Danzar en un cuerpo Mondo


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Mondo, la producción coreográfica más reciente de Susana Pous con Micompañía, regresa en función única al escenario del teatro Martí dentro de la agenda del Mes de Europa en Cuba. La pieza se sumerge visual y conceptualmente en “un” mundo contemporáneo, donde se cuestiona la necesidad de reencontrarse con lo que es esencial para el ser humano: el uno con el otro. En un contexto donde la sobreinformación y lo superfluo, más que llenar nuestras vidas, las deshumanizan, las vacían en su afán de interconectar al ser, su cuerpo carnal y protésicamente tecnologizado en el inquietante corrosivo cotidiano.

En Mondo todo está aparentemente claro, sin naderías ni engañifas, bien expuesto, delineado, dibujado, iluminado y vestido, dentro de una estructura de collage (cara a la eficacia de los medios de comunicación, las tic’s y redes internéticas o al ritmo de la vida cotidiana) y la propia idea de listing previsible, de software determinado, de catálogo exhaustivo que se configura cual pantalla táctil del ordenador para acceder al entramado coreográfico. El cuerpo individual, grupal y social, se dispone cual icono en “modo de lectura” y sus giros, saltos, elongaciones, caídas, suspensiones e inmovilidad, etc., serán los hipervínculos para las evoluciones y transformaciones espaciales y dinámicas. El ordenamiento de los sucesos procura hilar la historia. ¿Qué historia?, aconteceres de cuerpos-máquinas, cuerpo-pretextos que sirven para interconectar los tiempos, los espacios, la kinestructura y, desde ahí, urdir una dramaturgia espectacular donde el caos entra en crisis.

En Mondo, al decir del colega Yuris Nórido, la metáfora es sólida. Hay un discurso perfectamente articulado, un concepto claro, un posicionamiento. Se reflexiona en lo esencial y también en las añadiduras, lo accesorio, la paja que suele estar junto al grano. Y al mismo tiempo, con una marcada vocación lírica, se recrean circunstancias reconocibles, rutinas y lógicas sociales con planteamiento diáfano, sin ser chato ni obvio.

Frente a Mondo, advierto cuánto hemos perdido en nuestra obstinación del cuerpo como sospecha socialmente construido y performativo. La visión del cuerpo como una producción social (discursiva) ha disimulado el hecho de que nuestro cuerpo es, asimismo, un receptáculo de poderes, capacidades y resistencias. Y sí, pensemos en la tradición expositiva del cuerpo danzante, ese que, desde el abecedario de sus juegos, no deja de reinventarse una y otra vez, mas, siempre in progress. En la grafía corporal y espacial, en su croquis sonoro, en esas combinaciones recurrentes de secuencia lenta que se vuelve diligente, la poética coreográfica de Susana Pous es reconocible. Lo común del ritmo y de la música, el roce de los cuerpos, los inevitables juegos de seducción, el vértigo de la cargada en una unidad de movimiento, en la que los unos se identifican a los otros, el esquema movimental que sigue el eje vertical que bascula hacia el eje horizontal, en esta gramática que teje la coreógrafa, hay una correlación que transforma, subvierte y se proyecta hacia el exterior de la forma en sí misma, haciendo que el cuerpo mute de la luz a la oscuridad, de la levedad a la pesadez, del canon al unísono y así sucesiva e indistintamente.

Pero Mondo habla también de otros cuerpos y aun cuando Susana sabe cómo desplegar en sus formas y combinaciones bien cuidadas un tratamiento deificado de la estética de sus puestas en escena, aquí no pretende a priori, la coherencia del artefacto estético, sino que lo reduce a una práctica significante, narrante, a una instalación o a un encuentro con una estructura polivalente que viene a confirmar y profundizar la crisis de la representación. Su puesta en escena no está supeditada a un sujeto/objeto central y autoritario: es y no es la forma, es y no es la danza, es y no es el video mapping, es y no es la sonoridad, es y no es la escenografía, sus luces ni trastos; sin centro aparente, sin facultad aparente para representarse, pareciera que, en Mondo, el todo pierde su condición de ser o, más exactamente, ese todo del ser y no ser, se coloca en una autonomía residente en la pluralidad de sentidos, comportamientos y, por supuesto, de lecturas.

Pensar en un cuerpo reprimido, encerrado en un sistema codificado, en un entramado técnico preestablecido, de nada vale para los intérpretes de Mondo. Aquí asistimos al levantamiento firme del cuerpo parlante. Ellas y ellos, anteriores y recién llegados, se explayan desde una presencia efectiva y afectiva. Lisset Galego: sólida y rotunda, nunca se quiebra, ni siquiera al volverse cuerpo inanimado. Víctor Manuel Varela marcaría la ruta progresiva de su cuerpo-tableta desde las secuencias iniciales. Con todas y todos, asistimos a la paradoja: más allá del aparente triunfo de la tecnología sobre la precariedad del cuerpo danzante, se produce un despertar de la memoria corporal, vivencial e imaginal. El cuerpo re-surge respondiendo a la pauta de un performer sometido a la regularidad de la máquina, del ordenador y de la imagen mediática. Y va a ser su memoria la causante del despliegue somático. El cuerpo danzante accionará y reaccionará en procura de un cuerpo extraño e irreductible que se impone a pesar del dispositivo aséptico del video o la arquitectura de la imagen proyectada, y retorna para encontrar algunas de sus ancestrales facultades: presencia, voz, ritmo biológico, rendimiento físico, derecho a equivocarse.   

La peculiar estructura coreográfica y kinética, la anarquía en el uso de las convencionales categorías inherentes a la danzalidad (modo de representación, estilo, vocabulario, forma y sintaxis) favorecen la crisis de la representación, la incertidumbre de la noción de puesta en escena y también el rechazo a una mediatización absoluta, hechos que entrañan una reevaluación de la función y del efecto de la técnica corporal, del lenguaje coreográfico, y por consiguiente, la renovación de la escritura coreográfica espectacular. Escritura donde el binomio Susana Pous – Guido Gali, siguen regalándonos hermosas producciones al hoy de nuestra danza. Guido, desde ese modo cuidado, suficiente y bien faite de pensar, tramar y operar la visualidad de las puestas en escenas. Susana, con Mondo, se ratifica como coreógrafa modélica que por más de veinte años viene suscribiendo la virtud escénica de la danza contemporánea cubana; su hacer de bailarina, profesora y coreógrafa ha marcado estos tiempos. Sus piezas, como bitácora narrante, transparentan aquello que deseamos ser, lo que nos hiere, nos hace, lo que soñamos en esta Isla/Mondo abrazada por la sujeción de sus aguas.

 


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