Una figura fundacional y poco conocida de la cultura cubana


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Incontables son las mujeres que durante las últimas centurias han contribuido al fomento y consolidación de la cultura nacional. Unas han sido justamente reconocidas, otras, sin embargo, han quedado prácticamente en el anonimato, como es el caso de una extraordinaria fémina, la primera de su sexo en ejercer los oficios de periodismo y tipografía en Cuba, quien llevó por nombre Domitila García de Coronado (Camagüey, 7 de mayo de 1847-La Habana, 18 de septiembre de 1937), cuyas vida y obra debieran ser registradas y estudiadas mejor por las nuevas generaciones.

La infancia de Domitila transcurrió en un modesto hogar de la ciudad de Puerto Príncipe (hoy Camagüey), donde sus padres se encargaron de sus primeras enseñanzas, sobre todo su progenitor, Rafael García, destacado periodista e impresor con ideas progresistas, quien en el año 1859 se trasladó con su familia para Manzanillo, donde adquirió una pequeña imprenta en la que publicaba el periódico La Antorcha, entre cuyos principales editores estaban los connotados patriotas independentistas Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria, y el prestigioso ensayista, periodista, diplomático y animador cultural Rafael María Merchán.

Siendo una adolescente de apenas 13 años de edad, igualmente crecida bajo el fragor de los caracteres, los rodillos y la gruesa tinta, e imbuida además por el interés de ejercer el periodismo y seguir los pasos del padre, la inquieta muchacha comenzó a hacer sus primeras notas de prensa en aquel sencillo periódico, igualmente comprometido con la lucha por la independencia nacional, en tanto cada vez se desempeñaba de forma más diestra en la composición tipográfica, en la que adquirió una sorprendente rapidez como cajista en la manipulación de los componedores (instrumento generalmente de madera utilizado para armar los moldes de textos que se iban a imprimir), al punto de que le fue asignada la responsabilidad de montar las letras que conformaron las primeras proclamas en que Céspedes incitaba a los cubanos a librarse del yugo colonial español.

En los primeros meses de 1865, el padre de Domitila trasladó su periódico hacia la prospera ciudad de Puerto Príncipe, donde vio la luz durante un año aproximadamente. Poco después, hacia finales del siguiente año, la apasionada joven fundó la revista El Céfiro, con una periodicidad semanal, empresa en la que contó con el apoyo de los noveles poetas camagüeyanos Sofía Estévez y Valdés y Emilio Peyrellade. Tenía entonces 19 años de edad y alcanzó otra importante referencia dentro del periodismo insular: la de ser la primera fémina en crear una publicación periódica en Cuba.

En la revista, de corte literario y costumbrista, los tres entusiastas jóvenes reflejaban situaciones y acontecimientos sobre la vida social en la ciudad, además de poesías y algunas reseñas de espectáculos culturales. Corrían los tiempos en que Ignacio Agramonte y Loynaz, un gallardo y valiente joven camagüeyano, se iniciaba como abogado, luego de obtener el Doctorado en Derecho en la Universidad de La Habana, carrera que primero desempeñó en la capital para posteriormente, a mediados de 1868, ejercerla en Puerto Príncipe, donde ese mismo año contrajo matrimonio con una culta principeña: Amalia Simoni Argilagos.

Domitila, identificada con las ideas nacionalistas de Agramonte, igualmente reflejó en el semanario, como redactora principal, sus inquietudes patrióticas. La consistencia de su labor, gracias a su excelente formación gramatical y técnica, consolidada en sus funciones como tipógrafa, hicieron posible que El Céfiro trascendiera a todo el país, como una variada y seria reseña del acontecer cultural, histórico y social de la localidad y también del resto de la ínsula. Sin embargo, solo vio la luz hasta noviembre de 1868.

Ya en esa época la Revolución liderada por Céspedes, conmocionaba a toda la nación luego de que el 10 de octubre de 1868 el Padre de la Patria iniciara la primera de nuestras guerras por la independencia. Domitila tenía entonces 21 años de edad cuando se le encomendó componer, en la imprenta de su padre, el Manifiesto de la Junta Revolucionaria de la Isla de Cuba, redactado por Céspedes. Poco después publicó su novela Los enemigos íntimos.

Su condición de mujer culta y revolucionaria volvió a serle útil a la Patria cuando la Junta de Conspiradores ―que combatía al colonialismo español― igualmente le confió la revisión e impresión de las proclamas y las circulares que se enviaban al extranjero como propaganda política a favor de la lucha independentista.

Perseguido y amenazado por sus actividades políticas en contra del régimen colonial español, su padre se vio precisado a trasladarse a La Habana, donde la también devenida escritora publicó la primera antología realizada en Cuba: el Álbum poético fotográfico de escritoras y poetisas cubanas, obra que dedicó a una de las grandes escritoras, coterránea suya: Gertrudis Gómez de Avellaneda.

Radicada en la capital colaboró —junto con Enrique José Varona  y Juana Borrero, entre otros reconocidos intelectuales—  en el periódico científico, artístico, literario, de modas, actualidades y anuncios, El Eco de las Damas, en el que se publicaban breves cuentos, poesías, pequeñas prosas y otros trabajos, dedicados fundamentalmente a la mujer, además de crónicas de espectáculos, entre ellos los teatrales.

Sus redactores principales, Mariano Benítez Veguillas y Benjamín Estrada y Morales Estrada, aclaraban en el primer número del 4 de octubre de 1891, que “el objeto de la publicación va implícito en el título de la misma”. El segundo de ellos apuntaba que “El Eco de las Damas se propone llenar esta digna misión: ilustrar, instruir, educar y proporcionar solaz y agradable entretenimiento al bello sexo, para quien ex profeso se escribe”. El último ejemplar revisado corresponde al 4 de junio de 1893.

Domitila también escribió para la revista El Eco de Cuba, de ciencias, filosofía y letras, el cual se había fundado el 15 de septiembre de 1886, bajo la dirección de José María Céspedes y el médico y periodista Tiburcio Castañeda, cuyos propósitos eran “más modestos: venimos a contribuir con nuestro esfuerzo al movimiento general y a poner también nuestra piedra en el edificio de la cultura cubana”,  nota debida a la cantidad de periódicos y revistas que circulaban en La Habana y en las que se dedicaban notables espacios al arte y la literatura.

En sus páginas, la destacada periodista y escritora compartió espacios junto con figuras de la talla de Benjamín de Céspedes y Pablo Desvernine (pianista y compositor), entre otros. El periódico cerró en el año 1888.

En 1870, a riesgo de su vida, fundó el periódico independentista Laborante, el cual fue prontamente prohibido por el gobierno colonial español. 

Poco después se publicó su libro Consejos y consuelos de una madre a su hija, el, cual fue premiado en varios eventos literarios y que recibió medalla de bronce en la Exposición Universal de París; y posteriormente, en 1888, se imprimió su texto biográfico sobre el connotado médico Tomás Romay, el primer higienista e iniciador de la ciencia médica en Cuba.

Asimismo, fue secretaria de la Junta Patriótica de La Habana. A su incansable batallar para alcanzar tal fin, se debe la corona de bronce dorado que fue colocada en la estatua de El Mayor Ignacio Agramonte, en el céntrico parque que lleva su nombre en Camagüey.

Durante los siguientes años continuó colaborando con algunos de los principales periódicos y revistas de la capital, así como de otras provincias y del exterior, fundamentalmente de España. En 1872 contrajo matrimonio con el profesor de idiomas Nicolás Coronado Piloña, quien le apoyo en estas faenas.

Una década después, con el afán de dar riendas sueltas a su vocación como pedagoga, en 1882, fundó en La Habana el colegio privado Nuestra Señora de los Ángeles, destinado a los niños pobres y huérfanos. Allí contó con una imprenta que le permitió mantenerse en activo en su primer gran oficio como tipógrafa, en tanto amaba a los alumnos a los que sirvió de maestra —junto con su esposo— durante varios años, avalada por una fértil preparación académica y cultural consolidada mediante sus lecturas e investigaciones. Es considerada decana de las maestras de instrucción superior.

Su amplia producción literaria se recoge en infinidad de artículos, escritos (en prosa y en verso), y libros, muchos de ellos especialmente dedicados a la mujer; en tanto su obra periodística y su desempeño como educadora la avalan como una de las figuras más relevantes de la intelectualidad insular. Sin embargo, a los 90 años de edad, en la mayor pobreza, partió de este mundo en total anonimato.

 “...Al pisar mis compatriotas la tierra que cubre mis despojos, digan enternecidos: Dignificó a la mujer en general y erigió pedestales a las cubanas que yacían en el olvido...”; así expresó, poco antes de morir quien legó extraordinarios aportes a la cultura nacional, registrados en poesía, narrativa, edición, pedagogía, periodismo y en el oficio de tipógrafa.


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