Cuando llegó la televisión…


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Cuando llegó la televisión…

El 24 de octubre de 1950 comenzó a difundir su programación regular nuestra primera televisora, el Canal 4 (Unión Radio TV). Hasta entonces, pese al esfuerzo denodado de nuestros artistas e intelectuales, el universo cultural cubano tenía un significativo componente mediático.

Aunque las generalizaciones siempre simplifican los procesos sociales, pudiéramos decir que la gestión cotidiana de la comunicación y de la cultura era esencialmente privada y giraba, en lo fundamental, alrededor de una vasta red de publicaciones periódicas impresas lideradas por el ultraconservador Diario de la Marina y por revistas de frecuencia semanal como Bohemia, Carteles y Vanidades, que circulaban por toda nuestra nación y llegaban regularmente a las principales capitales latinoamericanas. Además, un potente sistema radiofónico cuyas plantas matrices insignes se ubicaban en la capital. Las cadenas nacionales CMQ Radio, Radio Progreso, Radio Reloj y Circuito Nacional cubano, emitían desde allí sus señales y en muchas ocasiones sobrepasaban nuestras fronteras con sus frecuencias de onda media y corta a la par que expandían su  amplio catálogo productivo en diversos soportes por toda la región. Por su parte, la industria cinematográfica —pese a continuados empeños—, seguía siendo una aspiración y en su lugar, en el mercado interno, imperaban las producciones hollywoodenses; a lo lejos, las iberoamericanas.   

En los escenarios tradicionales coexistía una red de grandes teatros y pequeñas salas sostenidas por el Estado, empresarios, fundaciones, patronatos y artistas que promovían la dramaturgia universal, la música, la danza clásica y —en menor medida—, la dramaturgia autóctona musical y el bufo-vernáculo, la actividad circense y el mundo nocturno del cabaret.

Relegadas, pese a su importancia, estaban la depauperada gestión editorial que frenaba la expansión de nuestra narrativa, poesía, ensayística y filosofía, y desplazaba a  escritores y pensadores a los sistemas mediáticos impreso y electrónico y las instituciones de investigación o de formación cultural. 

Engarzándolos y potenciándolos a todos en el sistema de la Industria Cultural, existía un potente y diversificado sistema de agencias de comunicación e investigación de mercado liderado por las filiales de las transnacionales norteamericanas de la comunicación o la industria jabonera que incidían de múltiples maneras en todos los soportes tecnológicos, escenarios públicos o privados, mientras expandía sus producciones y filiales hacia los propios Estados Unidos y América Latina, respectivamente.

Agrosso modo, en ese panorama social se inaugura nuestra primera televisora. Las múltiples y profundas transformaciones acaecidas en la sociedad contemporánea durante estos últimos sesenta y cuatro años, dificultan imaginar este universo mediático-cultural.

Nuestro sistema televisivo lo propulsaron las cadenas de radiodifusión, las productoras electrónicas y las transnacionales de bienes de consumo norteñas, aliadas a nuestra burguesía nacional y al polo productivo y de comunicación integral —autóctono o foráneo— concentrado en La Habana. 

Desde su génesis se inscribió en el escenario mundial, pues junto a Brasil y México integró la trilogía fundacional del universo televisivo hispanohablante. Aún hoy asombra conocer que desde su inauguración en 1950, nuestras dos primeras plantas difundieron ocho horas diarias de emisión, cifra que España solo lograría años más tarde, tras un largo e interrumpido proceso de experimentación.

La televisión en América Latina adoptó casi de manera unánime el modelo de radiodifusión comercial norteño que, como otros sectores de nuestra economía, Cuba desarrolló a niveles extraordinarios.

Nuestra cercanía geográfica, intimidad política y preferencia comercial con Estados Unidos, propició la importación y contrabando de equipos electrónicos norteamericanos, potenció la experimentación tecnológica y convirtió a nuestro mercado en una plaza altamente competitiva. Una vez más fuimos excepción en la región, pues las múltiples estrategias de posicionamiento mercantil aplicadas aquí —en particular los bajos precios y los créditos a mediano-largo plazo— democratizaron la tenencia de equipos receptores de la señal televisiva en un amplio rango de tarifas a las que accedieron diferentes estratos sociales.

Ello explica que en solo ocho años de televisión comercial, en La Habana operaran progresivamente siete televisoras. Canales como el 10 y 11 tuvieron vida efímera; pero el 2, el 4 y el 6 crearon cadenas nacionales y —excepcionalmente— sus propias redes de microondas y filiales transmisoras. Al final de la década se difunde también desde esta provincia el Canal 12, el único a color fuera de Estados Unidos, e inversionistas locales inauguran en la central ciudad de Camagüey la única planta independiente, fuera de la capital.    

Pero el mercado es solo una cara de la moneda. La televisión transformó la cotidianidad del espacio privado, y con ella irrumpieron súbitamente al hogar las imágenes en movimiento portadoras del arte, la información, el deporte y hasta la publicidad, hasta entonces imaginada en la radiofonía o vista en su versión estática en vallas exteriores y ámbitos impresos.  

Su ejercicio cotidiano constituyó un logro cultural múltiple. Aunque la cultura televisiva no se mide por la mayor o menor cifra de expresiones o productos artísticos que inserta, transforma o difunde —filmes, aventuras, novelas, poemas, obras teatrales, números musicales, danzas o piezas audiovisuales—, con la televisión el acceso habitual a las expresiones tradicionales de la cultura y del deporte alcanzó cifras millonarias.   

La imagen televisiva redimensionó la inmediatez radiofónica y sus producciones se expandieron a coberturas y públicos masivos; las expresiones artísticas, comunicativas, científicas, informativas, ideológicas y del pensamiento, hasta entonces leídas o escuchadas. Así, de manera simultánea y constante, permitió su consumo por todos los públicos —incluso los iletrados— lo cual anuló las tradicionales divisiones de sexos, razas, clases sociales y estratos económicos.

Enriqueció y amplió el intelecto, la memoria histórica y la cultura general pues brindó distracción, conocimiento y satisfacción espiritual a quienes la hicieron su opción preferida y la convirtieron, paso a paso, en una de las prácticas culturales más incluyentes y arraigadas de la contemporaneidad.

Por añadidura, su creación y producción propia mostró a sus públicos un novedoso y deslumbrante universo audiovisual, que constituye la variante más moderna de la cultura masiva popular. 

Durante su etapa comercial la televisión privilegió en su programación y líneas creativas-productivas al entretenimiento que caracterizaba al modelo —tanto artístico como deportivo—, los mensajes comerciales y la información.

Investigaciones realizadas por el comunicólogo Enrique González Manet revelan que en los años 50 pasados, la radio cubana dedicaba al entretenimiento el 84.23% de su programación y a la información el 14.11% del total emitido, en momentos que aproximadamente el 90 % de las 200,000 horas de emisión anual correspondían a la producción nacional. La televisión redimensionó esta tendencia a niveles extraordinarios.

El triunfo de la Revolución, el 1ro de enero de 1959, transformó hasta sus cimientos a nuestra sociedad generando un punto de giro trascendente en el universo mediático-cultural nacional. La radiodifusión también revolucionó sus objetivos de comerciales en servicio público y, en consecuencia, emergieron otros contenidos,  modos de hacer, visiones y prácticas.

Pero ya esa es otra historia.   


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