América se filma


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América Latina vive en las últimas semanas un movimiento social y político que apunta contra de las recetas neoliberales instrumentadas por la derecha reaccionaria, servil a los dictados del “Emperador de turno”: el Presidente de los Estados Unidos Donald Trump. Las capitales y sus localidades vecinas, constituyen esenciales espacios donde se materializan legítimas protestas permeadas de ira y dolor frente a los ajustes económicos implementados por gobiernos de usar y tirar, que multiplican las diferencias sociales y económicas, también culturales, de varias naciones.

Somos testigos en Nuestra América de una ofensiva que apunta hacia la ramificación de las recetas del Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM). También las que instrumentan las grandes multinacionales de Occidente y los oligarcas que defienden intereses espurios que revelan el desprecio por sus naciones, distinguidas por su rica cultura.

Argentina, Colombia, Chile, Ecuador, Honduras o Guatemala son algunos de los escenarios de estas protestas. Las cifras de muertos, heridos, detenidos o desaparecidos son de miles. El uso de las balas de goma que han segado, total o parcialmente, la visión de no pocas personas, colman las denuncias en las redes sociales ante la imperiosa necesidad de enfrentar la manipulación o el silencio cómplice de los medios que vulneran el derecho a la información.

Carros lanza agua, porras de nuevas de generación, gases lacrimógenos y toda una suerte de artefactos antidisturbios, son usados por las “fuerzas del orden”, para aplastar el grito de multitudes que exigen un cambio de las políticas en sus naciones. Las denuncias de mujeres violadas forman parte del drama que trasciende la geografía de la región y que nos remontan hacia los pilares de la Operación Cóndor.

En Bolivia se ha gestado un golpe de Estado contra el presidente constitucional Evo Morales, legitimado por la Organización de Estados Americanos (OEA), como era de esperar. La renuncia del líder de ascendencia Aymara no bastó para evitar que las fuerzas revanchistas arremetieran contra el pueblo. La policía y los militares de ideología yanqui están cumpliendo milímetro a milímetro las enseñanzas de la Escuela de las Américas y los renovados manuales redactados por expertos de la CIA y la Agencia de Seguridad Nacional del gobierno de los Estados Unidos.

En la nación andina afloran los mensajes xenófobos, se visibiliza los estamentos de una, otra guerra simbólica. Por otra parte, está en pleno desarrollo la toma de poderes ilegítimos. Se repiten como recetas clonadas, las practicas del terror contra el pueblo boliviano que se apropia de las calles como escenarios vitales de sus luchas, esencial para reivindicar la democracia, que es la del pueblo.

Somos testigos de estos hechos porque América se filma. Celulares, tablets, cámaras fotográficas y de video se tornan herramientas imprescindibles de esta epopeya.

Están haciendo labor por la verdad y el derecho a la puntual información periodistas, fotorreporteros, cronistas de la impronta, también los cineastas. Estos últimos se agolpan en dichos escenarios para documentar, con nítido encuadre, cada minuto de lo que acontece, para significar lo que resulta relevante.

Volveremos a ver películas de no ficción que harán historia. Emergerán como obras estremecedoras, de lograda factura, donde la puesta en escena no se fabrica pues los hechos están anclados ante la lente que los toma para resignificarlos como filmes de urgencia, como singulares documentos de acabado intelectual edificados desde los cimientos del arte.

El tiempo será testigo de sus andares y sus rutas en los espacios, muchos de ellos alternativos, pues los mass media discriminan a los cineastas para cumplir las políticas editoriales de sus patrocinadores. Leeremos estos filmes como libros de sabia y dolor, reconstrucción y entrega.

Serán textos fílmicos de muchas páginas edificados sin pátinas y algoritmos, desprovistos de perfectas envolturas y exquisitas calibraciones, las que exigen las tecnologías del poder. A fin de cuentas, la urgencia se torna urgente. La historia se repite como cómplice que regresa por esa voluntad de signarnos una responsabilidad, un ejercicio del juicio, un deber por el saber y el hacer. Por esta humanidad teñida de dolor, pero también de luz.

En Nuestra América han hecho obras relevantes los cineastas documentales. A ellos les debemos el saber de una América erguida. Hicieron escritura fílmica: Santiago Álvarez, Glauber Rocha, Raymundo Gleyze, Octavio Getino o Fernando Birri. Hacen hoy obra documental de escritura sustantiva: Tristán Bauer, Fernando Pino Solanas, Ignacio Agüero, Virna Molina, Ernesto Ardito o Katia Lara, entre muchos otros. Ellos son de los empeñados en sembrar luminosidad donde se afinca la negrura, el silencio cómplice, la imagen turbia, la pantalla descosida o servida con el glamour de la mediocridad seudocultural.


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