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El néctar negro y la Leyenda del guajiro del café


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De evidente origen árabe y conocido como, “néctar negro de los dioses blancos”, el café fue siempre la típica, estimulante y alegre declaración de bienvenida a la visita, en la casa del cubano, quien aún, en medio de la más triste opacidad del infortunio; en tiempos de cortedades, insolvencias y carestías, casi siempre solía brindar generoso a quien llegase, “el buchito de café”.  Al poseer tan gallardas propiedades, por centurias engarzadas al cotidiano vivir de los más diversos grupos humanos que componen la sociedad cubana, el día llegó en el cual, la alegre bebida tuvo su propia leyenda, que alguien dejó grabada en la memoria popular y hoy se nos va dejando llevar por el olvido cruel y las olas del tiempo.

Desde hace mucho se dice, que el café debe tomarse según las mismas letras con que se escribe: Caliente; Amargo; Fuerte y Escaso. Ésta última letra acentuada, como recordatorio y advertencia, que nada en exceso es beneficioso. No han faltado detractores que proclaman efectos negativos a la salud, cuando en realidad ocurre lo contrario, cada vez se descubren nuevas evidencias de sus bondades, siempre que se tome en la justa medida. Un consumo moderado se considera entre 2 a 3 tacitas espaciadas al día, siempre que no esté muy fuerte. En las provincias occidentales, sobre todo en La Habana, se toma mezclado y espeso; en las provincias más orientales de la Isla, lo hacen más noble, pero allí se consigue un polvo más genuino y libre de impopulares mezclas. Aunque se dice que el café es producto de la mixtura natural de miles de sustancias, entre las cuales destaca la cafeína, además contiene no pocos antioxidantes, vitaminas y minerales.

En su tierra de origen, se le llamaba kaffa o kahwaf. Llega a tierras de América sobre el año 1723 a la entonces colonia francesa de Martinica, desde donde se propagó al Nuevo Continente, desde la isla que hoy conocemos como Haití. En Cuba, muchos historiadores asumen la introducción del grano al señor José Antonio Gelabert, quien se sabe plantó los primeros cafetos en la localidad de El Wajay, muy cercana a la ciudad de La Habana, aunque según los historiadores, la verdadera proliferación de su cultivo e industria, acontece a finales del siglo XVIII, debido a la inmigración de los colonos franceses que venían huyendo de la revolución haitiana y se establecieron en las provincias más orientales de la isla cubana, como Guantánamo y Santiago de Cuba.

En La Mayor de las Antillas, durante las épocas coloniales, los negros lucumíes le llamaban Obimotigwa, o también, Iggi Kan y los congos le decían Kuandia. “Se dice que usaban las hojas verdes en buches (cocimiento), para mitigar el dolor de muelas; las semillas para laxante y las raíces troceadas para bajar la fiebre. También se cuenta que derramaban café molido dentro de los ataúdes de sus muertos, para retardar la corrupción del cadáver; aunque otros creen, que utilizaban la borra del café para tales menesteres. No pocas de estas aplicaciones como medicina verde, fueron ampliamente utilizadas por el ejército mambí, durante la guerra contra el poder colonial español” (1) 248-50.

La leyenda del guajiro del café

Cuentan que cuentan quienes contaron, lo sucedido hace siglos de siglos atrás al principiarse los tiempos, cuando el guajiro cubano todavía estaba aprendiendo a subir lomas, comprender a los animales y enterarse de los secretos del monte, se encontró con un raro arbusto que no conocía, cargado de pequeños frutos redonditos y colorados. Lo primero que hizo fue probar uno, pero apenas lo mordió un poco, se dio cuenta que no era comestible. Mas algo en su experiencia interior le indicaba, que aquella planta no estaba allí por gusto. Tenía la certeza total, que la naturaleza no hacía nacer sus obras sin un propósito definido, de manera que retornaba al lugar, una y otra vez, día tras día, para quedarse allí mirando, intrigado con aquel misterio. Los espíritus del monte, al ver su persistencia por el conocimiento, le enviaron un mensaje con una gallina de guinea de plumaje blanquinegro, que le susurró: tos-tos-tos-tao; tos-tos-tos-tao. El guajiro de pronto comprendió lo que le decía la gallina, y recogió su primera cosecha para llevarla al bohío, donde a fuego lento y con gran paciencia tostó el grano.

Pero después de esto no supo que hacer. Las entidades guardieras de la floresta le ordenaron entonces al guareao, que fuera a cantarle al hombre y el ave se le acercó, emitiendo su sonido característico: pi-laaao; pi-laaao; pi-laaao. De inmediato, el guajiro tomó un grueso trozo de madera en sus manos, improvisó un pilón (2), e hizo un polvo fino de aquellos granos. Ahora quedó atento a cualquier señal, para ver lo que debía hacer. Pero como nada ocurrió, y ya sabía hablar con los animales del monte, le preguntó a un guanajo que aparentemente por allí pasaba, cómo hacer con aquellas semillas, que el guineo le indicó tostara y el guareao que moliera. Aquel personaje alado de patas cortas y gruesas, movió sus ojos de un lado a otro y tartamudeó con alegría: co-co-colao; co-co-colao. No fue necesario más. El inteligente guajiro puso a hervir agua y muy pronto un olor coqueto, chismoso e indiscreto se esparció por todo el monte, inundando por primera vez al mundo, con aquel aroma delicioso de la primera colada de café.

El guajiro deleitó su olfato con este regalo de los dioses y la boca se le hizo agua. Sabía que faltaba algo muy importante, sentía ciertas tentaciones, pero aún no se daba cuenta cuál era el próximo paso a seguir. Fue un chivo grande y amarillo que hacía parecer como si casualmente anduviese por allí, y cuya presencia no se había notado hasta el momento, quien le indicó certeramente lo que debía hacer, cuando con todas las intenciones y fuerzas de sus pulmones, berreó: bee-bee, bee-bee. De esta manera y sin pensarlo dos veces, entusiasmado por la indicación, el guajiro vertió el humeante néctar negro dentro de su boca y se sintió reconfortado como nunca antes lo había estado en su vida. Desde entonces, todos los días temprano por la mañana, antes de iniciar su jornada en el labrantío de los campos; por la tarde, cuando llega agotado a su bohío; y los domingos cuando le visita algún vecino, practica con alegría lo que le enseñaron los espíritus del monte y se regala su tacita del mágico néctar negro (1) 248-50.

Las metáforas detrás del guajiro

En esta leyenda se nos habla en lenguaje simple, familiar y ameno. No hay nombres propios que puedan alejar al lector del sueño de la belleza e impedirle llenar de afectuosa confianza, aquel misterio sagrado que la realidad cotidiana no consigue alterar. Tampoco se pone por gusto como escenario al monte, que es para muchos, casa de dioses y farmacia generosa. Pero cuidado. Para ser aceptado por los dueños de la mística y frondosa espesura vegetal, hay que entrar con el alma desnuda de bajezas. Ese es el monte de la sabiduría y allí solo penetra quien tiene el alma pura. Por eso no puede ser otro que un guajiro cubano, para ser el héroe de esta narración, quien como únicas posesiones solo sabemos tiene, un bohío y gran lote de perseverancia. Oculta y secreta luego, en las rojas frutillas del primer cafeto, está la motivación de la búsqueda del conocimiento, que suele ser ácido, para quien lo prueba por primera vez. La magia de esta búsqueda es voluntad, que se aprende en la ronda de las edades y las fronteras del tiempo. Se nos insinúa en esta leyenda que, para llegar a la alegría de cada creación, hay un procedimiento adecuado. Constancia, es la enseñanza suprema por la cual se llega al logro de lo nuevo. Y cuando el guajiro es advertido de hervir el café, contiene tal acción el logos de cierta alquimia filosófica que tiende a filtrar el conocimiento, para que el héroe pueda asimilarlo. El aroma coqueto, chismoso e indiscreto que sobrepasa las fronteras del monte y se esparce por el Mundo, suena a divulgación del triunfo. Escándalo silencioso y celebración de arribar al final de una búsqueda que después se comprenderá solo principio de otra nueva por llegar. Ya luego de poseer el conocimiento, cumple el héroe la obligación de compartirlo, tal y como hace nuestro guajiro, cuando le visitan los domingos.

En realidad, es muy difícil que exista alguien que asimilar pueda, todas estas profundas cosas de golpe, sin que les sean brindadas por medio de una leyenda, a través de animalitos que hablan con el hombre como especie, que tan bien representado estuvo por nuestro héroe mañanero, persistente y caminador. Pero…, ¿y estos animales del monte? ¿Qué pintan los animales del monte en éstas supuestas metáforas del guajiro del café?

Hay que dar por sentado y manifiesto que, en aquellas épocas primitivas, a ningún guajiro por noble que fuese, le estaba permitido hablar directamente con los dioses del monte, de manera que aquellos se valieron del servicio desinteresado de los animalitos de la floresta, para establecer la comunicación con los humanos. Incluso se sabe que continuaron haciéndolo mucho tiempo después. Así veríamos a no pocos de los animales del monte en totémicas andanzas y tabuadas aventuras, mientras los dioses trataban por todos los medios inculcar a los humanos, el respeto por las leyes que rigen los secretos reinos de la Naturaleza. Cosa que al parecer lograron por un tiempo, hasta que el hombre se perdió en la noche más oscura de los tiempos, olvidó el lenguaje de los animales, rompió con todos los pactos; desarraigó tótems y tabúes, para comenzar la horrenda costumbre de darles caza.

Dagmara, El guajiro del café y su retablo de animales

Los sucesos que se van a narrar ahora son reales. Ocurrieron en el año 2008, en el círculo infantil “Hormiguitas Laboriosas”, ubicado en el municipio Marianao, en la ciudad de La Habana, Cuba. Existen pruebas documentales de lo que aquí se cuenta.

La educadora Dagmara Zamora Jeréz, entusiasmada por la leyenda del guajiro del café, decidió contárselas a los niños de su grupo preescolar (3 a 4 años de edad), para lo cual diseña y construye un retablo de cartulina, en el que recrea los personajes, con la idea de una mayor participación de los infantes en el aprendizaje. El resultado fue inmediato y sorprendente: una rápida asimilación de la totalidad de la narración; el estí­mulo a la participación fue generalizado; y un logro de continuidad en la atención de un cien por ciento de los pequeños. Pero hizo más.

Quiso Dagmara más tarde trabajar con un juego infantil como recurso, para ayudar a la percepción de secuencia y continuidad de los niños, valiéndose como recurso, de la Leyenda del guajiro del café. Para lo cual se dispuso a dibujar los protagonistas de esta narración, en cada una de las caras de un dado de gran tamaño, confeccionado con poliespuma. El juego comienza cuando uno de los infantes es seleccionado para lanzar el dado que, al caer en medio de un gran círculo conformado por los mismos niños, muestra alguno de los personajes en su cara superior. A quien lanza el dado se le encomienda contar la leyenda, a partir de la aparición de este protagonista. Cuando alguno comete errores, los otros participantes le rectifican en medio del divertimento y la algarabía.

Era verdaderamente admirable y asombroso, observar la manera en que una gran parte del grupo conformado por aquellos pequeños podían narrar esta leyenda, ya fuese desde el final con el chivo amarillo; o desde la mitad a partir de la aparición del guareao; o con la gallina de guinea, hacia adelante, o hacia atrás; logrando total coherencia en la narración. Parecía como si esta leyenda hubiese formado parte de cada uno de ellos, por siglos, cuando en realidad era la primera vez que la escuchaban. Acarreados por Dagmara en su dado, aquellos animales del monte, al pasar de los tiempos, volvieron a restablecer la magia de la comunicación con los humanos. Y no sería nada extraño, que muchos de estos niños recuerden la leyenda del guajiro del café en su adolescencia, e incluso la cuenten en la madurez a sus hijos y a sus nietos en la vejez. Con lo cual también estarían transmitiendo, aquellas metáforas ocultas en la inocente frutilla ácida, redonda y colorada.                  

Imaginario cultural y experiencia filogenética

Algunos antropólogos han llegado a la conclusión, que el imaginario cultural, como depósito del conjunto de la experiencia filogenética del grupo humano que le crea, se afirma y confirma desde el momento en que éste dialoga con la trascendencia inmanente acometiendo la tarea de fundar poéticamente el ser.

Por otra parte, el psicoanalista suizo C.G. Jung, se refiere al imaginario cultural afirmando que, “la fantasía creadora dispone del espíritu primitivo, olvidado y sepultado desde hace mucho tiempo, con sus imágenes extrañas que se expresan en las mitologías de todos los pueblos y épocas. El conjunto de esas imágenes forma un inconsciente colectivo, heredado in potentia para todo individuo”.  De lo que suele desprenderse una idea en la cual, una especie de heredad patrimonial arquetípica de auto-representación social, pervive incólume en la atemporalidad, siempre viva en esta memoria filogenética, con independencia del tiempo y la historia acumulativa. Así hablan los estudiosos de tales cuestiones y para quienes no somos doctos ni eruditos, son palabras serias que nos ponen a pensar, entre buchito y buchito del néctar negro, en todas aquellas metáforas escondidas detrás de la leyenda; en Dagmara y en aquellos niños de preescolar; con su retablo y juego del dado gigante, cargado de los personajes de la Leyenda del guajiro del café.

 

 

Notas

(1) Catauro de seres míticos y legendarios en Cuba. M. R. Glean y G. E. Chávez Spínola. Ed. por Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello. La Habana, Cuba. 2005. ISBN 959-242-107-2.

(2) Mortero hecho con un tronco de madera ahuecado y un madero grueso para machacar hasta moler el grano. Se utiliza tradicionalmente en las zonas rurales más orientales de Cuba.


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