Cuando Andoba me presentó a Pedro Navaja


cuando-andoba-me-presento-a-pedro-navaja

Cree usted en la existencia de los fenómenos paralelos. En la existencia de dos acontecimientos vinculantes aunque ocurran uno de otro a decenas de kilómetros. En la remota posibilidad que sus propiciadores, impulsores o creadores en si nunca lleguen a coincidir, siquiera a conocerse; aunque un determinado día X del año X y a la misma hora estén el mismo lugar. Qué pensaría si le digo que estos acontecimientos y las personas involucradas en su origen cambiaron algunas dinámicas en la vida de muchas personas y con el paso del tiempo se han convertido en mitos o símbolos de una cultura.

Ese es al menos lo que provocó en muchos de  mis contemporáneos el año 1976, cuando descubrimos el tema Pedro Navaja y asistimos a las funciones de la obra Andoba, o mientras llegan los camiones. El primero fue escrito y cantado por el panameño Rubén Blades y pertenece a su disco Siembra, publicado por el sello Faniajunto al trombonista Willie Colón, –el disco más vendido en la historia de la Salsa—y que abrió las puertas a eso que los críticos llamaron Salsa consciente. La obra de teatro, por su parte, fue escrita por el dramaturgo habanero Abraham Rodríguez y es considerada por muchos como un punto de giro dentro del teatro cubano de los años setenta.

Andoba contaba –y cuenta pues creo que en estos tiempos hay cierta vigencia de las condicionantes sociales que le dieron origen—la historia de un hombre, por demás marginal, que a la salida de la cárcel tras cumplir una sanción por lesionar a otro marginal (el Gato) decide reencausar su vida e insertarse en la sociedad para sobrevivir desde otra óptica.

Pedro Navaja, su alter ego neoyorkino, también es un marginal; solo que para él sobrevivir no implica cambiar de actitud ante los acontecimientos. La pendencia es su forma de vida.

Andoba –el de Cayo Hueso, el hombre del solar de altos principios en el ambiente—y Pedro Navaja mueren de la misma forma: el que a hierro mata/a hierro termina. 

Sin embargo, para nosotros los que descubríamos estos dos personajes de la mitología popular de los setenta o entendíamos muchas de las razones sociológicas que le rodeaban. De uno cerrábamos fila con dos de sus personajes y de una escena en particular, en la que el personaje del Gato, su enemigo jurado/asesino en el ambiente lanzaba una frase lapidaria como un himno “…rejuega pa´ que te mueras…”.

Del otro, el marginal neoyorkino alimentado en la salsa, admirábamos su paso “…por la esquina del viejo barrio… con el tumbao que traen los guapos al caminar…”. Había algo en común entre esos dos hombres que los hacía dignos de admiración y era la reafirmación de una hombría que probaba en las calles del barrio; en la dureza de la subsistencia y la imposición del respeto que se gana con los puños.

Todos, en esos tiempos, conocíamos, veíamos y teníamos la referencia de algún Andoba o Pedro Navaja en nuestro circulo cotidiano. Estaban ahí al alcance de la mano y la música y el teatro nos lo reinventaban. Ellos eran nuestros barrios, con sus particularidades y personajes; pero nuestros barrios y no hay nada más importante para el hombre de pueblo que su barrio. Esa otra patria chica donde se crece, se sobrevive, se forman valores y si es necesario hasta se muere.

A diferencia del tema salsero Andoba y los personajes que le rodeaban tenían nombre y apellido. El Andoba que yo conocí y vi por cerca de sesenta funciones –fue una larga temporada en el teatro Mella con funciones de jueves a domingo durante el verano del año 1976—lo interpretaba magistralmente Luis Alberto García padre  que establecía una empatía tal con el público que en el clímax de la obra se escuchaban ofensas subidas de tono a su asesino o gritos de advertencia ante lo que estaba por ocurrir. 

En esta obra, por medio del personaje de El Gato nacería el prototipo del nuevo malandro cubano; si ese que hoy repiten hasta la saciedad todos los actores cubanos que encarnan a personajes negativos del mundo marginal. El parto sería fruto del talento de un actor llamado Rolando Núñez y alcanzaría su mayor expresión veinte años después cuando interpreta “al bota perros” de la serie El Tabo. 

Abraham contaba años después, entre un trago y otro en largas charlas en el bar del restaurante El Conejito, que la obra estaba inspirada en sujetos que había conocido en su infancia en el barrio de Cayo Hueso y el apelativo de Andoba era común para referirse a un personaje de alto perfil dentro del mundo marginal y que la había “madurado” durante años hasta que estuvo lista. En muchas de aquellas conversaciones no dejaba de admirar la manera en que Luis Alberto había construido el personaje, tanto que algunas veces  le llamaba Andoba cuando se encontraban.

Pero regresemos al año 1976.

Recuerdo que una de esas veces en que fui al teatro Mella en calidad de mensajero acompañante –una de mis vecinas era la vestuarista de la obra y junto a su hijo la acompañaba a las funciones—mientras husmeaba en los camerinos escuche al actor Samuel Claxton cantar aquello de “…por la esquina del viejo barrio lo vi pasar…” y la melodía pegajosa rondó mi cabeza toda la noche. Semanas después otro vecino de nombre Osiris y que era marinero mercante y era quien mantenía alimentado al barrio de música extranjera en aquellos tiempos puso en su flamante radio/grabadora/tocadiscos Aiwa, traída de Japón, una y otra vez el disco o el casete;  no recuerdo cuál de los dos; en que la voz de Rubén Blades nos contaba la historia de “su Andoba” al que mataba una mujer.

Entonces nuestro reducido grupo de adolescentes, sin proponérnoslo, comenzábamos a vincular a esos dos hombres y sus historias. Aún no teníamos claro todo ese asunto de la salsa como fenómeno cultural del Caribe, ni su valor como símbolo de una resistencia de una comunidad y de una cultura específica en un país donde estaban en calidad de emigrantes. No nos importaba tampoco el contexto político al que por entonces se referían los críticos y los estudiosos de la música. Solo queríamos que Andoba tuviera un himno como ese, que se le cantara así y se le reverenciara. 

El verano de aquel año 1976 terminó y con él mi aventura como hombre de teatro –para el vecindario en que vivíamos éramos los tarugos de la obra, así llamaban despectivamente a los utileros y el nombre provenía del mundo del circo y el mote se debía al viejo Montalvo, el mismo del circo. 

Ahora debía enfrentar nuevos retos en la vida, pero dos cosas fundamentales había aprendido y cargado en mis alforjas de cara al futuro: no sería ni viviría como Andoba y tendría en mi colección personal toda la música de Rubén Blades.

Cuarenta y cinco años después confieso que lo he logrado.


0 comentarios

Deje un comentario



v5.1 ©2019
Desarrollado por Cubarte