Nada en la danza le es ajeno


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En su Arte poética, Stravinski nos dijo, con estas u otras palabras, que la música, entre todas las creaciones estéticas del hombre, era la única que se manifestaba en función del Tiempo, delimitado, utilizado, en su transcurso, por la realidad de un discurso sonoro. Del mismo modo, podría decirse que la danza tiene la virtud de inscribir su dinámica en el Espacio, llenándolo de signos, de movimientos, que comunican un sentido a su vacío aparente. Valery afirmó alguna vez, que, en el templo griego, tan importante era el espacio dejado entre dos columnas, que las columnas mismas (los silencios de un Webern, comprendidos entre dos notas, dos acordes...) Pero con el gusto, el impulso —individual o colectivo— de la danza, el Espacio se magnifica, llenándose de mensajes, de significados agónicos, de contingencias gestual es, de arranques, levitaciones, voliciones, comunes a todos los seres humanos, aunque en su gran mayoría estén privados de las facultades necesarias a su exteriorización. De ahí que cuando la danza alcanza las cimas de sus posibilidades de expresión en el arte de una Alicia Alonso, sus logros cobran un alcance universal, rebasando las insuficiencias de las palabras y las fronteras de los idiomas. Obsérvese que nada resulta tan difícil como describir un gesto. Y es porque el gesto se acompaña de un significado específico, que desafía las limitaciones descriptivas del lenguaje. Pero, en la danza, no valen mensajes a medias. El gesto ha de magnificarse, dentro de un estilo predeterminado, para llegar a su máximo poder de suscitar la emoción colectiva, de exaltar o de manifestarse en términos de una absoluta belleza.

Alicia Alonso pertenece a la excepcional estirpe de bailarinas que han dejado —a veces no más de cuatro, de cinco veces por siglo— un nombre egregio en la Historia de la Danza. Porque, parafraseándose aquí la célebre frase del humanista “nada en la danza le es ajeno”. Si en Giselle se nos muestra como una incomparable intérprete romántica, si en El lago de los cisnes se nos sitúa en la más pura tradición del ballet neoclásico-romántico-ruso, en su extraordinaria Carmen, alejándose de toda norma coreográfica habitual, se nos vuelve una criatura fatídica, indomable como una fuerza natural, que conduce la acción, inexorablemente, hacia su desenlace trágico, dentro de un expresionalismo constante que “hace hablar”, por así decirlo, el menor ademán, el menor movimiento, la dinámica de los pasos, la breve inmovilización de una actitud, con una elocuencia y una sensualidad ausentes —por la necesidad de doblegarse a las observancias de un estilo dado— en otros de sus ballets.

Por la diversidad de sus recursos técnicos, por la fuerza de su sensibilidad, por su sensibilidad, por su entendimiento de cuanto atañe a la danza, Alicia Alonso es una de las más grandes bailarinas de todos los tiempos. Y no es este el juicio de quien firma estas líneas, sino el de las ya innumerables ciudades del mundo donde el público, con su acogida triunfal, ha dicho más de lo que se puede afirmar en palabras... Alicia, dueña absoluta de su país de las maravillas".

 

 

1972

 

*En: Cuba en el Ballet, La Habana, Vol. 3, No. 1, ene.-abr, 1972, p. 37. Este texto de Alejo Carpentier y los siguientes aparecen también en: Alicia Alonso: un signo en el espacio. La Habana, Ed. Letras Cubanas, 2004. 

 


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