Es una combinación perfecta. Un cuadrado magistral de talento y posibilidades musicales. Una demostración de virtud a ocho manos: cuatro para el piano, cuatro para la percusión. Nunca lo supieron bien Wanda Lekszycki y Leonell López-Nussa. Regalaron a los cubanos de la música de sus hijos y nietos.

Por separado son especiales, juntos algo inusitado. Demasiado para procesar de una sola vez. Es imposible no pedirles más cuando termina la última nota o la baqueta detiene el movimiento. 

Y no es preciso competir, cada movimiento musical tiene su intención, su deleite, su espacio para brillar. Está el gusto de Ernán, la maestría de Ruy,  la elegancia de Harold y el ímpetu de Ruy Adrián. Una amalgama exquisita.

Ya lo han hecho fuera de Cuba. ¿Cómo se atreven? ¿Por qué nos privaron tanto tiempo de verlos reunidos en escena? Qué decir de cada uno…

El “sacrílego” Ernán López-Nussa parece un músico de otra galaxia. Cuando uno puede pensar que ha conseguido en sus discos una obra maestra, dígase From Havana to Río, Pas de Trois o Veinte Pianos, se aparece con Sacrilegios, para demostrar que puede hacerlo mejor.

Así se desata en el piano con la turbulenta capacidad de un gran señor, viajando de la academia a lo popular sin aparente carga. Composiciones que no por estar bajo el influjo del jazz y su pertinente improvisación, dejan de tener una complejidad y alto vuelo estético musical.

Ruy López-Nussa es un “monstruo” al drums, no hay otra forma de decirlo. Es el maestro de muchas generaciones y de los pocos que ofrece su casa para labores pedagógicas. Además, es el creador del método de estudio de batería por el cual se rige el sistema de enseñanza artístico-musical del país, así como autor de varios libros en torno a la percusión en Cuba.

Por si esto fuera poco, dirige desde hace cinco años el proyecto “La Academia”, ya con un disco de estudio grabado, con el cual explora y mezcla el jazz con las tradiciones africanas, aderezados con son, cha cha cha o mambo.

Y vamos a los benjamines de la familia: Harold y Ruy Adrián, ambos hijos de Ruy y la profesora de piano Mayra Torres. La música corre por las venas entonces y fluye naturalmente.

Para Harold, aunque alguna vez quiso ser pelotero y es aún fiel amante del deporte nacional, el piano le venció y pudo más el arte y la sangre. Hay niños prodigio, que con el certero encauce logran llegar a la cima. Harold en el piano pasó por las manos de su madre, Silvia Echevarría y la legendaria Teresita Junco, madre del también joven talento, Aldito López Gavilán.

El “Talento de Jazz 2011” según la ADAMI francesa, cosecha una carrera envidiable con tan solo 31 años. Cinco discos de estudio que mayormente se mueven en el terreno del jazz con una amplia variedad de fusiones genéricas en su interior y con un abanico mayoritario de composiciones propias son las credenciales de uno de los más sobresalientes pianistas jóvenes cubanos de los últimos tiempos.

Ruy Adrián es uno de los más solicitados percusionistas cubanos por diferentes proyectos musicales dentro del país. Forma parte del trío de su hermano, el de Aldito López Gavilán, toca ocasionalmente con su tío y con cuanto músico precisa de la musicalidad y rítmica que emanan de sus dedos y baquetas. Para Ruy Adrián no hay percusión que se le resista. Toca lo mismo el drums que el cajón o la percusión menor afrocubana.

Imaginen entonces un concierto a ocho manos de esta manera. Es una delicia para críticos y público, para todo aquel que aprecie la buena música. Así también se va orquestando un disco familiar para celebrar la virtud de una de las dinastías musicales más importantes dentro de la música popular cubana contemporánea.

Composiciones familiares, un repaso por temas que han marcado las carreras de estos “cuatro fantásticos del jazz cubano”, de seguro habrá también derroche de virtuosismo, clase y hondura musical.