ALICIA EN SU ETERNA Y UNIVERSAL CUBANÍA


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Nuestra Alicia Alonso, quien durante 88 años como bailarina, coreógrafa y pedagoga contribuyó con su arte genial a poner el prestigio de su Patria en el más alto sitial en las cuatro esquinas del mundo, falleció en el Hospital CIMEQ, de La Habana, a las 11 de la mañana de este jueves 17 de octubre del 2019, a  dos meses y tres días de cumplir 99 años de edad.

Nacida el 21 de diciembre de 1920, en el reparto Redención, popular barriada de Marianao, en un modesto hogar formado por Antonio Martínez Arredondo, teniente veterinario del ejército, y Ernestina del Hoyo y Lugo, refinada modista, nuestra ilustre compatriota encontró en la danza desde muy temprana edad la vocación que guiaría toda su vida. Su ruta estelar, iniciada en la Escuela de Ballet de la sociedad Pro-Arte Musical de La Habana, en 1931, se vio obligada a tomar nuevos derroteros al tener que marchar al extranjero por el escaso nivel, los prejuicios y el carácter elitista que enfrentaba el ballet en la Cuba de entonces. Trazar su órbita artística profesional es tarea ciclópea, pues abarca desde las comedias musicales de Broadway, el Ballet Caravan, el Ballet Theatre de New York, el Ballet de Washington y el Ballet Ruso de Montecarlo, hasta sus colosales triunfos como estrella invitada de las más relevantes compañías, festivales y galas de ese género artístico en todo el mundo. Su excepcional categoría de prima ballerina assoluta no obedeció a una caprichosa reputación jerárquica, sino al dominio de un vasto repertorio de 134 títulos que abarcó las grandes obras de la tradición romántico-clásica y creaciones de coreógrafos contemporáneos.

Cuando el 28 de noviembre 1995, en el Teatro Massini de la ciudad italiana de Faenza, hizo un alto en su trayectoria como intérprete, ya había logrado establecer un record difícil de igualar, no solo por el tiempo de vigencia sobre las puntas, sino por el nivel de excelencia con que lo hizo.

Pero la grandeza de la Alonso, para nosotros sus compatriotas, no radica solamente en habernos representado triunfalmente en 65 países, recibir las más atronadoras ovaciones, imposible de contabilizar, de Helsinki a Buenos Aires, de New York a Tokio o Melbourne, sino haber puesto al servicio de su Patria todos los honores recibidos, entre ellos los 266 premios y distinciones internacionales, 225 de carácter nacional y las 69 creaciones coreográficas -románticas, clásicas y contemporáneas, que ha realizado,  revirtiéndolos como frutos del quehacer que ella ha visto siempre como modesta contribución no solo a su cultura, sino a la cultura danzaría mundial.

Hace más de medio siglo al regresar a nuestro país cargada de honores extranjeros, no vacilaba en declarar: “Toda mi esperanza y mis sueños consisten en no volver a salir al mundo en representación de otro país, sino llevando nuestro propia bandera y nuestro arte. Mi afán es que no quede nadie que no grite: ¡Bravo por Cuba!, cuando yo bailo. De no ser así, de no poder cumplir ese sueño, la tristeza sería la recompensa de mis esfuerzos”.

Esa patriótica postura la llevó a fundar, junto a Fernando y a Alberto Alonso el 28 de octubre de 1948, el hoy Ballet Nacional de Cuba (BNC), y en 1950 la Academia de Ballet que llevó su nombre y tuvo la tarea histórica de formar la primera generación de bailarines dentro de los principios técnicos, estéticos y éticos de la hoy mundialmente reconocida Escuela Cubana de Ballet.

Durante 71 años, especialmente a partir del triunfo de la Revolución, pudo, con mano firme situar al BNC entre las compañías de mayor prestigio a nivel mundial, fundamentar un sistema de enseñanza que hoy abarca la totalidad de la Isla y es la garantía del ballet cubano, así como estimular un movimiento de colaboración internacionalista que en el campo del ballet Cuba ha extendido a casi medio centenar de países de América, Europa, Asia y África.. Es la Alicia guía y mentora, que con su don aglutinador pudo convocar en La Habana, en 26 Festivales Internacionales de Ballet, a las más célebres personalidades de la danza, en una fiesta de arte y amistad. Y es también la Alicia que hemos visto dar la mejor entrega de su magisterio, lo mismo en escenarios de la más alta prosapia que en rústicas tarimas, en plazas públicas, fábricas, escuelas y unidades militares, consciente de que al pueblo, cualquiera que este sea, siempre se asciende y nunca se desciende.

Los que tuvimos el privilegio de estar a su lado, conocimos también el extraordinario ser humano que había en ella, que por coraje y férrea disciplina no se dejó derrotar nunca por quebrantos físicos, vicisitudes o incomprensiones.

Fue la Alicia nuestra, que aunque bañada de cosmopolitismo añoró oír los cantos de nuestros gallos, gustar del olor al salitre de su Malecón habanero, valorar la mariposa y el coralillo como las flores más exquisitas, o fascinarse con los adelantos científicos y los misterios del cosmos. “Un ímpetu tenaz, frenético, heroico –disparado contra la enfermedad y contra el tiempo- hacia la perfección incansable.”, como acertadamente la definió Juan Marinello


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