Antonio María Romeu, “el Mago de las Teclas”


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Dicen que hubo una vez en que el músico no pudo cumplir con el encargo de crear un danzón nuevo para la fiesta en la sociedad Unión Fraternal. Pero dicen también que no se amilanó: escribió a la carrera para el resto de la orquesta dos partes de la pieza, e indicó que a una señal dejaran de tocar. Así fue como se dejó escuchar la magnífica interpretación improvisada de un solo de piano que hizo a las parejas dejar de bailar para escucharlo; de ahí en adelante, se hizo tradición musical. Ese atrevido compositor y pianista fue Antonio María Romeu, “el Mago de las Teclas”.

Nació el 11 de septiembre de 1876, tres años antes de que Miguel Faílde estrenara Las alturas de Simpson en el Liceo Matancero; conoció el género en eclosión, y lo hizo suyo. 

Aunque comenzó estudios sobre música a los 8 años llegó al piano de manera casi autodidacta, y a los 10 debutó en uno de los bailes del Casino Español de Aguacate. Dos años después ya tenía un danzón de su autoría: Ten dollars o ten days. Su ímpetu por incorporar el piano en las agrupaciones dedicadas al danzón lo convirtió en innovador de la charanga francesa en Cuba. Entre 1910 y 1920 creó su propia orquesta, con la cual ganó merecida popularidad y realizó grabaciones con tecnología acústica.

No solo fue un prolífico compositor, sino que a través de su obra o acompañado por otros grandes de la música cubana –Rosendo Ruiz, Manuel Corona, Sindo Garay, Patricio Ballagas, Alberto Villalón, Eusebio Delfín…– puede establecerse una historia de la vida cotidiana en Cuba y el mundo, hecha danzón. ¿Que fue observado en el cielo a simple vista un objeto extraterrestre?, ahí está El cometa Halley (1910); ¿que una ópera de Rossini causó furor en La Habana?, ahí está la versión de El barbero de Sevilla (1911); ¿que hay un hombre legendario, el Rey de los campos de Cuba?, ahí está Manuel García (1912); ¿que hay “jelengue” político en 1913?, pues ahí están Alfredo Zayas no va, El Conde Liborio y La Chambelona. 

En fin, que se cuentan más de 200 danzones, además de la proeza en ventas discográficas de su orquesta debido a los éxitos en el Teatro Alhambra, que alcanzó la cifra de 27 mil 715 ejemplares. De sus hitos, en apretada síntesis, las inolvidables: Perla Marina (Sindo Garay-Romeu, 1914); La flauta mágica (Alfredo Valdés Brito-Romeu, 1918); Y tú, ¿qué has hecho? (Eusebio Delfín-Romeu, 1924); Santa Cecilia (Manuel Corona-Romeu, 1925); Tres lindas cubanas (Guillermo Castillo-Romeu, 1926)… casi siempre interpretadas por “La Voz del Danzón”, Barbarito Diez.

Cuando falleció en La Habana, el 18 de enero de 1955, ostentaba la Medalla de Oro en la Exposición de Sevilla (1928), Medalla de Plata en la Exposición de Filadelfia, Medalla del Cincuentenario de la República (1952), y la Medalla Carlos Manuel de Céspedes.

Más, si de verdad algo debe reconocer la cultura cubana tanto a Antonio María Romeu como a su hermano Armando, multi instrumentista y compositor, es –diría un científico– el ADN: ambos conformaron una familia de connotados músicos, de los cuales tenemos hoy día a Zenaida Castro Romeu dirigiendo la afamada orquesta femenina Camerata Romeu, un ejemplo insoslayable en la música de conciertos de Latinoamérica.


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