La Plaza de la Soledad. Un espacio identitario del Camagüey


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Iglesia de la Soledad.

Una de las formas más auténticas de adentrarse en la identidad de los pueblos y ciudades es la aproximación a su producción material; de ahí la importancia que revisten los museos y la necesidad de que se exponga en ellos un tesauro en el cual estén representados —sin discriminación alguna— los diferentes grupos y sectores sociales que habitan en ella. Así, las muestras expositivas de los museos se constituyen verdaderos informes de antropología cultural, en los cuales puede el visitante reconocer un sistema de signos cuya lectura e interpretación le permite reconocerse en semejanza o diferencia con los habitantes del lugar sede de la institución patrimonial.

De forma similar, aunque con mayor pluralidad y autonomía, la ciudad se revela en sí misma como un área en la cual encontrar los rasgos identitarios de sus moradores. Baste recordar, a modo de ejemplo, que la organización espacial de una ciudad resulta expresión del sistema cosmogónico de sus moradores, un sistema de ideas que se enriquece y modifica con el paso del tiempo, una obra de arte que ha de leerse no solo desde la morfología de sus plazas y parques o el lenguaje arquitectónico de edificios e instituciones, sino también, y en busca de su generalidad, desde los vínculos que establecen esos elementos entre sí y la connotación cultural que con el decursar del tiempo se acumula en ellos. Desde tales perspectivas, acerquémonos a un centro histórico de excepcional valor patrimonial en la isla de Cuba: el de Camagüey, área declarada Monumento Nacional por resolución no. 3 de 1978, junto a la Casa Natal Ignacio Agramonte y el Hospital y Plaza de San Juan de Dios. Centremos la atención en uno de los más singulares conjuntos de este centro urbano, la Plaza de la Soledad.

La vivencialidad acumulada en la Plaza de la Soledad avala su reconocimiento como nodo vital del Camagüey, un rasgo que late no solo en actas capitulares, protocolos notariales y la Gaceta de Puerto Príncipe, por citar algunos documentos históricos, sino también en los más recientes eslogan diseñados para presentar al mundo el área urbana declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad en la XXXII reunión de la UNESCO celebrada el 7 de octubre del 2008 en Quebec, Canadá. Y no podría ser de otro modo, porque la Plaza de la Soledad es uno de esos eslabones sin los cuales estaría inconclusa la camagüeyanidad. El templo, el parque, el hostal Camino de Hierro, la pizzería El Gallo y el Hotel Santa María no podrían ubicarse sin hacer referencia a esta plaza; un lugar cuya historia inició la construcción de un templo a finales del siglo xvii.

Desde las ciencias contemporáneas la Plaza de la Solidaridad —nombre ignorado a pesar de que así lo indica la señalética colocada por la Oficina del Historiador de la Ciudad—  clasificaría tipológicamente dentro del término “plazoleta o plazuela”, en tanto se trata de un espacio en el que convergen las calles Ignacio Agramonte, Maceo y República; sin embargo, los documentos que atesora el Archivo Histórico Provincial de Camagüey la revela desde el siglo xviii bajo el calificativo de “plaza”, identificación que encuentra sólidos argumentos en la connotación sociocultural que ha tenido este nodo desde finales del xvii; precisamente desde 1697, año en que el vicario Antonio Pablo de Velasco iniciara la construcción de una ermita en veneración a Nuestra Señora de la Soledad, inmueble que con el tiempo dio nombre tanto a la plaza como a uno de los ejes más importantes de la ciudad, aquella que fue renombrada bajo el topónimo de Estrada Palma y luego, en 1973, con el nombre Ignacio Agramonte.

En cuanto a la significación sociocultural del espacio habría que centrar la atención en la designación de esta iglesia como segunda parroquia de la villa de Santa María del Puerto del Príncipe en 1701, a consecuencia de la política desplegada por el obispo Diego Avelino de Compostela y Vélez (gobernador de la diócesis cubana entre 1687 y 1704), un hecho que desbordó la administración social y espiritual de los habitantes y visitantes foráneos para alcanzar ámbitos socioculturales entre los que se destaca la reorganización de la villa en dos áreas con borde en la calle Santa Ana, hoy General Gómez: al norte, la parroquia de La Mayor; al sur, la de La Soledad.

La connotación de esta iglesia como hito arquitectónico cobró cuerpo luego de una reconstrucción que duró más de 40 años (1733-1776). El empeño de albañiles locales, mirando lo que a su entorno se hacía —el académico templo de Nuestra Señora de la Merced, por ejemplo—, legó a la ciudad un ejemplo del barroco cargado de camagüeyanidad, estilo particularmente cifrado en una composición de fachada en la que dialogaba el clásico equilibrio de puerta central y puertas laterales con un sistema de columnas de franca estirpe popular y una torre que se corresponde con la nave izquierda de las tres que lo definen espacialmente. Para coronarlo, un alero de tornapuntas en su frente y laterales que perduró hasta los años 20 del pasado siglo.

Desde la aurora del siglo xviii, La Soledad dio lugar a una de las leyendas del Camagüey legendario, al tiempo que devino un referente cultural de suma importancia; recuérdese que las iglesias parroquiales eran el centro de la vida de los que habitaban las villas; allí eran sus hijos bautizados, matrimoniados y enterrados; de ahí que pasado y presente se acumulara en ella. No olvidemos que entre los ilustres hijos vinculados a esta iglesia están, por bautismo, Gertrudis Gómez de Avellaneda e Ignacio Agramonte y Loynaz y, por matrimonio, el de Ignacio y Amalia Simoni Argilagos.

Urbanísticamente, desde la primera mitad del xix, esta plaza se reveló como punto de referencia para las procesiones y los paseos durante los festejos de San Juan, acontecer que muestran los bandos dictados por el Ayuntamiento de Puerto Príncipe en los que se establecía como medio de control de la disciplina que los recorridos en carruajes se hiciesen “en cordón”; es decir, uno detrás de otro, uniendo en un solo sentido las principales plazas de la villa: la de La Mayor, la de La Merced, la de La Soledad, la de San Francisco y la de San Juan de Dios.

En el primer cuarto del siglo XX, el templo se convirtió en el centro del debate entre la tradición y la modernidad en Camagüey. Las crónicas publicadas por El Camagüeyano, entre el 14 y 31 de enero de 1914, bajo el seudónimo Mario de Berguerac y con el título “Refracción o demolición”, debieron despertar serias reflexiones sobre su misteriosa imagen pues se le llamaba “la peor de las soledades”, “la tétrica”, “la lúgubre”, “la paséfila iglesia de la Soledad”, frases que convocaban a su párroco a modernizarla e incluso, como anuncia el título, a demolerla. Guillén la considera en los años 30 “silenciosa” y “somnolienta”.

Mas resistió el templo a los aires de modernidad y de algún modo se sumó a ella en la restauración de los años 20, acción que eliminó los aleros de tornapuntas para dotarla de un pretil de estirpe ecléctico; pero también por entonces los historiadores locales le dedicaron espacio en sus textos, como aquel que publicara Jorge Juárez Sedeño en el número correspondiente a noviembre de 1943 de la revista Antorcha y en la que el edificio se distingue con los siguientes valores: “Sólido y arcaico edificio es el de este templo, situado en el corazón mismo del Camagüey moderno. Su arquitectura gris y de estilo añejo, dice de una historia que nace en el siglo xvii”. Juárez encuentra en La Soledad un documento histórico.

En los años 60 del siglo XX la Plaza de la Soledad y su templo reciben el primer reconocimiento patrimonial al quedar incluida en la resolución no. 5, del 5 de junio de 1962, dictada por la JUCEI Regional, el Departamento de Planificación Física del MICONS y específicamente la Comisión Provincial de Monumentos para la protección de Edificios y lugares de valor histórico declarados Monumentos. Esta declaratoria, publicada en el diario Adelante. Diario de la Revolución Socialista, el sábado 1ro de agosto de 1964,  colocó ambas obras —plaza e iglesia— entre las protegidas de demolición, de un uso inapropiado y su inscripción en un plan de restauración.

La torre de La Soledad marca la imagen del Centro Histórico de Camagüey pues da cierre a las visuales desde la calle Ignacio Agramonte y el boulevard de la calle Maceo; sitios desde los cuales se vio en desnudez hasta que fue rehabilitada para lucir el extraño color de un rojo óxido y salmón para luego, recientemente, mostrar un color más en armonía con los del repertorio religioso cubano: amarillo tostado en los muros y beige en las molduras. Pasado y presente en un edificio que dialoga con el Callejón de la Soledad y el Bodegón de Don Cayetano.

Otros aportes llegaron a la plaza con la celebración del 500 aniversario de la ciudad, el 2 de febrero de 2014 y entre ellos quiero destacar el Hotel Santa María en el antiguo Edificio Alonso, sede de la compañía eléctrica de Camagüey durante décadas en la etapa republicana. Corona este edificio una pieza escultórica de la artista de las artes plásticas cubana Martha Petrona Jiménez Pérez, una creadora que con plena eticidad se ha asomado a esta ciudad desde un enfoque antropológico. La pieza, fundida en bronce, recrea a un arlequín que tras andar descubre el sitio definitivo en que colocará su casa; una especie de parodia a una de las andariegas villas cubanas, la de Santa María del Puerto del Príncipe, la de los tinajones, Camagüey.

Se enriquece así la Plaza de la Soledad, un conjunto urbano de vital significación en la identidad de los cubanos que no escapa a la dinámica sociocultural de estos tiempos; un espacio que sin perder los rasgos atesorados en ella asume signos del pasado reciente.    

 

 

 


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