Paco Alfonso: el teatro como arma


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El teatro ha de ser siempre, para valer y permanecer,

 reflejo de la época en que se produce.

José Martí

 

Actor, director, animador cultural, investigador y dramaturgo, Francisco “Paco” Alfonso Hernández (29 de noviembre 1906-14 de enero 1989) fue pionero en concebir un teatro político en Cuba desde la filiación comunista, y figura descollante en el movimiento de vanguardia.

Tras sus estudios en la Escuela Municipal de Música de La Habana –hoy Conservatorio Amadeo Roldán–, comenzó su vida artística entre el canto y la actuación en obras de carácter comercial con predominio del bufo y la zarzuela; participó en las películas silentes Pasión criolla y Alma guajira (1929), en 1930 fue cofundador del Teatro Cubano de Selección, y dos años más tarde forma parte del elenco en La serpiente roja, el primer largometraje sonoro cubano. Pero muy pronto su vinculación al trabajo asalariado, las huelgas y la lucha sindical le permiten desarrollar una conciencia política que llega a su máxima expresión en 1936, cuando decide militar en el Partido Comunista. Se aprecia entonces en su obra un viraje total, donde la creación concurre al servicio de la agitación y propaganda socialista.

Fue Paco Alfonso un prolífico autor por estos años, y las piezas, aunque de escasa calidad artística, tuvieron el innegable valor conceptual de proyectar la realidad vivida por obreros y campesinos, con la finalidad de aleccionar sobre la lucha de clases y denunciar la explotación del gobierno; eran muestras de un arte de agitación para ser representado en locales sindicales, calles y plazas, casi siempre como colofón de mítines políticos. Con este propósito, fue también el primero en abordar la realidad soviética, haciendo un llamado a la solidaridad, como es el caso de Todo el poder para los soviets (1939) o Ayuda guajira (1941). 

Paralelamente, en su faceta de director de escena, dio a conocer puestas de carácter experimental como la obra de Carlos Montenegro Tururí Ñan Ñan (1939), considerada la primera obra del verdadero teatro popular cubano, pues fue representada ante más de dos mil personas con una perspectiva muy vinculada al público hacia el cual estaba dirigida. Ese fue el punto de partida para que, durante toda su trayectoria posterior como dramaturgo, Paco Alfonso desarrollara una línea temática en torno a manifestaciones culturales cubanas de origen africano, con una propuesta de representación espectacular donde predominan los elementos expresionistas en la utilización del espacio escénico, la música, la danza, así como los efectos lumínicos y de vestuario, y una más cuidadosa caracterización de los personajes: Yari-yari Mamá Olúa (mención especial en el concurso internacional Josua Logan 1940, aún no ha sido puesta en escena), y Agallú Solá, Ondocó (1941) así lo demuestran. En ellas la recreación de una leyenda, un personaje, un suceso, sirven de marco para revalorizar esa cultura marginada por la sociedad burguesa.

Tales empeños constituyen el preámbulo de una obra de mayor envergadura, el momento de madurez de Paco Alfonso que se define a partir de noviembre de 1942, con la creación de Teatro Popular, paradigma de agrupación progresista, vinculada a los intereses del proletariado y con una proyección artística en consonancia con los preceptos del realismo socialista. Teatro Popular fue el resultado de las experiencias marcadas desde 1939 por las Brigadas Teatrales de la Calle y la intención de lograr una expresión nacional a través de un teatro de arte que recogiese al unísono lo mejor de nuestras tradiciones y las inquietudes de la contemporaneidad. Con el apoyo del Partido Socialista Popular y la Confederación de Trabajadores de Cuba, Teatro Popular tuvo su primera presentación en el Sindicato de Tabaqueros, precedida por las palabras de Lázaro Peña, entonces Secretario General de la CTC; en lo adelante demostró el rol que corresponde al arte como vehículo ideológico y divulgó la obra de autores cubanos, con énfasis no solo en los ya conocidos, sino en la formación de nuevos dramaturgos cuya obra se representaba ante un público infrecuente: los obreros. 

Aunque tuvo como sede principal el Teatro de la Comedia y en ocasiones el Anfiteatro de La Habana o el Teatro Nacional (hoy Alicia Alonso), fue novedad la construcción de un escenario portátil –como lo hiciera Mario Sorondo en 1930– que permitió amplia y abierta comunicación entre los actores y el público, sin los convencionalismos de un local cerrado. En la primera presentación, realizada en la Catedral de La Habana el 15 de septiembre de 1944, Juan Marinello dictó la conferencia El teatro y el pueblo y a continuación se representó El ricachón en la corte, una versión de El burgués gentilhombre de Molière.

Pocas obras de Teatro Popular han quedado en existencia para la posteridad; la mayor parte del repertorio se extravió o fue destruido por orden gubernamental. Sin embargo, el testimonio de sus integrantes y la dedicación de los investigadores han demostrado su contenido antifascista, la existencia de dramas sociales y políticos, la adaptación de piezas cubanas e internacionales de todos los tiempos interpretadas por actores y técnicos que ofrecían gratis su trabajo, entre ellos Raquel Revuelta, Agustín Campos, Ignacio Valdés Sigler, Carlos Paulín, Alfredo Perojo… A la par, vio la luz la revista Artes, órgano oficial de Teatro Popular, y la emisora radial Mil Diez le concedió un espacio; pero ambos intentos comunicativos tuvieron escasa presencia, pues la fuerza reaccionaria del mujalismo, la imposición de cuadros sindicales por decreto, la propaganda anticomunista y la quiebra económica cercenaron el camino de Teatro Popular en 1945. No obstante, es evidente que el ejemplo de la agrupación no cayó en tierra inerte: fue caldo de cultivo para posteriores empeños, como el Grupo Teatro Escambray y Cubana de Acero.

De lo que Paco Alfonso escribió en esa etapa, nos quedan pocas obras, entre ellas Sabanimar (1943), drama basado en el real intento de desalojo de un caserío de pescadores y carboneros en los alrededores de La Habana; para su creación, el autor y sus compañeros realizaron un acercamiento a los protagonistas del hecho, y lograron la conformación de personajes en función de un héroe colectivo que defiende y triunfa contra los representantes del gobierno. Es de notar el cuidadoso y efectivo trabajo escenográfico al llevar el ambiente de la realidad a las tablas, lo cual seguirá perfeccionando en su producción posterior, sobre todo en Cañaveral, el drama de los campesinos cubanos y su enfrentamiento con los latifundistas por la posesión de la tierra que obtuvo el Premio Nacional de Teatro en 1950 y no se estrenó, obviamente, por el explícito contenido revolucionario y comunista, y la misma desgarradora perspectiva con la que Nicolás Guillén había publicado con anterioridad sus poemas “Caña” y “No sé por qué piensas tú”. El reconocimiento a la valía testimonial de Cañaveral se produce en 1959, cuando la amplia difusión de la obra en medio del júbilo por el triunfo de la Revolución marca un nuevo periodo para el teatro cubano.

Junto a Sabanimar y Cañaveral, Hierba hedionda (Premio Prometeo, 1951) cierra la trilogía de mejores obras del autor; en este caso, la importancia y calidad del texto literario se subordina a la propuesta de complejidad escénica: la obra es un gran espectáculo donde el tema afrodescendiente se defiende mediante música, danza, proyecciones cinematográficas, coros hablados, máscaras, juegos de luces… De conjunto, con ellas Paco Alfonso demuestra la asimilación técnica de los modelos de vanguardia, y la aspiración de concebir una dramaturgia y una expresión escénica de contenido nacional donde el carácter renovador y experimental se vincula, decisivamente, a la política y defensa de los humildes.

En su larga trayectoria, fue también escritor de radionovelas para las emisoras RHC Cadena Azul y Mil Diez, actor fundador de la televisión en 1950, hasta autor de una telenovela, Tierra cubana, con la que obtuvo el Premio de la Crítica Periodística en 1953. Fundó la Asociación de Artistas Teatrales de Cuba y la Federación Nacional de Espectáculos de Cuba, y en 1956 creó la sala teatral El Sótano. Escribió otras piezas teatrales -Cuando el bote no llegó (1965), Más temprano que tarde (1974), Ha comenzado a madurar la guayaba (1977), Sin Aibiri no hay Dumba (la última, en 1986), algunas inéditas- y durante varios años fue Asesor de la Dirección de Teatro del Consejo Nacional de Cultura, posteriormente Ministerio de Cultura. Por sus méritos, le fue otorgada la Medalla Alejo Carpentier en 1982.

Su despedida como actor, a los 74 años, fue el personaje del incorruptible padre del agente David (Sergio Corrieri) en el popularísimo serial televisivo En silencio ha tenido que ser (1980). Fue, sin dudas, un homenaje inolvidable a quien defendió con la vida propia el lema de su Teatro Popular: “El arte al servicio del pueblo”.


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