La búsqueda del lenguaje tras el objeto


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Ernst Haas, uno de los más extraordinarios fotógrafos del siglo xx, sentenció que «la etapa final de la fotografía es transformar un objeto desde lo que es a lo que deseas que sea», pero las relaciones que se establecen entre la realidad, como motivo fundamental, y el hecho fotográfico consumado, no siempre son acertadas. Descubrir en ese todo complejo y rebuscado que suele ser la vida un fragmento de tiempo, un instante lo suficientemente interesante y revelador que nos permita contar una historia, se convierte —en ocasiones— en una tarea difícil.

Muchas veces la fotografía es mal comprendida. Se le ve fácil —y no es que no lo sea— sino que, en ocasiones, lo extremadamente popular se torna en detrimento del mismo proceso creativo y lo elemental resalta como motivo y escena. Aparecen, entonces, el discurso mal estructurado, la imagen pobremente resuelta, las composiciones desastrosas y no importa, porque lo que se quiere es simplemente recoger un momento y conservarlo para después. Pero mañana, cuando ese después aflora, el problema sigue estando presente en las fotografías y ni la más encomiástica de las justificaciones, la pueden salvar.

Y no se quiere entender que un fotógrafo «de verdad» busca y, en el ejercicio de su propia profesión, encuentra. Un fotógrafo es, por naturaleza, curioso, observador, controvertido, inquisidor y, también, un avieso cronista de su realidad. Por eso, muchas veces tiene que desprenderse de lo ya conocido para volver al inicio y retomar sus fueros, donde se siente mejor y donde es parte de su propia cotidianeidad. Dominar el entorno no le asusta tanto como buscar una referencia que lo marque: una situación callejera, una obra arquitectónica, una persona o un objeto inanimado. Y mientras algunos sufren y buscan sin cesar la respuesta a todas las preguntas, otros se divierten y no se cuestionan nada, porque no les hace falta. La imagen es tan elocuente y tan autosuficiente, que se impone. Es el primer principio de la libertad.

Lo primero que me recordó El objeto fotográfico fue una de las salas de la Maison européenne de la photographie en París, en donde el concepto curatorial buscaba, precisamente, esa liberación en el discurso y en la presentación de su lectura. Cada situación exhibida estructuraba una narración en torno al objeto, desprejuiciado y libre, sin que mediaran más pretensiones que la del placer estético y el gusto hacia algo que pasa desapercibido por delante de nuestros ojos. Lo segundo, a la fotografía como documento atemporal e inverosímil de cualquier realidad que se pretenda construir, que es en sí manipulable, incomprensible y atrevida. Y no me contradigo pero, ¿hasta dónde un fotógrafo cuenta la verdad? ¿Hasta dónde es creíble lo que queda registrado en una instantánea? Al decir de Roland Barthes, «la estructura de la fotografía no es una estructura aislada […]. Por consiguiente, la totalidad de la información está sostenida por dos estructuras diferentes —una de las cuales es lingüística—; estas dos estructuras son concurrentes, pero como sus unidades son heterogéneas, no pueden mezclarse: en un caso (el texto) la sustancia del mensaje está constituida por palabras; en el otro (la fotografía), por líneas, planos y colores».

La supuesta democratización de las tecnologías ha puesto en la mano de todo el que puede algún artilugio que posibilita recoger fotográficamente el mundo que le circunda. La realidad contemporánea pretende asimilar nuestro entorno y trocarlo en una fría verdad retratada. Después, si las intenciones son más lejanas, el objeto fotografiado se convierte en una instantánea «creíble» e incuestionada de nuestra existencia. El objeto fotográfico, exposición colectiva recién finalizada en la Sala Covarrubias del Teatro Nacional, nos presentó como tesis la búsqueda de un lenguaje desde el objeto ordinario —formas, cuerpos, paisajes, texturas— al objeto fotográfico. Al decir de su curadora Patricia Díaz: «El hombre está ausente de la escena, solo nos llegan sus imágenes: la fotografía es una forma de vida, una manera de observar el mundo. La luz a través del lente y su intencional encuadre es la referencia “real” que poseemos. ¿Qué realidad es esa? El mundo se nos plantea entonces como en definitiva es: una virtualidad cambiante con respecto a quien la mire».

Es curioso ver cómo cada día afloran nuevos fotógrafos movidos por el simple hecho de hacer fotografía, sin que en ello haya presunciones mayores, ni tan siquiera trasmitir un mensaje por medio de la metáfora, de la ironía, del sarcasmo o de la paradoja. Tampoco, sin querer mostrar «su realidad» o discursar a través de imágenes cargadas de figuras retóricas. Hay una nueva visualidad en ciernes y hay que atenderla.

Todos tenemos adentro a un fotógrafo, y esto es lo que precisamente emanan nueve jóvenes convocados en este proyecto quienes, estructuran piezas con un grado de interés contrapuesto, que no es más que el territorio donde habitan las sorpresas, con esa capacidad única de reinterpretar lo que nos rodea —como en el caso de César Vilá y Wilfredo Toledo—; o movidos por un sentido de la metáfora y de lo conceptual, que van complejizándose desde imágenes limpias, sencillas, minimalistas y sin apenas manipulación, pero cargadas de significado —en Armando Hernández y Carlos Vilá—, hasta otras más simbólicas que salen de la imaginación —en Jorge Ricardo y Joel Leyva—; o de un lirismo acogedor por el uso del claroscuro, que llegan a sintetizar un gran discurso en algo pequeño, simplificando el objeto a la mínima expresión en su proclama —en Eduardo Pérez—; o directa, como suele ser cuando va cargada de una sorpresa, de una sensación que nos mueve desde adentro —en Claudia Corrales—; o lo vinculativo con la historia del Arte Moderno, que emana como suplemento de la misma imagen —en Alain Cabrera—. Ellos buscaron y encontraron.

Regresar a la escuela es un evento necesario. Pero no a la escuela en tanto espacio claustral, legitimador del conocimiento y de la erudición sino al estudio, a la búsqueda personal y experimental de ese saber oculto en la propia vivencia del arte y en la acción. Es la vía que nos permitirá la construcción de un mejor lenguaje y, si no, al menos uno propio y verdadero.

«—¿Y cuándo se acaben las palabras?

—Estará la imagen.

—¿Y cuándo esta se acabe?

—La idea.

—¿Y entonces qué, cuando tengamos las tres?»

 

 


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