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Adriano Rodríguez o el cantar de la memoria (I parte)


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El hijo del sastre

“…He vivido tantos años como las canciones más hermosas que he conocido

he escuchado y que la vida me permitió cantarlas… y parece que aún quiere que lo siga

haciendo… hoy solo me queda cantar y cantar… ese es un privilegio que me alimenta

cada día… bueno y el amor de la familia… y los recuerdos, sobre todos los recuerdos… 

cuando se viven tantos años los recuerdos sustituyen a la esperanza…”

Adriano Rodríguez nació en el año 1923, cuando el ilustre Alfredo Zayas (y su “partido de los cuatro gatos”) era presidente de la República de Cuba; eran las “vacas algo”; como se pudiera decir en buen cubano; y La Habana comenzaba a estrenar su alumbrado público más allá de los  palacetes del floreciente barrio del Vedado donde primaba el estilo Art Deco. Fue en la villa de Guanabacoa, al este de la ciudad, a la que se llegaba por un camino vecinal marcado por el fango en épocas de lluvias, pues estaba pavimentado a medias. Guanabacoa, para aquel entonces, vivía orgullosa de Rita Montaner que hacía vibrar teatros de Cuba y París con los pregones de Moisés Simons y las canciones de los hermanos Grenet; y de la genialidad del niño Ernesto Lecuona que alternaba su tiempo perfeccionado sus estudios de piano y tocando en los cines por veinte centavos la función para ayudar a la economía familiar.

 ¿Quién es Adriano Rodríguez y de dónde viene?

“… mi familia… de la que vengo… soy el hijo de Adriano el sastre… mi padre era sastre, ese era un oficio de negros honrados, y músico en sus ratos libres… sastre… ese es un oficio del que ya no se habla, pero ser sastre daba prestigio en el lugar donde se vivía y más allá si lograbas nombre… vestirse a la medida era una manera de distinción en los hombres… por muchos años yo me vestí en cuanta sastrería pude… y por mi padre conocí a los mejores sastres de La Habana…”

“... a veces, en mis ratos de ocio, cuando pienso; eso era antes de que Edesio me atrapara nuevamente con la música y sus pedidos de “Adriano canta este tema o canta esta otra canción”; que eran muchos, casi todo el día…; recuerdo cosas de mi infancia, los moldes de los trajes con el nombre de la persona a la que correspondía una leva o un pantalón… el maniquí con la tela y los trazos de tiza marcando las líneas, los alfileteros… los sastres son perfeccionistas por eso aman la música… dicen que mi padre cosió ropa hasta del padre de Lecuona… y yo conocí a Lecuona, Ernesto, por los años cincuenta… que por cierto vestía a la medida… ahora entre ensayos y grabaciones me queda poco tiempo para pensar en las musarañas y en otras cosas, tal vez algunas más tristes que otras… hoy creo que ya no hay sastres y sastrerías en La Habana… salgo muy poco de la casa…ya la gente no es tan elegante como antes…”

“… mi madre… mi madre trabajaba en una fábrica de tabaco, era despalilladora… era una mujer muy fuerte a la que nunca le escuché una queja, con una voz muy hermosa… tan hermosa como ella… mi padre tuvo mucha suerte… y creo que mi pasión por el canto y hasta mi voz se la debo a ella, la recuerdo cantando, sobre todo, en los coros de clave y rumba, que eran agrupaciones geniales en las que la gente se vestían muy elegantes aunque fueran a cantar en el patio del solar… parece que estaba escrito en alguna parte que mi destino sería cantar… cantar todo lo que pudiera escuchar y aprender…”

“… tuve una infancia como la de cualquier niño negro de esa época… ir a la escuela, jugar mientras se pudiera y cuando las cosas se comenzaron a poner malas en el Machadato vendí caramelos, tabaquitos… ayudé en cuanto pude a mis padres para poder completar los quince centavos que podía costar una completa en una fonda… en casa éramos muchos, como nueve bocas cada día para desayunar, almorzar y comer… pero eso sí nunca dejé de cantar… canto desde que tengo uso de razón… en Guanabacoa siempre había música en las calles… pregoneros anunciando cosas, vendiendo hasta lo inimaginable… músicos ambulantes… canto desde niño porque mi abuelo materno tenía un sexteto —sin trompeta— llamado Carmen y con él debuté cuando tenía como seis años… ahora no recuerdo el nombre de aquel son… han pasado más de ochenta años y la memoria ya no me acompaña como antes… la música de mi infancia, además de los sones de los sextetos, había música afro… lo mismo de santos que de los abakua… que las rumbas… eso estaba en el ambiente, se respiraba en cada esquina…”

“… de niño hacía la segunda voz en el sexteto de mi abuelo… los músicos me llamaban para que la hiciera… y es que cantar la segunda voz me salía natural, sin necesidad de hacer grandes esfuerzos… entonces dejaba cualquier cosa por cantar y no sabía que estaba formándome para el futuro… para aquel entonces no se podía vivir de la música y había que aprender a toda costa un oficio… y a mi me tocó ser zapatero… entre otras cosas… y por qué no sastre, como mi padre… no lo sé… para vivir de la música debieron pasar muchos años y muchas penas y trabajos…”

¿Cuál era entonces el ambiente de esa época y cómo se formó usted musicalmente?

“¿… la radio y el cine…?; esos fueron dos grandes acontecimientos en mi vida… escuchar la radio me permitió conocer canciones y cantantes únicos… hubo un cantante muy grande, no se si lo conocen… se llamó Pablo Quevedo y le decían “la voz de cristal”… nunca más he escuchado a alguien cantar como aquel hombre… y estaba Cheo Marquetti que cantaba guajiras y canciones… creo que de alguna manera me quise parecer a ellos en aquellos tiempos… después estaba el cine que con cinco centavos veías tres funciones y entre una película y otra escuchabas a los trovadores y a los cantantes… todos con sus guitarras, impecablemente vestidos, hasta que llegó el cine sonoro y se acabaron las tandas alternas de películas y música… ahora había música en las películas y no me cansaba de verlas, sobre todo una película en la que Paul Johnson cantaba Old man river… que clase voz tenía ese hombre y que clase de canción esa... tanto que me la aprendí de un tirón… y es una de las canciones que más satisfacciones me ha dado…”

“… Alberto Zayas carajo… que clase de hombre ese y que clase de músico… era amigo de mis padres y de mi abuelo, siempre estaba en la casa, lo mismo en los ensayos del sexteto que conversando con mi padre o con mi abuelo… con él aprendí casi todo lo que sé de la música afro… era una voz prima como pocas de esa época, con él hice mis primeros dúos siendo niño… en los años cuarenta me llevó a conocer a Fernando Ortiz que me incluyó como uno de sus cantantes en las conferencias que daba sobre folklore en la Universidad de La Habana, además que me abrió las puertas para que yo, Adriano Rodríguez me hiciera músico profesional; sin dejar la zapatería, por supuesto… con Ortiz conocí a Merceditas Valdés, qué mujer y qué manera de cantar y conocer la música afrocubana… nunca más he vuelto a escuchar un timbre de voz como ese, puro, limpio…”

 

Continuará…


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