El alma trémula y sola, de José Martí


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Un hombre “de alma trémula y sola”, decide exteriorizar sus sentimientos hasta lograr describirlos y llevarlos al papel en hermosos Versos Sencillos y Versos Libres. Ambos, estudiados profusamente, partiendo entre otros aspectos, de su estructura vocálica y apertura del verso; de sus valores gramaticales, fonéticos, sentimentales y humanos, por la destacada poetisa y ensayista cubana y Premio Nacional de Literatura, Fina García Marruz (La Habana, 1923) en su obra Temas Martianos [i], compartida junto a su compañero de vida y de trabajo, el inolvidable intelectual Cintio Vitier (Cayo Hueso, Florida, 1921-La Habana, 2009).

En aquellos Versos Sencillos Martí incluye uno de sus poemas más hermosos y el que, quizás, haya trascendido más en muchas generaciones: El alma trémula y sola, o como mejor se le conoce La bailarina española.

Acerca de este poema García Marruz lo califica el ser una verdadera estampa española, al partir de un baile flamenco:

“Es cierto que el poema recoge también el tono ligero del repiqueteo andaluz en esa Virgen de la Asunción, con un sombrero torero. Veremos que esos flecos rojos que se quedan meciendo en el aire parecen trazo goyesco; que esos rápidos giros del baile están primero en la sintaxis y que no se puede dar en menos palabras la impresión de repiqueteo suave –mueve despacio el pie ardiente– que en este verso que silabea despacio también, como si cada sílaba, con el sabio juego de la t repetida, correspondiera a uno de los pasos iguales y seguidos del baile: lentamente taconea”.

Seguidamente puntualiza en que tan sólo el baile no es representativo de lo fundamental: éste está dado en el comienzo “sobrecogedor” del poema, verdadero contraste “con el foco de luz artificial de las candilejas”: El alma trémula y sola…

Así, forma, sonido y color inciden en el pensamiento, en los sentimientos del lector de este poema –que no sería el único concebido por el Maestro con tales atributos–, y que incluido dentro del poemario de Versos Sencillos recuerda la distinción que realiza uno de los pilares del romanticismo hispano Gustavo Adolfo Bécquer, de quien García Marruz rememora la existencia “de dos tipos de poesía. Una, magnífica y sonora, hija del arte y la meditación, engalanada con todas las pompas de la lengua, y otra natural, breve, seca, que brota del alma como una chispa eléctrica, que hiere el sentimiento con una palabra y huye. Diríamos que las dos se alternan en los Versos Sencillos”.

De esa forma, la primera y la última estrofa de La bailarina española pertenecen a esta poesía acerca de la cual habló Bécquer, enmarca el centro del poema, realizando con arte de grabador, contrastando el foco de luz y participación con un rostro de lo dramático o teatral, el contrapunteo oscuro, el alejado rincón donde se halla quien observa (el poeta), solo, y con el corazón y “el alma trémula y sola”.

Por otra parte, y al destacar la representatividad y características de los Versos Sencillos, la también distinguida escritora con la Orden Félix Varela de Primer Grado, expone: “(…) Cuando hablamos de estructura vocálica del verso y apertura literaria del verso, nadie crea que señalamos solo un punto de estilística o preceptiva literaria, sino que estamos aludiendo nada menos que al reflejo, en la forma, de las conclusiones finales de su pensamiento”.

Y algo interesante que no escapa de la labor investigativa literaria de esta Autora: “Martí no podría decir nada más claro de El sentido de la vida, libro que quiso escribir, sin poder realizarlo, que lo que dejó en la forma misma de los Versos Sencillos, en esta justicia que descubre en el verso, que por algo ahora es rimado y no ya libre. Porque la rima es, como el latín o como el órgano, un instrumento de resonancias (…) Así cada unidad de experiencia, cada imagen que va a morir al final de cada verso, juega un papel semejante al de la m en las terminaciones latinas, el papel de lograr la resonancia, el presentimiento materno de la otra realidad. Si tuviéramos que resumir en tres palabras toda la vida y conocimiento de Martí escogeríamos estas, perdidas entre unos apuntes suyos: padecí con amor. Es el descubrir esta armonización del sufrimiento con el universo todo, el que entrega a su verso, antes revuelto y encendido, la plenitud superior del canto”.

Igualmente, García Marruz establece una diferenciación entre Versos Sencillos y Versos Libres: “Y si en los Versos Libres hallábamos esa aglomeración airada de los sonidos, esas contracciones, esos encabalgamientos, ese entrar de unos versos en los otros, en los Versos Sencillos hallaremos recobrada esa sensación de justicia profunda del verso, por la que cada sílaba ocupa su propio lugar, sin que ninguna palabra se precipite sobre la otra, esa imparcialidad o temple igual de cada sílaba que parece repartir la luz de modo idéntico por cada una de ellas, dándole un valor igual, un tono ejemplar”.

En otra parte de su profundo análisis la Poetisa manifiesta su discrepancia con algunos críticos quienes sitúan a los Versos Sencillos martianos de procedencia directa de la copla española; algo que lejos de negar su entraña hispánica, “partimos más bien de ese supuesto, aunque jamás como una influencia, sino como un partir de la misma fuente madre del idioma. Nos interesa mucho más que el tema de las influencias o parentescos, mucho más que aquello en que una poesía recuerda a otra, aquello en que se diferencia, su peculiaridad estilística, su toque propio, original”.

En la presentación de sus Versos Sencillos (46 en total), Martí afirma:

“Mis amigos saben cómo se me salieron estos versos del corazón. Fue aquel invierno de angustia, en que, por ignorancia, o por fe fanática, o por miedo, o por cortesía, se reunieron en Washington, bajo el águila temible, los pueblos hispanoamericanos. ¿Cuál de nosotros ha olvidado aquel escudo, el escudo en que el águila de Monterrey y de Chapultepec, el águila de López y de Walker, apretaba en sus garras los pabellones todos de la América? Y la agonía en que viví, hasta que pude confirmar la cautela y el brío de nuestros pueblos (…) Se imprimen estos versos porque el afecto con que los acogieron, en una noche de poesía y amistad, algunas almas buenas, los ha hecho ya públicos. Y porque amo la sencillez, y creo en la necesidad de poner el sentimiento en formas llanas y sinceras”.

José Martí, Nueva York, 1891.

En su carta-testamento literario a Gonzalo de Quesada y Aróstegui nuestro Héroe Nacional José Martí le recomendó al referirse a su producción literaria y, en particular, a su poesía: “Y de versos podría hacer otro volumen: Ismaelillo, Versos Sencillos y lo más cuidado o significativo de unos Versos Libres”.

Fiel a la voluntad del Maestro, Quesada y Aróstegui publicó en el volumen XI de sus Obras de Martí, que constituyeron la primera edición de gran parte de la obra martiana: Ismaelillo, Versos Sencillos y parte de los Versos Libres. Y en el volumen XII reprodujo otras composiciones poéticas de nuestro Héroe Nacional. Posteriormente, la obra poética de José Martí fue compilada en el Tomo 16 de sus Obras Completas, y publicada, en 1975, por la Editorial de Ciencias Sociales.

El alma trémula y sola

El alma trémula y sola
Padece al anochecer:
Hay baile; vamos a ver
La bailarina española.

Han hecho bien en quitar
El banderón de la acera;
Porque si está la bandera,
No sé, yo no puedo entrar.

Ya llega la bailarina:
Soberbia y pálida llega
¿Cómo dicen que es gallega?
Pues dice mal, es divina.

Lleva un sombrero torero
Y una capa carmesí:
¡Lo mismo que un alelí
Que se pusiese un sombrero!
Se ve, de paso, la ceja.

Ceja de mora traidora:
Y la mirada, de mora:
Y como nieve la oreja.

Preludian, bajan la luz
Y sale en bata y mantón,
La virgen de la Asunción
Bailando un baile andaluz.

Alza, retando, la frente;
Crúzase al hombro la manta:
En arco el brazo, levanta:
Mueve despacio el pie ardiente.

Repica con los tacones
El tablado zalamero,
Como si la tabla fuera
Tablado de corazones.

Y va el convite creciendo
En las llamas de los ojos,
Y el manto de flecos rojos
Se va en el aire meciendo.

Súbito, de un salto arranca:
Húrtase, se quiebra, gira:
Abre en dos la cachemira,
Ofrece la bata blanca.

El cuerpo cede y ondea
La boca abierta provoca.
Es una rosa la boca:
Lentamente taconea.

Recoge, de un débil giro,
El manto de flecos rojos.

Se va, cerrando los ojos,
Se va, como en un suspiro…
Baila muy bien la española;
Es blanco y rojo el mantón:
¡Vuelve, fosca, a su rincón
El alma trémula y sola!

Nota

[i] Temas Martianos. Cintio Vitier, Fina García Marruz, Centro de Estudios Martianos. La Habana, 2011.

 


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