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Teatro de la Villa: un verano de altura / Por: Esther Suárez Durán


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Lidia Rosa Cárdenas, Carmen Navarro y Grabiel Colarte en Pinocho, Teatro de la Villa / Foto: Joel Hernández Marín

Tengo por norma no publicar valoraciones de obra o acción alguna con la que guarde relación; siguiendo esta, al integrar la nómina del Teatro de la Villa no me corresponde evaluar públicamente lo que allí se hace, pero resulta que en dicho lugar, por décadas, se ha hecho mucho, y en los años más recientes esta labor no consigue su reflejo en los medios. Varias de las razones están a la vista, el Teatro de la Villa comparte en este sentido la suerte de otras instituciones escénicas; quienes dejamos en letra digital o impresa la memoria de lo que se hace sobre la escena, por lo general, dedicamos nuestra atención al quehacer de unas pocas de ellas.

Existen agrupaciones artísticas que concurren esporádicamente a las tablas, mientras otras tienen una programación inestable que no llega a conocer la crítica ni la prensa cultural. A diferencia de ellas, La Villa cuenta con una programación anual, que se organiza a finales del año en curso y de cara al próximo, y se actualiza, luego, trimestralmente, e incluye las funciones de los 47 fines de semana laborables del período (a excepción del mes de vacaciones de la agrupación), más las presentaciones que se llevan a cabo todos los jueves y viernes para las escuelas del municipio.

Como el grupo trabaja con una política de repertorio que se ocupa de mantener activo su repertorio histórico, la programación anual incluye la reposición o el reestreno de unos cinco títulos en la etapa (ya el grupo cuenta con 35 obras en su catálogo) y el estreno de dos, además de considerar el resultado artístico de los cuatro talleres de teatro que, entre septiembre y junio, conducen algunos de sus artistas con niños y jóvenes entre los cinco y los dieciséis años de edad.

La Villa terminó este verano con un sobrecumplimiento del plan previsto para esta fecha; se desarrollaron 52 funciones (de 24 planificadas), con 2 244 asistentes (de un estimado de 1 000) y una recaudación de taquilla de 5621 pesos (de los 3000 esperados). La temporada de verano se inició con las presentaciones de las cuatro producciones con las cuales culminaron sus labores de nueve meses los talleres de apreciación e introducción a la actuación, junto con el reestreno de Pinocho, en versión del dramaturgo y director Ignacio Gutiérrez y dirección artística de Tomás Hernández, una propuesta que siempre resulta de gran atractivo para el público, el cual la respalda repletando la sala y agotando las localidades desde mediados de la semana.

Esta vez, prácticamente un nuevo equipo de actores subió a las tablas para acompañar al primer actor Félix Leal en su conocido personaje de Gepetto (lo interpreta desde su estreno en 1982) y a Nevalis Quintana, en Troncón; de este modo se iniciaban Lidia Rosa Cárdenas en Pinocho, Yanelis Tejera y Ruandi Góngora en Pepe Grillo, Claudia Lazo e Idalmis Ramírez en El Hada, Grabiel Colarte y Carmen Navarro en El Gato Ciego y La Jutía Coja, respectivamente; Reinier Ramos en Troncón, y el muy joven Rafael Bauzá en Locomotoro, un personaje que comparte con Ramos.

Bauzá es parte de los niños y adolescentes que disfrutan de los talleres de teatro que proporciona el grupo, y en los cuales se ha formado la mayoría de los actores que han compuesto su elenco a través de los años, y ya muestra una trayectoria destacada. Con él se hallaban Brayan Michel Alonso, Liudismar Hernández, Arianne Hurtado y Manuel Alejandro Rivas, niños y niñas de diversas edades que interpretan los juguetes que aparecen en determinadas escenas de la puesta, algo que le brinda un especial encanto a cada función.

Una vez más el escenario circular de este teatro, que es por derecho propio uno de los baluartes de la creación artística de Guanabacoa y pienso que del teatro todo para las más jóvenes generaciones, servía de espacio para el encuentro fraterno de diferentes promociones, cada cual intercambiando con las otras aquello que la distingue, en uno de los clásicos del repertorio infantil occidental pasado por la sensibilidad y la picardía de un cabal hombre de teatro, acaso poco recordado, como el Maestro Ignacio Gutiérrez quien, además de dramaturgo, director artístico y general, asesor, representante del Centro ITI en Cuba, devino también un pedagogo en toda la extensión de la palabra.

Los actores de La Villa tienen la peculiaridad de desempeñarse tanto en el teatro para adultos como en el que se destina a los jóvenes y a los niños de diversas edades; la disponibilidad para trabajar repertorios que se dirigen a sectores etarios variados es requisito indispensable para quienes integran sus filas al igual que el trabajo con los infinitos recursos expresivos que ofrece el teatro de figuras animadas; han de estar siempre disponibles puesto que ensayos, funciones, talleres, producciones de espectáculos llenan la mayor parte de sus días. Y, contemplando una de las funciones de Pinocho, por ejemplo, no deja de emocionarme el ver a un actor de la talla de Félix Leal, o a una actriz del talento y carisma de Carmen Navarro desempeñándose a fondo en el trabajo destinado a los niños y sus familias (un público injustamente subestimado), a veces en personajes episódicos, hechos, no obstante, con tanto rigor y atención como el más complejo carácter de cualquier texto paradigmático pensado para el espectador adulto.

Desde aquel lejano 1964 en que Tomás Hernández Guerrero, profesor entonces de la enseñanza media, fundó los cimientos de este teatro han transcurrido cincuenta y tres años, un aniversario que en esta ocasión el grupo celebrará con el rescate de su festival teatral para niños y jóvenes, el que tuvo la osadía de convocar en las duras jornadas de 1991, en pleno período especial, y sostener con gallardía y pujanza hasta el 2007 en que la prisa de algún decisor deparó, en silencio, sin explicaciones ni análisis en conjunto, su interrupción, que no su fin.

Durante más de medio siglo La Villa se ha mantenido en los escenarios —sin importar la lejanía de los centros culturales, puesto que la cultura socialista tiene siempre por centro verdadero al ser humano y su entorno donde quiera que este se halle y es esta una de las bases de la política cultural de la Revolución Cubana—; trabajando sin denuedo de martes a domingo, acumulando una cantidad de horas de labor eficaz y de títulos en activo que tal vez no iguale ningún otro grupo de la Isla, desarrollando a actores noveles, prohijando futuros directores, promoviendo el arte teatral como un inestimable valor en el mismo seno de su comunidad mediante obras de toda clase, en una actividad febril y tenaz que hace posible, en primer lugar, la encomiable capacidad organizativa, la intransigencia, entrega y el amor al teatro de su líder indiscutible, el director general, director artístico, pedagogo y hombre de familia, querido y respetado por su comunidad y por los hombres de bien que le han conocido, el Maestro Tomás Hernández Guerrero.

Y no es posible hablar de La Villa y no referirse al estado de excelencia en que se mantiene su sala, en ese peculiar y único formato circular —un logro en el cual colaboran el Centro de Teatro de La Habana y el Consejo Nacional de las Artes Escénicas—, y sin mencionar al equipo de trabajadores que entra en contacto directo con el público en cada jornada de presentaciones. Las colegas que, debidamente uniformadas y ataviadas, atienden la taquilla y el público en la sala, y están atentas a sus necesidades durante cada función constituyen uno de los mejores equipos de la capital, en emulación fraterna con el Gran Teatro Alicia Alonso, la sala Hubert de Blanck y el Teatro La Edad de Oro.

Ojalá que para Guanabacoa, territorio ilustre en la geografía cultural de la capital, a apenas treinta y cinco minutos de viaje desde los municipios del centro en el transporte público, deje de resultar excepcional, por infrecuente, la visita de los colegas que tienen las altas responsabilidades del ejercicio de la crítica, la promoción del arte teatral y la administración de recursos en el sector; las agrupaciones teatrales radicadas allí lo agradecerán y estimarán en lo que vale.

Todos deseamos realizar lo que sea que hacemos con la mayor calidad y del modo más eficiente, y ha de haber tantos modelos y líneas artísticas como resulte preciso para satisfacer las bien diversas expectativas de los públicos y llevarlos a goces legítimos cada vez mayores; las preferencias estéticas de ninguno encuentran razón para prevalecer en un horizonte que se sabe heterogéneo y que se sustenta en una política cultural diáfana y vigente. Nada lastima y embrida tanto al arte como “la norma al uso”, nada procura mayor esterilidad y desaliento.

Sin importar la inestabilidad que en este presente caracteriza a los elencos y equipos técnicos —y que se vuelve problema mayor en los territorios— ; sin que la falta de recursos afecte la imaginación y detenga el quehacer artístico; a pesar de que las instituciones locales aún no brinden el decisivo apoyo para la continuidad de valiosas iniciativas (como la reparación de la estrecha calle que sirve de espacio a La Callecita de los Cuentos, surgida en 1985 y premiada nacional e internacionalmente), el Teatro de la Villa mantiene abiertas de par en par sus puertas durante todo el año por más de medio siglo, no solo para recibir al público que lo hace suyo sino, también, a cuanto artista, propuesta, invitación o reto le llega. La Villa y su gente cumplen cada semana con eso medular y nada sencillo que es el sentido de su existencia.

 

Publicado: 2 de septiembre de 2017.


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