Olazábal: hijo de Oshún y de la cultura cubana


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Fotos: Cortesía del artista.

Santiago Rodríguez Olazábal (La Habana, 1955) es un artista que ha tomado como centro para su creación pictórica el tema de las religiones de origen africano: es un hombre de fe y también de la cultura.

En la recién concluida Bienal de La Habana, Olazábal participó con una pieza en la exposición HB exhibida en el Gran Teatro de La Habana; ese fue el momento en que aprovechamos para conversar sobre su producción artística y en torno a los pilares en que se asienta su creación.

“Yo no descubrí el arte, el arte me descubrió a mí. Matriculo en la Academia de Artes de San Alejandro por casualidad. En los inicios me sentí muy raro porque no fui un muchacho de jugar con cartulinas, colores o crayolas. De niño mis juegos se circunscribían a la pelota de placer, la pelotica de cuatro esquinas, montar chivichana, jugar a la quimbumbia, empinar papalotes y papaguapos. Al llegar a la Academia accedo a un mundo completamente ajeno para mí y ello cambió, completamente, el modo de percibir la vida y de comportarme. Poco a poco me fui compenetrando con el dibujo y tuve la suerte de tener excelentes profesores como Osvaldo García, Ever Fonseca, José Antonio Díaz Peláez, Juan Moreira, Lidia Verdalles, entre muchos otros.

El dibujo es su fuerte, ¿por qué opta por la especialidad de escultura?

Cuando se hace escultura se está dibujando en 3D y tiene un papel importantísimo el volumen, la luz y la sombra. Es otra manera de dibujar al ver los objetos tridimensionalmente. Siempre digo que soy un escultor frustrado: hacer escultura en Cuba es muy difícil porque se necesitan muchos recursos y también espacios. Eso me llevó a apostar por el dibujo que es para mí una forma de dialogar con las palabras porque es como una caligrafía: cuando se escribe se está dibujando y en lo personal me permite transmitir pensamientos e ideas a través de la línea, el punto y la forma.

¿Será por eso que los críticos aseguran que la palabra tiene una gran fuerza dentro de su obra?

Soy iniciado en la llamada santería cubana, soy hijo de Oshún, y esa religión tiene un fuerte peso en la palabra, es decir posee una tradición oral. Cuando se hace un conjuro, una invocación o una alabanza se usa la libación de agua que se llama entre los religiosos omi tutu, para reactivar la espiritualidad y todo eso se logra mediante la palabra, la fonética, el modo de decir, y la cadencia que usted utiliza en ese rezo o en esa invocación.

¿Qué peso le otorga al símbolo en la obra?, ¿qué importancia tiene?

El símbolo tiene un gran peso al igual que el punto, la línea y la forma. A veces la apoyatura está en un punto y otras veces en el uso del color, en el empleo del blanco y de negro. En otras ocasiones, en un objeto con sentido focal pero que posee un significado. En mi obra todo tiene un por qué y no hay ningún elemento gratuito y todo está basado en el cuerpo literario de lo que se conoce como Regla de Ocha.

Según se ha dicho en su trabajo aparecen deidades poco conocidas, ¿dónde nace ese manantial que le provoca poner en el espectro a esas deidades, quizás, menos populares?

No represento deidades. Lo que hago es reinterpretar a través de la figura humana la manera en que veo esas deidades o la forma en que observo que trabajan determinados sacerdotes o sacerdotisas. Interpreto y reinterpreto todo el acervo filosófico, de pensamiento, de historia y de literatura. Es verdad, he tocado deidades como Iyaami Oshoronga, que es un culto al que solo pueden pertenecer mujeres muy poderosas que está regido por las diosas Oshún, Yemayá y Oyá. En disímiles signos del oráculo de Ifá que se practica y se conoce en Cuba aparece la mención de esas deidades.

Su obra es de una gran limpieza y es poco recargada, ¿cómo decanta a la hora de componer? Como artista de la plástica cuando se enfrenta a una obra ¿cómo sabe lo que va y lo que no?

Primeramente vienen las ideas que llegan de cualquier texto que leo de Ifá o sueños que tengo. Tengo una vida onírica muy activa —a veces tengo sueños y otras ensoñaciones— y en ocasiones, despierto, veo cosas. Esto no quiere decir que las vea físicamente, sino que las siento en otra dimensión; cuando llegan esas ideas, hago anotaciones que pueden ser escritas o a partir de figuras. Estas figuras son las que me llevan, después, a pensar en el soporte a partir del cual voy a materializar la idea y también a reflexionar en torno a los elementos que voy a adicionar y que pueden ser tridimensionales o bidimensionales. Cuando hago collage puedo adherir a la tela un papel, un pedazo de yute, un collar, una semilla, una piedra, un objeto que construyo… pero lo primero son las ideas.

¿Usted se reconoce como figurativo?

Para mí la figura humana es esencial; en todo el cuerpo literario de Ifá hasta las plantas adquieren la dimensión humana. En toda mi obra están representados animales y seres humanos porque Ifá habla del hombre no como género sino como lo que somos, seres humanos.

Su obra tiene un acento antropológico. Lamentablemente, los temas que toman como base las culturas de origen africano los rondan ciertos clichés folklorizantes…

Cuando entré en la  academia veía que mis compañeros de clase siempre tenían una preocupación por elegir un tema. Tempranamente me di cuenta que tenía el tema dentro de mí y que no tenía que ir a ningún lugar a buscar nada: era sangre que corría por mis venas y es que me he movido en un ambiente religioso desde que estaba en el vientre de mi madre.

Mi obra empezó a partir de un punto de vista muy naturalista y me incliné hacia la obra de Manuel Mendive; esa influencia es obvia en mis primeros trabajos. Pero, comenzó la búsqueda dentro de mí y el intento de encontrar una manera de representar todo este mundo, todas estas ideas y cosmogonía.

Dentro de la generación de los 80 —a la que pertenezco— varios artistas abordaron este asunto, pero creo que fui uno de los primeros. Toqué ese tema, pero siempre alejándome del sentido carnavalesco y del empleo de colores chillones; iba más hacia el pensamiento y la cosmogonía de la religión que posee un acervo interminable e inconmensurable. A partir de ahí fui desarrollando mi manera de ver, de hacer y de ser.

Siempre he combatido el hecho de que se trate la religión o cualquier tema religioso con carácter festinado porque hay una profundidad de conocimientos, ¡hay tanto que aprender!Algunos se apropian del tema religioso para hacer dinero y no se puede hacer la obra pensado cuánto vas a ganar porque entonces se está trabajando para el mercado. Quien hace eso no respeta lo que nos legaron, ¡allá ellos!

Mi bisabuelo, Ramón Febles, hijo de Shangó, fue un sacerdote de Ifá connotado; de la unión con América Padrón, una de sus mujeres, y con mi bisabuela, Caridad del Pino Pons, las dos eran hijas de Oshún, nacieron varios de los sacerdotes Ifá más relevantes de La Habana como por ejemplo Panchito Febles, a quien le decían ‘el caballero de Ifá’ y mi tío Miguel Febles Padrón. Hubo otros sacerdotes como Filiberto Febles, Pucho, hijo de mi bisabuelo con América y otros muchos.

¿Y la familia que usted conformó es practicante?

Sí, mi esposa es sacerdotisa de la diosa Oshún y mi hijo es sacerdote Ifá e hijo de Shangó.

En su paleta el rojo, blanco y negro son recurrentes, ¿por qué?

Esos tres colores fueron los utilizados por el hombre primitivo para hacer sus obras  y aún se conservan. El blanco era caolín, el negro el carbón y el rojo, muchas veces sangre o polvo de hierro extraído de las rocas. El blanco significa la osamenta, nuestros huesos; el negro tiene que ver con las tinieblas, con el inframundo; y el rojo es la vida, la sangre, es el color de esa esencia primordial con la que alimentamos a nuestras deidades. Pero si la obra exige un azul o un verde, lo pongo sin ningún inconveniente.

Usted ha manifestado que más que un artista es un hacedor de objetos, ¿cómo se entiende esa afirmación?

Es que mi obra es objetual. Cuando usted crea una obra de arte, está haciendo algo que tiene un valor estético y que traspasa la frontera, quizás, del gusto cotidiano. Es una obra que pude ser disfrutada por todos. Cuando hago mi obra, la concibo como si estuviera haciendo un objeto ritual, aunque tiene una carga estética.

¿Siente que ha tenido toda la libertad para crear la obra que ha deseado?

Esa pregunta me la han hecho en Cuba y también en el extranjero. No me interesa si me aprueban o no. Simplemente hago mi trabajo porque siento que estoy defendiendo algo que está por encima de todos nosotros: es algo que conforma la nacionalidad cubana.

No es mi cultura, es nuestra cultura, la cultura cubana. Y a mí no me interesa si gusta o si no gusta: hago lo que tengo que hacer. Sería un cobarde si no lo hiciera porque estoy defendiendo el acervo de mis ancestros. Nunca me he sentido censurado, ni nadie me ha venido a decir ‘no puedes exponer aquí o allá’. Todo lo contrario: para mí satisfacción he tenido la posibilidad de exponer en importantes museos y galerías de Cuba.”


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