Viejas y nuevas mitologías


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 Por la década del 50 del siglo pasado, cuando era un niño, mi padre me llevó a un espectáculo de lo que por entonces se conocía como “lucha libre”; había visto boxeo por televisión y sabía que era un deporte con ciertas reglas, pero cuando estuve frente a aquella lucha, no sabía si era un juego, un número de circo, una obra de teatro... El villano, enmascarado, respondía al alias de La Amenaza Roja, y nadie conocía su identidad; su contrincante, que desempeñaba el papel de héroe, cumplía algunas reglas técnicas que el primero violaba exacerbando la repulsa del auditorio. Se trataba de una coreografía de combate en que se demostraban cualidades histriónicas, acrobacias, fuerza, habilidad, astucia, engaño… un show casi sin reglas, pues estaba permitido casi todo, en aras, principalmente, de quitarle la máscara al “malo” y develar quién era “la amenaza roja”. Se utilizaban movimientos y ardides a todas luces ilegales, golpes bajos y ataques a los ojos; se causaban heridas, había mucha violencia y todo tipo de trucos considerados entonces poco caballerosos. Al salir mi padre me dijo que él había tenido que ir allí por asuntos de su negocio, pues vendía Cristal y Coca Cola, y a los luchadores se les pagaba por hacer eso; como no me gustó, nunca más fui. Después de haber visto por televisión en el extranjero en qué ha parado aquella lucha libre profesional, comprendí que había asistido en mi infancia a la representación de un mito moderno.

Si bien el mito clásico consistía en un relato prodigioso, con algo de realidad, acerca de seres sobrenaturales asentados en la tradición, y participaban dioses, semidioses, héroes increíbles y monstruos fantásticos en escenarios inexistentes, la forma de transmitir los mensajes en los mitos modernos, aunque basados en otros sujetos y objetos, es similar. Los límites de los mitos son formales y no sustanciales; su dialéctica y decorado, complacencias y rebuscamientos, avanzaron y se transformaron, sometidos a nuevos órdenes de creencias y percepción para transmitir nuevas síntesis y signos ideológicos. El mito moderno, como parte de un sistema de imágenes y escrituras, desarrolló las ideas como formas, y sobre ese lenguaje se creó otro, en lo que ha sido estudiado posteriormente bajo el término de “metalenguaje”. En la década del 50, bajo la gravitación de la Guerra Fría, se ponía en práctica un juego escondido entre la forma y su sentido: poco faltaba para declarar a la tramposa e indeseable “amenaza roja” como “amenaza comunista”. Hoy parece muy evidente, pero por aquellos tiempos éramos muy ingenuos…

Otros mitos me rodeaban: en la publicidad del detergente, la espuma equivalía a la calidad de la limpieza; para las cremas dentales se escenificaba la acción salvadora del dentífrico en la lucha a muerte contra el “villano pica muelas” que agredía a la muelita “Manuelita”; los juguetes nos inculcaban sueños de futuro, por eso yo me entretenía con pequeños automóviles de lujo y mi amiguita con una “maqueta” de casa de dos plantas, juego de living, lavadora automática, cocina eléctrica…; la explicación de la visita de los tres Reyes Magos en vísperas del 6 de enero rozaba lo esquizoide; las cigüeñas traían encestados a los recién nacidos desde París, en un viaje sin escalas; los estudios fotográficos tenían siempre escenarios de playa para retratarse en trusa, o sillas y una mesa con teléfono; el bisté con papas fritas era el mejor alimento posible, por eso El Niño Valdés, un boxeador famoso, decía deberle su fortaleza de campeón; el intelectual se representaba con atributos casi infaltables: pipa, chaleco o tirantes, y un libro bien voluminoso; la irresistible atracción por el bikini y el striptease era la definitiva prueba de hombría; las quinceañeras estaban obligadas a bailar en sus fiestas un vals del siglo XIX, una tradición mítica llegada en la Isla hasta el presente, digna de un tratado de sociología…

Posiblemente el mito de más larga data, consolidado y sacralizado por la sociedad de consumo en Cuba, sea la adquisición de un auto. El triunfo o éxito total de un ser humano se expresaba en poseerlo y exhibirlo, con todos los atributos de las marcas. Para la clase media cubana de los 50, no se trataba de tener un VW —Volkswagen, que significa ‘automóvil del pueblo’—, que por su sencillez, economía y durabilidad, se había concebido en Alemania para la llamada “sociedad de bienestar general”; tampoco un Chevrolet, “un chevrolecito”, en el argot popular, robusto y de bajo costo. El Ford, con su prestigio, ya resultaba otra cosa; no se caracterizaba por ser de los más caros, pero su tecnología e innovaciones constantes, su facilidad para manejarlos y repararlos, y sobre todo su fama de rapidez en la arrancada y logros en carreras internacionales, le habían ganado tal preferencia, al punto de que algunos temblaban de emoción al oír salir un Ford Fairlane 500. Con el Buick una clase media en ascenso, con ambiciones de llegar a la alta, cumplía sus sueños de poseer un auto de lujo; sus compradores miraban por encima del hombro bajo la engañosa publicidad de “Usted sí puede tener un Buick”. Sin embargo, la máxima aspiración para esta mitología estaba concentrada en el Cadillac, el “buque insignia” de la General Motors por sus altos estándares de calidad y los últimos avances tecnológicos; el modelo de Cadillac Eldorado Broughman de 1957, incluía aire acondicionado, luz indirecta, radio con transistores, cierre centralizado, subida y bajada de cristales en las puertas con mecanismos automáticos, asientos regulables eléctricamente, suspensión neumática, dirección hidráulica, frenos al vacío… y especialmente las aletas traseras verticales, que los cubanos bautizaron como “cole’epato”, algo así como el faetón de Zeus.

Precisamente en 1957 el ensayista francés Roland Barthes publicó Mitologías —primera edición en español en 1980 por Siglo XXI Editores, México—, un volumen en el que se comprueba la abundante presencia de mitos y su importancia en la vida moderna. Barthes recopilaba otros mitos franceses: la imagen de los romanos en el cine, cómo se veía un escritor de vacaciones, la idea de los marcianos, los enigmas del rostro de la Garbo, el comentado cerebro de Einstein, el nuevo Citroën, la llegada del plástico… Conviene repasar desde la perspectiva actual su estudio de la naturaleza del mito moderno, pues aseguraba que ese mito, promovido por la publicidad o la propaganda, no era otra cosa que una deformación del sentido, un procedimiento para robar el concepto y devolverlo deformado bajo motivaciones falsas, un recurso de naturaleza engañosa. Para descifrar la lectura del mito, el pensador francés ponía el ejemplo siguiente: “…estoy en la peluquería, me ofrecen un número de Paris-Match. En la portada, un joven negro vestido con uniforme francés hace la venia con los ojos levantados, fijos sin duda en los pliegues de la bandera tricolor […]. Sin embargo, ingenuo o no, percibo correctamente lo que me significa: que Francia es un gran imperio, que todos sus hijos, sin distinción de color, sirven fielmente bajo su bandera y que no hay mejor respuesta a los detractores de un pretendido colonialismo que el celo de ese negro en servir a sus pretendidos opresores”. Muchas películas de Estados Unidos han utilizado en sus filmes ejemplos similares.

Hoy las manifestaciones míticas abarcan diferentes campos: la literatura, el cine, la televisión, las artes escénicas y plásticas, la música, la propaganda, la política, la publicidad, la religión, el periodismo, la comunicación… y sobre todo, la ampliación de falsas noticias que circulan por los medios y que muchas personas reproducen bajo una mitología personal; en este último caso, ya se parte de lo incierto, de una realidad parcial, y el mito que se elabora y se construye nace torcido, bien bajo la calumnia o lo impreciso, dudoso, inseguro, indeterminado…: cuando se devuelve se deforma aún más, dentro de un complejo mitológico de mayor fantasía y no pocas veces de una perversidad elaboradísima, algo parecido a lo que se ha venido estudiando recientemente como mitologemas. Los trucos, fullerías, astucias, ardides, picardías, artimañas, artificios… para despojar esencias y regresar el concepto muy falseado ha llegado a altísimos niveles de complejidad, y casi siempre, de infamia y vileza, según la lógica de inmanencia y consumo que los poderosos medios reproducen con motivaciones políticas propias o inducidas. El proceso de mitificación en que se edifican algunas informaciones puede llegar al absurdo o al desatino, y no pocos ingenuos o presos de subjetividades y prejuicios “compran” el paquete mitológico como verdades de “buena tinta”. Pero la mitificación basada en informaciones falsas o que no tienen un nivel de confirmación, seguridad, objetividad, realismo… en mentes con poca preparación y atiborradas de obsesiones, puede llegar a situaciones de manía o enajenación. Me han contado que una señora que había oído decir que el virus causante de la Covid 19 moría con el calor, todas las mañanas sale a tomar el sol en el patio de su casa con la boca abierta, por si lo tiene. Un mito al parecer universal es el que ha comentado Laidi Fernández de Juan sobre las relaciones entre la Covid 19 y el papel sanitario: resulta sencillamente alarmante que tanto en La Habana como en Sidney, todos hayamos corrido a apertrecharnos de paquetes de papel higiénico, antes que lejía o jabón… Como decía un viejo combatiente, refiriéndose más a la estupidez que al imperialismo: “el enemigo no descansa”.

 


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