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Luces y sombras de Fidelio Ponce


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Enero es un mes de festejos colectivos para el pueblo cubano donde confluyen las celebraciones por momentos y figuras históricas que han marcado hitos para la Isla. Por estos días la cultura cubana celebra especialmente el natalicio de una figura prominente como José Martí y de otra personalidad imprescindible para el arte nacional, Fidelio Ponce, nacido en Camagüey el 24 de enero de 1895. De espíritu rebelde, actitud gruñona, ácido sentido del humor y paleta cromáticamente reducida, el artista exploró los límites del color a través del blanco, los ocres y los sienas, y se convirtió en un maestro de las gradaciones tonales y los empastes. Su “pintura nacarada”, tal como definiera su elección cromática, conduce a la “nada óptica” —en palabras de Oscar Hurtado—, y al “gran silencio lleno de posibilidades” que Kandinsky le confiere al blanco. Ponce se inscribe en una primera generación de artistas modernos que se oponían abiertamente a los códigos analíticos académicos aceptados en las primeras décadas del siglo XX. Dicho conjunto de individualidades con inquietudes y miradas renovadoras sobre el arte, para finales de la década del 30 se presenta como grupo consagrado en la Exposición de Arte Moderno (1937). (1)

La obra de Fidelio Ponce es el reflejo de la pobreza y la precariedad, de las vicisitudes materiales y económicas que afectaron en vida a su autor, así como del proceso creativo más intimista y existencial de la vanguardia artística en Cuba, durante la primera mitad del siglo XX. Ponce matriculó en la Academia de San Alejandro en 1916, a cuyas aulas asistió de forma intermitente y nunca culminó sus estudios, mas su formación autodidacta le permitió aquilatar la importancia del muralismo mexicano y de la vanguardia artística europea. Con tino afirma Pierre Loeb que su obra “hace pensar en Velázquez. En sus paisajes tiene a veces la escritura del Greco y su ligereza recuerda el siglo XVII francés del cual tiene la gracia y la elegancia. Pero, no son más que fáciles comparaciones. Esta pintura es la de un hombre que no pertenece a ningún mundo.” (2)

El propio Ponce declara sus referentes plásticos cuando plantea:

En mis primeros tiempos de evolución hice figuras alargadas como lo hicieron también El Greco y Modigliani, pero este último se inspira fuertemente en el arte negro, mientras que yo, para crear, miro hacia mi mundo interior (…) Si alguna vez mis pinturas se han asemejado a otras —que no lo creo— es pura coincidencia, porque siempre he tratado de ser Ponce y no un simple satélite. (3)

Sus figuras de niños, beatas o cristos emergen en atmósferas espectrales, en escenas comprendidas por la crítica como espacios de angustia y muerte. Un repertorio de temáticas e imágenes religiosas brotan de la mente atormentada y las manos inquietas de un individuo cuya única devoción era hacia el arte,pues en sus lienzos plasmó sin concesiones las huellas de su existencia. En vida no logró vender dignamente un cuadro, su trabajo era explotado por mecenas como valor de cambio en retribución de comida, medicinas o materiales de trabajo; se dice que la obra más cara fue vendida por un valor de 10 pesos. (4) Sin embargo, obtuvo importantes premios como en la I y II Exposición Nacional de Pintura y Escultura (1934 y 1938), con las obras Niños y Beatas. Su obra se incluyó en las colecciones de importantes museos estadounidenses y en significativas exposiciones realizadas en el decenio de los 40 como 300 años de Arte en Cuba, en la Universidad de La Habana (1940), y Pintura Cubana Moderna (1946), en el Palacio de Bellas Artes de México.

La poética de Fidelio Ponce está signada por los contrastes interpretativos. La paleta cromática reducida se concentra en explotar las posibilidades expresivas del blanco, la cual acentúa las lecturas fantasmagóricas y etéreas de las piezas, mientras el artista las entiende desde el simbolismo por ser “el color blanco (…) paz, amor, sol.” (5) En palabras de Ponce podemos entender mejor el aura trascendentalista de tal elección: “mi paleta es pálida como un lirio, pálida como la faz de los ángeles, pálida como la faz de mi amada muerta, pero eterna como la blancura infinita de los hielos eternos.” (6)

La luz se convierte en la máxima aspiración compositiva, esencia creativa y recurso expresivo logrado mediante las gradaciones tonales y los gruesos empastes, mas ofrece una interpretación ajena a las lecturas tropicalistas asociadas con los valores identitarios de la vanguardia artística cubana. Sobre la luz, el Dr. Luis de Soto ilustra que “lo primero que llama la atención en sus telas es la parquedad de colores: paleta de tonalidades delicadas, como en sordina, con predominio del blanco que, en esencia, no es color sino luz.” (7) Ponce se aleja de estas búsquedas nacionalistas y totalitarias de la vanguardia, motivado por una obra personal a modo de reflejo de su mundo interior. Pierre Loeb, a propósito del repertorio temático y las discrepancias con su generación comenta que:

Es cierto que la época contemporánea confronta otros problemas y también otras inquietudes, otras emociones, otras ambiciones intelectuales y plásticas; pero Ponce tendrá siempre el honor de haber entonado su propia canción, de haber sabido materializar su drama íntimo, de haber dado a todos el ejemplo de un hombre de calidad y nobleza. (8)

La línea que predominó en las piezas hasta la década del 30 se comenzó a diluir paulatinamente en medio de zonas de color que sugieren personajes, paisajes y trasiegos terrenales o divinos.

Mis blancos dorados y mis grises son muy míos. (…) mi dibujo está perfectamente unido al color y se funde o se separa de él cuando es necesario, insinuándose únicamente en los lugares que yo quiero. Yo no relleno mis figuras con colores porque siento el color y el dibujo como una unidad. Además, la línea acentuada desvanece el misterio y destruye la sugerencia que debe provocar toda obra de arte que aspire a ser un verdadero mensaje de belleza y de ideas. (9)

Para Guy Pérez Cisneros, uno de los críticos de arte más prominentes del período, la angustia deviene esencia en la obra de Fidelio Ponce; es decir, la angustia terrenal de la existencia precaria, las pérdidas afectivas, la vida nómada, la pobreza y la enfermedad; y la existencial, donde la obra deviene expresión sublime del artista que confronta la incomprensión colectiva. Décadas después, a la luz de nuevos enfoques de valoración artística, Juan Sánchez considera su obra como ejemplo de “negación de la negación”, habida cuenta de que él pudo traducir todos estos elementos de muerte en factores de “vida” para su quehacer y, por ello, en el motor mismo de su sentido creador.” (10) La complementariedad entre la vida y la muerte deviene, entonces, una clave analítica fundamental en la obra de Fidelio Ponce.

La producción artística de Ponce se ha aquilatado desde las aperturas experimentadas en el campo del arte durante el siglo XX. Su poética fue precursora de valores inéditos en la historiografía del arte cubano hasta el período: la autonomía del color en la composición artística; la dilución del dibujo como base estructural de la obra según los códigos academicistas; la gestualidad casi informalista en los procedimientos creativos; el tránsito entre figuración y abstracción como un proceso innato de la pieza; la fuerza icónica de sus figuras proféticas. Su manera de decir resultó extemporánea e incomprendida en su tiempo —en correspondencia con las limitaciones de los grandes genios de la pintura—, la cual puede ser leída como una gran partitura donde la escala de las armonías monocromáticas ofrece un ritmo intenso, lúgubre y trascendente. Según el propio David Alfaro Siqueiros: “Ponce aparece más allá del tiempo y del espacio.” (11) Sus cuadros denotan un expresionismo mordaz, sarcástico y visceral, envuelto en una atmósfera trascendental, incorpórea e idealista; se convierte en un referente cubano de lo “grotesco expresivo”, definido por la Dra. María Elena Jubrías, para comprender la sensibilidad artística postmoderna.

En vida, Ponce recibió pocos reconocimientos. En 1944 fue organizado el único tributo en su honor por el Círculo de Bellas Artes de La Habana, pero Ponce tendría que esperar hasta el año 1995 por otra gran actividad laudatoria de su obra con la exposición antológica en el Museo Nacional de Bellas Artes, a propósito del centenario de su natalicio. En los momentos críticos de su enfermedad mucho se abogó por “salvar para Cuba un gran artista,” (12) pero escasos fueron los resultados de las colectas promovidas por amigos y mecenas, que apenas alcanzaron para costear los gastos mensuales del internamiento en el Sanatorio La Esperanza. (13)

 

Fidelio Ponce ha sido de las personalidades más impactantes del arte cubano, con un estilo auténtico y consecuente donde confluyen lo tenebroso de los ambientes y el candor de sus personajes infantiles; el blanco se convierte en espectro o figura humana y la luz brota a través de los empastes como materia terrenal o divina. Sus pinturas tienen alma, como a juicio del artista se definían las verdaderas obras de arte. En las obras de Ponce el tiempo queda suspendido en el interland entre la materia y el espíritu, donde sus sombras quedan atrapadas por una atemporalidad que advierte la reflexión trascendente del sujeto creador. Sus pinturas dialogan con un lenguaje más sofisticado que el de la crítica y el público de su tiempo, tal vez sea ahí donde radique la esencia de su genialidad; son obras que discursan con el futuro. Fueron necesarias décadas y transformaciones sustanciales en el plano artístico para comprender la obra de Ponce y trascender la seducción/repulsión provocada de un primer vistazo; fueron necesarios nuevos códigos de artisticidad para justipreciar colectivamente sus aportes al arte y la cultura nacionales.

Sus amigos y contemporáneos lograron comprender el valor de su existencia y de su obra. Especialmente Nicolás Guillén resume el hálito trascendentalista y la singularidad de su genio en apretada síntesis y sustancial valoración:

“Fidelio Ponce, muerto hace dos años, gran nombre de la pintura de nuestra época y por supuesto de la pintura cubana de toda edad. Ponce, con su técnica angustiosa, apretada; con sus telas de sobrada factura en que jamás hay una sola concesión a la facilidad tropical y en quien las figuras diríase que obtienen dramáticamente del artista no más que elementos indispensables para asomarse a la vida —sombras alargadas, marfileñas; sombras profundas, nacidas de la sombra; sombras torturadas, que parecen escaparse como una fina columna de humo.” (14)

 

 

 

NOTAS:

 

  1. En esta exposición se presentó una amplia muestra del quehacer renovador de lo que se denominaría la vanguardia artística cubana, cuyos primeros exponentes fueron Carlos Enríquez, Víctor Manuel, René Portocarrero y Fidelio Ponce, entre otros. Ya existía el antecedente del Salón de la Asociación de Pintores y Escultores de 1925, donde habían aparecido algunos pintores considerados modernos, en medio del panorama académico imperante en el gusto artístico del evento.
  2. Pierre Loeb. En, Rosa de los Vientos, La Habana, 1949.
  3. Josefina Ortega. “Fidelio Ponce”. En www.lajiribilla.cu. Consultado el 12 de enero de 2015. 
  4. Cfr. Juan Sánchez. Fidelio Ponce. La Habana. Editorial Letras Cubanas. 1985.
  5. Walfrido Vicente. “Testimonio del Doctor Héctor Socorro sobre Fidelio Ponce”. En El Mundo, La Habana, 3 de enero de 1965.
  6. Juan Sánchez. Fidelio Ponce. La Habana. Editorial Letras Cubanas. 1985. p. 119
  7. Ídem. p. 93.
  8. Ídem. p. 95.
  9. Josefina Ortega. “Fidelio Ponce”. En www.lajiribilla.cu. Consultado el 12 de enero de 2015.
  10. Juan Sánchez. Fidelio Ponce. La Habana. Editorial Letras Cubanas. 1985. p. 122.
  11. Ídem. p. 54.
  12. Jorge  Mañach. En Diario de la Marina. 6 de noviembre de 1946. En Juan Sánchez. Fidelio Ponce. La Habana. Editorial Letras Cubanas. Cuba. p. 99.
  13. Se trata de un período de internamiento para tratar la tuberculosis a finales de 1946 y principios de 1947.
  14. Cfr. Juan Sánchez. Fidelio Ponce. La Habana. Editorial Letras Cubanas. 1985. p. 122.

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