Eusebio Leal Spengler: Héroe revolucionario de la Cultura nacional, de su Cubanidad ilimitada


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Dotado de un talento, sencillez y locuacidad proverbiales, acompañados de una laboriosidad y amor hacia la obra que por su gradiosidad estremecería a muchos –a algunos escépticos y a otros pesimistas–, dentro y fuera del país, pero que junto al infinito apoyo de su pueblo, de su querida Habana, logró transformarla de utopía en maravillosa realidad consecuente con principios éticos y revolucionarios…, este hombre, uno de los más dignos paradigmas de la Cultura nacional, acaba de partir físicamente. Mas el vocablo luctuoso (¡!de seguro!!), no cabría en este momento incluirlo dentro del lenguaje de inefable riqueza que supo comunicar como pocos oradores y escritores.

Distinguido por reyes, princesas, eclesiastas, presidentes, ministros, Premios Nobel, artistas connotados…por un intermible número de personalidades y figuras del mundo entero, Eusebio Leal Spengler fue el cubano de siempre: el niño nacido de cuna humilde habanera; el joven que atesoraba la Historia de Cuba como aquella Biblia o Catecismo cuyos conocimientos le indujeron a amar desde muy pequeño pero que llegó a transformar en libro teórico revolucionario y que, en plena adultez, llegó a practicar con el tesón y la valentía impregnadas por aquellas (¡SÍ!), verdaderas figuras, personalidades y próceres;  tratando de imitarlas en la obra que ya desempeñaba junto a una generación formada y descendiente de aquella Centenaria que, en el Año del Natalicio del Apóstol, combatió en las calles de La Habana, desde su escalinata universitaria y en otros tantos rincones de Cuba.

“No se puede ir al futuro sino desde el pasado”, fue una afirmación reiterada en muchas de sus intervenciones públicas porque todo el tiempo no le alcanzaba para promover lo que, a su juicio, debe instalarse en nuestras conciencias y sostener la práctica cotidiana: “la desmemoria es condición consustancial al subdesarrollo”.

A aquellos hombres y mujeres de tres guerras, a esa Generación del Centenario, a su descendencia, sin excluir la presencia de la llama latinoamericana-guevarista, Eusebio Leal Spengler decidió entregar lo mejor de su intelecto, de su corazón, de su obra, no obstante su salud quebrantada en los últimos meses.

El pueblo de Cuba y, en especial el de su querida Habana, llora más que a una figura nacional e internacional, más que a un intelectual para todos los tiempos, a un colega, a un amigo, a otro gran héroe revolucionario que contribuyó al engrandecimiento de la Cultura nacional, de su Cubanidad ilimitada.

Como bien expresara nuestro Héroe Nacional José Martí: “(…) la capacidad para ser héroe se mide por el respeto que se tributa a los que lo han sido”(1).

A continuación, fragmentos de una entrevista que le realizara la destacada periodista Magda Resik Aguirre, a Eusebio Leal Spengler, Historiador de la Ciudad, el 26 de febrero de 2015. Fragmentos que consideramos sumamente vigentes:

Usted ha intentado por todos los medios, y contra viento y marea, salvaguardar el patrimonio de la nación. ¿A qué se debe que haya insistido tanto en eso?

“Hoy existe una categoría que es el patrimonio inmaterial, que es lo que flota sobre el ambiente, lo que forma parte de la memoria. Esa memoria se ha hecho piedra, se convirtió en carne, en músculo, en sangre de un país. Y hay también la memoria de la gente que ha construido todo eso. Empecemos por los que han trabajado, los que han construido, los que han ideado, los que soñaron en estos espacios y crearon el ser nacional. Para mí entonces es importantísimo no que me vean como un embalsamador de la realidad, ni como uno que se ha detenido en el tiempo; para mí no todo tiempo pasado fue mejor, pero afirmo categóricamente que no se puede ir al futuro sino desde el pasado. Esto es importante. Conocer bien el pasado, ver lo que hay de perecedero y lo que hay de perdurable, lo que se conserva, lo que prevalece… es lo que trato de hacer”.

¿Qué salvaría Eusebio Leal de esa relación histórica entre la Florida inicialmente y Cuba, entre Estados Unidos y Cuba a la luz de los tiempos? ¿Qué de historia, de cultura, de herencia patrimonial salvaría Eusebio Leal en este momento?

“En primer lugar, la familia cubana, porque desde los abuelos del Padre Varela, militares españoles y habaneros que estaban en las guarniciones de San Agustín de la Florida, en Pensacola, desde los tiempos en que esa parte de América era un obispado de La Habana y parte del territorio continental español, Cuba y La Habana han tenido una presencia en territorio norteamericano. Segundo, allí vivió y se santificó el Presbítero Félix Varela, el Padre Varela, el santo de los cubanos, el hombre que, en el último instante de su vida, con inmenso sufrimiento, decía que dedicaba su dolor a Cuba. Era un sentimiento místico de aquel que había creído firmemente, y está contenido en el espíritu de sus Cartas a Elpidio, en el espíritu de su periódico hacia los cubanos –fíjate, un periódico para los cubanos–, el hombre que había colocado en el Seminario de San Carlos los instrumentos de química y de física que el Obispo de Espada le había encargado a los mejores laboratorios de los Estados Unidos; el hombre que enseñaba música; el hombre que era al mismo tiempo, en su exilio, además del gran maestro que fue, maestro de una pléyade de grandes cubanos, a cuya peregrinación y encuentro van los mejores cubanos.

“Allí estuvo su tumba. Negado por la iglesia, negado por el colonialismo, le fue impedido todo ascenso en el rango que le pertenecía como apóstol que fue de los irlandeses. Hoy, en el corazón del barrio chino de Nueva York está la modesta iglesia del Padre Varela, la modesta iglesia del Padre Varela. La persecución de Fernando VII le impidió alcanzar el episcopado, pero no le impidió alcanzar la santidad. No descansa en ninguna catedral, paradójicamente no está en un templo; se custodian sus restos en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, adonde lo trajeron los intelectuales cubanos y lo colocaron allí, en ese lugar, como maestro, como educador y como sabio.

“Evocaba a la familia cubana, porque allí fue la emigración patriótica. Fue el exilio de los primeros en pensar en la libertad de Cuba; fue el exilio de los de la primera guerra perdida, de los de la segunda; fue el exilio de los que no pudieron desarrollar su labor en Cuba, de los que fundaron sobre un arenal inhóspito en Cayo Hueso y en Tampa florecientes colonias cubanas; fue en Nueva Orleans, en el viejo cuartel español donde los cubanos conocieron a Juárez, allí se enarboló la bandera cubana, en aquellos lugares. Vas a los cementerios de Pensacola, de Mobile, y encuentras las tumbas de los que no pudieron volver; vas a Cayo Hueso y allí está el templo, están los lugares santos de los cubanos, el Club San Carlos –que, entre paréntesis, le pertenece a la República de Cuba–; pero, además, hoy viven en Estados Unidos infinitos cubanos que nunca fueron enemigos de la Revolución sino luchadores por Cuba, por la libertad de Cuba, y sus hijos no creen ya en las mentiras de una élite furiosamente anticubana, que ha renunciado a ser cubana, pero que no ha olvidado nunca su odio visceral contra la Revolución que les despojó de sus privilegios.

“Pero hoy, al mismo tiempo existe un quórum en Estados Unidos por parte de los cubanos, de volver a Cuba, de encontrarse con su gente, de ir a las tumbas de sus muertos, de volver a su pueblo. Por otra parte, tenemos derecho a mantener una relación de amistad con la nación americana, con sus artistas, con sus instituciones, y aun con un Estado norteamericano que olvide su política ancestral con relación a Cuba y escuche la voz de todos aquellos que desde tiempos remotos hasta Lucius Walker y hasta nuestros días, han luchado por Cuba.

“No olvidemos nunca que cuando el ciclón Katrina se abalanzó sobre suelo norteamericano, Fidel decide crear una brigada, y le da el nombre del más brillante de todos los mambises norteamericanos, el de un muchacho que a los 19 años vino a Cuba: Henry Reeve. Un muchacho criado en Boston y Nueva York que luchó siete años y tres meses por Cuba; constelado de heridas, murió en Yaguaramas en la extrema vanguardia de la Revolución, velado por Agramonte, por su médico, el doctor Luaces; compañero de Máximo Gómez y de los grandes luchadores por la libertad. Ese fue el nombre que Fidel le dio a la brigada. Y cuando Fidel realizó el elogio de ese nombre para definir a una brigada que nunca fue aceptada para ir a Estados Unidos, cuando se hundía Nueva Orleans, la ciudad que tanto conserva de la historia de Cuba, esgrimimos el nombre de uno de los grandes americanos amigos de Cuba, que vino en la expedición del Perrit en mayo de 1869 junto a más de 80 jóvenes norteamericanos, muchos de los cuales fueron mártires de la independencia de Cuba, como pudo serlo Henry Reeve en la noche terrible en que casi todos ellos, sin hablar apenas el idioma español, fueron capturados y fusilados.

“No olvidemos que al frente de esa expedición venía el general norteamericano Tomas Jordan, que fue presentado en el Demónico’s en Nueva York como el nuevo general para el Ejército Libertador de Cuba, contratado por la emigración cubana; no olvidemos nunca, que cuando Maceo cruza la trocha, en esos cuatro viajes, viene su coronel de la escolta Charles Gordon, héroe de Cuba; no olvidemos tampoco que muchos cubanos lucharon por la independencia de los Estados Unidos, lucharon allá con Washington, luego en el norte, y hay que decir la verdad, también en el sur de los Estados Unidos.

“Pero del norte escogeré a los hermanos Cavada, que estuvieron en Gettysburg con Lincoln, uno de los cuales, Federico, llegó a ser, como abogado y coronel, auditor del ejército de los Estados Unidos. Se decía que era el mejor tipo del ejército americano, y el retrato que conservamos de él, lo conservamos vistiendo el uniforme de la Unión Americana. Pintor, artista, notable escritor, murió fusilado en Camagüey por la libertad de Cuba.

“Quiere decir, no podemos vivir en una guerra perenne, ni luchando perennemente contra los fantasmas del pasado. Tiene que haber una paz con justicia, con dignidad, con decoro y con respeto. En este caso, no se le puede pedir al ratón las mismas condiciones que se le piden al gato que debe acceder a guardar las uñas bajo un guante de pelos; tiene que acostumbrarse a tratar de igual a un pequeño pueblo que ha representado como ningún otro el drama bíblico de David y Goliath”.

Nota:

  1. José Martí. Obras Completas. La Opinión Nacional, 1882. T. 14. P. 483.

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