Unas palabras por el amigo que parte


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Ha partido uno de los grandes de la historiografía cubana. Grande entre los grandes. Trabé relación profesional con César García del Pino hace unos treinta años en la Biblioteca Nacional José Martí, donde yo trabajaba entonces. Lo admiré desde el primer instante por su sencillez y don de gentes, pues ya conocía algunos de sus trabajos, realmente joyas de los estudios sobre nuestra historia pasada. Pero no hay nada que supla el contacto humano, la conversación entre las personas. Nació entonces una amistad entre los amplios salones de la noble entidad que nos recibe con el vitral de ojos minervinos.

Nos veíamos posteriormente cada 10 de octubre (o en fechas muy próximas) en los actos que por la insigne fecha organiza cada año Eusebio Leal en la Plaza de Armas, justo al pie de la estatua de su admirado Carlos Manuel de Céspedes. Hablábamos siempre sobre cualquier temática de la historia. Era un erudito.

Tuve la suerte de integrar el jurado que le otorgó en 2012 el Premio Nacional de Ciencias Sociales y lo visité por esos días en su casa, un escenario propicio para la modestia que lo caracterizó. Debía elaborar el elogio correspondiente para sr leído en la feria del libro de 2013, en el acto de entrega del premio, y fui por algunas preguntas que necesitaba hacerle. Redacté ese texto con la preocupación de huir de los lugares comunes que en ese tipo de texto acechan a cada momento. No tengo la menor idea de si salí bien del entuerto, pero al menos sí tengo conciencia de haber escrito aquellas palabras desde el respeto y la sinceridad. Creo que de ellas emergió la imagen de César García del Pino como el humanista que era y es condición probada a lo largo de una existencia dedicada con pasión a la investigación, con una rigurosidad y honestidad intelectual jamás desmentidas.

Releo algunos de aquellos apuntes (que tanto le agradaron al sencillo hombre que fue César). Sus inicios en la arqueología, a la edad de veinte años, lo llevaron a explorar, de conjunto con Antonio Núñez Jiménez y otros destacados espeleólogos, las Furnias de San Diego de los Baños, la Cueva de la Chaveta y otros túneles y cavernas del río San Diego o Caiguanabo en la Sierra de los Órganos. Su primera participación en los Congresos Nacionales de Historia, los que después frecuentaría, lo hizo a partir de sus experiencias arqueológicas en Vuelta Abajo. Contaba entonces con solo veinticinco años de edad.

Mantuvo por todos esos años sus indagaciones espeleológicas, así como llevó paralelamente los estudios teóricos de estas disciplinas hasta que un hallazgo de mucha importancia, el fémur fósil de un almiquí gigante en el Abra de Andrés, en la Sierra del Rosario, en 1959, le hizo sobresalir en su medio. Continuó en estas investigaciones hasta que, poco después, dirigiendo las excavaciones, descubrió los restos de treinta y cuatro aborígenes en un entierro ceremonial, otro hallazgo de mucha importancia.

Su temprana relevancia en estas lides le posibilitó integrar, apenas arribando a los treintas de edad, la delegación cubana al XVI Período de Sesiones de la Asamblea General de la ONU, como asesor histórico. Eran los años iniciales de la revolución y César García del Pino dedicó un trienio a estudiar la licenciatura en diplomacia, un paréntesis del que derivaría hacia otros nortes del saber. A finales de la década de los sesenta comenzó a trabajar en el departamento Colección Cubana (hoy Sala Cubana) de la BNJM. Se abrió así para García del Pino una nueva etapa en la gestación de conocimientos y la redirección de sus investigaciones: lo historiográfico, tan próximo a la arqueología, comenzó a ser el centro de sus obsesiones.

Visitó Gran Bretaña, Francia y España ensanchando la mirada y asimilando nuevas experiencias académicas e intelectuales. Su estancia en el Archivo de Indias no pudo ser más fructífera, pues dos importantes volúmenes salieron de estos trabajos y búsquedas. A partir de la década de los setenta se hace prácticamente imposible abarcar el conjunto de eventos científicos, jurados, congresos, ponencias, cursos de postgrado impartidos, ensayos y artículos de investigación que García del Pino acumuló de manera sostenida.

A manera de síntesis temática, y con el fin deliberado de escapar de la letanía curricular, mencionaré los tópicos, solo algunos, sobre los que hizo valer su talento y voluntad investigativa:

 

  • La historia naval de Cuba en los siglos XVII y XVIII; las expediciones de los patriotas independentistas cubanos durante las guerras de independencia; la vida de importantes figuras de nuestra historia como Pedro Agustín Morell de Santa Cruz, Carlos Manuel de Céspedes, José Martí, Vicente García, Luis de la Maza Arredondo, Leoncio Prado, José Maceo y Carlos García, entre otros; el arribo de los primeros pobladores europeos a Cuba; los inicios y pormenores de la Guerra de los Diez Años (en particular su desarrollo en la provincia habanera); la publicación y análisis de viejos documentos; el Atlas Arqueológico Nacional; la metodología de la investigación en archivos y la  arqueología histórica del Caribe y de la Habana Vieja

 

En muchos de estos temas, es cosa harto sabida en el gremio de los historiadores, no se puede escribir historia sin tomar en consideración los aportes de García del Pino, tal es el impacto e importancia de sus intervenciones. Sus libros y folletos llegan a la veintena, algunos de ellos escritos en colaboración con la compañera en su vida, la destacada investigadora Alicia Melis Cappa. La producción de sus artículos rebasa los dos centenares, publicados en revistas, catálogos, anuarios, periódicos y memorias de congresos. 

La ya desaparecida bibliógrafa Josefina García Carranza publicó en el número 1 de 2002 de la Revista de la BNJM la bibliografía de nuestro autor que ya contaba para ese entonces con más de trescientos asientos, solamente en la activa; resulta pues significativa la ausencia de bibliografía pasiva, toca por lo tanto a los historiadores más jóvenes ocuparse del legado de nuestro autor. Del 2002 hasta el presente, García del Pino ha seguido publicando ininterrumpidamente sus acuciosos trabajos como resultado de una fertilidad y lucidez intelectuales que se mantuvieron vitales y despiertas hasta casi los cien años de existencia.

Araceli García Carranza, nuestra principal bibliógrafa y compañera de trabajo de García del Pino por muchos años en la BNJM, me refirió que el rasgo que recuerda con más agrado de su antiguo colega es su nunca desmentida caballerosidad, el buen trato que dispensó siempre a todas las personas y en particular a las damas. Un toque de elegancia versallesca de García del Pino que lo acompañó siempre, genio y figura hasta el final

César García del Pino, fue uno de nuestros más rigurosos investigadores en el escenario científico y cultural del país, de obra sólida, vasta y diversa que ha resistido el paso del tiempo y que se valora como cardinal en algunos tópicos de nuestra historiografía; sus aportes se dan en temas que van de lo local a lo nacional, de los que saltó nuestro autor hacia lo universal, aunque ha sido la historia de Cuba su pasión mayor.

Es una obra que comenzó por el interés de las eras pasadas con sus indagaciones arqueológicas y concluyó en el presente de nuestra historia dibujando una enorme parábola dentro del conocimiento científico; en ese itinerario cubrió una multiplicidad tal de intereses que solo es consustancial al humanista, al erudito, casi al sabio.

De aquel fémur del almiquí gigante de épocas remotas, descubierto un día afortunado, a las zonas de la historia iluminadas por su tesón y voluntad investigativa, se desplegó una curiosidad que se movió desde el resto fósil a lo más latente y convulso de la historia humana, del viaje marítimo como expresión de la ambición y voracidad terrenal del hombre, al examen de las vidas particulares de personalidades extraordinarias de la historia de nuestro país.

Si la historia es, en esencia, devolver críticamente a la sociedad aquel devenir que el tiempo y la manipulación de los poderes han escamoteado, y ello solo es posible interrogando los documentos viejos y examinando los hechos desprejuiciadamente, si la historia, más que su memoria, es su crítica, podemos concluir que estamos ante un investigador de la Historia digno de ser atendido por su rigor y honestidad.

El tiempo que invirtió en sus libros y ensayos es poca cosa comparada con la recompensa del vértigo en que su espíritu se sumergió para escribirlos. Para García del Pino fue esencial sentir la emoción incomparable de hallar la hipótesis confirmada y el placer inefable de la entrega del aliento y el saber al investigador inexperto. Para el eminente historiador fue una certeza probada que todo esfuerzo o adversidad resultan menores al lado de la enorme satisfacción personal que provee la conciencia de que se ha gestado un conocimiento nuevo.

Finalicé aquel elogio con estas palabras: “Apreciado amigo, usted se ha movido con soltura desde una mística de lo inanimado a la erudición historiográfica, sin perder en ese trayecto la esencial inmersión en la naturaleza de los hombres enfrentados a sus circunstancias. Sus ojos y su mente han estado permanentemente al servicio del descubrimiento infinito del mundo, algo así como la certidumbre ética de que nada de este universo puede resultarle extraño al ser humano y que todo dato o fenómeno social, por ínfimo que parezca, podrá servirle en su afán infinito de construcción de conocimientos, como debiera ser el credo de cualquier hombre de ciencia. Todo esto que he apuntado hasta aquí es lo que significa alcanzar la condición de maestro. ¡Enhorabuena maestro!”

Hoy corresponde despedirlo y lo hago con la satisfacción de saber que se marchó con todo el reconocimiento de su gremio y de su pueblo

La Habana, 18 de febrero de 2013 - 4 de marzo de 2020.


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