Los pies en la tierra, en la música y en la vida /Por Emir García Meralla


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“Llamad al pianista, él tiene algo que decirnos”.

Uno de los grandes mitos de la música cubana de todos los tiempos es la serie de discos Descargas cubanas a los que se les considera, justamente, el referente más cercano de eso que hoy conocemos como “Jazz afrocubano” y que está emparentado (“enconsortado diría el poeta Eloy Machado, “El Ambia”)  con el Jazz Latino; por una delicada línea filosa en cuanto a estilos e influencias creativas.

Las descargas cubanas fueron la piedra angular de una tradición que hasta hoy persiste en los músicos cubanos; se puede “descargar” echando mano a cuanto recurso musical y tema quepa en su imaginación; por lo que un Danzón, una Rumba, un pasaje de una obra clásica lo mismo de mundo concertante que una canción, o simplemente un motivo rítmico repetido cíclicamente (tumbao es el nombre más recurrente) es el primer impulso para llegar al éxtasis creativo en el que hay espacio y tiempo para todos los instrumentos.

En ellas se van estableciendo lazos humanos y musicales que trascenderán en el tiempo y serán el leitmotiv de las convergencias musicales; unos lazos que involucran hoy en día a músicos de diversas generaciones demostrando que no hay antagonismos cuando de hacer converger talento se trata.

El formato para la descarga cubana tiene mucho en común con el que dio origen a cierto estilo dentro del jazz clásico; solo que en nuestro caso el ritmo se enriquece con la percusión cubana. Es decir se trata de un cuarteto o quinteto conformado por piano, bajo, batería, trompeta y tumbadora y como complemento el rayado del güiro o guayo. Cualquier referencia al “Quinteto de Música Moderna”, o simplemente “Los amigos” de Frank Emilio es obligada, necesaria y útil para comprender determinados fenómenos que ocurren hoy dentro del universo sonoro cubano y que se refleja en determinadas zonas de la creación musical contemporánea.

No es un  secreto que el piano es la columna vertebral de las descargas, y que el resto de los instrumentistas funcionan como órganos complementarios, o vasos comunicantes, por los que se transmite una energía, un estado de ánimo y esas emociones que a todos involucran y conmueven.

Estas fueron mis primeras reacciones tras la escucha preliminar del CD Con los pies en la tierra, del pianista cubano Roberto Carlos González Valdés, o simplemente “Cucurucho”, como le conocemos todos en el mundo de la música cubana de estos tiempos; y que la Egrem ha tenido a bien incorporar en su catálogo.

Cucurucho; la luz de la confianza me permite ese privilegio; forma parte de una generación que ha dado pianistas de alto vuelo creativo entre los que destacan Rolando Luna, Roberto Fonseca, Harold López-Nussa, Axel Tosca-Laugart, David Virelles, Alejandro Falcón, Mauricio Vanilla, Alfredo Rodríguez; entre otros nombre que harían larga esta relación. Esta generación ha ido definiendo y perfilando el pianismo cubano desde otros presupuestos estético creativos, o conceptuales, que no niegan a sus predecesores pero que comienzan a reinterpretar la tradición musical cubana desde la cosmovisión de los hombres del siglo XX; sin abandonar sus raíces; y que trascienden las fronteras de esta isla. Ellos son herederos de una tradición centenaria con ADN perceptible, a flor de piel; reconocible a la primera nota. Quien escucha dice a toda voz: “… ese pianista es cubano… eso suena a cubano, escucha el tumbao… yo no me equivoco…”

Sin embargo el piano es la punta de un iceberg en que todos los instrumentistas de esa generación apuestan por recursos creativos que han estado ahí y que las influencias de las vanguardias musicales, los modismos y ciertas necesidades expresivas fueron relegando a un segundo plano; que a la luz de estos tiempos comienza a ganar protagonismo. Para ellos la hora de derramar notas sobre el piano como tableteo de ametralladora calibre 50 comienza a quedar en el pasado y ahora, en el presente, importa más el disparo musical certero; ese que conmueve, atrapa y cala en el sentimiento más profundo de su destinatario musical. Ese que exhala sus emociones con un fuerte nudo en la garganta ante cada tema que escucha y sobrevive para escuchar los que vendrán hasta el final del concierto o disco; y que se volverá con el tiempo un adicto a esta forma de música. Ese que admira, y reproduce al aire la ejecución de los instrumentos involucrados.

Ese es el principio y el fin que —pienso yo y tal vez muchos de los que hoy disfrutan esta producción— se han propuesto el músico y los productores en esta entrega fonográfica: reinventar una tradición, divertirse, y sobre todo desatar esos demonios creativos que siempre le han acompañado. Esos que en sus tiempos de estudiante ocupaban sus horas cuando intentaba desentrañar los secretos de “lo cubano” que a veces el mundo académico ha negado e incluso se ha permitido marginar, ignorando que “la sangre todo lo puede” (aunque en este caso sea el tumbao la fuerza motriz).

Cucurucho, además, tiene sobre sus espaldas el “serun Valdés” cuando de música, y particularmente del piano se trata. Pertenecer a esa dinastía musical —hay otra familia Valdés de músicos igualmente talentosos— hace que el talento y la creatividad estén siempre bajo el escrutinio público y profesional. Siempre se espera de ellos más, porque son Valdés.

Con todos estos antecedentes en calidad de dogmas, si cabe la definición, llega Con los pies en mi tierra. Lo primero que resalta es el formato escogido para grabarlo: el mismo que definiera al “afrocuban jazz” en las postrimerías de los años cincuenta; lo que incluye a este fonograma dentro de lo que podemos definir como “las nuevas descargas cubanas”, las del siglo XXI que no parece vayan a dejar de existir; a ello sumemos la presencia de un músico como Fabián García en el bajo, alguien con quien Cucurucho viene trabajando desde hace algún tiempo y que han establecido una dinámica creativa y conceptual similar a aquella que existió entre Israel “Cachaito” López y Frank Emilio; es tal la imbricación entre los dos músicos que no deja brechas. Cada uno sabe cuándo inspirar o que exigir de sí y del otro para engrandecer su ejecución.

Toca el turno a la presencia de Rodney Barreto y Yaroldis Abreu en la percusión; que es como revivir aquella dupla Barreto/Tata Güines (en algún momento posterior fue Tata/Changuito); insuperables los dos en su ejecución, en las transiciones que exigen los diversos pasajes en que intervienen. Juego de maestría en sus instrumentos; recreaciones y en algo tan sencillo y a la vez muy propio de la música cubana como la relación timbales/tumbadoras propias del Danzón y géneros afines. Ecuánimes y virtuosos.

Envidiable el sonido de Julito Padrón y Alejandro Delgado en las trompetas, llenando horizontes con la misma maestría de quienes abrieron la ruta —pienso en Alejandro “el Negro” Vivar o en Alfredo “Chocolate” Armenteros y su impronta en la forma de hacer sonar la trompeta—; pero siendo ellos, los de hoy, que imponen una visión más contemporánea (para no decir “moderna”) de un instrumento determinante en el jazz y en la música popular cubana y que se ha preciado de tener nombres imprescindibles.

Y para no dejar pasar la ocasión la voz de Heidy Chapman, que acaricia y entra como una bocanada de aire fresco dentro de un complejo panorama en que muchas cantantes cubanas cercanas al jazz, prefieren derrochar virtudes y no equilibrio. Heidy yuxtapone equilibrio a virtuosismo. El equilibrio es la fuerza motriz de la virtud, según la escuela filosófica de los existencialistas, contradictoria pero muy influyente en las vanguardias musicales del siglo XX, que determinó el pensamiento jazzístico durante años.

“Descargo, luego existo y gozo”, dirá Descartes desde su luneta, o desde la tranquilidad de su equipo reproductor; mientras acaricia una placa de acetato de aquellas que nos trajeron a estas luces, y extrañara el sonido rayado de la aguja sobre el vinilo. “¡Soy un hombre analógico que ama una descarga hecha a la imagen y semejanza de mi vida!”, escribirá en la portada de su próxima obra. Nosotros los que amamos las descargas, los de entonces, somos los mismos a pesar del tiempo y las tecnologías.

Así se nos presenta Con los pies en mi tierra, que bien puede ser considerado ahora mismo como la joya de la corona musical de la Egrem en estos tiempos y en esta colección. Todo un derroche de cubanía; sí, porque a veces lo cubano solo necesita determinados resortes imperceptibles; mínimos resortes y recursos creativos como un pasaje de piano, una referencia musical y mucho corazón.

El jazz y la música cubana se han “enconsortado” de una manera muy particular. Un matrimonio que ha hecho su historia y ha fundado muchas familias, que tiene su propia esencia y lenguaje y que en este disco ratifica que la descarga cubana nunca deja de sorprender y que por sobre todas las cosas no aburre, como la vida misma cuando se vive y goza en esta tierra.

Eso lo saben Fran Emilio, Bebo Valdés y el resto de los implicados.


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