Nomadland al banquillo del decadente parnaso dorado


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Coincido con un colega que ha descrito los premios Òscar como «el decadente parnaso dorado». No obstante, es cierta la visibilidad internacional que alcanza un filme al ser nominado para la conflictiva estatuilla.  Esa gracia le asiste ahora a Nomadland (Chloé Zhao, 2020) quien junto a Mank  (David Fincher, 2020) son las candidatas mejor ubicadas.

Ya  Nomadland fue premiada como Mejor drama y Mejor dirección en los Globos de Oro, antesala de la Academia de cine estadounidense; por lo que es de suponer que algo le toque en la gran ceremonia del próximo abril. De momento está nominada la cineasta Chloé Zhao en las categorías de Mejor dirección, Mejor Montaje y Mejor guion adaptado, además, Mejor fotografía (Joshua James) y Mejor actriz principal (Frances McDorman).

La veterana Frances McDormand se encuentra dentro del grupo de actores que han conseguido la Triple Corona de la Actuación en su país: Premio Óscar a la mejor actriz por Fargo (1996) y por Three Billboards Outside Ebbing, Missouri (2017); Premio Tony a la mejor actriz principal en una obra de teatro por la producción original de Broadway, Good People (2011); y Primetime Emmy a la Mejor actriz en una miniserie o telefilme por Olive Kitteridge (2014).

A sus 63 años McDorman no le rinde pleitesías a nadie. Suele pisar la alfombra roja en sandalias y envuelta en un batilongo de andar por casa. Bien por ella. Alguien tiene que limar las ínfulas de la Academia de vez en cuando. Consciente de las pocas oportunidades que Hollywood les brinda a mujeres mayores de 45 años, promovió la realización de Nomadland, como un desafío a las veleidades y nichos de privilegio que caracterizan el modus operandi de la industria fílmica más poderosa del mundo.

Nomadland participa de esa estética un poco agreste que a veces caracteriza a los filmes dirigidos por mujeres. No es la historia de un hombre que hace un montón de cosas, lucha contra adversidades, vence a sus oponentes y termina triunfando. Tampoco es la historia de un antihéroe que, tras acumular conflictos, sucumbe a la ley que ha intentado quebrantar.  Cholé Zhao y la propia Frances McDorman decidieron producir un filme que simplemente describe la vida de Fern, una viuda madura, en su solitario periplo por Nevada. Nada más.

Según el filme, en 2011 cierra una planta de volcanita en un apartado rincón de Nevada, y ello causa la ruina del pueblo. Fern, decide emprender un viaje sin destino, a bordo de su furgoneta «La Vanguardia». No quiere acogerse a un posible retiro, sino que se pega a trabajar en una empresa de Amazon, como empaquetadora, y luego en otras faenas, algunas bastante duras para una mujer tradicional. Pero Fern es cualquier cosa menos una mujer común y corriente. El diseño sicológico y físico del personaje descansa en una interpretación muy personal de una actriz que, ya se sabe, se impone lo mismo dentro que fuera de la pantalla. Dudo que Zhao (Songs My Brothers Taugh Me, The Ryder) haya podido enmendar una palabra o un solo gesto en el acting de McDorman tan cujeada en esos avatares, tan dura ella.

El caso es que Fern, en su tortuoso deambular, se une a un campo de caravaneros en el desierto; conoce a otras mujeres nómadas como ella; un amigo la ronda con intenciones de un futuro enlace sentimental; participa en alguna que otra ceremonia estilo hippie.

De manera que Fern no está sola todo el tiempo. Hace amistades con facilidad; pero prefiere apostar por su independencia y su amable misantropía. Es un personaje bastante plano, con un programa dramático previsible. Habla poco y nunca tenemos acceso a su subjetividad. Hemos de confiar en la parquedad de la narración omnisciente. No hay nada oculto bajo la fachada mental de esta mujer. Ella es exactamente lo que dice y hace. Sus encuentros con diferentes personajes devienen reflexiones filosóficas; pero, con toda franqueza, los diálogos carecen de la espontaneidad que exigía un filme casi documental, casi al borde del cinema verité. Y, desde luego, no tienen ese sabor de naturalidad que alcanzan las producciones realistas del mejor cine iraní o japonés.

Ahora bien, si McDorman, en Fargo interpretaba a una mujer aun joven, pausada y flemática, cuyo aspecto se dulcificaba aun más, por un ostensible embarazo; en Three Billboards… se había transformado en una mujer agresiva, varonil, ríspida, que alguien comparó con la veta más beligerante de un Clint Eastwood (¡misericordia!).

La de ahora, la tal Fern, es una señora austera, de perfil masculinizado, adusta, conforme con su vida, feliz de andar sola por inhóspitos parajes, que duerme más a gusto en su estrecha furgoneta que en una cama hogareña. Lista para seguir hasta el fin sin una queja, ni un lamento, Fern hace gala de un temple y una autodeterminación impresionantes. Fern es un todoterreno. Su único conflicto sobreviene cuando «La Vanguardia» sufre una avería costosa. Pero se soluciona rápidamente gracias a que Fern tiene una hermana casada que vive en normalidad, y puede hacerle un préstamo para que continúe rodando por el mundo, a su antojo.

Cuando una puede vivir su vida con el convencimiento de que tiene cubiertas las espaldas, toda aventura se torna apetecible, todo obstáculo se vuelve su mitad, todo final se pinta solo para el happy end. Qué distinto hubiera sido si la arrogancia de Fern hubiera tropezado con la imposibilidad de pagar el arreglo de «La Vanguardia». Ahí sí hubiera empezado el calvario y la lucha de la protagonista para salvar su independencia económica y su soberanía como ser social. Pero en Nomadland todo se queda en el simulacro de la autonomía.  El funcionalismo pragmático y superficial al que se aferra el personaje, genera un campo de soluciones más caprichosas que realistas.

Como parte de su vacío argumental, Nomadland está llena de tiempos muertos, o sea, de largos planos en los que vemos a Fern caminar o conducir su auto. Esos momentos donde no ocurre nada relevante, y que de común el dispositivo cinematográfico suele sumergir en una elipsis, no son propios del lenguaje audiovisual tradicional, ortodoxo; sino más bien comunes al cine experimental o de ensayo. Pero este filme no es ni lo uno ni lo otro.

Es de suponer que la realizadora Chloé Zhao intentara colocar esta historia transparente y de baja intensidad dramática, frente al discurso más facilista y canonizado dentro de la sólida industria del cine estadounidense.  Su estética está del lado (aunque con mucha carretera por recorrer aun) del cine menos concesivo, y muy marcado por la impronta de realizadoras como Lucrecia Martel, María Novaro y Suzana Amaral, entre otras.

Si bien la desdramatización se convierte en una estrategia discursiva para contrarrestar el romanticismo pacato que domina el cine corriente, Nomadland no solo evade el melodramatismo, sino que reseca demasiado la mirada del sujeto femenino. Está bien que Fern asuma y decida su vida, y disfrute incluso de su solitaria paz; pero ¿es posible una vida tal sin absolutamente ningún tropiezo? Lo que hace a un personaje admirable es ver su potencial para no rendirse. No tiene que llorar, pero alguna forma habrá de mostrar que hay carne y huesos bajo esa curtida piel, porque si es una robot o una sociópata, su libre albedrío vale cero; nada tiene que enseñarme quien tiene por corazón un pedazo de merluza.

Aunque el filme está parcialmente basado en el libro de no-ficción 'País Nómada: Supervivientes del siglo XXI', que la periodista Jessica Bruder publicó en 2017, tiene también mucho de la idea original que desarrolló Agnès Varda, en Sin techo ni ley (1985). Decana de la Nueva Ola francesa, Varda recoge de forma episódica en su obra maestra, los últimos meses de la vida de Mona, una desafiante joven devenida vagabunda en las invernales carreteras francesas.

A diferencia de Mona, Fern viaja en su propio vehículo y la empuja tanto un deseo existencial de aventuras, como las circunstancias de la vida. Pero Fern no estará expuesta a ningún episodio violento, ni a la gradual degradación que conduce a Mona a un final trágico. Cuando Nomadland termina, Fern está tan campante como en la primera escena, con la misma cantidad de arrugas que Clint Easwood, veinte años menos que él y menos atractivos que el galán en Los puentes de Madison.


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