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“Todo lo que tengo y tendré es lo que sé”


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Luisa Campuzano, Premio Nacional de Investigación Cultural 2014. Foto: Yander Zamora.

Una existencia felizmente marcada por los libros y las letras es sin dudas la de la Dra. Luisa Cam­pu­zano Sentí, profesora de Latín y Literatura durante 35 años en la Uni­versidad de La Habana, directora del Programa de Estudios de la Mujer —que fundara hace más de dos dé­cadas en la Casa de las Américas— y  de la revista Revo­lución y Cultura.

Protagonista de un recorrido intelectual que aun cuando ha pasado por  “muchas bifurcaciones, meandros, desvíos”, tiene como eje central la cultura cubana, Campuzano aca­ba de merecer el Premio Nacional de Investigación Cultural 2014, por la Obra de toda la Vida, que otorga el Ins­tituto Cubano de Investigación Cultural Juan Mari­nello. A propósito de este reconocimiento, la doctora ac­cedió a conversar vía correo electrónico con Granma, para dejarnos sus referencias en torno a  algunos de sus rumbos profesionales.

“Mi interés fundamental es Cu­ba.  Comencé a trabajar muy temprano en el Consejo Nacional de Cul­­tu­ra, como secretaria de Roberto Fer­nández Retamar, quien había sido mi profesor en el colegio.  Fue en 1961, tenía 18 años, todo era nuevo: acababa de triunfar la Revolución. Allí conocí desde Lezama hasta a Carpentier, pasando por Servan­do Cabrera Moreno, Graziella Pogolo­tti, Ricardo Porro, José Ardévol, Mirta Aguirre… En el 64 ingresé en la universidad.  Soy de la gente que es­tudió y trabajó durante toda la carrera: nada de becas.  En el 64 pa­sé a la Colección cubana de la Biblioteca Na­cional co­mo auxiliar de investigación de Juan Pérez de la Riva, uno de nuestros ma­yores sabios, y secretaria de re­dacción de la Revista de la Bi­blio­teca Nacional.  Allí cursé, sin clases, solo entre manuscritos, libros, re­­vistas, mapas, grabados, fotos, to­do el siglo XIX cubano, en sus más disímiles manifestaciones, y conocí y me be­neficié de la generosidad de grandes investigadores empleados o asiduos de Colección cubana, como Cintio Vitier, Fina García Marruz, Ro­­berto Friol, Zoila Lapique, Ma­nuel More­no Fraginals. Digamos que tuve mu­cha suerte y que todo eso me llenó de saberes y curiosidades a una edad en que esas marcas quedan para siempre”.

¿Qué le han tributado estos em­peños como profesional?

Todo lo que tengo y tendré mientras conserve mis pequeñas cé­lulas grises es lo que he podido apre­n­der, investigar, escribir: lo que sé.  He cosechado grandes recompensas: pu­­blicaciones, premios, reco­no­ci­mi­en­tos, invitaciones a enseñar, a participar en congresos…  Pero lo más im­portante para mí ha sido el respeto, la comprensión y la admiración por mi trabajo que siempre me ha demostrado mi hija, y la amistad y colaboración de mis maestros, de mis colegas, de mis alumnos…

También la Fundación Alejo Carpentier cuenta con la  meritoria contribución de sus saberes…

Hace muchos años, desde 1981, trabajo la obra de Alejo Carpentier.  He escrito, compilado y coordinado libros sobre su obra.  Creo que he pu­blicado unos 30 ensayos sobre ella. En el 2008, al rearmarse la Fun­da­ción Alejo Carpentier, Graziella Po­go­lotti me invitó a ser su vicepresidenta, pero solo pude resistir un año: era mucha la tensión.  Ahora solo soy miembro de su junta directiva, que en verdad me ocupa muy po­quito tiempo.

La Academia Cubana de la Lengua, de la que es miembro,  tie­ne la huella de sus investigaciones...

Ingreso en la Academia en 1990.  De hecho, después de Miguel Barnet, soy el más antiguo de sus miembros. Por mi formación filológica, teórica y cultural, por mis estudios sobre Cuba, participo mucho en su trabajo, contribuyo con conferencias a sus ciclos y en la medida de mis posibilidades, a su trabajo interno y lexicográfico.

Muchos estudiantes cubanos han tenido el privilegio de sus clases. ¿Qué es para usted, desde el punto de vista afectivo, un aula?

Me gustaba mucho dar clases. Y pese a lo árido de las disciplinas que impartía, creo que mis estudian­tes también la pasaban bien, por lo menos, eso es lo que me dicen, siempre recibo muchas muestras de ca­riño de ellos y a algunos los quie­ro mucho.  Pero la difícil rutina universitaria comenzó a conspirar contra mis otras ocupaciones. Si todo hu­biera sido dar clases u orientar tra­bajos de estudiantes, habría seguido; de hecho lo sigo haciendo, pe­ro no en la Universidad de La Ha­bana.

Usted es una escritora reconocida muchas veces. Que el premio que la distingue ahora sea preci­samente de investigación cultu­ral, ¿cómo lo recibe desde sus afectos?

Lo recibo con gratitud.  No creo que sea un estímulo a esta edad tan avanzada. Tampoco lo recibo con humildad ni con modestia, sino con orgullo, sobre todo por venir de quie­nes viene. La modestia es para las vio­letas y otras florecitas de umbrácu­lo, con las que no me identifico.


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