Alberto Marrero como Robinson Crusoe: construirse pequeñas metas para sobrevivir al aislamiento


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Alberto Marrero Fernández (La Habana, 1956), poeta y narrador, es actualmente el presidente de la Asociación de escritores de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba y el Periódico Cubarte quiso saber cuánto de provecho había obtenido durante el confinamiento a que nos somete la propagación de la COVID-19, como manera efectiva de evitarla, y conocer sus consideraciones sobre las maneras de transitar por esta crisis sanitaria manteniendo la salud de la mente.

Descubrimos que el escritor, Máster en Historia, que ha recibido múltiples lauros tanto por sus cuadernos líricos como por sus libros de narrativa, aconseja desde su experiencia dedicar el tiempo a muchas actividades: «domésticas o laborales, espirituales o no» porque asegura que «hay que tener la mente y las manos ocupadas siempre».

Marrero predica con el ejemplo, como podrá comprobar el lector en esta entrevista en la que nos revela que su visión del mundo, a partir de las circunstancias actuales, se ha enriquecido; nos cuenta qué cosas lo horrorizan por estos tiempos, cuáles lo enorgullecen y estimulan, y asegura que «la vida no será igual a la que dejamos atrás hace tres meses».

¿Cómo ha enfrentado el confinamiento como ser humano y como escritor?

La perenne falta de tiempo libre es un mal que aqueja al hombre moderno. Vivimos corriendo de la casa al trabajo y de este de nuevo a la casa, a donde llegamos cansados. Ya sabemos que el escritor y otros artistas, en su proceso de creación, necesitan de ese tiempo y también de cierto grado de soledad, de auto aislamiento. La creación en solitario permite enfocarse, meditar y hallar la idea y la forma adecuada, la palabra precisa, la imagen y la asociación más sugerentes.

Y he aquí que la inesperada pandemia del nuevo coronavirus aparece con su carga de muerte y desasosiego, confinándonos en la casa. Parecería que, para la generalidad de los creadores, el aislamiento social en que nos hemos visto abocados a vivir, no debería resultar tan traumático como para el resto de las personas. Sin embargo, no es así. De prolongarse este estado, cualquiera podría llegar a sentirse ansioso si no se toman las medidas pertinentes.

No hay que olvidar que el hombre es un ser social (gregario dirían otros), con independencia de su oficio, que requiere caminar al aire libre, socializar, interactuar, incluso jugar y divertirse como una necesidad que exigen el cuerpo y la mente. Pero el hombre asimismo es un ser racional que sabe o debe saber captar y ponderar en todo momento el peligro que lo amenaza.

Por eso la propagación del contagio por negligencia o descuido debe ser considerada como un problema de índole moral, además de penal, por supuesto. Nadie tiene derecho a contagiar a otros. La indisciplina y el relajamiento de las medidas dictadas y aún vigentes son inmorales, porque pueden provocar un rebrote de la epidemia, después de tanto luchar contra la muerte.

¿Desde su experiencia, cuál cree que sea la mejor manera de transitar por esta crisis sanitaria con la mente sana?

A mi juicio, lo importante son las pequeñas metas o tareas que nos tracemos en estas condiciones de confinamiento social, ya sean domésticas o laborales, espirituales o no. Sin ellas estaríamos a la deriva, confundidos, aplastados por las contingencias, asustados por las noticias, inertes. Gracias a estas metas encontramos el incentivo necesario para enfrentar las situaciones más extremas.

En estos momentos es beneficioso cambiar o reparar la llave del lavamanos que gotea, restaurar un techo agrietado, una silla maltrecha, dar una mano de pintura a la casa, repasar el programa escolar a hijos y nietos, hacer ejercicios físicos, leer, escribir poemas, cuentos o novelas, componer música o pintar un cuadro. La clave es estar ocupados en asuntos útiles, casi siempre pendientes.

En la vida no dejamos de arrastrar cuestiones pendientes, y este es el momento para acometerlas. Hay numerosos ejemplos en la historia y en la literatura.  Se han escrito muchos libros sobre el tema. ¿Por qué no enloqueció Robinson Crusoe confinado en una isla durante tantos años? Para Defoe, su creador, la respuesta estaba clara: su personaje debía construirse pequeñas metas para sobrevivir al aislamiento.

El cumplimiento de pequeñas metas, al final, contribuye a lograr las grandes metas personales o colectivas. Crusoe nunca perdió la esperanza de regresar a su país, a su familia, que ya lo deba por muerto. Por eso sobrevivió. Este es un ejemplo de la ficción literaria, pero podría poner otros reales, históricos, donde héroes de carne y hueso resisten el confinamiento impuesto gracias a las pequeñas metas cotidianas. Lo que quiero decir es que hay que tener la mente y las manos ocupadas siempre. La modorra y la pereza son dañinas, generan incertidumbre y desequilibrio.

En mi caso, he meditado mucho sobre la que Flaubert llamó la «condición humana» (cada quien piensa y actúa desde su propia perspectiva cultural y existencial), en la fragilidad de la vida y en lo mucho que ha sufrido el hombre desde que se convirtió en Homo sapiens.

Me horrorizan las imágenes televisivas de enterramientos masivos en fosas abiertas a la carrera; de padres, hijos y esposas abandonados en las calles porque las autoridades sanitarias y el gobierno se niegan a recoger los cadáveres; las arengas de políticos y gobernantes estúpidos, hipócritas y genocidas (Trump y Bolsonaro son los mejores ejemplos) que minimizan la gravedad de la pandemia y les importa un bledo el destino de la gente; los hospitales abarrotados, las listas selectivas de quién debe morir y quién no, como en un campo de concentración; la escasez de medicamentos, ambulancias, camas, aparatos respiratorios, mascarillas, trajes protectores para el personal médico y paramédico, alimentos, agua, en fin, la hecatombe, o mejor, el derrumbe  de un modelo mundial engañoso, manipulador, egoísta, parricida, diseñado para beneficiar a unos pocos y exprimir a la mayoría.

¿Cuál es su opinión sobre la manera en que en Cuba se ha manejado la pandemia?

En Cuba las cosas han marchado de manera muy diferente. Me estimula ver el rigor práctico y documentado con que trabajan los que dirigen, reunidos cada día para evaluar y concretar medidas que se aplican de inmediato. El nivel organizativo desplegado, con estructuras de dirección que llegan hasta la base, para combatir eficazmente la pandemia, es la prueba de un país preparado para enfrentar esta y otras crisis.

No descarto errores, descuidos, negligencias, eventos de contagio local que podían haberse evitado y que han sido públicamente criticados.  Me enorgullecen nuestros médicos, enfermeros, científicos, estudiantes, las personas humildes que se suman voluntariamente a las tareas de enfrentar la pandemia, lo mismo en Cuba que en otros países.

Ya lo han dicho numerosos intelectuales de gran prestigio: el mundo no será igual después de esta crisis acelerada (y no creada) por la Covid-19, la vida no será igual a la que dejamos atrás hace tres meses. El neoliberalismo hace aguas, dañado seriamente en su casco. La llamada «nueva normalidad», o «pospandemia», o «poscovid», suscita muchos comentaros, reflexiones serias e incluso especulaciones. Y qué decir de los cambios climáticos, ¿acaso son menos graves que la pandemia?

Nosotros no estaremos exentos de cambios y de agudas dificultades económicas. Bloqueados por el imperio, pienso que la estrategia de la dirección del país es correcta, y no me quiero detener en lo que se ha explicado con lujo de detalles, sobre todo en el aspecto económico, que tiene un carácter primordial.

En el orden social vendrán cambios. Nuestros hábitos, reglas de convivencia y costumbres han de cambiar en lo adelante. Todo, absolutamente todo, va a cambiar. ¿Alguien se imagina en el futuro inmediato un ómnibus repleto, un teatro repleto, un estadio de béisbol repleto, una oficina con personas acatarradas, resfriadas, expectorantes y, para colmo, sin nasobuco? ¿A quién se le ocurrirá besar en la mejilla o abrazar a otra persona cuando sufre un estado gripal? El virus no morirá, han dicho, se instalará entre nosotros como otros. Conviviremos con él. Menudo reto. Solo la vacuna, la disciplina social y las medidas de sanidad permanentes nos protegerán.

¿Ha cambiado su visión del mundo y de las relaciones humanas o se han reafirmado algunas intuiciones que tenía o certezas en esta etapa?

Mi visión del mundo se ha enriquecido. Como ya te expliqué, han cambiado y seguirán cambiando muchas cosas, para bien o para mal. Intento mantener una mirada optimista sobre la realidad, el hombre, las relaciones humanas, sin fanatismo, con la mayor objetividad posible (algo difícil), sabiendo de antemano que hay seres de un egoísmo visceral, hipócritas, farsantes, ególatras, racistas y pillos de oscuro pelaje, y un sistema mundial que no se cambiará de un manotazo.

La vida se mueve de una contradicción a otra, con innumerables meandros, curvas, caídas, retrocesos, oscilaciones, paradojas. Cuando uno lleva los conocimientos a la realidad y viceversa, comprueba cuán acertados son, pero también cuántos ajustes o actualizaciones requieren en cada nueva circunstancia. Nada es inmutable. El Arte y la Literatura reflejarán esta etapa difícil y también sufrirán cambios. 

¿Comenzó, continuó o terminó algún libro u otros textos durante este confinamiento?

He aprovechado bien el tiempo. No soy un escritor perezoso. Trabajo todos los días, con pandemia o sin ella. El ejercicio de la literatura me produce un gran placer. En esta etapa escribí un poemario que provisionalmente he titulado La forma privada de la utopía, una frase que tomé prestada del escritor argentino Ricardo Piglia. Me encantó la idea de una utopía privada. Los poemas hablan de eso, de una manera oblicua o directa. Somos seres utópicos hasta en el baño. Recuerdo un verso del gran poeta estadunidense (que después quiso ser inglés) T. S. Eliot: «el hombre no puede soportar tanta realidad».

 Además, he escrito varios cuentos que integrarán un futuro cuaderno. También comencé a escribir mi tercera novela. Algunos poemas tocan el asunto del aislamiento social y la pandemia, pero los cuentos no, porque para mí la literatura de ficción no es un periódico de noticias y crónicas del día. Hay que dejar que ciertos temas fermenten, se añejen un poco como el vino, se distancien en el tiempo para verlos mejor. Quedan en la mente del escritor y con los años brotan con una luz distinta. También comencé a escribir mi tercera novela. Es una suerte de continuación de la segunda, que tiene un corte histórico y policial, a finales del siglo XIX, en La Habana.

Antes de la crisis sanitaria, ¿algún volumen suyo estaba por publicarse, o esperaba en un «colchón editorial»?

Espero todavía la salida de mi primera novela titulada Agua de paraíso, que resultó premio Alejo Carpentier en el 2019. Conozco perfectamente la situación que existe en la industria poligráfica con el papel y otros insumos, por eso espero con paciencia su publicación. En definitiva, yo no escribí una obra con fecha de caducidad como las latas de conserva, sino para que perdurara en el justo tiempo humano.

Próximamente verá la luz mi segunda novela, titulada La verdad que huye, en este caso publicada por la Editorial McPherson, radicada en Panamá. Como ya anuncié, esta se desarrolla en La Habana, en la década del 90, y sus personajes principales son dos policías españoles.

En una reciente entrevista a Josué Pérez, director del Centro Cultural Dulce María Loynaz, él me comentaba, «Creo que la crisis sanitaria cambiará de una vez y por toda la promoción de la literatura». Quisiera saber sus criterios al respecto a partir de su perspectiva como presidente de la Asociación de escritores de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.

En nuestra unión de creadores hemos meditado sobre las experiencias e iniciativas interesantes surgidas en este período, muchas de las cuales de seguro se quedarán definitivamente.

La utilización creciente del espacio virtual, por ejemplo, es algo que se va a quedar. Conciertos, recitales de poesía, clases magistrales y conferencias en línea han suplido el cierre de los espectáculos culturales, llegando incluso a más público.

La impartición de clases a los niños y jóvenes por la televisión (práctica que no es una novedad en Cuba), creció exponencialmente en calidad y frecuencia. Las redes sociales han servido para divulgar lo mejor de nuestra cultura. Cada día la gente lee más en formato digital. La literatura digital se impone. El espacio virtual conquista. El comercio electrónico da pasos acelerados. El gobierno electrónico igual. La crisis sanitaria nos obligó acelerar muchas cosas que ya sabíamos, pero que llevaban una marcha digamos, lenta y pesada. Es lo que pienso.

 


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