Las Armonías nunca agotadas de Yaíma Sáez / Por Emir García Meralla


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Conozco muchas de las canciones que conforman el CD Armonía, de la cantante Yaima Sáez, desde antes de poder hacer el nudo de mis zapatos. Para ese entonces, los años sesenta del pasado siglo, la radio era el vehículo fundamental de difusión de la música y en casi todos los hogares había uno de estos aparatos y cerca de ellos se desarrollaba la vida social de la familia de entonces.

Vivíamos la prehistoria de los medios de comunicación y de la industria de la música en ese entonces; se admiraba al cantante por sus valores vocales, su capacidad para armar su repertorio y el despliegue de recursos musicales que acompañaban sus presentaciones y discos. Eran tiempos de derroche creativo, donde lo original era el pan nuestro de cada día; en que las canciones se escribían para ser recordadas por siempre, para ser parte de la herencia que se dejaba al futuro.

Escribir canciones era un acto de cultura en un mundo cambiante.

Estas canciones —las del disco Armonía—eran parte del repertorio de esos intérpretes a los que nuestros padres y abuelos rendían culto; un culto que a veces disfrazaba el fanatismo propio de la gente del Caribe hacía aquello que le conmueve y reconforta; a pesar de que con el paso del tiempo reconocen los valores de aquellos que se apropian de “sus canciones”.

Los años fueron pasando y los compositores e intérpretes originales de esas canciones o bien fallecieron o dejaron de cantarlas y parecía que sobre muchas de ellas las sombras del olvido, o la expresión fútil que condena todo a ser parte de un pasado que se debe negar a toda costa: “eso es cosa de gente vieja”, dirán los exegetas y defensores de la mediocridad que hoy regentean las riendas del gusto desde la tribuna de la difusión y la comunicación y cuelgan en las paredes de su alma el blasón de la ignorancia.

Cuántas hermosas canciones no han condenado a la hoguera estos Torquemada modernos de la industria de la música y aquellos que les animan; no es posible determinarlo. La sombra de la Inquisición parece retornar en estos tiempos y la música y la discografía cubana, por momentos, escapan a ello; al menos desde la institucionalidad; pues la otra zona —la informal, o simplemente desde la piratería que exhibe patente de corso— puja con todas sus fuerzas por imponer sus luces en nombre del gusto masivo y juvenil, o con la simple afirmación de que es lo que gusta a los jóvenes.

Cierto. Cada generación tiene sus propios gustos musicales, sus ídolos y sus héroes. Ellos son los patrones que guiarán y definirán sus vidas y esos valores les habrán de acompañar y trascenderán con ellos. Lástima que sus códigos hayan sido bifurcados en algún momento y se alejen cada vez más del camino trazado por sus predecesores.

Estos son algunos de los argumentos que hacen que el CD Armonía, de la cantante Yaima Sáez –Egrem 2017— llegue como un oasis a mis oídos y a mi entorno musical, y además me conmueva.

A qué se debe; sencillo: se trata de una ecuación que combina acertadamente una selección de repertorio, buen gusto en los arreglos y una interpretación encomiable donde la originalidad prima, campea por su respeto.

Los productores y la intérprete apuestan por una selección de temas de dos compositores cubanos de probada valía: Adolfo Guzmán y Juan Formell, generacional y estéticamente distantes, pero con un denominador común: saben escribir buenas y bellas canciones. Guzmán es considerado uno de los grandes orquestadores cubanos del siglo XX, conocedor de los resortes musicales que hacen funcionar una gran orquesta y una sensibilidad creativa que le ha trascendido. Formell, más cercano a las vanguardias musicales de la segunda mitad del pasado siglo, esas que nacieron con la contracultura; hijo del filin y gurú de la música popular bailable cubana; pero por sobre todas las cosas, trovador. 

Solo se necesitaron once surcos (hoy le llaman tracks) para este ejercicio de buen gusto creativo, para conformar un repertorio exquisito y depurado donde prima la total inteligencia musical de todos los involucrados; donde se recrea –desde la altura de una generación distinta—y crea una música que no satura, no aburre y reconforta.

Cierto es que los boleros de Formell desde hace algunos años han sido reinterpretados, que se han redescubierto por cantantes de diversos estilos y formaciones; y que cada uno de ellos se ha apropiado de esa música con una demostrada pasión que sorprende en muchos de los casos. Sin embargo, en el caso que nos ocupa hay una cercanía estructural al sonido primigenio sin que sea una burda imitación interpretativa; al contrario, se trata de una conexión espiritual con una época que hasta el presente no parece que será superada y que atrae cada vez más la atención de cantantes cubanos de estos tiempos.

Guzmán es un caso aparte. Ha ya cuarenta años que no está entre nosotros, que muchas de sus canciones son parte de eso que llaman clásicas; patrimoniales dirán algunos; y que en esta producción son engarzadas coherentemente, y aunque están lejos de aquellos derroches orquestales que les definieron e hicieron trascendentes para nada pierden su esencia.

Denis Peralta y Efraín Chivás (Pacho) desde el púlpito de la producción musical han sabido demostrar que es posible aplicar las ciencias económicas a la buena música: concatenar estilos y recursos expresivos con los elementos necesarios. No hay una nota de más, no hay un acorde de menos. Y complementa la interpretación magistral de Yaima Sáez; por su voz hablan aquellos hombres y mujeres que alguna vez cantaron estos temas; no importa si fueron conocidos o no, no importa si sus voces están ancladas en la memoria colectiva. Ella dio a cada tema una personalidad y como confirmación a esa unidad creativa recurre a combinar dos temas emblemáticos de estos autores: No puedo ser feliz / Tú me haces falta; en la voz de la Sáez y en el trabajo musical desplegado por los músicos que le acompañan uno llega a pensar que se trata de un mismo tema escrito a dos manos, tal y como los trovadores de antaño presentaban sus canciones.

Armonía ya es un hecho discográfico de alto vuelo, sabiamente complementado por el diseño y la fotografía; también es un hecho cultural que amerita ser tomado en cuenta por quienes deben tener la capacidad de hacerle trascender, de hacerlo masivo, sobre todo en estos tiempos en que la radio ya no es el punto de reunión social de la familia. Tiempos en los que prima más la musculatura y las suturas que esconden los cirujanos plásticos que el talento, en los que nos fabrican artistas con código de barras y fechas de vencimiento y en los que los que escriben canciones malamente leen la prensa diaria. Son tiempos también en que alcanzar un sueño desde la autenticidad puede resultar quijotesco.

Eso lo sabe Yaima Sáez, tal vez por eso apuesta por sus armonías. Esa es una buena estrategia. El camino es largo y difícil, pero al final habrá valido la pena y la música.


2 comentarios

Nelson Díaz Ramírez
15 de Febrero de 2018 a las 11:25

Excelente escrito, bien detallado y con puntos d vista bien sólidos. Emir: Cdo puedas me llamas o escribes, no encuentro tus teléfonos. Los mios: 72056587 casa 52926027 móvil


Yaima Sáez
15 de Febrero de 2018 a las 11:57

Gracias inmensas por tan especial escrito Emir, me has conmovido también, pues es lindo saber que alguien entiende los difíciles caminos del arte. Miles de gracias, tu opinión es muy valiosa para mí. Besos!!!

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