Desde los verdes valles pinareños llega “El príncipe de los colibríes”


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 “El hombre no ha de descansar hasta

que entienda todo lo que ve”     

                                   José Martí

Transcurría el mes de febrero y estábamos en el 2015. Uno de los salones de los Estudios de Animación del ICAIC acogió, generosamente, a doce teatristas, procedentes de diversas regiones de la Isla, interesados en la escritura teatral. Por vez primera recibíamos en Cuba a la escritora y teatrista mexicana Berta Hiriart, venida de una familia de artistas, quien condujo con una curiosa mezcla de ternura y firmeza el Taller de Dramaturgia para públicos de niños y de jóvenes, soñado por más de un año por el Centro Cubano de la ASSITEJ y realizado, al fin, con el patrocinio del Consejo Nacional de las Artes Escénicas.

Casi todos los artistas que arribaron al taller venían con algún texto entre manos o, al menos, con alguna historia rumiada que el exitoso desarrollo de esta actividad de aprendizaje en conjunto hizo avanzar o definió rotundamente. Para colmo de felicidad, tras el regreso de Berta a su México querido se abrió entre ella y los talleristas una comunicación mediante correo electrónico que funcionaba tal cual un foro virtual y algún que otro texto se continuó trabajando de este modo, hasta que el pasado año llegó la buena nueva. Una de estas escrituras estaba siendo llevada a las tablas por su propio autor, Nelson Álvarez, joven actor del grupo Titirivida, de Pinar del Río, con interés en la dirección teatral. Se trataba de una nueva versión de Meñique, el cuento recreado por José Martí para la revista La Edad de Oro, a partir del relato original del francés Laboulaye, ahora con el título de El príncipe de los colibríes.

Pues, bien, El príncipe de los colibríes figura esta vez entre los primeros espectáculos presentados en el festival Habana Titiritera: figuras entre adoquines, organizado por el Teatro la Proa y auspiciado por el Centro de Teatro de La Habana y el Consejo Nacional de las Artes Escénicas.

Ante el público que repletó la modesta sala del propio grupo, inaugurada precisamente por el evento, Carlos Santiesteban, Ana Margarita Cordero, Maridania Blanco, y Nelson Álvarez como actores, con el concurso de Odalys Rodríguez y Liván Labrador a cargo de la música, desarrollaron esta nueva mirada a la conocida historia del capaz Meñique, con un equipo que completan Raciel Linares, en el diseño de escenografía y figuras, junto a Noelia Costa, Luciano Beirán, Julio Borrego e Iliana Galbán en la realización, bajo la dirección artística de Nelson Álvarez y la dirección general de Luciano Beirán.

La versión dramática de Nelson prescinde de uno de los hermanos mientras sintetiza en Pablo la animadversión hacia Meñique, por ser de talla breve y poseer un ansia infinita de conocimiento, a la par que enfatiza la vocación de Pablo por privar de su libertad a las aves, contraria al comportamiento de Meñique en tal sentido, quien siempre aparece precedido o rodeado por el alegre y leve vuelo de los colibríes. Se trata, además, de una versión con una fuerte presencia de la música, sobre todo en forma de canciones que se integran plenamente al desarrollo y avance de la trama y en varias ocasiones sostienen los diálogos de los personajes.

El personaje de la Princesa recibe aquí determinado tratamiento que la dota de rasgos precisos como figura dramática, y no digo más acerca de ella para no revelar sucesos que corresponden al final de la trama y permitir que los futuros espectadores gocen de las sorpresas que les aguardan.

El hecho de que el propio autor esté a cargo de la puesta en escena le ha permitido —con la participación del resto del equipo creador— redondear en el proceso la obra que originalmente escribió y que ahora aparece espesada en su partitura espectacular, llena de guiños y referencias culturales que van desde el cartoon o “muñequitos” (como le decimos los cubanos a los animados cinematográficos), hasta la situación cotidiana de actualidad.

La puesta en escena usa retablos de tela dispuestos en tres planos que nos ubican en dos ambientes definidos: el campo a cielo abierto, correspondiente a Meñique y a Pablo, y el Palacio, lugar del Rey y de su hija, la Princesa. Si la escenografía, que emplea el retazo y el parche en algunos casos, logra una buena factura, no sucede lo mismo con la realización de los personajes. Meñique y su hermano Pablo portan trajes de muy distinta naturaleza sin que pueda comprenderse la razón, el rostro de la muñequería vuelve a ser pintado, con ausencia de relieves y de un tratamiento interesante y creativo de las figuras, lo cual llega al clímax en el caso de los personajes de El Hacha y El Pico. El Gigante tiene un cierto aire oriental que no se explica, además de mostrar una supuesta solución escénica que, en realidad, parece plantear algunos inconvenientes. A excepción del recurso titiritero de la corona real que da vueltas y más vueltas sobre la cabeza de su portador, la puesta no aprovecha siempre el ámbito en el cual se desarrolla: el de la figura animada, para sacar partido, por ejemplo, de esa poderosa e invencible hiedra que se ha apoderado del Palacio (principal obstáculo que el decidido Meñique deberá vencer) y de la cual se dice que cada vez que alguno logra cortar una rama, brotan dos en su lugar, o de la acción de ese Pico que prepara el sitio del pozo. Y me detengo en este particular porque en nuestra escena no resulta excepcional una situación como esta, en la cual no se mantiene un comportamiento estético coherente, sino que se dejan pasar oportunidades. Contenido y forma se presuponen y cuando se tiene ante sí un determinado contenido este propone o demanda su forma. En efecto, por sus características, los personajes que intervienen (El Hacha, El Pico, La Cáscara de Nuez, el brevísimo Meñique, el Gigante) la historia de Meñique solicita para su desarrollo escénico el teatro de figuras y las posibilidades del mismo han de ser empleadas hasta su última instancia. Esto es a fondo y sin escamoteo alguno, que en esa imaginería es, precisamente, donde radica el reto creador, la sorpresa para el público; en fin, la gracia del asunto.

Una vez más, como ha sucedido antes con otras producciones de Titirivida la banda sonora resulta envidiable. Odalys Rodríguez se vuelve a llevar las palmas, aunque, lamentablemente, en esta particular representación tuvimos que escuchar la banda grabada, ante un imprevisto que se le presentó a Liván Labrador y nos impidió disfrutar de ese otro espectáculo que constituye esta pareja de intérpretes tocando en vivo y relacionándose con los actores y con todo aquello que acontece en escena; alimentando cada quien la creatividad del otro y “subiendo la parada”, como se dice en el habla popular.

Si así lo considera, Titirivida necesita hacer énfasis en el trabajo del diseño, asunto de primer orden cuando del teatro de figuras se trata, ya que el resto lo tiene ganado. En escena vimos un bien integrado conjunto de actores, regocijándose y dando el máximo en su trabajo, un muy joven director lleno de entusiasmo, ideas, deseos de aprender y pleno de potencialidades, y un Director General, el actor y director artístico Luciano Beirán, fundador de esta institución teatral pinareña, que ha mostrado la gran sabiduría de pasar el batón, en plena carrera, al otro corredor a quien le corresponde, ahora, ganar la meta.


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