José Antonio Ramos, bibliotecario


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7 de junio, Día del Bibliotecario Cubano

Dramaturgo, traductor, novelista, diplomático, ensayista y crítico, José Antonio Ramos y Aguirre (1885-1946) sobresale en la cultura cubana como uno de los más prestigiosos intelectuales de la primera generación en la etapa republicana, enfocado en denunciar y hasta proponer soluciones a los problemas sociales y políticos de su época.

Baste señalar, en este sentido, la fundación de la Sociedad de Fomento del Teatro (1910), y sus numerosas misiones consulares en diversos países de Europa y América, por cuyos resultados fue condecorado con el Título de Oficial de la Orden Nacional de Carlos Manuel de Céspedes; se destaca en su haber, además, la defensa del sentido económico de la emancipación de la mujer en el Club Femenino de Cuba (1921) y el discurso sobre cubanidad y mestizaje en la Sociedad de Estudios Afrocubanos (1937), fecha en la cual también fue designado Académico de Número en la sección de Literatura de la Academia Nacional de las Artes y las Letras. Entre sus obras más significativas, el drama Tembladera, sobre la nefasta influencia del capital estadounidense en Cuba (1917, Premio de Literatura de la Academia Nacional de Artes y Letras), y la novela Coaybay (1926, Premio Minerva), que aborda los problemas de la discriminación en una sociedad esclavista. De sus ensayos, el Manual del perfecto fulanista, apuntes para el estudio de nuestra dinámica político-social (1916).

Sin embargo, hay un eslabón de su vida que muchas veces queda soslayado. 

Aunque la Historia señala que sus primeros intereses por la bibliotecología surgieron sobre el año 1922, cuando -a la vez que cónsul en Filadelfia y Catedrático de Lengua Española en la Universidad de Pensylvannia- decide estudiar para convertirse en técnico biblioteconómico, sin dudas la verdadera motivación estuvo en su gran interés por la lectura, donde descubrió desde siempre, en la cercanía de los libros, oficio y pasión.

Con esa experiencia y un arduo trabajo demostrado durante 1936 al reorganizar y clasificar los fondos de la biblioteca de la Cancillería en la Secretaría de Estado, así como por su innegable prestigio como intelectual, logró ser contratado como Asesor Técnico de la Biblioteca Nacional de Cuba en 1938, por decreto presidencial.

Fue allí que consagró verdaderamente sus esfuerzos a favor de la Bibliotecología. Asumió tanto responsabilidades administrativas como ejecutivas, con el apoyo de sus colaboradores, a pesar de establecer métodos poco convencionales en muchas ocasiones; si no llegó a Director fue, -según los estudiosos- porque a pesar de reconocer sus méritos intelectuales, algunos de sus contemporáneos pusieron en tela de juicio sus conocimientos, y además el gobierno lo soslayó por su pensamiento progresista sobre el desarrollo social de Cuba.

Desde esa trinchera profesional, se manifestó en contra del traslado de la Biblioteca Nacional nuevamente al Castillo de la Real Fuerza, y creó la Junta de Patronos a fin de promover la adquisición de libros y financiamiento para mejorar la institución, todo ello agraviado por el traslado irreflexivo a un local inapropiado, y el descuido de unos fondos ya de por sí devastados; es esta la organización que, en 1941, estaría encargada de recibir la recaudación aprobada con la Ley no. 20, artículo 21, que aportaba un impuesto de medio centavo sobre cada saco de azúcar de 325 libras para la compra del terreno y la construcción de un edificio adecuado, incluyendo el mobiliario, estantes y talleres. La misma institución que Ramos abandonará y denunciará tiempo después, decepcionado por la falta de gestión y la indecisión para llevar a cabo el proyecto.

Y es sobre estas bases que José Antonio Ramos proporciona su mayor aporte: el Manual de Biblioeconomía: Clasificación decimal, catalogación metódico-analítica y organización funcional de bibliotecas, que vio la luz en 1943 por acuerdo del Congreso de Bibliotecarios, Archiveros y Conservadores de Museos del Caribe, efectuado en La Habana el año anterior.

El documento –bautizado “Epítome” por su autor– estaba destinado al funcionamiento de las bibliotecas públicas, un lugar ideal para cultivar el conocimiento de los jóvenes cubanos, en especial los que no contaban con recursos económicos; para esas instalaciones recomendaba un sostenimiento a partir de la dedicación de intelectuales verdaderamente interesados en su progreso, y no de altos representantes de turno. El texto fue redactado sobre la base de la experiencia práctica de tres años trabajando en la institución, y con la colaboración de otros muy notables especialistas, entre ellos María Teresa Freyre de Andrade, Jorge Aguayo Fermín Peraza, Antonio Alemán, J. M.  Zayas y otros miembros de la Asociación de Bibliotecarios Cubanos.

En sus páginas, indica como oportuno implementar un método de clasificación decimal, estructurado a partir de modificaciones del de Bruselas y otras de su propia creación. Este sistema posibilitó que la Biblioteca Nacional alcanzara un nivel técnico y de organización sin precedentes, y se mantuvo varios años, incluso coexistiendo con el sistema Dewey durante el proceso de reclasificar todas las colecciones, una vez que María Teresa Freyre de Andrade asumió como la primera Directora de la institución al triunfo de la Revolución.

Ramos insta a la creación de escuelas para la sistemática superación técnica del personal bibliotecario, pues está consciente del éxodo y traslado regular de estos trabajadores. Tal capacitación ha de estar en correspondencia con la elevación de la cultura media del pueblo que recibirá el servicio; para ello cuenta con un buen profesorado nacional, regido por el Patronato de la Biblioteca: “verdaderos bibliotecarios, que no es labor de cursitos improvisados, sino de escuelas especializadas y algunos años de bachillerato y ‘colegios’ universitarios”.[1]

Pródigo en detalles, expresa la necesidad de un local permanente, que contemple la sala de lectura como el sitio más frecuentado por los usuarios, el más importante: cómodo para el lector, con la disposición lógica de los estantes. Describe también cómo ha de ser el almacén –que él llama “estacionario”–, dispuesto de manera que el especialista tenga la suficiente privacidad para su trabajo; así como las condiciones necesarias, desde el mobiliario, el instrumental técnico, mecánico y de limpieza, hasta lo que él llama “material consumible”: modelos impresos, marbetes, papel oficial y sobres...

Con respeto, agradece la contribución de la Asociación Bibliográfica Cultural, la Logia Mártires de la Libertad, la biblioteca Más Luz de Santiago de las Vegas, entre otras instituciones, unidas en el empeño de crear nuevas bibliotecas públicas en el país.

“No creo que mi Epítome sea una obra definitiva, desde luego, pero confío que será útil por algunos años de labor iniciadora hasta que las nuevas generaciones logren una cabal tecnificación, en escuelas que a ese fin se fundarán algún día”[2], expresó con humildad.

Aún así, José Antonio Ramos con su Manual de Biblioeconomía fue el primero en conformar un sistema para organizar y representar la información en las bibliotecas cubanas, con basamento científico.

Sirva, entonces, este recuerdo como homenaje a su labor, este 7 de junio, Día del Bibliotecario Cubano.

 

Nota:

[1] Ramos, J.A. “La Biblioteca Nacional”. El Siglo, La Habana, 10 de octubre de 1945: 16. En Fernández Robaina, T. (2001). “José Antonio Ramos: sus contribuciones a la Biblioteca Nacional de Cuba y a la bibliotecología criolla”. Apuntes para la historia de la Biblioteca Nacional José Martí. 261_nombrar_3.html

[2] “José Antonio Ramos nos habla de libros y de bibliotecas”. El Mundo, La Habana, 7 sept. 1942: 4 (Edición dominical). Ob. cit.


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