Nominados y un Premio, merecido siempre


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Continuamos la festividad que implica la designación de Alfredo O’Farril Pacheco como Premio Nacional de Danza 2024. Él, primerísimo entre los mejores bailarines del Conjunto Folklórico Nacional de Cuba, su casa formadora y de permanencia por tres décadas antes de entregar las muchas experiencias allí acumuladas como bailarín, maestro, percusionista, a la enseñanza artística. Sí, la ENA, el ISA, la Escuela del Cabaret Tropicana, etc., centros donde el hacer indiscutible de O’Farril ha sido presencia. Desde que se diera a conocer la decisión del jurado, no ha faltado el aplauso ganado al maestro; elogios venidos desde todas partes de Cuba y de muchos lugares del mundo donde él ha cultivado y expandido los saberes de la cultura popular tradicional.

El Premio Nacional de Danza se otorga como reconocimiento al conjunto de la obra y trayectoria de aquellas personalidades cubanas vivas que, dentro de su afán danzario en todas sus expresiones, de forma sostenida y significativa han contribuido al desarrollo de nuestra danza y cultura, residiendo en el territorio nacional y desde esta isla proyectándose al mundo. Bajo estos requisitos invariantes hasta el momento, con frecuencia anual el Consejo Nacional de las Artes Escénicas gerencia el proceso de la convocatoria y, con el acompañamiento del Ministerio de Cultura y la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, se entrega el Premio habitualmente cada 29 de abril, Día Internacional de la Danza.

En esta ocasión 2024, el jurado integrado por los premios nacionales de danza, Alberto Méndez (presidente), Rosario Cárdenas e Isidro Rolando, por la diseñadora escénica Nieves Laferté y el periodista y crítico Yuris Nórido; hubo de analizar varias proposiciones de diferentes instituciones culturales para elegir las figuras nominadas y nominados. Y aun cuando quizás pudiera parecer un lugar común, el socorrido dicho de que “todos son premiados”, no deja de ser certero la impronta de quienes, como Alfredo O’Farril, pudieron igualmente ser elegidos por sus altas cualidades. Tarea difícil siempre la de distinguir a uno entre pares, pero esos son los retos y desafíos que asumen los tribunales.

Más, cuando en la naturaleza de la danza habita una extrañeza ontológica que suele agitar el universo de sus ocupaciones (la interpretación, la coreografía y el magisterio –en principio-, luego entonces, si acaso, esas otras faenas como la historiografía, la crítica o la producción teórica); pues, en el caso de la danza no hay una diferencia clara entre el sujeto y el objeto de la obra de arte. La danza es, se fragua y expone simultáneamente en, por y a partir del cuerpo. Si hiciéramos uso de la “teoría causal aristotélica”, se diría que en ella la causa eficiente (el cuerpo que baila), la causa material (el cuerpo que se baila) y la causa formal (el cuerpo bailando) coinciden en su adentro y en su afuera. Al tiempo que el cuerpo danzante es paralelamente soportador, soporte y soportado, produciéndose una superposición de haceres en la identificación entre artista, ejecución y obra; pero ya lo sabemos, el quehacer de la danza desborda ese común tradicional depósito para abrazar las múltiples maneras de su ser (des)ordenado.

En ese sentido, creo fundamental nombrar en estas notas, la obra de quienes compartieron junto al querido O’Farril los análisis detenidos del jurado. La huella interpretativa de la primera bailarina Luz María Collazo, no precisamente (y también) como imagen del film Soy Cuba, sino como cuerpo bailante de la mítica Súlkary, de Eduardo Rivero, con quien compartiera su Dúo a Lam; y otras tantas piezas de la danza nacional (moderna/contemporánea) que este año arriba a su sesenta y cinco cumpleaños. En la labor ininterrumpida de Bertha Armiñán Linares desde Santiago de Cuba, alejada del circuito habanero y que con una voz que ha dado cuerpo a las musicalidades dancísticas más diversas, ha sabido como pocos, desmarcase del canon con elegante principalía haciendo notoria la sonoridad de nuestras danzas, como objeto que también le es propio. En Lilliam Padrón y su danzar desde Matanzas para Cuba y el Mundo. Ella, bailarina por siempre y singular coreógrafa quien en el ya distante 1987 diera cuerpo a su parición mayor: la compañía Danza Espiral. Núcleo creativo que, al presente, no ha parado un solo segundo para tornar indetenible su día a día e insuflar el concurso Danzan Dos, noble empeño para potenciar la creatividad, confrontación y desarrollo de nuestra danza. En la bailarina y coreógrafa Maricel Godoy, pionera de lo que hoy llamamos gestión en danza. Ella, maestra de exquisita metodología para enseñanza, con logros tremendos en la formación de bailarines y que en Codanza (compañía fundada en 1992) rubricara una poética certera, distintiva y perfilada desde sus cuerpos técnicamente perfectos, acoplados, vistosos, capaces de delinear una grafía distintiva al centro de un paisaje muy similar. En la obra directiva de Regina Balaguer al frente del Ballet de Camagüey, forjando una y otra vez un presente que, al beber de momentos fundacionales de la importante compañía, batalla a diario por sostener uno de los grandes logros de la danza en Cuba. En la trayectoria como intérprete de excepción que le ha permitido a Viengsay Valdés asumir hoy la conducción del Ballet Nacional de Cuba, responsabilidad de esfuerzo, más al combinar su rol de bailarina en ejercicio. O, reverenciar la obra larga y fecunda de Andrés Gutiérrez, bailarín, maestro, coreógrafo, director artístico poseedor de un dominio absoluto de la escena espectacular. Él, de los iniciadores en el Conjunto Experimental de Danza, bajo el liderazgo de Alberto Alonso, y sus tránsitos posteriores para seguir siendo hoy, después de tanto tiempo, un revolucionador del espectáculo escénico cubano, donde bailar es convicción de existencia.

En ellas y ellos, en sus trayectorias fulgurantes, activas, de no renuncia y permanencia en el cotidiano hacer de la danza cubana, pudo haber recaído la decisión del jurado. Y sí, el haber sido nominadas y nominados, es un premio (en tanto homenaje, gala, tributo), también impulso para seguir tejiendo puentes cooperativos y productivos en lo adelante. Pues, ahí (en el posible lauro obtenido) no concluye la extrañeza que la danza produce a nivel ontológico. Una vez acabado el danzar, el «ser de la danza» se resguarda en formas de «no–ser danza», provocando una especie de resonancias que sobreviven y permanecen en la memoria, en espacios situados más allá de aquel acto primigenio del cuerpo en movimiento. En ellas y ellos, en sus estimables trayectorias se recrea una construcción comunitaria de la memoria e historia situada de la danza, de esa que, entre nominados y nuestro feliz premiado, siempre mereceremos reconocer. ¡Muchas felicidades!


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