Un Catauro lleno de alimentos para todos los gustos


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Ningún lugar mejor para presentar el sabroso número 35 de Catauro que un restaurant y si este es un típico ranchón criollo pues mejor aún. Es una acertada elección de la dirección de la revista, sobre todo si habrá algo que yantar y beber al final.

El camino para llegar a calificar de “sabroso” este número de Catauro es largo, por lo que trataré, en mérito al espacio en el que nos encontramos, de ser lo más sintético posible en mis comentarios. Debo decir al inicio de mis palabras que no soy antropólogo, pero los que escribimos versos, creo, lo somos en alguna medida. Así que por favor me disculpan cualquier error de desconocimiento. Entremos en materia.

Los principales críticos literarios del continente (léase Roberto Fernández Retamar, Ángel Rama, Emir Rodríguez Monegal, Cintio Vitier, entre otros) fueron coincidentes en afirmar que la historia de la literatura de esta región del mundo no se podía escribir sin tomar en cuenta el aporte hecho por las revistas especializadas. Cierto de toda certidumbre. Otro tanto se puede afirmar, es mi apostilla, sobre el desarrollo de las ciencias sociales y el determinante papel jugado por las revistas que divulgan los conocimientos humanísticos. La revista Catauro, que está cumpliendo por estos días sus veinte años de existencia, ha examinado los plurales temas de la antropología en nuestra sociedad y cultura con un elevado nivel científico y profesional. Creo que casi ninguna arista de la sociedad cubana, de los hombres y mujeres que la habitamos y de su cultura, por no decir ninguna, se ha escapado a su poliédrica mirada. Durante dos décadas los saberes antropológicos, etnológicos y del folklore y la cultura popular de la nación han sido desplegados con acierto en sus páginas.

El presente número (correspondiente al primer semestre de 2017) tiene a lo gastronómico como centro y pivote de sus contenidos. Me gustaría hacer una introducción general antes de pasar a lo particular.

Lo que hay de arte en la gastronomía entierra sus raíces en la función poética de los mitos de las cultura ancestrales o primitivas. Desde Claude Levi-Strauss en su libro Lo Cocido y lo Crudo, amén de otros de sus sustanciosos libros, algunos de esos mitos originales fueron interpretados en Occidente como metáforas culinarias y la cocina, a su vez, concebida como un mito, o mejor aún, como metáfora de la cultura, tal como advirtió Octavio Paz en su memorable estudio sobre la obra del eminente antropólogo francés. El verdadero tema de esos mitos es la oposición entre cultura y naturaleza y dicha oposición se expresa en una creación humana por excelencia: la cocina de los alimentos por el fuego previamente domesticado. Prometeo y la comida. De algún modo, esa añeja interpretación conduce a la mediación elemental entre vida y muerte, que es lo que en realidad significan. Por lo tanto, el tema de la alimentación nos lleva derecho al centro de la reflexión antropológica: el lugar del hombre en la naturaleza. Así, la cocina emerge de este epicentro como una operación esencial y cultural del espíritu humano.

Dicho esto, que me pareció útil antes de entrar de lleno en el número de la revista, comentaré la sección principal, “Contrapunteos”, la que comienza con un muy interesante ensayo del investigador Pablo Rodríguez Ruiz sobre las condiciones del consumo alimentario y la cultura del trabajo en Cuba, haciendo énfasis en la etapa posterior a 1959, pero con una introducción histórica que coloca al lector en la mejor posición para el análisis de su tema. Este documentado estudio, graficado y con numerosas referencias bibliográficas, examina desde la sociología y lo historiográfico una cuestión clave dentro de la temática alimenticia, la relación entre producción-distribución-consumo. Se analiza con objetividad el daño que hizo la centralización del modelo impuesto y habría que añadir, entre los aspectos negativos, el fuerte voluntarismo que signó los denominados planes especiales en la década de los sesenta. Examina también el innegable daño que ha causado a lo largo del tiempo (un tiempo muy largo) el conflicto con los Estados Unidos, así como la extrema situación creada a inicios de los noventa con la desaparición del llamado campo socialista y la URSS en la economía insular, dando comienzo al denominado Período Especial del que no salimos todavía. El riguroso texto concluye examinando las características negativas que la dependencia del mercado externo ha planteado a nuestra economía en sentido general y a la producción alimentaria en particular. Me parece muy atinado que el excelente ensayo de Rodríguez abra el dossier de los contrapunteos.

Le siguen otros cinco trabajos de suma importancia dentro del gran tema de la alimentación cubana: el de Adrián Fundora García sobre la libreta de abastecimientos desde una perspectiva antropológica; el de Giselle Lobaina Fernández Rubio acerca de las vulnerabilidades del sistema agroalimentario del país; el del equipo de investigadores del Instituto Cubano de Antropología, del CITMA, integrado por Estrella González Noriega, Giselle Lobaina, Beatriz García Machado y Yuliet Arcis Balmori, consistente en apuntes para una caracterización antropológica del sistema alimentario cubano; el texto de interpretación a la obra de Fernando Ortiz considerando a la gastronomía como factor de la nacionalidad, de la autoría de Jorge Méndez Rodríguez-Arencibia y el último, un análisis de Manuel Calviño sobre los sentidos de desarrollo y prosperidad entre los cubanos del presente. Todos estos textos configuran, junto al de Pablo Rodríguez, un entramado de agudos juicios que atraviesan a lo largo y ancho la problemática de la alimentación en la isla. Todos son análisis rigurosos, críticos, fundamentados, con múltiples referencias hemerográficas y bibliográficas y todos, sin excepción, sobresalen por la objetividad y penetración de sus miradas.

El trabajo de Calviño me hizo reflexionar mucho acerca de algunas de las ideas expresadas y otras sugeridas. Es un texto singular, original y atrevido en algunos de sus juicios, como deben ser nuestras ciencias sociales en cualquiera de sus disciplinas. Sentí muy cerca la parábola nuestra que viene de un pensamiento y una práctica utópicos hasta la jungla real de nuestros tiempos, y en ese itinerario es significativo cómo aún prevalecen discursos que no tienen mucho asiento en las realidades objetivas del país y del contexto internacional. Salir de la cúpula de cristal en la que estuvimos protegidos o guardados durante décadas para caer en la turbulenta realidad internacional del presente ha sido un choque muy traumático del que no se reponen todavía miles de compatriotas. La perspectiva del sicólogo Calviño marca este análisis que me pareció sumamente interesante y provocador al debatir sobre las diferencias de ser exitoso entre el presente y cuando estábamos dentro de la urna, así como otros tópicos de nuestra compleja actualidad y su incidencia en la sicología de los ciudadanos. Y es que el paso de la sociedad basada en los méritos sociales y políticos a la sociedad en la que el dinero juega el papel fundamental, es un tránsito difícil de digerir para las personas de más edad, educadas en los principios morales de un esquema que se vino abajo desde finales de los ochenta del pasado siglo. Me pareció que el asunto cardinal de la pobreza debió tener un espacio mayor en el texto de Calviño, aunque él lo menciona al final cuando se refiere al polémico asunto de los denominados “nuevos ricos”. Los temas de la prosperidad y el desarrollo, cuando se analizan desde las condiciones de la pobreza, pueden resultar más nítidos o, en su defecto, enrarecidos, porque es muy difícil prosperar desde la condición de pobre sin una economía que sirva de escenario estimulante. La sociedad que hoy se está definiendo en Cuba es radicalmente diferente a la soñada en los años sesenta del pasado siglo y esa diferencia exige conceptualizaciones y argumentaciones sobre el curso y destino actuales que, al parecer, nadie está capacitado o dispuesto a ofrecer.

Digo esto porque a pesar de que la pobreza y la desigualdad social son temas que comienzan a ser investigados con mayor fuerza, sobre todo en los últimos años, siguen siendo aspectos vinculantes con los propósitos de la sicología, la sociología y la antropología y que merecen mayor atención. En tal sentido, sugiero al equipo de la revista algún número futuro en el que el núcleo duro de sus contenidos sea el análisis de dicho tema. Mayra Espina, Omar Everleny, Rosa María Voghón, entre otros investigadores del patio, y Carmelo Mesa Lago fuera de las fronteras, han trabajado el tema con asiduidad y rigor desde la sociología y la economía, pero el enfoque desde la antropología pudiera y debiera ser sumamente interesante.

En la sección “Imaginario”, se le rinde un merecido homenaje a la maestra de las maestras en la comunicación gastronómica, Nitza Villapol. Ella tuvo en el aire su programa desde julio de 1951 hasta 1993, es decir 42 años y medio, una proeza que ni la mediática Julia Child pudo exhibir, amén de que los programas, a partir de la caída del país en el denominado Período Especial, no tienen parangón en ninguna televisión del mundo, pues el nivel de imaginación y creatividad desplegado por ella para crear recetas en aquellas paupérrimas condiciones es algo sencillamente extraordinario. Los trabajos de Jorge Méndez Rodríguez-Arencibia, biográfico y completo en el dibujo de Nitza y de Adrián Fundora García enfatizando en el célebre libro de recetas de cocina de Nitza y todas sus reediciones, así como en su impacto entre los lectores cubanos, son textos muy ilustrativos de la inolvidable cocinera y comunicadora.

Dos trabajos cierran esta sección de la revista, uno sobre las artes culinarias en el complejo festivo cubano de la investigadora Virtudes Feliú y otro de un trío de investigadores encabezado por el sociólogo Armando Rangel e integrado además por Vanessa Vázquez Sánchez y Merlys de la Caridad Donald Marrero, sobre el cultivo y distribución del maní, al que se le denomina patrimonio industrial nuestro, pero investigado en La Salud, provincia Mayabeque. Como ustedes notarán hasta este punto de mi lectura de la revista, he tenido que ser sumamente sintético para no caer en una letanía insoportable para ustedes.

La revista tiene otras secciones como “Archivos del Folklore” en la que se desempolvan textos y fragmentos de textos de Fernando Ortíz, Reneé Méndez Capote, Francisco Ichazo, Cirilo Villaverde y Nicolás Guillén, que sirven de ameno y delicioso complemento literario a las rigurosas investigaciones analizadas hasta aquí.

Las secciones “Homenajes”, “Desde L y 27” y “Ex Libris”, dan cuenta de otros tópicos del quehacer normal de la publicación y que, al no tener una relación directa con el tema de la alimentación, pues los pasaré por alto, pero son igualmente interesantes y forman parte del perfil y el carácter de Catauro.

La cubierta de la revista está muy a tono con su contenido, representa un artefacto navegador del artista Alexei Álvarez Valmaña en el que se aprecia una rara nave que tiene una olla por casco y un tamal por velamen. Con una nave así se puede surcar todos los embrujos de la gastronomía.

Volví a experimentar la convicción de que la única forma existente de leer una revista completamente, es decir, desde la primera a la última página, es cuando se cumple la tarea de presentador. Sin embargo, debo expresar que en esta ocasión la obligatoriedad la he disfrutado a plenitud.

Resumiendo, la visión integral, cocida (puede ser con c o con s), sesgada y a la vez completa, que se ofrece en este número 35 sobre lo culinario y la cocina cubana, nos remite con inteligencia y mezcla de saberes a la conclusión de que estamos en presencia de un tema netamente cultural como afirmamos al inicio.

Catauro se inauguró hace dos décadas justamente y a mi modesto juicio ha cumplido sobradamente con los presupuestos por los que fue gestada. Si volvemos al editorial que Miguel Barnet escribió para su número Cero en 1999, apreciaremos que el riesgo o los riesgos de publicar una revista de antropología fueron asumidos y vencidos y que el resultado cultural y científico ha sido más que satisfactorio. En efecto, se creó un espacio, una alforja o catauro, en el que se desplegó y difundió el saber antropológico, el folklore, el imaginario social y el estudio de la cultura popular dentro de las ciencias sociales cubanas. Felicitaciones por este número y por los treinta y cuatro anteriores. Esperemos ahora por los venideros. 

 

* Palabras del autor en ocasión de la presentación oficial del número 35 de la revista Catauro.

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