Nuestra Beatriz


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Beatriz Maggi. Foto: La Jiribilla

Mientras leía en Cubarte el comentario de Graziella Pogolotti sobre un libro titulado La palabra convocante, recibí la información de que la autora, Beatriz Maggi, andaba ya por sus noventa años de edad. Es un aniversario muy significativo de una persona de mucho mérito por cuyas clases de literatura han pasado, como bien señala nuestra querida y admirada Graziella, muchas generaciones de estudiantes.

Tuve la suerte, hace ya cincuenta años, de ser su alumno en un curso de Literatura General en el primer año de la carrera profesoral en el Instituto Pedagógico Superior “Enrique José Varona”, cuando este pertenecía a la Universidad de La Habana y tenía su sede principal en la antigua Escuela de Pedagogía, al lado del Aula Magna.

Las clases de la Dra. Maggi, como la llamábamos sus alumnos, eran muy distintas a las habituales y tradicionales exposiciones que hacían los profesores. En sus clases se producía una activa participación de los alumnos con fructíferos debates sobre el asunto que se estudiaba. Si el lector piensa que estas clases eran para trabajadores y se impartían de lunes a viernes, en horario nocturno, de las 20:00 horas hasta la medianoche, podrá apreciar la maestría de la profesora para vencer el cansancio de todo un día de trabajo de sus alumnos y mantener su atención durante toda la clase.

El “método maggístico”, como lo calificaba uno de sus alumnos, consistía en el análisis en clase de partes de obras fundamentales de la literatura universal y, a partir de ellas, proceder a generalizaciones de estilos literarios, períodos históricos, valores estéticos.

Por supuesto que cada alumno debía, por su cuenta, leer la bibliografía indicada y las obras señaladas. En la clase se producía el análisis colectivo bajo la conducción de la profesora quien escogía los fragmentos a discutir. Lo más importante del método es que enseñaba a pensar con cabeza propia, pero no arbitrariamente, sino uniendo el criterio a los conocimientos sobre el asunto en cuestión. El método continuaba también a la hora de hacer los exámenes escritos. Los alumnos podían llevar al examen los libros de consulta que quisieran junto a las notas tomadas en clases. La cuestión radicaba en el tipo de pregunta que había que responder, que requería el conocimiento de la materia, más el análisis y la argumentación propia del examinado. No eran exámenes memorísticos para respuestas prendidas con alfileres.

Otra cosa, la Dra. Maggi era exigente en alto grado. No calificaba regalonamente. Mientras más parecía que apreciaba a un alumno, más le exigía. Después de calificar los exámenes se los devolvía a sus alumnos con la calificación dada a cada respuesta y los comentarios, de su puño y letra, que justificaban la calificación dada.

Con ese método fuimos pasando de la tragedia griega —Edipo rey fue la obra estudiada—, a La Divina Comedia, Los cuentos de Canterbury, El Cid Campeador, Hamlet, Don Quijote. Distintos países y épocas, distintos géneros literarios (teatro dramático, poesía, narrativa), deteniéndonos en obras fundamentales.

Ella enseñó a amar la literatura y a nutrirse de ella. Contribuyó a formar seres pensantes, a apreciar y amar la misión del magisterio. Todo hecho con la mayor sencillez y cierto desaliño en su persona que no contradecía lo que me aseguraba José Antonio Portuondo, coterráneo de Beatriz Maggi, quien aseveraba que en sus años juveniles ella era la muchacha más linda de Santiago de Cuba. En una ocasión le comenté esto a ella y, sonriendo, me dijo, con el típico humor santiaguero: “Eso no es así. Lo que ocurre es que José Antonio estaba noviando con mi hermana y yo le servía de chaperona.”

Aunque hace años que no veo a la Dra. Maggi, debo confesarle que si Dante Alighieri tuvo a su Beatriz para que lo condujera, como guía, hacia las regiones celestiales en su Comedia…, nosotros, sus antiguos alumnos, tuvimos también a nuestra Beatriz que nos condujo, con mano experta y ánimo despierto, al fascinante y enriquecedor mundo de lo mejor de la literatura universal.

Con el mayor agradecimiento y admiración: ¡Felices noventa años, doctora!


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