Nicolás Guillén frente a los odios


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Fue a raíz de la lectura del mensaje de la UNEAC a escritores, artistas, académicos y amigos norteamericanos [1], a propósito del último show del rencor que se desarrolló en Miami, que recordé aquellos poemas de nuestro Nicolás Guillén (1902-1989) en los que el rostro de la “otredad negativa” se asoma tan solo para evidenciar que “en la tradición ética y martiana de nuestro pueblo no ha habido ni habrá espacio para el odio”.

Y son varios los poemas del fundador y primer presidente de la UNEAC, desde los que se enarbola la misma postura humanista e integradora, frente a la artificiosa separación de los hombres, por clases, color de la piel, origen étnico o territorial, que caracterizó el pensamiento y conducta de nuestro José Martí.

“Todo lo que divide a los hombres, todo lo que los específica, aparta o acorrala, es un pecado contra la humanidad” [2], fue una máxima martiana asumida coherentemente por Guillén.

Los primeros que vienen a la mente son “No sé por qué piensas tú” y “Soldado, aprende a tirar”, de su libro Cantos para soldados y sones para turistas (México, 1937): 

“No sé por qué piensas tú, / soldado, que te odio yo, / si somos la misma cosa/ yo, / tú. / Tú eres pobre, lo soy yo;/ soy de abajo, lo eres tú;/ ¿de dónde has sacado tú, / soldado, que te odio yo?”

“abajo estoy yo contigo, / soldado amigo. / Abajo, codo con codo, sobre el lodo”

Unos versos que ganan en significado cuando se sabe que el libro tenía como dedicatoria: “a mi padre, muerto por soldados”. 

Tema este que discurre sobre una de las más antiguas murallas que separan a los hombres y contra las que el revolucionario poeta dirigió lo fundamental de sus creaciones, la injusta separación por clases, entre pobres y ricos, los de arriba y los de abajo.   

Tratado así en su poema “Burgueses”, de La rueda dentada (1972):

“No me dan pena los burgueses/ vencidos. Y cuando pienso que van a darme pena, / aprieto bien los dientes y cierro bien los ojos”.

Nótese que recordar y no darle pena “los burgueses vencidos”, no significa, cultivar rencores y odios hacia ellos, sino preservar la rebeldía y el camino hacia la conquista de toda la justicia para los de abajo: “sabiendo tú y yo a dónde vamos yo y tú...” que es lo que le pide a Sabás “el negro sin veneno” (sin odios), “no seas tan bruto, / ni tan bueno!”.

Un camino proyectado al futuro, por la libertad y desde la libertad, fuera de las redes de determinaciones dadas (clase, nación o raza) y de “las trampas circulares del resentimiento y de la ira”. Entiéndase, desde el desinterés, raíz primordial para una ética verdaderamente revolucionaria como bien interpretó Fina García Marruz del pensamiento martiano [3].  Sustento del anticolonialismo y el antimperialismo de Martí y Guillén.

Es decir, la separación no ha de ser por la voluntad o dominio de nadie, ni por lo occidental o no esencial -y ya se sabe para Martí “solo lo esencial es desinteresado”-, sino por los propios actos de los hombres, por andar con el amor o con el odio, para fundar o para destruir. 

Decía el Apóstol:

“Los negros, como los blancos se dividen por sus caracteres, tímidos o valerosos, abnegados o egoístas, en los partidos diversos en que se agrupan los hombres.” [4]

 Y añadía:

“Los hombres de pompa de intereses irán de un lado, blancos o negros; y los hombres generosos y desinteresados, se irán de otro. Los hombres verdaderos, negros o blancos, se tratarán con lealtad y ternura, por el gusto del mérito, y el orgullo de todo lo que honre la tierra en que nacimos, negro o blanco.” [5]

En esa misma línea de pensamiento y ética se expresa Guillén en su “Son número 6”, de Son Entero (Buenos Aires, 1947):

“La mano que no se afloja / hay que estrecharla en seguida;/ la mano que no se afloja, / china, negra, blanca o roja, / china, negra, blanca o roja, / con nuestra mano tendida”.

Y en este último verso, “Mano tendida”, también se evidencia otra sintonía con la imagen martiana del bien, un bien esencial “con los brazos abiertos”, desinteresado. Semilla de una ética revolucionaria e integradora, como también apunta García Murruz.

Versos y reflexiones donde se adelantan sus visiones coincidentes sobre el tema de las “razas” y la discriminación por el color de la piel; construcciones sociales devenidas en posturas y actos de odio, veneno y puñal al que cerrarle la muralla.

José Martí afirmó:

“No hay odio de razas, porque no hay razas, los pensadores de lámparas, enhebran y recalientan las razas de librería, que el viajero justo y el observador cordial buscan en vano en la justicia de la Naturaleza, donde resalta en el amor victorioso y el apetito turbulento, la identidad universal del hombre. El ama emana, igual y eterna, de los cuerpos diversos en formas y en color.” [6]

Visión que expresa así nuestro Poeta Nacional:

“Estamos juntos desde muy lejos, / jóvenes, viejos, / negros y blancos, todo mezclado;/ uno mandando y otro mandado, / todo mezclado;/ San Berenito y otro mandado    todo mezclado; / negros y blancos desde muy lejos, / todo mezclado;/ Santa María y uno mandado, / todo mezclado(...)” 

Un sueño de completar al hombre por el que dio batalla, con grandes metáforas, Guillén:

“—¡Federico! / ¡Facundo! Los dos se abrazan. /Los dos suspiran. Los dos las fuertes cabezas alzan:/ los dos del mismo tamaño, /bajo las estrellas altas; los dos del mismo tamaño, /ansia negra y ansia blanca, /los dos del mismo tamaño, gritan, sueñan, lloran, cantan”.

Sobrepasando el “problema negro”, pues como ha destacado Nancy Morejón, Guillén “hablaba al negro y del negro para hallar su justo papel en la cultura nacional y para definir su aporte a ella” [7]; pero, además, como lo hacía Martí -con el negro y con el indio de Nuestra América-, como “elemento integrante”, aglutinador de la nación.

Una integración que parte de ese “todo mezclado”, lo mulato, mixtura -más que biológica o étnica-, cultural. Cuestión que resume así Fernando Ortiz en su artículo “Martí y las razas de librería”:

“Todos los seres humanos sin excepción somos mestizos de incontables cruzamientos. Martí como todo hombre, no era sino una gota de sangre, de las sangres derramadas en todos los cruces donde las parejas en amor clavaron su humanidad eterna, y, además, como todo genio, llevaban en su mente la esencia de todos los mestizajes de las ideas, las cuales, se engendran en los abrazos de las culturas del mundo.” [8]

Una actitud integradora, presenta en el discurso de Guillén desde su manifiesto “El camino de Harlem”, publicado en el Diario de la Marina en 1929, y que, a pesar de las conquistas autóctonas -antes y sobre todo después del triunfo revolucionario de enero del 59-, mantiene plena vigencia frente a la aún pretendida importación de un tratamiento ya “no cubano” del “problema negro” o el “problema blanco” que “de las dos maneras puede llamársele”:

“Estamos preocupándonos exclusivamente de las formas, y tenemos verdadero terror en llegar al fondo del problema, que es grave.  Insensiblemente, nos vamos separando de muchos sectores donde debiéramos estar unidos; y a medida que el tiempo transcurra, esa división será ya tan profunda que no habrá campo para el abrazo final. Ese será el día en que cada población cubana –a todo se llega– tenga su «barrio negro», como en nuestros vecinos del Norte. Y ese es el camino que todos, tanto los que son del color de Martí como los que tenemos la misma piel que Maceo, debemos evitar. Ese, es el camino de Harlem.” [9]

De ahí su preferencia al término “color cubano” sobre el de “afrocubano”. Una visión debatida con su amigo estadounidense Langston Hughes. A quien lo unía no solo su condición mestiza o el orgullo de su negritud,también el ser tocados “en su punto de hombres”. Por eso, ambos reaccionaron frente a esa masificación del odio que constituyó el fascismo europeo y participaron en el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, en solidaridad con España, víctima del franquismo.

Una sensibilidad que motivó a Guillen su “España. Poema en cuatro angustias y una esperanza” (Valencia, 1937). Un canto no a su otra identidad, la hispana, sino a su universal identidad humana:

“La raíz de tu árbol, de mi árbol. / En mi tierra, clavada, / con clavos ya de hierro, de pólvora, de piedra, / y floreciendo en lenguas ardorosas, y alimentando ramas donde colgar los pájaros cansados, y elevando sus venas, nuestras venas, / tus venas, la raíz de nuestros árboles”.

Martí lo había expresado como una esperanza:

“Todos los árboles de la tierra se concentrarán al cabo en uno, que dará en lo eterno suavísimo aroma: el árbol del amor: - ¡de tan robustas y copiosas ramas, que a la sombrase cobijarán sonrientes y en paz todos los hombres!” [10]

Una mirada integradora que le había hecho ver al poeta camagüeyano, desde West Indies Ltd. (1934), que el problema del negro o del pobre cubano era también el de México, Venezuela, Colombia, Bolivia:

“Tierras oscuras, / tierras de alambre para vuelo y ala, / quemadas por iguales calenturas, secos a golpes de puñal y bala, / en las que garras duras/ están con pico y pala/ día y noche cavando sepulturas”.

Víctimas todos de iguales calenturas, del mismo odio oligárquico e imperialista.  

 

 

Notas:

[1]   http://www.cubarte.cult.cu/es/article/49454

[2]  José Martí, O.C, t. II, p.298

[3] Ver de Fina García Marruz, El amor como energía revolucionaria en José Martí, C.E.M, 2003.

[4] J. M, O.C., t. II, p. 299.

[5] Ibídem.

[6] J.M., O.C., t. VI, p.22.

[7]  http://www.cervantesvirtual.com/portales/nicolas_guillen/su_obra_introduccion/

[8] Fernando Ortiz, Martí y las razas de librería, en: José Martí. Valoración Múltiple (1), Editorial Casa de las Américas, 2007, p.115.

[9] https://docs.google.com/file/d/0B8i_fahFU7-hVF9fdktXNEpHRzg/view

[10] J. M, O. C., t.V, p. 103  


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