Esa fuerte filosofía imaginativa de Toledo


esa-fuerte-filosofia-imaginativa-de-toledo

Aún tenía los efectos de la anestesia usada por la dentista amiga para eliminar de mi encía aquel ya desgastado y doloroso molar. Llegué a mi casa con el propósito de hacer reposo y protegerme del irritante calor insular, sin sospechar que al activar internet en mi máquina, lo primero que aparecería sería una noticia triste para quienes sentimos la pérdida de cualquier hacedor de cultura, independientemente de su nacionalidad y tipo de aporte. El golpe vino como saeta: Francisco Toledo, uno de los artífices fundamentales de México, América Latina y el Mundo, había sido arrancado a la vida por la malignidad del cáncer.

No importaba el dolor físico que aún sentía. Tuve en la conciencia el empuje del deber ineludible: debía escribir para mi página de Facebook un comentario mínimo sobre el alcance  humano y profesional de quien supo fundir —mediante su percepción, el diverso oficio y la fantasía renovadora— lo que heredó etnográficamente con lo que ha vivido y contemplado en los ámbitos local y universal. Más que reiterar cuanto puede leerse en innumerables artículos especializados o en libros y catálogos que concentran visiones de su vasta obra, debía colocar el dedo índice sobre la autenticidad de su estilo (ya asumido por otros artistas de Nuestra América), la responsabilidad ciudadana, el sentido humanista de la existencia y esa posición contraria a veleidades, vacíos y mercantilismos de un “arte neutro”, fabricado como recurso ornamental y de inversión financiera. Es que lo importante en Toledo no es sólo lo que fue, sino además lo que queda como enorme patrimonio de la sensibilidad objetivada y lección para el camino que asegura  trascendencia.

Toledo no tuvo reparos en aprender a la vez de las Bellas Artes y la Artesanía; supo que todos los géneros expresivos de la visualidad son equivalentes y permiten emisiones del lenguaje propio; en lugar de aislarse como “demiurgo terrenal enriquecido”, puso lo que era y tenía en función de sus gentes y de la justicia; convirtió en papalotes lanzados a la luz retratos de aquellos jóvenes estudiantes de Ayotzinapa desaparecidos por alguna mafia vernácula; y no temió exhibir sus realizaciones gráficas en Venezuela y en Cuba. Igualmente se identificó con los afanes de mejoramiento social en general y apoyó de manera concreta el despliegue cultural de niños y comunidades; mostró su ejecutoria genuina lo mismo entre las personas humildes de Oaxaca que en la lucrativa Bienal de Venecia; asimiló la riqueza técnico-formal proporcionada por la Escuela de París, sin dejar de beber en Orozco, Frida, Tamayo y la inmensa iconografía de los extraordinarios escultores y pintores de etnias prehispánicas mesoamericanas; aparte de proyectar en una sintética morfología de animales lo común al comportamiento de nuestra especie racional dominante. También hizo del erotismo canal de exteriorización simbólica conectado a lo histórico. Con todo eso demostró que lo contemporáneo verdadero no es un repertorio de modalidades sin raíces ni patrias, sino la capacidad para trasmitir lo autóctono actualizado, que permanece a través de percepciones, códigos, materiales, procedimientos, formatos, mixturas e invenciones de todos los tiempos.

Si una producción artística logra arraigarse en la tierra y el “universo de lo humano” donde ha sido forjada, permanecerá como testimonio sustancial no sólo del artífice que la concibió, sino igualmente de los valores espirituales legítimos y la proyección estética distintiva de la correspondiente Nación. Eso ha de suceder con toda la creación de Francisco Toledo, desde sus búsquedas en la poesía que viene de fuentes antropológicas hasta su fabuloso bestiario provisto de signos sicológicos y ocurrente sexualidad. La muerte no acaba con la vitalidad significativa de un artista, que bien lejos de ciertas tonterías instalativas o del espectáculo superficial, construyó un lenguaje inédito, sin renunciar a lo sustancial para complacer a mercaderes del espíritu e ignorantes que sólo usan el arte para capitalizar.

Cuando vi personalmente a Toledo, noté que tanto en su rostro como en el atuendo que llevaba pervivían el ser indígena, el poblador tradicional y a la vez el hacedor contemporáneo de México. Pero igualmente, una especial manualidad que hace de lo artístico revelación de deseos y pasiones que la naturaleza propicia. En sus palabras y gestos era evidente la sencillez de la grandeza, junto a lo profundo de una filosofía sustentada en el poder de lo imaginario.

*Manuel López Oliva es artista visual, profesor, crítico de arte y ensayista.


0 comentarios

Deje un comentario



v5.1 ©2019
Desarrollado por Cubarte