La Avellaneda en nuestra Cultura nacional


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Ahora que celebramos la Jornada por la Cultura nacional, queremos recordarla.

Tanto se ha escrito sobre la vida y obra de esta gran mujer, que da la impresión que es casi imposible dedicarle unas líneas que pudieran interesar. Pero realmente no es así, habría mucho que decir aun de Gertrudis Gómez de Avellaneda, que mostró siempre un talento muy significativo.

Nació hace 205 años, en 1814, en Puerto Príncipe, Camagüey, y murió lejos de la Patria, un 2 de febrero de 1873.

La gran Tula —así la llamaban—, sobrepasó los límites más osados de la poesía lírica romántica y cultivó además, con firme determinación, el teatro, la novela, los relatos en prosa y verso, y las muy apasionadas cartas que aún asombran al leerlas. Era gallarda y criolla, como la definió Cintio Vitier. Fue una mujer muy adelantada a su tiempo.

Me propongo con estos comentarios, invitar a todos, especialmente a mis más jóvenes lectores a acercarse a la obra de esta camagüeyana, denominada también la Décima Musa,  para que descubran aspectos muy interesantes que distingue la literatura en lengua española  en el Siglo XIX y su trascendencia en los años sucesivos.

Esta gran cubana, vivió la mayor parte de su vida en España. Quedaron aquellos versos que escribió a su salida de Cuba y que desde niños aprendimos de memoria. 

Al Partir

¡Perla del Mar¡ ¡Estrella de Occidente!

¡Hermosa Cuba! Tu brillante cielo

La noche cubre con su opaco velo,

Como cubre el dolor mi triste frente.

¡Voy a partir! La chusma diligente

Para arrancarme del nativo suelo

Las velas iza, y pronta a su desvelo

La brisa acude de tu zona ardiente.

Adiós, patria feliz, edén querido

¡Doquier que el hado en su furor me impela,

Tu dulce nombre halagará mi oído!

¡Adiós!... Ya cruje la turgente vela...

El ancla se alza... El buque, estremecido,

Las olas corta y silencioso vuela...

Aquella noche la poetisa dejaba atrás su tierra querida, y como soñadora al fin y a pesar de las lágrimas que inundaron sus ojos, la navegación fue para ella como un manantial de nuevas emociones. En una carta a uno de sus grandes amores, Ignacio de Cepeda, expresaba: “Cuando navegamos sobre los mares azulados, ha dicho Lord Byron, nuestros pensamientos son tan libres como el Océano”.

Verse entre el cielo y el mar, fue lo que ella llamó “dos infinitos”. Quizás en aquellos instantes, con su alma muy conmovida, Tula recordó toda su adolescencia y juventud, sus frustrados amoríos de esos primeros años, las incomprensiones, los desencantos, las traiciones, atenuadas por sus refugios en las lecturas y en sus propias meditaciones solitarias. Joven estudiosa e inclinada a la melancolía, pero fuerte, decidida a enfrentar acusaciones y disgustos pero decidida a vivir, porque para ella “el mundo se venga cruelmente del desprecio que se le hace. Es preciso aparentar vida en la frente, aunque se lleve la muerte en el corazón”.

Yo siempre he pensado que todas las vivencias acumuladas desde muy niña, algunas demasiado tristes, la acercaron al teatro dramático dentro del cual pudo dar rienda suelta a todas con contenidas emociones, enriquecidas con sus variadas lecturas y sus estudios sobre la historia de España y especialmente de las etapas medievales.

Ya en 1840 iniciaba su andar por el teatro, dando a la escena el drama romántico Leoncia.  Varios años después compuso un número de dramas de contenido trágico, a los que algunos críticos han catalogado como tragedia romántica. Hablamos de Alfonso Munio: El Príncipe de Viana; Egilona y Saúl, entre otros.

Pero fue en 1852 cuando la Avellaneda comenzó a escribir su obra teatral Baltasar, presentada al público madrileño en abril de 1858, en el Teatro Novedades.

Es importante conocer que esta obra constituye el mayor éxito teatral de nuestra camagüeyana y no sólo eso, sino una de los mayores éxitos de la época. Dicen que se mantuvo en cartel durante cincuenta noches seguidas.

Un asunto que resulta curioso y me gustaría compartir en estas líneas, es el referente a las investigaciones que se han realizado sobre la comicidad y el uso que hace la escritora de ello.

Muchos estudiosos saben que a Tula no le faltaron motivos para la tristeza y la desesperación, pero con los años —y esto lo define bien don Juan Nicasio Gallegos, que le prologó su primer libro de versos—, la creadora “fue adquiriendo una serenidad vital y un dominio de la técnica dramática a largo de los años, lo que le permitió asomarse a géneros para los que en principio no estaba muy dotada”.

Su incursión más clara en el mundo de la comedia es la obra El millonario y la maleta, intrascendente juguete escénico, que escribió para ser representada por un teatrillo de aficionados de Sevilla, donde residió durante cuatro años, del 1865 al 1869. La obra no llegó a representarse y no se publicó hasta 1871, en sus Obras Completas.

Amó a Cuba y por supuesto también amó a España, amó las letras hispanas y las universales, y en especial la poesía. Y amó todo lo hermoso y bello que la deslumbró algún día, como cuando se vio en medio del mar, entre el cielo y el agua infinitos y sintió que si hubiera sido atea, ante aquel espectáculo, hubiera dejado de serlo.

Siempre la sentiremos tan cercana, La Peregrina, como también se le conoce, una mujer, que en temerario vuelo a manera de seudónimo, hacía volar sus pensamientos.

En su elegía "A la muerte del célebre poeta cubano José María Heredia", la expresión de su amor a la Patria es tan ardiente como emotiva:

¡Patria!, ¡numen feliz!, ¡nombre divino!
¡ídolo puro de las nobles almas!,
¡objeto dulce de su eterno anhelo!

 Ya enardeció tu cisne peregrino

¿Quién cantará tus brisas y tus palmas,

Tu sol de fuego, tu brillante cielo?

Cuba aparece en muchos de sus textos, destacando la bella naturaleza de nuestra Isla que no olvida y también, para expresar los sentimientos que la embargaban en aquel regreso, después de veintitrés años de ausencia, a la tierra que la vio nacer, isla que llama "dulce patria" y "tranquilo edén", memoria de aquellos tiempos infantiles. Fue la poetisa Luisa Pérez de Zambrana quien la coronó en un acto, en el Teatro Tacón, la noche del 27 de enero de 1860, auspiciado por el Liceo de la Habana. 

Cintio Vitier, en su Lo cubano en la poesía, un material imprescindible para el estudio de la lírica nacional reafirma que en la Avellaneda se siente una pasión, un fuego, un arranque vital imperecederos. 

Dejó Tula, al morir, una profusa obra lírica que constituye uno de los monumentos más preciados de la cultura cubana con indiscutible proyección universal y aquellos sus versos de “Amor y Orgullo”, llenos de ardientes emociones que hoy, vale muy bien recordarlos y que presentan al universo lírico la dimensión de la poesía amorosa, y que aparecerá después en muchas voces femeninas cubanas.

En hora infausta a mi feliz reposo,

¿no dijiste, soberbio y orgulloso:

Quién domará mi brío?

¡Con mi solo poder haré, si quiero,

Mudar de rumbo el céfiro ligero

Y arder al mármol frío!


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