, las voces del Pentágono, la CIA o muchos elementos de ella, Guardacostas, Inmigración, la DEA y Homeland Security se levantan pidiendo una política sensata hacia Cuba en interés de los propios Estados Unidos. La impresionante cooperación bilateral en estos campos se redujo bajo Trump, pero no desapareció. Los Estados Unidos tienen rutas seguras de acercamiento al sur por una distancia de casi 1 500 km, gracias a Cuba, las FAR y MININT.
  4. Académicas: El retroceso en las relaciones académicas bilaterales es evidente en los últimos años. Algunas esferas de cooperación siguen, y algunas veces con instituciones que son consideradas de élite y de seria influencia. Pero se ha visto que, en tiempos de crisis, el papel más importante de estas instituciones parece ser de producir análisis menos politizados y más matizados de los eventos, algo de valor, pero raramente decisivo.
  5. Culturales: la politización de este elemento de la relación en años recientes ha llevado a la disminución del papel anterior que podía jugar el intercambio cultural en la creación de un ambiente favorable al entendimiento mutuo y la cooperación. Es difícil imaginar, en el corto término, el regreso a la situación anterior que pareció ofrecer tanta esperanza.
  6. Científicas: a pesar de algunas pocas iniciativas prometedoras, el contexto actual parece poco apto para empujar este tipo de cooperación, a menos que el papel de Cuba sea mejor conocido y apreciado en el norte.
  7. Mediáticas: se expande notoriamente la conexión bilateral entre las personas y grupos, pero hasta ahora no es evidente que esta expansión sea buena para la construcción de un ambiente de cooperación. Fácilmente puede resultar lo contario.
  8. Religiosas: las relaciones religiosas entre los dos países han expandido enormemente desde el Periodo Especial y hasta nuestros días. No está claro el rol que esto va a jugar en la construcción de un ambiente positivo de cooperación de los dos países. Y otra vez, fácilmente sería lo contrario.

Rafael Hernández: ¿Cómo se combinan el conflicto y la cooperación en las relaciones bilaterales? ¿En cuáles campos?

Jorge I. Domínguez: Han existido instancias importantes de cooperación entre ambos gobiernos ya por décadas. La cooperación meteorológica no se interrumpió ni siquiera durante la Crisis de Octubre en 1962. Los acuerdos migratorios datan de 1965. El acuerdo logrado entre Richard Nixon y Fidel Castro en 1973 paró inmediatamente la piratería aérea que azotaba la región. Esta cooperación prevaleció en esas tres instancias de agudo conflicto. La cooperación en algún asunto concreto no resuelve todos los conflictos. No surge de coincidencias ideológicas, ni resuelve tales diferencias.

Por otra parte, la existencia de graves conflictos tampoco impide que se logre la cooperación en asuntos puntuales. Durante los últimos treinta años, hay múltiples ejemplos de cooperación y conflicto en relación con los que he denominado intereses de segundo y tercer rango. No hubo cariño ideológico entre los dos gobiernos durante los años 90. Se desarrolló una relación profesional y eficaz en el entorno de la base naval estadounidense, para prevenir accidentes o sorpresas, permitir a Estados Unidos un uso de esa base con diversos propósitos, y contribuir a la seguridad de Cuba. Estalló una crisis y conflicto migratorio, pero se logró concertar los acuerdos migratorios de 1994 y 1995 porque sirvió a los intereses de ambas partes. Entre Guardacostas y Guardafronteras de ambos países evolucionó una relación profesional, y una coordinación precisa y eficaz. Comenzó una relación informal para combatir el narcotráfico.

Por su parte, a partir de la década de los 70, académicos, músicos, artistas, y personas de la vida cultural desarrollaron relaciones bilaterales no gubernamentales, para provecho compartido. Algo similar ocurrió en el ámbito religioso, con más frecuencia a partir de los 80. La colaboración entre científicos ha procedido también. Tampoco hubo cariño ideológico en diciembre de 2014 cuando los presidentes de ambos países adoptaron un rumbo distinto en las relaciones bilaterales.

El reto para ambas partes fue cómo evolucionaría el sistema político cubano, con cada presidente apostando por un futuro diferente. Ese cambio, que retuvo las diferencias ideológicas, permitió afianzar formas de cooperación en las relaciones migratorias, el combate al narcotráfico, la cooperación sobre el medio ambiente, las relaciones entre Cuba y su diáspora, e indirectamente las relaciones académicas, culturales y científicas. Merece reconocerse no solamente el protagonismo de los dos presidentes, sino también de los negociadores, como Ben Rhodes, Jeff DeLaurentis, Josefina Vidal, y José Cabañas, entre otros, que lograron la cooperación a pesar de los conflictos.

Raúl Rodríguez: En las relaciones internacionales existe una perenne tensión entre conflicto y cooperación. Las principales teorías en este campo se caracterizan por poner el acento en uno de estos dos componentes. Mientras las llamadas teorías realistas enfatizan el conflicto, las institucionalistas subrayan la cooperación.

En el caso de los Estados Unidos y Cuba, la esencia del conflicto se expresa en la determinación de los cubanos de ser soberanos y la persistencia del gobierno estadounidense en ejercer dominación (soberanía vs. dominación), por lo que desde el triunfo de la Revolución ha prevalecido el conflicto. A pesar de estas condiciones, siempre han existido los vínculos e intereses mutuos, los que han tenido su mayor nivel de desarrollo en algunos momentos puntuales de cierta distensión, como los dos últimos años de la administración Obama, sin que se afectara la esencia del conflicto.

Consecuentemente, en mi opinión, las áreas de conflicto son mayores que los espacios de cooperación que existen. Es un conflicto histórico, con profundas raíces en ambos Estados; ideológico, con una marcada intensificación en los últimos años con visos macartistas y de retórica de guerra fría; geopolítico, por la proximidad geográfica y porque ambos Estados comparten una extensa y estratégica frontera marítima; económico, pues el sistema de sanciones unilaterales y extraterritoriales es el más abarcador que los Estados Unidos aplica a nación alguna (lo reconoce el último documento del Departamento del Tesoro del pasado jueves 22 de julio), es un acto de guerra, no es ético y viola el derecho internacional y el derecho de Cuba al desarrollo, y no ha cesado ni en tiempos de pandemia; y territorial, porque los Estados Unidos ocupan una parte del territorio nacional cubano.

No obstante, debido a la cercanía geográfica, se impone la cooperación en algunos aspectos de interés para ambos, que comparten amenazas a su seguridad nacional. Predomina la cooperación en asuntos de migración, la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo, a pesar de que la administración estadounidense certifica lo contrario en este último aspecto. El ya mencionado servicio de Guardacostas es un ejemplo de cooperación. También la hay en aspectos medioambientales y meteorológicos, al compartir un entorno geográfico como el Golfo de México. Es de destacar la que existe alrededor de la frontera en la base naval de Guantánamo, aunque Cuba no reconoce la legitimidad de la presencia allí de los Estados Unidos.

Gabriel Vignoli: Propongo algunas palabras claves para las relaciones bilaterales. Hay muchas más.

INERCIA. La fuerza de la inercia en los Estados Unidos ha hecho que la política hacia Cuba no haya cambiado en su índole desde el memorándum Mallory de 1960: cambio de régimen a toda costa. La respuesta de Cuba ha sido transformar el bloqueo en ancla y muleta; en eje estructurante de la Revolución cómo fortaleza sitiada; en causa última de muchos problemas endógenos. El bloqueo es genocida. Pero reiterarlo cada día, sin proponer un discurso diferente, produce una comprensible “fatiga” en la población cubana. Hay que renovar el lenguaje político más allá del límite impuesto por los Estados Unidos.

GUERRA FRÍA. El vínculo íntimo entre los dos países se origina en la colonia, y la tensión entre ambos ha trascendido la Guerra Fría. Pero el marco interpretativo sigue anclado en esta. En 1962, Biden tenía veinte años; Obama, uno. Es comprensible que Obama vea a nuestra Isla a través de un lente poscolonial, y que Biden lo haga desde la crisis de los misiles y una lectura muy peculiar de “derechos humanos”. ¿Por qué no hay una voz pensante en la administración Biden que articule un discurso con Cuba vinculado a temas “otros”? ¿Cuál es la propuesta cubana para salir de este impasse? Los memorandos de entendimiento de la “normalización” (medioambiente, narcotráfico, etc.) sugieren un modus operandi: enfocarse en lo que sí se puede hacer.

PANDEMIA. La pandemia nos hace, por primera vez en la historia, verdaderamente contemporáneos. Todos los países del mundo enfrentan el mismo reto, a sabiendas de que las transformaciones económicas, políticas, sociales y medioambientales son estructurales y muy rápidas: no hay marcha atrás. Hay que pensar en soluciones activas, más que reactivas, en el mundo pospandémico. Esta es una oportunidad única para que ambos gobiernos cambien de giro, basándose en objetivos comunes, y hasta ahora no lo han hecho. La palabra “protesta”, tanto en Cuba cómo en los Estados Unidos, puede ser una clave: hay que encontrar una forma de responder a la protesta que permita canalizar esa energía.

TECNOLOGIA. En los Estados Unidos la digitalización de la economía y de la vida (Internet of things/de las cosas) conlleva un proceso de renovación y descarte tecnológico muy acelerado. en Cuba esos insumos pueden tener una segunda vida. Pero lo imprescindible es un cambio en la cultura tecnológica en Cuba, para no ser sucedánea de los Estados Unidos. Por un lado, hay “desobediencia tecnológica”: la capacidad de irrespetar, y por ende resignificar, la autoridad preconcebida del objeto. Por otro, hay todavía insuficiente cultura de uso de redes sociales, lo que facilita manipulaciones exógenas. La clave es, por supuesto, más, no menos, Internet: el pueblo se tiene que educar.

José R. Cabañas: Las posibilidades de cooperación bilateral están claramente reflejadas en los 22 memorandos de entendimiento que se firmaron entre ambos países entre mediados de 2015 y enero de 2017 y que aún guardan vigencia, aunque están congelados en su aplicación. No se llegó a acuerdo en otros temas en los que se pudo avanzar, pero el tiempo disponible no fue suficiente para formalizar el entendimiento.

La falta de cooperación entre agencias cubanas y estadounidenses de aplicación y cumplimiento de la ley y otras se expresa en un costo humano directo, sean los migrantes ilegales a manos de los traficantes, el impacto de las drogas, la seguridad marítima y aérea, o la falta de insumos médicos del lado cubano, o el acceso a tratamientos avanzados contra cáncer y diabetes del lado estadounidense. El conflicto se origina en la existencia e implementación de una política desde los Estados Unidos, que tiene como objetivo el cambio del estado de cosas en Cuba, que utiliza distintas herramientas y funciona a distintas velocidades. Existen otras diferencias de carácter político, ideológico, visión de temas multilaterales que se prolongarán en el tiempo.

Hal P. Klepak. En lo que tiene que ver con el equilibrio entre cooperación y conflicto, como mencioné, es difícil imaginar un contexto más complicado para Cuba. Hablar de cooperación con Cuba en este momento en Washington es soñar en Technicolor. Si las agencias con responsabilidad para defensa y seguridad buscan activamente más cooperación, no hay mucho que apoye este interés. Más bien, al contrario.

 Rafael Hernández: ¿Qué intereses dentro de los Estados Unidos inciden en la relación con Cuba?

Jorge I. Domínguez: Comprendamos quiénes inciden en Estados Unidos en la relación bilateral según los intereses de ese país. Si Cuba carece de importancia estratégica global para los Estados Unidos, sus grandes estrategas se preocupan por otras cosas. Inciden, pues, factores inferiores a los de la más alta política.

Al comienzo de la presidencia de Donald Trump, vimos en el seno del gobierno que quienes querían mantener espacios de cooperación con Cuba eran las agencias involucradas en asuntos de seguridad. El Pentágono, el Comando Sur, los Guardacostas y los servicios migratorios valoraban los acuerdos firmados con Cuba en 2015 y 2016. Es lógico suponer que desearían reactivar la cooperación para combatir el narcotráfico y para normalizar las relaciones migratorias. Fue el personal de la embajada de los Estados Unidos en La Habana quienes más se opusieron a la interrupción de las labores diplomáticas y consulares normales. Fuera del gobierno, se opusieron a las medidas que dificultaron o impidieron sus relaciones las universidades, los artistas, los científicos, las organizaciones ambientalistas, las iglesias, la Cámara de Comercio, los exportadores agrícolas, las empresas de alta tecnología, las líneas de aviación, las empresas hoteleras, y algunos posibles inversionistas, y, por supuesto, una buena parte de la comunidad cubanoamericana. Por tanto, todos ellos favorecen la reactivación de relaciones.

Los factores ideológicos, que nunca han desaparecido de la relación bilateral, recibieron un impulso bajo Trump, en parte por razones de política interna. La prioridad electoral del Estado de la Florida para la reelección del presidente y el peso de legisladores de origen cubanoamericano, cada vez más numerosos y poderosos, en ambas Cámaras del Congreso, promovieron la aplicación de nuevas sanciones y se oponen ahora a su eliminación. Biden comienza reafirmando que Cuba no es prioritaria en su política exterior ya que carece de valor estratégico global.

Hay, sin embargo, un nuevo factor. Este presidente ha adoptado una política de sesgo ideológico en relación con China, ejemplo de la lucha entre democracias y autocracias, que incide en general sobre su política exterior. Entonces, surgen las protestas en Cuba del 11 de julio, y días siguientes, con un detalle novedoso. La prensa oficial cubana ayuda a persuadir a la Casa Blanca de que, por fin, las sanciones económicas son eficaces para promover un cambio político en Cuba. Mientras más la prensa en Cuba insista en que las protestas se deben principalmente a injerencia externa, más probable es que el presidente Biden retenga y expanda las sanciones.

Raúl Rodríguez: Dentro de los actores estadounidenses interesados en el mejoramiento de las relaciones bilaterales, en un primer nivel de prioridad por su influencia, sobresale el sector de negocios en las siguientes esferas: agroindustrial, aerolíneas, industria de cruceros, viajes y alojamiento, así como telecomunicaciones. Estos se han mantenido como los que pueden contribuir al desmontaje gradual de aspectos del bloqueo económico y financiero, porque aglutinan apoyo en ambos partidos en los Estados Unidos y en amplios sectores de la sociedad. En este sentido, hay que señalar que, aunque hay ventajas para las compañías estadounidenses, puesto que el sistema de sanciones económicas hace que muchas de las interacciones con estos sectores mencionados sean de una sola vía –desde los Estados Unidos hacia Cuba–, también hay algunas ventajas menores para Cuba, sobre todo en la importación de alimentos, por los precios comparativamente más competitivos de los productos estadounidenses y por la cercanía geográfica que reduce tiempo y costo de transportación.

En general, Cuba acepta una relación carente de balance. También existe una empresa mixta en el ámbito farmacéutico. Otros sectores con potencial son el portuario, el energético, el de materiales de la construcción y el deporte. Finalmente, pueden incidir en menor medida el académico, el religioso, el cultural y el científico, como modelo de relación mutuamente ventajosa, basada en la igualdad soberana. La comunidad cubana en los Estados Unidos, conformada por múltiples actores con diferentes agendas, intereses y prioridades, tiene participación en la política hacia Cuba tanto en el diseño como en su implementación. Su incidencia está asociada esencialmente a: 1) La importancia sobredimensionada que le otorga la Casa Blanca al voto cubanoamericano durante los ciclos electorales. 2) La existencia de grupos que reciben financiamiento gubernamental y son utilizados como instrumentos de la política subversiva. Estos se han fortalecido en los últimos años, fundamentalmente desde la llegada de Donald Trump a la presidencia y han mostrado su nivel de influencia en la situación actual. Aunque hay sectores de la comunidad cubana que favorecen una mejoría de las relaciones con Cuba y no se deben dejar de mencionar, su capacidad de influencia en el contexto político se ha visto disminuida.

Gabriel Vignoli: Los intereses en los Estados Unidos hacia Cuba son muy heterogéneos. Y dado que la nación se está interrogando sobre su propia identidad, a raíz de Trump y de la Covid-19, creo que “intereses” puede también traducirse en “preguntas”. ¿Qué preguntas hay con respecto a Cuba, y cómo se la puede usar para desequilibrar un discurso en busca de renovación?

1) Partido demócrata. Por un lado, el centrismo de Biden, quien en este momento no es capaz de cambiar el discurso –sea por su biografía, por Bob Menéndez, por miedo a perder la Florida, o por otra razón–, cómo su reacción retórica al 11-J ha aclarado. Por otro, hay un ala más progresista (Bernie Sanders, Alexandria Ocasio-Cortez) que quiere acabar con el bloqueo y con ello están cuestionando la gramática política de los Estados Unidos. Creo que Cuba debería enfocarse más en ellos, y en el pueblo de los Estados Unidos, que en un Biden maniatado.

2) Comunidad cubana de Miami. Cuando lo de las avionetas de “Hermanos al Rescate”, en 1996, la comunidad cubanoamericana, más o menos unida, le dijo a Clinton que si atacaba a Cuba ellos iban a quemar Miami. En 2021, la comunidad cubanoamericana incitó a la violencia y perdió credibilidad política (de los más de cien barcos que iban a venir a Cuba, zarparon, tímidamente, cuatro). A raíz del 11-J, esa comunidad se está haciendo preguntas que no se hacía antes (“¿Qué vale más: la sangre de mi familia o el anticastrismo?”). Las respuestas conllevaran, creo/espero, a una crisis política y de imaginario, y a un cambio de índole en Miami.

3) Desde Obama hay un lobby pro-Cuba en los Estados Unidos que posiblemente tome más fuerza a raíz del fracaso del 11-J en Florida. 4) Pueblo de los Estados Unidos. El más ignorante y el más permeable, ya que él mismo está reconstruyendo su gramática política, por lo menos desde el asesinato de George Floyd. El ciudadano medio sabe muy poco de Cuba, y el interés por el socialismo está creciendo, sobre todo en la juventud. Enseño en la universidad más de izquierda de los Estados Unidos, en el corazón de Manhattan. Mis estudiantes tienen camisetas del Che, leen su obra, se visten cómo los “mikis” habaneros, y se declaran socialistas y anarquistas. Se hacen las mismas preguntas de los jóvenes cubanos ¿Por qué no empezar por ahí?

José R. Cabañas: A los anuncios del 17 de diciembre de 2014 se llegó por varios caminos. Dentro de los Estados Unidos cristalizó la percepción de que la política de bloqueo y máxima hostilidad contra Cuba era fallida. La diplomacia estadounidense concluyó que no podía avanzar su agenda en América Latina si trataba de mantener apartada a la Isla. Un importante sector de negocios se interesó en las nuevas facilidades que ofrecía Cuba para la inversión extranjera y el comercio en general. Se desarrolló el argumento de que otras potencias podrían tomar ventaja de tales oportunidades. Fueron perceptibles los cambios en el interior de la emigración cubana, en función de la agenda familiar y por el acercamiento a su país de origen. Una multiplicidad de ONG, desde las religiosas hasta las medioambientalistas, han desarrollado durante años una relación directa con contrapartes cubanas, lo que alcanza momentos de madurez. En los ámbitos científico, cultural y académico hay plena conciencia de que a través de la cooperación bilateral se pueden alcanzar hitos para el bienestar de ambos países y de la región.

Hal P. Klepak. Los intereses que inciden en esta situación son defensa y seguridad, el Departamento de Estado, elementos de la industria agrícola de los Estados Unidos, sobre todo en algunos estados claves, los cubanoamericanos en su conjunto, y en particular los miembros de la Fundación [Cubanoamericana] más ricos y decididos. Se ha dicho muchas veces, pero en estas dos últimas semanas hemos tenido la prueba aún más contundente de que Cuba para los Estados Unidos es una cuestión de política interna y no externa.

 Rafael Hernández: ¿Qué factores dentro de Cuba favorecen la normalización? ¿Cuáles la desfavorecen?

Jorge I. Domínguez: En Cuba favorecen una normalización de las relaciones con los Estados Unidos las contrapartes de quienes, en aquel país, favorecen las relaciones con Cuba. Desaparecida la Unión Soviética, fue el General de Ejército Raúl Castro quien comprendió, con claridad, que la seguridad de Cuba requería aplicar el tipo de medidas de confianza mutua que se habían desarrollado en Europa durante la Guerra Fría. Acuerdos entre Guardacostas y Guardafronteras, acuerdos en el entorno de la base naval de Estados Unidos, cooperación eficaz para evitar desastres migratorios y cooperación en la lucha contra el narcotráfico ejemplificaban intereses bilaterales compartidos. La labor de todas las agencias en Cuba implicadas en esas relaciones mejoraría si las relaciones de cooperación se reactivan.

La economía cubana, en particular su pequeño sector privado, prospera gracias al turismo internacional. Esa es una fuente decisiva de ingresos. Antes de las sanciones impuestas bajo Trump, los Estados Unidos se convirtieron en la principal fuente de visitantes extranjeros en Cuba, combinando cubanoamericanos y otros. Sin esas sanciones prosperaría más el sector privado en Cuba, y la economía nacional.

Los intercambios académicos, culturales, y científicos requieren un espacio más permisivo en las relaciones bilaterales. Las relaciones entre iglesias fueron entorpecidas menos, pero las iglesias también respaldan una mejor relación bilateral.

El presidente Miguel Díaz-Canel y el canciller Bruno Rodríguez demuestran cotidianamente tanto el valor de una mejor relación bilateral como su dimensión compleja. Usan Twitter –para expresar sus ideas y para quejarse de Twitter–, sumándose así a una cultura transnacional global que se beneficia de Internet y se queja de sus imprescindibles agentes cibernéticos.

¿Quién se opone a este futuro deseable? Una hipótesis es que quienes prefieren negar que en Cuba hay razonables motivos de quejas, por distintas causas y en todas partes del país, consideran útil achacarle a los Estados Unidos todos los males que puedan ocurrir en la Isla. Desde esta perspectiva, es políticamente valioso que las relaciones bilaterales sean profundamente hostiles, ya que permite encubrir cualquier error cometido en Cuba, y justificar la adopción de medidas que de otra manera serían impensables. Permite evitar explicarle a la población por qué ocurren cosas que les dificultan múltiples dimensiones de su vida.

Raúl Rodríguez: Primero hay que definir normalización como relaciones diplomáticas plenas entre ambos países, eliminación de la clásica agresividad y prepotencia, que prevalezca el diálogo y la negociación, y el respeto mutuo a la soberanía y los principios de ambos países. Es un proceso que implica el reconocimiento de la necesidad y la aplicación de medidas para reducir la tensión y la fricción, contener o resolver las principales fuentes de conflicto, y donde debe prevalecer el compromiso político y diplomático entre ambas partes.

Primeramente, no favorece a la normalización el peso de la historia y el nacionalismo cubano, resultado de la indecencia que sucesivos gobiernos de los Estados Unidos han tenido en la evolución republicana de Cuba, desde William McKinley hasta Dwight Eisenhower, y desde este, curiosamente como puente, hasta Joe Biden, como ha escrito recientemente Louis Pérez. Durante más de ciento veinte años, los Estados Unidos han “apoyado al pueblo cubano”. Ello ha significado intervención armada, ocupación militar, intentos de cambio de régimen e intromisión política, todos hechos normales en las relaciones entre los Estados Unidos y Cuba en los sesenta años anteriores al triunfo de la Revolución cubana. En los sesenta posteriores, apoyar al pueblo cubano ha significado aislamiento diplomático, invasión armada, operaciones encubiertas y sanciones económicas.

En segundo plano, la variable interna cubana, la situación económica y política, incide en la posibilidad avanzar hacia la normalización. En la medida en que los sectores de la clase dominante de los Estados Unidos y sus aliados anexionistas perciban que la economía cubana no se recupera y se ve afectada la cohesión alrededor del proyecto político y económico, esta situación se convierte en una oportunidad para lograr el objetivo de cambio de régimen y devolver a Cuba a su esfera de influencia. Entonces, la normalización, como se concibe desde Cuba, no sería necesaria. Sin embargo, debido a los amplios vínculos socioculturales entre ambos países, amplios sectores de la sociedad cubana favorecen una normalización, sin subordinación, en un contexto de vecindad con los Estados Unidos, que ya se hizo evidente durante el breve período de los dos últimos años de la administración Obama. El desarrollo de la comunidad científica y académica cubana también apoya un proceso de normalización debido a que la interacción con sus pares estadounidenses es muestra de relaciones mutuamente ventajosas.

Gabriel Vignoli: Normalización no es más una palabra viable –más adelante me referiré a ello. Propongo “diálogo”, pero hay que buscar otra.

Factores en favor del diálogo:

1) La articulación de una gramática política proactiva que incluya las diferentes voces y preguntas aún sin respuesta qué han surgido en Cuba, por lo menos a partir de la pandemia y de la Tarea Ordenamiento. La cohesión política se logra y transmite a través de la heterogeneidad: tanto adentro como afuera. ¿Cuáles son las preguntas del pueblo? Si no se articulan aquí, el riesgo es que se articulen en Miami o en Washington.

2) Organizar una campaña mediática orientada hacia el pueblo estadounidense, más que hacia su gobierno. Temas raciales, medioambientales y sociales son asuntos que el pueblo “yuma” siente más cercanos que el bloqueo. Son los que desgarran la fábrica social que va de Alabama hasta Alaska, más que de Washington a Miami. Este puede ser un vehículo para poner a Cuba en la agenda pública, que en este caso es más que política, de los Estados Unidos.

3) Un cambio en el discurso contra el bloqueo, tanto retórico como estratégico, orientado no hacia el gobierno de los Estados Unidos, sino a la comunidad internacional, para inducir un cambio de actitud que vaya más allá del voto contra el bloqueo –simbólicamente fundamental– en Naciones Unidas.

Factores en contra del diálogo:

1) La fortaleza sitiada. Sí lo está, pero reiterarlo nuevamente no ayuda el diálogo con los Estados Unidos y no aporta nuevos criterios al pueblo cubano.

2) La centralización y el burocratismo excesivos (por ejemplo, el Plan de Manejo Integral de La Habana 2019-2030 fue publicado en 2021, con datos de 2013, y sin un verdadero programa de gestión y monitoreo).

3) Las reformas administrativas son insuficientes para el futuro del país. Deben ser de mayor calado. El socialismo en Cuba es mucho más que dogmatismo ideológico: su renovación sobre la base del presente contexto es clave para un país más fuerte y, por ende, en mejor posición para dialogar con, y más allá de, contexto.

José R. Cabañas: Desde el punto de vista oficial, Cuba siempre ha tenido una posición coherente de favorecer un diálogo que conduzca a la normalización desde posiciones de respeto mutuo y reciprocidad. Quizás un primer problema surge al interpretar, desde ambas partes, qué significa el estado de normalización, que obviamente solo podría lograrse sobre la base del reconocimiento de la institucionalidad que se ha dado cada país.

En Cuba siempre ha existido un sector de la población que ha expresado dudas genuinas sobre la eventualidad de poder lograr tal propósito, o incluso sobre la conveniencia de hacerlo, si es que dicha normalización sirve como preludio al “cambio de régimen”. Posiblemente ese sector haya crecido al ver cómo los tenues avances que tuvieron lugar bajo el gobierno de Obama fueron borrados de un plumazo por Trump.

Cualquier avance futuro hacia la normalización debe ir acompañado de cambios legislativos en los Estados Unidos, pues resulta insostenible una relación bilateral que esté a expensas de los cambios ejecutivos en Washington cada cuatro años.

Hal P. Klepak. Los factores que favorecen la cooperación y la normalización son los que tienen que ver con las ventajas de dos vecinos cooperando en una gama inmensa de problemas compartidos: inmigración. medio ambiente, estabilidad regional y sub-regional, lucha contra el crimen internacional y el narcotráfico, enfrentamiento a desastres naturales, salud pública internacional, la paz internacional, etc.

Los factores que las desfavorecen son la historia trágica de la relación, una falta de confianza en el otro reforzada por eventos recientes, el papel particular de cubanoamericanos (sus divisiones y deseos contradictorios), el simple desequilibrio en el balance de poder entre los dos y las sospechas que nacen de esto y muchos más.

 Rafael Hernández: Si tuviera que aconsejar a los dos gobiernos para facilitar el diálogo y retomar la normalización, ¿qué les diría?

Jorge I. Domínguez: Si el gobierno del presidente Biden le hace caso al periódico Granma, debe revertir las sanciones adoptadas bajo Trump y regresar a lo que fue la política de Obama al final de su presidencia. El impacto de los Estados Unidos sobre la sociedad cubana es extraordinario. Twitter, Google y Facebook, entre otras, transforman la vida política y económica de la nación. Si la promoción de un cambio político en Cuba es un propósito de ese gobierno, la apertura bilateral es el mejor instrumento.

Si el gobierno del presidente Díaz-Canel le hace caso a lo que él mismo ha dicho, hay muchas cosas que cambiar en Cuba, no porque las exija un gobierno extranjero, sino porque esos cambios son sensatos para los propios intereses de Cuba. Algunos de esos cambios ya van comenzando. Son las medidas que pueden permitir un funcionamiento más amplio y eficaz del sector privado. Serían medidas que ubicarían bajo control civil todas aquellas empresas estatales que no son necesarias para el funcionamiento de las fuerzas militares. Pero serían también medidas que le permitieran a los ciudadanos controlar mejor el desempeño público. Un simple ejemplo es la aplicación de la ley electoral municipal al ámbito nacional, es decir, requerir por lo menos dos candidatos por escaño a elegir en la Asamblea Nacional, lo que permite a los votantes a ejercer una verdadera soberanía. Cuba puede adoptar estas medidas porque mejoran y profundizan un desarrollo próspero y sostenible. De más está decir que tales cambios, por decisión propia, facilitarían también cambios en la política de los Estados Unidos. Tanto por razones de mejores resultados en el país y de política exterior, serían cambios útiles, por aplicarse sin pausa y con mucha prisa.

Raúl Rodríguez: Primeramente, se deben revisar experiencias anteriores de intentos de normalización y reducción de tensiones durante los gobiernos de Kennedy, Ford, Carter y Obama, para evaluar en qué medida se avanzó y los beneficios que trajo, tanto para la relación bilateral como para las relaciones hemisféricas. Promover el diálogo y la interacción, donde prevalezca la negociación y la igualdad soberana a pesar de la inmensa asimetría que existe entre ambas naciones.

El abordaje de este tema debe partir de la premisa de que nuestras naciones están obligadas a convivir, nos guste o no. La convivencia es una necesidad objetiva y es ventajosa para ambas partes. A partir de experiencias anteriores donde ha existido y aún existe colaboración mutuamente beneficiosa, comenzar construir algún nivel de confianza mutua y promover formas de convivencia entre Cuba y los Estados Unidos debe partir de un contexto de “vecindad”, no necesariamente de aliados y mucho menos de subordinación de Cuba a los intereses de los Estados Unidos.

Gabriel Vignoli: Vicente Aleixandre preguntaba “¿Para quién escribo?”. O sea, ¿cuál es el público? El público, tanto en Cuba como en los Estados Unidos, está cambiando a una velocidad sideral. La pandemia, el asesinato de George Floyd y los eventos del 11-J son momentos de ruptura y transformación de los patrones de diálogo entre, y adentro de, ambos países. La “comunidad cubanoamericana” y el “pueblo” cubano son más heterogéneos de lo que parecía.

Una clave para facilitar el diálogo es involucrar estos diferentes “públicos” que se han visibilizado en lo que va de 2021. Hablar al “otro” implica hablar consigo mismo. Más bien, hay que hablar consigo mismo antes de hablar con el otro. Por ende, yo buscaría otra palabra que no sea “normalización”: es una vuelta a un pasado que ya no existe. Ambos países son diferentes hoy con respecto a 2014: en su liderazgo (Biden no es Obama, Díaz-Canel no es Raúl Castro), en su población, en su maquinaria político-administrativa, y en los múltiples efectos de la pandemia. Las consecuencias de Trump y de la Covid-19 se harán sentir por años, en ambos países.

No creo que sea posible “volver” a la era pre-Trump, aún menos después del 11-J. Hay que forjar un diálogo sobre nuevas bases: el presente lo impone. Un primer punto puede ser el estudio de nuevos memorandos de entendimiento en temas de beneficio recíproco, o sea, una normalización como metodologia más qué como discurso/instrumento político/diplomático.

A la vez, a raíz de los eventos del 11-J, Cuba se ha convertido en una prioridad de los Estados Unidos, aunque no por las razones esperadas. Y varios actores que hasta hace poco se mantenían al margen –China, Rusia, la Unión Europea y Naciones Unidas–, están convirtiendo el diferendo Cuba-Estados Unidos en un asunto multilateral. Mientras más dure, mejor para Cuba, pero a la vez pone al país frente a la disyuntiva de hablar consigo mismo, a partir de su heterogeneidad –para encontrar una nueva voz y para que otros no terminen hablando por él.

José R. Cabañas: Para llegar al diálogo hay que construir cierta confianza (confidence building). Esta última fue muy dañada y destruida durante los años de Trump y no se ha recuperado bajo el liderazgo de Biden. Para que pueda surgir una percepción de confianza se debe apreciar que la contraparte cuenta con un equipo de funcionarios preparados para el ejercicio con indicaciones claras y argumentadas. Del lado estadounidense no hay nada ni parecido en estos momentos.

La parte cubana, aún bajo las condiciones impuestas por el gobierno de Trump, reiteró una y otra vez propuestas para, al menos, implementar los memorandos firmados antes, para sostener conversaciones en temas técnicos. Es decir, ha tratado de propiciar el diálogo de forma reiterada sin recibir respuesta, no ha estado inactiva esperando por una invitación. Es del lado cubano donde hay mejor comprensión de las consecuencias de que no existan canales de diálogo. De este lado no funcionan las presiones de los ciclos electorales, ni la necesidad de tratar de agradar a grupos de votantes y mucho menos tratar de aparentar una posición dura en temas internacionales para ser mejor aceptado en lo interno.

Hal P. Klepak. Si fuera a aconsejar:

  1. Multilateralismo para mostrar con otros a los Estados Unidos la utilidad de trabajar con Cuba en esfuerzos de salud pública, vinculados con Covid, y más allá de eso; trabajar con países del Caribe en desastres naturales, inmigración, crimen organizado, narcotráfico, y otros, para ganar más adeptos para la cooperación en el interés de los Estados Unidos y no solamente en el de Cuba.
  2. Diálogo más activo con la comunidad cubana en el exterior
  3. Proyectos específicos de cooperación presentados por Cuba en los campos de la seguridad, la salud pública, la educación etc. Habiendo dicho todo esto, lo importante es sobrevivir hasta la llegada de mejores tiempos. La unidad del pueblo cubano detrás de una revolución renovada, confiada, llena del espíritu de cambios, listo para aún más sacrificios, pero frente a un programa poderoso y profundo de reformas, me parece necesario para producir el ambiente en que los Estados Unidos querrán cooperar con Cuba y lo harán porque esta, como siempre, tiene mucho que ofrecer a países dispuestos a cooperar con la Isla.

Habiendo dicho todo esto, lo importante es sobrevivir hasta la llegada de mejores tiempos. La unidad del pueblo cubano detrás de una revolución renovada, confiada, llena del espíritu de cambios, listo para aún más sacrificios, pero frente a un programa poderoso y profundo de reformas, me parece necesario para producir el ambiente en que los Estados Unidos querrán cooperar con Cuba y lo harán porque esta, como siempre, tiene mucho que ofrecer a países dispuestos a cooperar con la Isla.


Rafael Hernández: Hemos disfrutado de cinco intervenciones muy sustanciales y focalizadas en las preguntas con las que nos hemos puesto a dialogar. Le agradezco mucho a los panelistas por enriquecer enormemente las perspectivas acerca de cada uno de estos problemas.

   Antes de darle la palabra al público, quisiera mencionar tres aspectos que de alguna manera están tocados en las respuestas de todos los panelistas. El primero es el de la dimensión política doméstica y su significado, ¿en qué medida incide en esas relaciones mutuas, en la manera de ver las cosas en el otro país?, ¿en qué medida podemos decir que ahora mismo eso está ocurriendo de otra manera?, ¿es que ahora la política doméstica de cada lado pesa más que en los años de la Guerra Fría o que en los años anteriores a la crisis de la COVID? Esa es una reflexión que me gustaría que insertaran en algún momento.

El segundo, ¿cuando se afirma que está en juego la evolución del sistema político cubano más que ninguna otra cosa, sería lo mismo que decir que está en juego quién es el que manda y cómo se define ese poder en Cuba? ¿Sería concebible que ese tópico y el de los cambios internos fueran, de alguna manera, objeto no de negociación sino de conversación entre los dos países?

El tercero tiene que ver con la cooperación y la convivencia. ¿Hasta qué punto lo que alimenta el conflicto por encima de la cooperación son intereses nacionales?, ¿se trata de intereses nacionales de ambas partes, que van más allá de una administración, de un gobierno determinado? Si partimos de que no se ve en el horizonte que vayamos a tener una coincidencia ideológica entre los dos países, ¿se podrá construir una relación de convivencia –si prefieren ese término en lugar de normalización– sobre intereses que no sean la defensa de las ideologías respectivas?

Estoy añadiendo algo más a la complejidad de algunos de los temas que ustedes han tratado, pero casi nunca tenemos la oportunidad de tener un panel con esta diversidad de perspectivas, de conocimientos y de experiencias. Entonces, lo que puedan comentar acerca de esto es algo en donde vamos a tener una ganancia neta.

A partir de este momento le doy la palabra a los participantes.

José Manuel Pallí: (Abogado. Nacido en Cuba, residente en EEUU). El único interés dentro de los Estados Unidos que incide en y condiciona la relación con Cuba es el de los políticos cubanoamericanos, y de los políticos americanos, en general, en no perjudicar su posición y la de sus respectivos partidos frente al electorado del sur de la Florida. En la medida en que ellos entiendan que cualquier acción que se tome con respecto a Cuba puede comprometer a corto plazo sus perspectivas de ser mayoría en la Florida y concederle al otro partido los veintinueve votos que ese estado tiene en el colegio electoral que habrá de elegir al próximo presidente de los Estados Unidos, estarán siempre alineados contra dicha acción. Esa situación no ha cambiado en los cuarenta y dos años que yo llevo residiendo en los Estados Unidos, ni me parece que vaya a cambiar. La posición del presidente Biden se ajusta a esa realidad.

   Seguir viendo el conflicto y las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos desde otra perspectiva que no sea esa realidad de la política doméstica, electoral, de los Estados Unidos, es, en mi humilde opinión, perder el tiempo.

Carlos Alzugaray: (Diplomático retirado, escritor y analista). Aquí se ha dicho que Cuba desaprovechó la oportunidad que abrió Obama, y después se hizo muy difícil todo por Trump. Entonces, ¿qué tendría que hacer Cuba para aprovechar la próxima oportunidad? Quisiera escuchar la opinión de los cubanos, especialmente de Cabañas.

En mi opinión, Biden se equivocó, incluso desde el punto de vista de sus intereses políticos y de reelección. Se colocó en una situación donde no es dueño de la política, está haciendo la que le obligan las circunstancias y determinados factores, pero no la que quizás sería más conveniente para él. En estos momentos, está amarrado a continuar una política que es la tradicional republicana, y no abre el espacio a una demócrata alternativa. Me gustaría saber qué piensa Jorge Domínguez de eso. ¿Tomó Biden una decisión basada en sus aspectos domésticos, al hacerle concesiones a Bob Menéndez, o se equivocó?

Silvio Gutiérrez: (Profesor auxiliar. Especialista en precios). Me parece que este asunto es de mucha trascendencia, y aunque es muy complejo y está, quizás, en su peor momento, es cuando más esfuerzos debemos hacer para que se entienda la necesidad de retomarlo y de reevaluarlo en una nueva dimensión.

Es inobjetable que Estados Unidos es el mercado ideal para nuestro país. Si tuviéramos excelentes relaciones económicas con ellos, los crecimientos anuales de nuestro sistema de producción serían extraordinarios, las perspectivas que tuviera la economía cubana fueran increíbles, y el ejemplo que daríamos de solidez, de bienestar, de seguridad en el mundo, sería de una dimensión tal que, quizás, no podemos ni cuantificar. Pero precisamente este tema no lo veo abordado en las intervenciones que he escuchado y me gustaría que, en alguna medida, se profundizara. ¿Qué significaría para las relaciones entre los dos países una Cuba económicamente formidable y sólida, saludable y próspera?

Oscar Zanetti: (Historiador). Ha sido un panel muy interesante, sobre todo por la diversidad de perspectivas. Solamente tengo una pregunta que hacer a los panelistas. Durante mucho tiempo, tanto la dirigencia como la academia en Cuba han sido del criterio de que la conducta y las manifestaciones políticas del exilio cubano responden a los círculos dominantes en Washington. Visto el acontecer de los últimos años, ¿es este punto de vista sostenible? Y de no serlo, ¿cómo condicionaría la política hacia ambos factores?

Isys Pelier: (Psicóloga. Universidad de La Habana). Sin dudas, realizar una lectura histórica y contextualizada de las relaciones entre ambos países resulta fundamental. Ello nos permite comprender las múltiples dimensiones desde las cuales se establecen estos vínculos, y el desarrollo de problemáticas que se complejizan en la medida en que transcurren los años. Tales son los casos de contenidos y configuraciones en torno a la racialidad, la situación medioambiental, la actuación de instituciones estatales, privadas, religiosas, el impacto de la tecnología digital, y el desarrollo social en su sentido más amplio. Se impone entonces renovar criterios y discursos políticos, reducir las trabas internas, potenciar la descentralización, y una idea que considero muy acertada, trascender el dogmatismo ideológico con vistas, por supuesto, a mejorar las relaciones y el desarrollo de ambas naciones.

En este punto, ¿cuál supondría hoy para ustedes el mayor reto que enfrentamos con vistas a la renormalización de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos?

István Ojeda: (Periodista. Periódico 26, Las Tunas). Durante la época de Obama se creó cierta percepción de que la normalización de las relaciones era un camino irreversible; sin embargo, con la era Trump se demostró que este es un proceso de avances y retrocesos. Aun así, quisiera saber si ustedes creen que la convivencia entre los dos países es algo que está en el futuro y que va a ocurrir de todas maneras, o, por el contrario, nos mantendremos en este proceso de avances y retrocesos, en dependencia, sobre todo, de los vaivenes electorales en los Estados Unidos.

Manuel Alonso: (Jubilado. Consultor económico). Percibo los problemas de las relaciones Cuba-Estados Unidos como un péndulo de intolerancia que viaja de una orilla a otra del estrecho de la Florida. Del lado norte priman intereses de diversos colores; de este otro lado, intereses que cambian según el momento, a ratos discursos extremos, de vez en cuando ciertos guiños de esperanza que, de inmediato, se ven frustrados por algo que, oportunamente, aleja una posible solución del diferendo.

Solo conozco la realidad que existe en este lado de la ecuación, y me referiré a ella. Tengo la opinión de que es imprescindible reducir los decibeles de la intransigencia que ha conducido al empobrecimiento y el sufrimiento de nuestro pueblo; la cordura de la diplomacia debe sustituir definitivamente a la exhibición constante del hacha, del reproche y otros males, que han conducido a una versión desastrosa del viejo cuento de la buena pipa, en la que el pueblo cubano está poniendo las penas, mientras que algunos burócratas y ciertos académicos se la pasan debatiendo sobre la semántica de sustantivos, verbos y adjetivos.

Considero que, en los tiempos que corren, son muchos los aspectos que nos unen, muchos más de los que nos separan. Han transcurrido más de seis décadas de agresiones físicas y verbales, mucho tiempo, mucho sufrimiento y penurias, incluso hasta muertos. No resolver este medular asunto puede conducir a las peores consecuencias, algunas de las cuales las estamos viviendo por estos días. No hablo de ceder principios ni de concesiones humillantes, sino de ser racionales con los tiempos que vivimos. Si lo logramos, saldrá el sol en la economía y en especial en lo social, y así todos los cubanos nos daremos un abrazo fraternal.

Dalia González: (Profesora. CEHSEU, Universidad de La Habana). La relación entre los Estados Unidos y Cuba es un proceso complejo donde participan muchos actores. El conflicto que se desató a partir de 1959 tiene raíces profundas que tienen que ver con contradicciones, hasta cierto punto antagónicas, entre dos proyectos nacionales: uno imperialista, de dominación global, por parte de los Estados Unidos, y uno de soberanía, por parte de Cuba. Eso no significa que no pueda haber mejores relaciones que las que tenemos ahora mismo; de hecho, hemos pasado por diferentes etapas, con momentos de mayor o menor agudización del conflicto, y la historia ha demostrado que es posible tener diálogo y cooperación en temas de interés común, pero no se debe perder de vista que hay cosas que nunca van a cambiar, en tanto ambos países defiendan sus respectivos proyectos de nación.

Otro tema que me parece importante es que frecuentemente en el debate se igualan los actores, cuando en realidad se trata de una relación asimétrica. Cuando se habla, por ejemplo, de qué podrían hacer los Estados Unidos y qué podría hacer Cuba, como si los dos tuvieran que hacer cosas por igual. No niego que Cuba pueda hacer algo, y sobre todo que parte de la política allá depende de las percepciones que tengan sobre lo que está sucediendo aquí, pero no se debe olvidar que, en este conflicto, Cuba es el país agredido y los Estados Unidos es el país que bloquea, y, por lo tanto, hay cosas que solo ellos pueden resolver. Lo que se le pide a los Estados Unidos es que deje de sancionar a otro país, y lo que se le exige a Cuba es que haga cambios de política interna.

Por otro lado, habría que repensar el título del panel sobre renormalización, porque eso implicaría que de hecho hubo alguna normalización, y eso también puede ser objeto de polémica, empezando por definir qué sería una relación de normalidad. En cualquier caso, habría que entenderla como un proceso y no como un punto de llegada; esto no es sólo un problema semántico, es que las palabras dicen cosas.

Creo que hay que acercarse a este tema desde la ciencia, desde la investigación. En el CEHSEU tenemos varias investigaciones y algunas publicaciones que pueden ayudar a explicar el escenario que vivimos. Hay muchas dimensiones que habría que añadir al análisis; por ejemplo, los procesos de conformación de políticas públicas en los Estados Unidos, las sanciones, la perspectiva regional y global, para entender la relación bilateral en un plano más amplio, la situación interna en los Estados Unidos, la comunicación, y, muy importante, el papel del Congreso, porque con frecuencia, cuando se habla de política hacia Cuba, se hace mucho énfasis en el ejecutivo, pero la relación está condicionada por un entramado de legislaciones que solamente el Congreso Federal puede modificar.

Ernesto Domínguez López: (Profesor Titular. CEHSEU, Universidad de La Habana). Quizás lo más importante que haya que considerar en este asunto es la base de toda la relación entre Cuba y Estados Unidos. Esa relación, que es sumamente compleja, tiene una raíz histórica de carácter estructural que no depende de las coyunturas, ni de la Guerra Fría, ni de una administración u otra, sino que es el resultado de la interacción entre dos proyectos nacionales específicos: el proyecto de construcción de potencia, incluso hegemónica, por parte de los Estados Unidos, vigente por lo menos desde el siglo xix, quizás incluso desde la propia fundación, y el proyecto de formación de una nación soberana, en el entorno geopolítico inmediato de aquella potencia en formación. Son dos proyectos nacionales destinados a estar en conflicto desde su formación. En ese contexto y en esa perspectiva, la historia demuestra que el cambio social y la construcción de soberanía en Cuba están profundamente conectados, y, por tal motivo, una propuesta de cambio de régimen, proveniente de los Estados Unidos, definitivamente es parte integral de una política de construcción, reconstrucción y reforzamiento de sus posiciones en su contexto geopolítico.

Un gran problema es que “lo normal” no queda claramente definido en ese contexto, porque no significa lo mismo para las dos partes, es evidente. Habría que pensar entonces si “normalización” es el término adecuado, y en esto coincido con el doctor Vignoli, como también pienso que la idea de “renormalización” no es válida porque esto implicaría que hubo una normalidad en algún momento, y la historia reciente muestra que no ha sido tal. Desde estas perspectivas es que habría que examinar los temas y las preguntas que se están haciendo en este panel.

Antonio Díaz Medina: (Profesor. Facultad de Turismo, UH). Quiero referirme, sobre todo, a la respuesta de Jorge Domínguez, basada en la obvia simetría entre ambos países, pero creo que no incluye las compensaciones que la parte cubana tiene en el plano internacional.

La política de Obama no estuvo solamente fundamentada en su visión “más suave” del tema Cuba, sino de la situación concreta que tuvieron que enfrentar los Estados Unidos en el hemisferio occidental, en vísperas de la Cumbre de las Américas, después del contundente resultado antihegemónico norteamericano en la Cumbre de jefes de Estado de Latinoamérica y el Caribe que tuvo lugar en La Habana en 2014.

Es una verdad a medias que los Estados Unidos consideren intereses o factores de segundo y tercer rango en el diseño de su política hacia Cuba, como afirma Domínguez. Hoy la miopía y mediocridad de la posición ambivalente de Biden en relación con Cuba, traicionando los postulados de su campaña, pueden tener consecuencias que el país del norte no parece estar sopesando objetivamente. No es solo la votación aplastante en la ONU contra el bloqueo, ni incluso el fracaso del reciente documento a la firma de los gobiernos del mundo para condenar a Cuba basado en las mentiras de siempre; se trata del nuevo mundo que está emergiendo, que incluye el declive de la posición hegemónica de los Estados Unidos y del capitalismo neoliberal. Todo lo que leo me confirma esto, y no solo el avance de China y el enfrentamiento aún con Rusia.

Ni el bloqueo norteamericano, ni los errores en la conducción de la economía en Cuba, ni la crisis mundial por la pandemia, han podido cambiar la solidez del Estado cubano, de la Revolución cubana, ni el factor internacional a favor de la misma.

El hemisferio occidental es otro completamente distinto, como Andrés Manuel López Obrador, en México; Pedro Castillo, en Perú; Alberto Fernández, en Argentina; Lula de Silva, en Brasil, y Andrés Arauz, en Bolivia, más el pueblo de Chile y el de Colombia, hacen patente. Es algo de lo que no se habla.

Seida Barrera: (Profesora. CEHSEU, UH). Desde mi disciplina, que es el derecho, quisiera comentar sobre qué pudieran hacer ambos gobiernos, en caso de decidir algún tipo de acercamiento. Desde el principio habría que marcar una información detallada sobre el contenido de las sancione. Lo que se está haciendo actualmente en Cuba es recopilar absolutamente todo, desde las noticias que salen en los medios de prensa, las multas, etc., y esto quizás es recomendable decantarlo un poco. En el CEHSEU, por ejemplo, hicimos una investigación desde 2001 hasta junio de 2020 para comparar los distintos períodos presidenciales en cuanto a sanciones, y resultó que ha habido ciento veintidós –no incluimos las multas–, y es interesante, porque esto hay que contrastarlo con las flexibilizaciones al bloqueo, algo novedoso que hemos incorporado a la investigación. En el barrido que hicimos encontramos cincuenta y ocho flexibilizaciones, que representan cerca de 47,5% con respecto a las sanciones. Esto no quiere decir, para nada, que ese 47,5% se ha flexibilizado del todo (por ejemplo, a veces de una lista negra de quinientas personas, se sacó a dos). Lo que se puede afirmar es que menos de la mitad de las sanciones ha tenido algún grado de flexibilización, pero nada más. Esto es algo fundamental a tener en cuenta por las partes a la hora de sentarse a negociar.

Samuel Bibilonia: (Abogado y especialista en relaciones internacionales). La victoria de Biden supuso para Cuba una expectativa de cambio inmediato, cercano a restablecer el curso a la normalización emprendida por Obama frente a la asfixia económica impuesta por Trump. La plataforma demócrata y las propias declaraciones de campaña de Biden, si bien no indicaban el regreso al mismo carril de Obama, mostraban un atajo más distendido, en el que los canales diplomáticos se restablecieran, favoreciendo espacios de confianza que generaran las bases.

   El 11 de julio coronó una realidad diferente, la administración Biden apostó al macabro plan del golpe blando y la desestabilización de un actor regional que le ofrece garantías de seguridad fronteriza. Frente a esa realidad, y descartando del primer plano opciones de normalización, ¿qué recomendarían a las instituciones cubanas, en cuanto a iniciativas, para lograr espacios de diálogo que favorezcan las bases de confianza y avances en la relación bilateral?

   El legislativo norteamericano, con diez legisladores de ambos partidos y una línea común de actuación contra Cuba, ha devenido un muro casi infranqueable. ¿Existen oportunidades de revertir, al menos parcialmente, esta realidad en el 117º Congreso?

Manolo Gómez: (Médico. Emigrado cubano desde 1961). Aunque mi profesión no ha sido política, sino de salud pública, también llevo décadas participando en esfuerzos para mejorar tanto las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos como entre Cuba y su emigración.

La opinión que predomina entre estudiosos del tema, y por extensión, en la opinión pública estadounidense, es que la derecha cubana ha sido, y todavía es, el factor determinante de esa política. Cuando era más joven yo pensaba lo mismo, pero después de estudiarlo bastante he llegado a una conclusión muy distinta, casi opuesta: la derecha cubana y la emigración que la sigue han jugado históricamente un papel de instrumento útil, incluso de fachada propagandista para una política de Estado que, desde 1959, ha sido incambiable y de cambio de régimen a toda costa.

Aunque no puedo argumentar a fondo esta afirmación, sí quisiera poner un ejemplo: hace pocos días, Biden se reunió públicamente con un grupo de dirigentes cubanos del sur de la Florida y otros lugares, para luego dar la impresión que su nueva y más agresiva política era resultado, en gran parte, de esa consulta, cuando en realidad esa política ya estaba bien cocinada antes de esa reunión. Me gustaría saber qué opinan sobre este tema, tanto el embajador Cabañas como el profesor Domínguez.

Rafael Hernández: Entonces entramos en la última ronda. A partir de este momento invitamos a cada uno de los panelistas, en el mismo orden en que hablaron antes. Le doy la palabra al profesor Jorge Domínguez.

Jorge I. Domínguez: Parto de la premisa de que Cuba carece de importancia estratégica global para los Estados Unidos. Eso permite que asuman importancia la política interna y los factores ideológicos. Sin embargo, hay intereses nacionales que cruzan presidencias y que han permitido acuerdos migratorios desde Reagan y más recientemente sobre narcotráfico y demás asuntos de seguridad.

Cuba se ha beneficiado de algunos contrapesos: América Latina incidió en la política de Kissinger hacia Cuba en 1975; la Unión Europea impidió, en 1997, la aplicación de aspectos de la Ley Helms-Burton; la Cumbre Interamericana fue un factor en la decisión de Obama, pero las negociaciones bilaterales ya habían comenzado antes. Cuba carece de poder negociador porque ya hay acuerdos sobre los temas en los que lo tiene –contra narcos, contra emigración indocumentada, etc.

Se equivocó Biden en no aplicar de inmediato los acuerdos ya logrados con Cuba cuando él era vicepresidente, y en no cumplir sus dos promesas de campaña —remesas y viajes de cubanoamericanos. La política inicial de Biden fue la “baja prioridad” de Cuba en un contexto global. No fue una concesión a Trump ni a los intereses extremistas. No hay política de Biden hacia América Latina. Las políticas son reversibles si los acuerdos son entre presidentes, sin involucrar al Congreso.

No siempre ganan los extremistas del sur de la Florida. Ellos se opusieron a los acuerdos migratorios de Reagan y después de Clinton; se opusieron a los acuerdos entre Guardacostas y Guardafronteras; no lograron que Bush aplicara la Helms-Burton sobre las propiedades y no impidieron la iniciativa de Obama.

Coincido con el embajador Cabañas en el gran valor de aplicar los acuerdos ya logrados y, sin embargo, lamentablemente prescindir del Congreso por el momento en una configuración política que bloquearía tal iniciativa.

¿Retos? El mismo que aceptaron los presidentes Raúl Castro y Barack Obama. Uno apuesta por que con una apertura bilateral se facilitarían cambios de régimen político en Cuba, y otro por que esa misma apertura permitiría fortalecer un socialismo próspero y sostenible.

Raúl Rodríguez: Todos los comentaristas han expresado ideas muy interesantes y preguntas muy importantes que sería imposible cubrir en este corto espacio. Pero voy a referirme, en general, a algunas cuestiones que se han tocado.

La convivencia es necesaria y conveniente para ambos países, para ambos Estados, a pesar de que es evidente que tenemos dos proyectos nacionales divergentes y con gran asimetría entre ambos, pero está en el interés nacional de los Estados Unidos mantener una relación mejor con Cuba, y lo mismo para el caso de Cuba, por muchas de las cosas que se han mencionado aquí.

En el caso de esta administración, en mi opinión, inicialmente Biden, con un tono de Franklin Delano Roosevelt, se dedicó más a la política interna, y en términos de política exterior a tratar de promover ese internacionalismo liberal, más centrado en reconstruir alianzas. En ese caso, Cuba no tenía interés político ni estratégico, y también en lo interno se preocupó más por la cuestión política de la Florida, debido a que tiene una mayoría muy pequeña en ambas Cámaras.

En ese ínterin, la derecha cubanoamericana, que tiene gran experiencia y capacidad organizativa, avanzó y pudo colocar a esta administración en una situación en la que se le hace prácticamente imposible cumplir sus promesas de campaña. No quiere decir, como Zanetti preguntó, que quien decide la política hacia Cuba es Miami o Washington. En mi opinión, es una comunidad de intereses. No es tan difícil hacer que el gobierno de los Estados Unidos entienda los intereses de la élite cubanoamericana del sur de la Florida, que refleja, básicamente, muchos de los de la tradicional clase alta cubana, una clase subalterna a la dominación de los Estados Unidos en los primeros sesenta años de la República.

Gabriel Vignoli: Yo creo que la relación Cuba-Estados Unidos está montada en un momento de transformación mucho más radical: la crisis de la COVID-19. ¿Cuál es la geopolítica de la COVID-19 y cómo está cambiando el mundo y la manera de vivir en él? Una de las claves es que China, probablemente, va a superar a los Estados Unidos como la primera potencia mundial, ya no más en 2033 sino más bien en 2028. Eso implicaría un cambio estructural, sistémico, y eventualmente la crisis del modelo de Bretton-Woods de 1944, las esferas de influencia separadas, la visión de Guerra Fría, que va desde la OTAN hasta Trump, la arquitectura financiera global, el susodicho Washington Consensus, la ilusión del mundo unipolar liderado por los Estados Unidos del 91 al 2001, y una visión, una modernidad líquida basada en infraestructura mínima, fuerte tecnología digital y una redistribución asombrosa del capital hacia arriba, reforzada por la revolución digital.

¿Cuál es el reto? Este es un momento de crisis, pero la crisis también puede ser oportunidad; la etimología de la palabra es doble; médico: el paciente se cura o se muere; jurídico: el enjuiciado es liberado o encarcelado. Esta es una visión cortoplacista en el sentido de que mira lo que va a pasar ahora mismo. Esta puede ser la visión que tiene Cuba con la administración Biden; pero la visión de crisis como oportunidad tiene que mirar a cambios estructurales. La idea de nación se está rearticulando hoy, tanto en Cuba como en los Estados Unidos, a raíz de la crisis de la COVID-19, que es también una de las cosas que hace más difícil leer la política de cada país hacia el otro.

Creo que el poder en sí tiene dificultades hoy en día en ver cómo la nación se está rearticulando, y, por ende, para Cuba el objetivo debería ser, por un lado, hablar con el público de los Estados Unidos, y por el otro, intentar multilateralizar el diferendo Cuba-Estados Unidos lo más posible, incluir la mayoría de actores posibles, China, la Unión Europea, Latinoamérica, para articular el discurso sobre otras bases. En fin, ¿qué va en contra de la normalización? Creo que es la incapacidad de renovación.

La última provocación que dejo es mirar a elementos que no son directamente vinculados al diferendo Cuba-Estados Unidos, pero sí tienen mucha importancia. Me refiero, en particular, a la teoría monetaria moderna, que dice que los países que tienen una moneda global pueden comprar, pueden emitir moneda y comprar su propia deuda. A raíz de eso, los Estados Unidos han expandido sus programas de infraestructura social de manera brutal, desde el Care Act de Trump, de marzo de 2020, hasta la actualidad, se han gastado más de diez trillones de dólares. En total, 40% de los dólares en circulación en los Estados Unidos en 2020 habían sido emitidos ese mismo año. Eso implica que, para las grandes potencias, la clave económica ya no debería ser más la deuda externa sino más bien la inflación, que sí está creciendo en los Estados Unidos –estamos en 5% aproximadamente–, pero no está todavía a niveles preocupantes.

   ¿Cómo se relaciona Cuba con esto?, ¿cómo se relaciona con esto el reto de la inconvertibilidad del peso cubano, tanto interna cuanto externa?, ¿o el reto de que la MLC esté vinculada al dólar?, ¿cómo se pone Cuba frente al reto impuesto por la teoría monetaria moderna?

José Ramón Cabañas: Mis respetos a todos los panelistas, y también a las opiniones de aquellos que han intervenido. Todos se han referido a cuestiones medulares de la relación bilateral. Hay una variedad de temas a los cuales reaccionar, yo propondría que tengamos otro “Jueves” para referirnos a estas cuestiones.

Me gustaría simplemente referirme a un grupo de temas tendenciales y no coyunturales. Creo que, movidos por el significado de los cuatro años de Trump, y los acontecimientos de los últimos meses, tanto en los Estados Unidos como en Cuba, estamos todavía entre el humo que distorsiona las tendencias que vienen sucediendo en la historia y no estamos, quizás, dándole todo el valor que tienen a las cosas que se construyeron antes.

Tengo una pregunta directamente del profesor Alzugaray, en cuanto al tiempo de negociación. Creo que hubo críticas en ambos extremos, o sea, los que consideraron que se hicieron muchas cosas y los que consideraron que se hicieron pocas. Es un antecedente que hay que tener en cuenta, no solo la negociación y el resultado. Fueron veintidós memorándums en áreas de sumo interés para ambos países, y que son la base de la negociación o el tipo de relación que se quiera construir en un futuro, si se va a hacer desde el punto de vista constructivo; pero también es importante que analicemos cómo llegamos a los anuncios del 17 de diciembre, hechos por los respectivos países, cuál era el contexto en la región, por qué los Estados Unidos estaban aislados en la región –escenario que se puede volver a producir–, los cambios fundamentados en estadísticas anuales entre los cubanoamericanos. Las distorsiones que ocurrieron bajo la época de Trump tienen sus explicaciones, pero eso no quita del medio procesos que se dieron profundamente en la masa de emigrados.

A nivel de intereses de negocios hay una gran diversidad. Aquí aprovecho para decir que sería un gran error pensar que, en aquellos momentos, hubo una política hacia Cuba con un carácter partidista, y que lo que avanzó fue un enfoque demócrata de la potencial relación con Cuba. Era una política de acercamiento con un respaldo bipartidista. En el Congreso había un grupo de trabajo sobre Cuba compuesto por congresistas de ambos partidos y de los grupos económicos más importantes. Si hablamos de la agricultura, de compañías aéreas, de los principales puertos del sur de los Estados Unidos y las principales compañías de cruceros, todos mueven financiamientos importantes en el Partido Republicano de cara a las elecciones. Esencialmente había una comprensión en la clase política de los Estados Unidos de que la política de bloqueo hacia Cuba era un fracaso, y de que con ella se aislaba a los Estados Unidos, no a Cuba. Releamos el discurso de Samantha Powell, en la votación de la resolución contra bloqueo de 2016, que justifica el voto de abstención de los Estados Unidos.

El profesor Vignoli se refiere al tema de hablar consigo mismo antes de hablar con el otro. Los Estados Unidos se harían un gran beneficio si hablaran consigo mismo como sociedad antes de hablar con Cuba. Él mencionaba la oportunidad que se ofrece de hablar con varios sectores dentro de los Estados Unidos.

Se habló también aquí de la importancia de la Florida, de la significación de Miami, pero hay que tener en cuenta, por ejemplo, que hay treinta y dos ciudades norteamericanas que han aprobado en sus comisiones –o sea, no es una decisión del alcalde ni mucho menos–, resoluciones para acercarse a Cuba y establecer algún tipo de cooperación, sobre todo en el área de la salud. Yo decía que posiblemente Cuba cuenta con uno de los mayores movimientos de solidaridad en los Estados Unidos, y hay un sinfín de temas que van desde religiosos, culturales, académicos, donde el intercambio se ha potenciado.

Creo que, efectivamente, hay que pensar en cómo se mueve el mundo hoy, si habrá un mundo pospandemia o uno que convivirá con ella por muchos años, pero en la construcción de ese escenario hay que tener en cuenta procesos sólidos que nos llevaron a un espacio de negociación que a nuestra manera de ver fue útil, fue fructífero.

Aquí se mencionaba, creo que era Rafael, el interés nacional de los Estados Unidos. Habría que definir si la política que se desdobló con Trump hacia Cuba, y que recibe Biden y la ha continuado, está en el mejor interés de los Estados Unidos o no.

Yo creo que todas estas son las claves a la hora de hablar de un proceso negociador que sucedió –no voy a entrar en la semántica, si es de normalización o no–, y lo que puede arrojar hacia el futuro también. Sin dudas, para cualquier escenario futuro de negociación habrá que tener en cuenta el tema legislativo. Hay que hacerse la gran pregunta de hasta dónde es sostenible una relación constructiva, en algunos temas al menos, entre Cuba y los Estados Unidos, mientras la Ley Helms-Burton esté vigente.

 

Rafael Hernández: Muchísimas gracias nuevamente a todos, en particular a nuestros panelistas. El objeto de este panel ha sido analizar los factores sobre un régimen de relación alternativo entre los dos lados. Este panel ha argumentado que sí existen intereses comunes. Si retomar o reencaminar la satisfacción de esos intereses es posible o no, ha sido precisamente el objeto de este debate y de las reflexiones que ha suscitado, a eso le hemos llamado regresar al proceso de normalización, aunque la historia nos enseña que, como decía Heráclito, no se puede descender dos veces al mismo río. Estas dos horas las hemos dedicado a entender la corriente de ese río, sin dejar que las turbulencias y los rápidos que tiene nos encandilen. En un momento como este, transmitir visiones y reflexiones de ambos lados, como han hecho los panelistas y sus comentaristas, constituye una contribución a un diálogo y a una convivencia, y a elegir la vía del entendimiento y de la paz como vehículo para la construcción de un mundo diferente.


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