Armando José Sequera: En Cuba nunca me he sentido ajeno


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Es un hombre sincero y de aire desenvuelto. Sin embargo, tras sus espejuelos parece dominar todos los secretos del mundo. Comunicador nato y por ende dueño de la escena dondequiera exista un público dispuesto a escucharle. Hospitalario y amigo, obsequioso e insumiso. Su obra le convierte en el más popular de su país y en Cuba ya es una leyenda por El libro de Teresa. Siempre inquieto, vive entre el periodismo y la literatura. Desde que ganara el Premio Casa de las Américas, Armando José (1) se siente un cubano más y vuelve a la Isla en cada momento propicio. Su literatura divierte, conmueve, inquieta y sobre todo, siempre trata de evitarle malos pasos a la gente… En la FIL 2015 lo tuvimos de nuevo entre nosotros, con su mejor embajadora, de la mano de El libro de Teresa, así el público tiene el privilegio de adentrarse otra vez en el corazón de este hombre de principios que vive entre ideas, sueños y esperanzas de un futuro mejor para el mundo, el mismo al que aspira su literatura.

¿Qué significa Cuba para ti como escritor y ser humano?

Cuba y Venezuela son, para mí, un mismo país. Y no lo digo por amable demagogia. Es la única nación que he visitado donde me siento como en la propia Venezuela, es decir, como si hubiera nacido y me hubiese criado allí. En Cuba nunca me he sentido ni me han hecho sentir ajeno.

¿Sabes que tu obra El libro de Teresa es uno de los más exitosos acá en la colección Veintiuno, no solo por su aceptación entre los niños, sino que gusta a muchos adultos? ¿Qué significa esto para ti? ¿Se comportan así las tres partes de Teresa en Venezuela, en otras partes de América?

Teresa es uno de mis tres personajes entrañables. Los otros son el tío Ramón Enrique —de Evitarle malos pasos a la gente, Premio Casa de las Américas 1979, y otros tres libros, por ahora—, y Ágata, mi gata detective. Teresa ha sido el más exitoso, promocional y económicamente hablando. Tengo once años siendo el autor venezolano que más libros vende en el país, gracias a Teresa y sus dos secuelas. En México y Ecuador también se ha editado este primer libro, pero sin tanto éxito. Dado lo ocurrido en Cuba y Venezuela, puede ser que en aquellas naciones hermanas la promoción haya sido escasa o incorrecta.

¿Existe la literatura infantil? ¿LITERATURA? o ¿Literatura para personas?

Para mí solo existe la literatura. Estoy consciente de que la destinada a público infantil y adolescente es un mero producto editorial y, en alguna medida, educativo. Creo firmemente que para hacer obras para niños y jóvenes se requiere ser escritor. Hay muchos docentes —y también profesionales de otras disciplinas, incluyendo periodistas—, que pretenden hacer libros para niños. Pero, como sólo tienen buenas intenciones o únicamente desean obtener beneficios económicos, elaboran unos bodrios estruendosos, algunos de los cuales se venden bien por algunas semanas o meses, gracias a la publicidad. Pero el entusiasmo por ellos decae rápidamente y no sobreviven al tiempo. Tuve una confirmación de esto en 2001, cuando debí hacer una selección de mis textos para una antología que luego publicó la editorial venezolana El Otro, el Mismo. Quise separar mis narraciones destinadas a todo público de las elaboradas para niños o jóvenes y me fue imposible. Existía una unidad entre todas ellas, no sólo de forma y estilo, sino también en la manera de exponer mi corazón a los lectores.

¿Qué piensas de la infancia?

Para muchas personas es el tiempo de la inocencia y, a partir de esa idea, pretenden aprovecharse de algún modo de los infantes. O controlarlos, o dominarlos. Pero la infancia es sólo el momento en que despierta la conciencia. Por eso, los traumas y los elementos vitales felices vividos en esta época duran hasta el instante en que cerramos los ojos y nos despedimos.

En tu concepto, ¿los niñ@s leen hoy día más o menos que antes?

Leen más, pero no libros. Leen al bucear o chatear en las redes sociales y al buscar información en internet, pero lamentablemente eso no se traduce en la lectura de libros. Obviamente, esta ha aumentado, pero gracias más al aumento de población escolarizada que a otro factor. El uso y abuso de los medios de comunicación masiva y las redes sociales ocupan la mayor parte del tiempo que podría dedicarse a la lectura.

¿Te pareces a tus personajes?

Todos mis personajes tienen algo o mucho de mí. De no ser así, de no existir esa identificación de aquí para allá y de allá para acá, no podría crearlos. Así como Flaubert dijo que madame Bovary era él, así puedo decir que yo soy todos mis personajes. Cada uno refleja un fragmento de mi persona y supongo que, al unirlos, se podría obtener un retrato de quien soy.

¿Cómo concibes idealmente a un autor para niñ@s?

Como un escritor consciente de que se dirige al público más especial que hay y que, por ello, debe ser más cuidadoso de las tramas y del lenguaje que de costumbre. Eso sí, sin censura. Solamente con el debido cuidado de presentar al mundo en sus obras sin alardes literarios, sin confusiones, sin pretender escandalizar. Quien siendo escritor pretende hacer esto mejor que se dedique a elaborar obras comerciales, libros de consumo y quizás le vaya bien un tiempo, pero inexorablemente será luego borrado por la historia.

¿Reconoces influencias de autores clásicos o contemporáneos?

Hay tres grandes influencias en mi escritura que, aunque ya pulidas como un canto rodado, es posible detectar en mis obras. Por una parte, la del escritor estadounidense de ciencia ficción Ray Bradbury; la del narrador argentino Julio Cortázar y la de mi maestro en Venezuela, el cuentista Alfredo Armas Alfonzo.

¿Cuáles fueron tus lecturas de niño?

No fui lector de niño. De hecho, leí mi primer libro —una novela del venezolano Rómulo Gallegos—, a los catorce años y eso por obligación escolar. Pero mi madre me leyó revistas de cómics desde que tuve tres años y desde los cinco me aficioné a leer las páginas deportivas del diario El Nacional, por mi afición al béisbol. Aprendí a leer por mi cuenta a los cuatro años, gracias a que mi madre me enseñó los nombres de las letras y a que un día, mientras ella pasaba su dedo índice por las palabras en el globo de diálogo de un cómic, advertí que las llamadas vocales cambiaban el sonido de las consonantes. Esto ocurrió en torno a la palabra mañana, a la que la a modificaba el sonido de la m, la ñ y la n. Luego, observé que estas mismas letras sonaban distintas si las ponía en contacto con cualquiera de las otras vocales. Fue una verdadera revelación.

¿Quién es tu héroe de ficción? ¿Quién tu villano?

Durante años, mi héroe de ficción fue Supermán. Incluso, fui llamado así por mis compañeros de estudio porque practicaba atletismo y béisbol y parecía incansable. Luego cambiaron mi apodo a Clark Kent, debido a que usaba lentes y a que en una clase expresé mi deseo de ser periodista. Después me aficioné al Hombre Araña, especialmente porque igual que él me sentía incomprendido por mi entorno: mientras mis amigos soñaban casi todos con hacerse ricos, a mí no me importaba el dinero; querían tener muchas chicas, con o sin amor, en tanto yo quería amar y ser amado por una persona en particular; a mis compañeros de estudios y vecinos les importaba muy poco el mundo y a mí me dolía la muerte o el dolor de cualquier humano, animal o planta en el planeta; casi todos y todas anhelaban una felicidad que a mí me parecía artificial y yo ya comprendía que era imposible ser totalmente feliz rodeado de infelicidad ajena. A lo largo de mi vida ha habido villanos y villanas reales y de ficción, pero a estos prefiero no mencionarlos. De este modo, no los invoco y colaboro para que el olvido los aniquile.

¿Cómo insertas tu obra dentro de la actual literatura infantil venezolana?

Según algunos lectores y lectores, soy lo máximo en ese campo. Según otros y otras, apenas uno más o uno de los peorcitos. Yo le dejo eso al tiempo. Sólo puedo decir que mi trabajo es honesto, ya que es un reflejo de quien soy y quiero ser. De lo que quiero transmitir a los lectores de ahora y el futuro.

¿Qué te enciende emocionalmente-creativamente? ¿Qué te desanima?

Me enciende todo lo que tenga que ver con el ser humano y la naturaleza: en una palabra, todo. Por eso, no sólo hago cuentos y novelas, sino que cultivo otros géneros literarios como el ensayo, la poesía y, últimamente, el teatro. También géneros periodísticos como la crónica y el reportaje y el género testimonial del diario. Únicamente, me desanima escribir libros que no se publican al hacerlos, sino y acaso varios años más tarde de haberlos elaborado.

¿Qué atributos morales debe portar consigo un buen libro infantil?

La honestidad y la alegría de vivir. El escritor debe ser honesto consigo mismo y con sus lectores. Y, aunque la pase mal, al escribir para niños o jóvenes no debe mostrar la vida solamente como una sucesión de dramas y tragedias, sino como es: un proceso de crecimiento donde la mejor armadura para enfrentar lo negativo es la alegría de estar vivo.

Aparte de tu profesión actual, ¿qué otra cosa te hubiera gustado ejercer? ¿Qué profesión nunca ejercerías?

Me habría gustado ser el centerfield de los Leones del Caracas, en el béisbol venezolano, y de los Yankees de Nueva York en las Grandes Ligas. Esto último como el ídolo de mi infancia: el beisbolista Mickey Mantle. Nunca ejercería como político “vendepatria”, ni como comerciante especulador de precios, ni como sacerdote engañador de la fe y de los fieles, ni como sicario o verdugo. Tampoco como cazador de ballenas, sacrificador de perros y gatos en los refugios de mascotas o fabricante de calumnias a través de los medios de comunicación masiva y las redes sociales.

¿Podrías opinar de la relación autor-editor?

Hay varios tipos de editor: el que se convierte en parte de la familia del autor y se muda a vivir con él o ella; el que quiere poseerlo, aprovecharse, desplumarlo económicamente; el que se va hermanando con el autor —que es tu caso—; el que trata con los escritores muy superficialmente y aquel que ni siquiera procura conocerte, aunque seas uno de los autores de su editorial que más libros vende. Puede haber más, pero estos son los que conozco. Creo que tal relación supone un tipo de paternidad o, como mínimo, de fraternidad, ya que cada libro es una aventura tanto intelectual y artística, como económica.

Si debes salvar diez libros de un naufragio ¿Qué escogerías? ¿Alguno tuyo?

En un naufragio no tendría tiempo de elegir diez títulos sin hundirme con la embarcación. A menos que los tuviera en un saco tras un vidrio con el rótulo Rómpase en caso de naufragio o incendio. Aunque entonces se me presentaría el problema de encontrar un instrumento para romper dicho vidrio, pues hacerlo con las manos o los pies podría inhabilitarme para nadar. Tras ese vidrio estarían, aunque no pudiera extraerlos, los siguientes títulos: Crónicas marcianas, de Ray Bradbury; Final del juego, de Julio Cortázar, por contener el maravilloso cuento “La noche boca arriba”; Un amigo de Kafka, de Isaac Bashevis Singer; Ficciones, de Jorge Luis Borges, donde se encuentra el formidable relato “Las ruinas circulares”; El asesinato de Rogelio Ackroyd, de Agatha Christie; El largo adiós, de Raymond Chandler; El osario de Dios, de Alfredo Armas Alfonzo; Las mil y una noches, de autores anónimos; El barón rampante, de Ítalo Calvino; y Momentos estelares de la humanidad, de Stefan Zweig. Nueve libros de narrativa y uno de crónicas. Mi propósito sería releerlos en la isla a la que arribase en el bote salvavidas. Sin embargo, con toda la alharaca en torno al naufragio, los sobrevivientes y los medios de comunicación masiva, dudo que pudiera dedicarme a la lectura.

Te menciono unas palabras y me dices que significan para ti.

Mariana: si hubiera pedido una hija por catálogo, incluso con especificaciones, no sería el extraordinario ser humano que es. Salió infinitamente mejor que como mejor la hubiera imaginado. Elibey: es el amor de mi vida, la compañera ideal que busqué en todas partes, a veces con desesperación, pero a sabiendas de que existía y me esperaba. Venezuela: el espacio al que amo y cuya atmósfera respiro desde mi arribo a la vida. Pero lo amo no por agradecimiento, sino porque en él me siento en la región y tiempo histórico que estoy seguro habría elegido de haber podido hacerlo. Libertad: la que experimento al vivir y al escribir, que no es absoluta porque vivo rodeado de personas, animales y plantas con quienes comparto el mundo y también la comparto a ella. Literatura: el arte que forma parte de mis sistemas circulatorio y respiratorio. Quizá pueda vivir sin oxígeno, pero dudo que pueda hacerlo sin literatura. Amor: lo que siento por la vida y el arte en todas sus manifestaciones y que, según sé, encarna Elibey. Hugo Chávez: el ser humano del que estoy más orgulloso de haber sido su contemporáneo y su compatriota. Futuro: una vez superados los obstáculos del comienzo de la Revolución Bolivariana, de la transformación histórica que experimenta mi país natal, un tiempo colectivamente dichoso del que participarán hasta quienes se opusieron a su llegada.

 

Nota

(1) Armando José Sequera (Caracas, 1953). Escritor y periodista venezolano, autor de una treintena de libros, la mayoría de narrativa. Realizó estudios en la Universidad Central de Venezuela, donde optó por el título de Licenciado en Comunicación Social, mención medios audiovisuales. Ha obtenido quince premios literarios, entre ellos el Casa de las Américas (1979) por Evitarle malos pasos a la gente. Esta misma obra le proporcionó en 1996 Diploma de Honor de IBBY (Internacional Board on Books for Young People, Basilea, Suiza, 1996). Por Píldoras de Dinosaurio recibió el Premio Nacional de Literatura para niños y jóvenes “Rafael Rivero Oramas” (mención Libro Informativo) del Ministerio de Educación (Caracas 1997). Su libro de cuentos para niños Teresa recibió el Premio Único de la Bienal Latinoamericana “Canta Pirulero” del Ateneo de Valencia. En Cuba ha publicado: Evitarle malos pasos a la gente (Premio Casas de las Américas y por Gente Nueva: Enamórate de las ciencias, El unicornio despierto, El derecho a la ternura y tres ediciones de El libro de Teresa.


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