Monumento y Sur de Eduardo Ponjuán


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Eduardo Ponjuán ha sido invitado a dos de los proyectos colectivos más expandidos de la XIII Bienal de la Habana. Con Monumento estará presente en La posibilidad infinita. Pensar la nación, gran curaduría de Arte Cubano que reestructurará los espacios del Museo Nacional de Bellas Artes, mientras Sur estará ocupando un emplazamiento dentro de  los kilómetros de acción de Detrás del Muro. Dos textos de la Crítica, ensayista e historiadora de Arte Sandra Sosa nos acercan a estas obras del Premio Nacional de Artes Plásticas.

Durante el 2007, Eduardo Ponjuán se dedicó a convertir en realidad un proyecto que había nacido a principios del 2003, como parte de una exposición homenaje al Héroe Nacional de Cuba, José Martí, y que fuera convocada por el Consejo Nacional de las Artes Plásticas. Una delgada torre con la estatura del héroe fue construida a partir del concepto seriado, una sobre otra, de monedas de veinte centavos. Monumento no es solo un homenaje, significó una comunión espiritual entre el artista, el público y ese hombre grande que fue Martí. 1,68 m, y como por azar, Monumento recogió exactamente 168 pesos cubanos, salario mínimo de un cubano antes de los leves aumentos monetarios que recogió la política nacional.

Osun de extensión, no puede evitar la extraña magia de quién representa; báculo leve, hermoso en su precariedad y simpleza, humilde como los bajorrelieves y bordes gastados por el uso de esas monedas de veinte centavos. Monumento es también la carne y el espíritu de un pueblo y su historia desde la visualidad imperceptible que recrea el perfil del héroe sobre la moneda. Humanidad del ídolo, acotación del hombre, propenso a vapulaciones y disquisiciones ideológicas, según la conveniencia de un martirologio muchas veces editado, transformado, subvalorado o sobrevalorado. Analogía de la moneda y su valor con el status, la fortaleza y la historia socio-económica de un país. Desvalorización de la moneda, y por consiguiente de la economía cubana. Desvalorización del héroe, y con el de la memoria, la historia de una nación y sus símbolos.

Monumento retoma el concepto de “pobreza irradiante” que señaló Lezama Lima como esencia de los padres de la patria cubana. Se trata de encarnar la grandeza espiritual en la vastedad de su finitud humana, que no divina, o en la (im)posibilidad terrible de nuestra similitud.

Ponjuán reconstruye el mito. Su materialidad es pedestre, vulgar, anómala y ambigua como el dinero mismo. Su observación alcanza uno de los problemas más visibles de la sociedad cubana: la dualidad monetaria como extensión directa de la dualidad humana que desdobla la Cuba de hoy. No hay escarceo posible ante la certeza de que el dinero y sus disposiciones ocupan la totalidad de las mentes. En esta síntesis entre dinero y precariedad, espíritu y materia innoble, grandeza y vulgaridad, memoria y presente, Monumento alcanza un equilibrio perfecto. Atacar la miseria desde la revelación de una esencia nacional demasiado perdida en sus rutinas, y por lo mismo esquiva a los ojos, implica hablar de lo evidente desde lo evidente. En este atrevimiento, Ponjuán deja las diferencias a los otros, final abierto para toda una cadena de silogismos.

A Sur le rodea un extraño sentimiento de emergencia, de inmediatez agotada, como si todo se hubiese dicho. Brújula empotrada en el suelo, instrumenta el abanico infinito de viajes que recorre el globo terráqueo a través de los cuatro puntos cardinales. El discurso directo convierte al interlocutor en viajero al activar la función original de la rosa naútica para aludir al viaje físico, geográfico.

En Sur, el detalle está en una leve traspolación de los espacios habituales de ubicación, barco, avión u otros medios de locomoción, para asir la propia tierra. Una brújula estática que se desentiende del viaje como proceso y/o movimiento para activar la partida y la llegada. Un nuevo punto cardinal se anexa, aquel donde está parado el consultante de caminos: en ese instante centro del hombre, y por tanto, centro del mundo. El objeto deviene sujeto de contingencias como el individuo que lo anima. Tiempo y espacio se invocan como libro entreabierto donde cada quien escoge su propio camino. Sur trata de la vida, y como tal es una promesa con apariencia de cálculo elemental. Tan sencilla para ser comprendida en primera instancia, su ánimo penetra la posición de viajero inmóvil que antecede cualquier travesía real, y es la imaginaria, la espiritual, la humana.

Una vez más en la obra de Ponjuán, el objeto se potencia por el espectador, quien no puede evitar reconstruir, recrear, finalizar la obra. En esta manipulación del público, la propensión hacia el objeto, ahora bajo el concepto de ready made, concluye en un environment inconsciente, múltiple e imprevisible como las subjetividades alternas y paralelas que le contactan. Y es que Sur alude a la búsqueda, pero también al renunciamiento que implica cada elección. Antesala del futuro; es, sobre todo, presente. En base a ello prevé el margen al error: las brújulas no apuntan al Norte geográfico, sino al Norte magnético; —extraño el destino de quienes lo ignoran. Móvil Norte, tan móvil como el dibujo, acelerado o calmoso de una existencia plagada de decisiones, de aplazamientos, de interrupciones, de imprecaciones, del casi insoportable gesto de tragar en seco porque a veces, hasta la risa, como el llanto, atraganta. En el centro, la rosa de los vientos, dimensión infinita donde escoger nuestro libre albedrío. A la postre, el  norte está allí, a la espera del viajero que se sabe impertérrito en el Sur.

Zen en un sentido total, Sur encuentra su mejor expresión en el sujeto mismo. Obra mental en su totalidad, distingue ese momento difícil que es el acto de decidir o, mejor dicho, de continuar a pesar de las emociones. En este preámbulo es donde Ponjuán acorta las distancias entre el arte y la vida, en tanto andar no es solo el desgranar ad  livitum del tiempo y el espacio. Se trata de la vitalidad del espíritu y su trascendencia ineludible, no para los otros, sino para sí mismo. Una ética mayor nos sobrepasa: Ser.

 

NOTA:

Como parte de las exposiciones colaterales, el 15 de abril en la Galería 23 y 12 a las 7:30 p.m. se inaugurará País de Nieve, muestra de  Eduardo Ponjuán. País de Nieve alude al título homónimo del escritor japonés Yasunari Kawabata. Una serie de pinturas encarnan el estándar estético que el mercado y el diseño contemporáneos han construido sobre el paisaje de las regiones frías. El artista superpone a la irrealidad de esta representación —no es naturalista—, la paradoja de su gestación: paisajes nacidos en el trópico. El autor despliega una erótica de la pintura que trasciende su origen virtual. Lo que une ambos lenguajes, el digital y el pictórico, es su vínculo con la imagen: el deseo de estar en otro lugar.


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