Un poeta llamado Marino Wilson Jay


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Su nombre es como una manifestación autóctona de los archipiélagos caribeños, esos que incluyen a las islas de mayor tamaño. Un nombre que revela lo esencial de esos desplazamientos de los que no teníamos noción alguna hasta que descubrimos las características de nuestro vecindario. Éramos islas, islotes, cayos enredados en esas circunvalaciones —geográficas y sociales— en donde alcanzamos nuestra definición mejor. Sus apellidos trazan el mapa de su historia, que es semejante a la espiral de migraciones y desplazamientos que han conformado la identidad de nosotros los caribeños.

Nacido en Guantánamo en 1946, y habiendo hecho su carrera literaria básicamente en Santiago de Cuba, capital del Caribe que intentó describir, el poeta Marino Wilson Jay conoció, en su propia piel, la experiencia natural de un trasiego de culturas que iba a volverlas suyas mediante el ejercicio de la escritura, particularmente aquel que lo hizo entrar al reino autónomo de la poesía como logró advertirnos el gran Roberto Fernández Retamar, ya entrado el siglo XXI. 

“Su nombre es como una manifestación autóctona de los archipiélagos caribeños”. Foto: Tomada de la página de Facebook de la Fundación Caguayo

Encandilado por la lectura y el estudio riguroso de nuestra literatura, Marinito quedó subyugado por la estética del grupo Orígenes, en donde la palabra siempre estuvo animada por el uso de intrépidas metáforas y de imágenes referidas siempre al complejo insular que alimentaba nuestras vidas. Pienso que uno de los rasgos característicos de la sensibilidad de Marino fue su apasionada vocación por las revistas.[1] Ese es el tesoro que ponderó en Orígenes y, por ello, muchos años después seleccionó, prologó y redactó las notas del volumen Ecos para su memoria, que incluye los poemas de autores cubanos dedicados a José Lezama Lima (La Habana, 1910-1976).

Publicó poemas, pero aún antes de tener conciencia de su función ya Marino indagaba sobre las raíces nacionales implicando su quehacer, sobre todo, en la legítima busca de nuestra idiosincrasia, la historia nuestra y ese carácter único que solo florece junto a las hermosas montañas de dos Sierras —la Cristal y la Maestra—. Tal vez, bajo la corriente de la fosa de Batle, siguió la ruta del gran guantanamero Regino Boti en su precursor y clásico poemario El mar y la montaña (versículos indemnes), de 1921.

Su conmovedora elegía al infortunado bardo Juan Francisco Manzano, no por azar, comienza con estos versos geniales:

Traigan escamas plateadas para el negro,
que no sea visto en su disfraz
que tanto ofende al Ama.
Juan Francisco Manzano[2]

La poesía de Marino Wilson Jay, intrépida en sus formas y más que transparente en sus contenidos insulares, es un regalo para cualquier buen lector de poesía en nuestra lengua. Esos contenidos siempre aparecen como referencia al terruño, con un sentido de pertenencia nada negociable; el lector disfruta en ellos esa profunda e interminable trenza familiar, tejida, en principio, por la infame experiencia de la esclavitud —fuente de una economía de plantación solo desmantelada por la Revolución de 1959—. 

“uno de los rasgos característicos de la sensibilidad de Marino fue su apasionada vocación por las revistas”.

Y, claro, por la historia, por la muerte y por el amor. Así lo revela su cuaderno Desnúdate, poesía, de 2012. Pero nos ha dejado Marino con ese sabor amargo de su partida inesperada que tanto lamentamos. Fue un día de este amargo verano de 2021, un fatídico jueves, 19 de agosto. 

A pesar de los esfuerzos realizados, no fue posible otro desenlace y la pandemia nos jugó una mala pasada. No hubo otra posibilidad tangible para el poeta clarividente, seguro de su inquietud intelectual, de su tesón sin tregua, con ese aliento de los bardos del Sur que tanto han aportado a nuestra poesía.

“Mujer oscura”

Marino Wilson Jay[3]

                   A Daisy Villalón[4], por siempre

Te canto pues nunca en cuadro alguno
he visto a una Venus con tu nombre
y no conozco en las medianoches
al fondo bien visible de tus contornos
cuando los artistas acordaron no cantarte
y no pintarte.

He aquí que yo vengo, mi niña errante
como los zapatos de un perseguido
más rabioso y vehemente que un bisonte.
Vengo inapaciguadamente colmado de ti
con un extraño caballo que murió
de pronto en mis pulmones.

Vengo al Noroeste de tu cuerpo
y de tu sombra
guiándome por el eco de un estruendo
parecido a un ciclón poderoso
en cada uno de tus poros.

Vengo hecho muchos
y hecho una fuente de materia no determinada.
Te doy la apoteosis que olvidaron uno a uno
todos los poetas, y un clamor estructurado
con piedra de borrascas.

Porque eres como el ruido del último movimiento sísmico
y del color que deja.
Como el espíritu del mal
y los fondos infames.
Como la noche de San Bartolomé
y el primer grito de venganza.

No te amo por ti misma
te amo por tus millones de pigmentos
porque nunca figuraste como una del espejo
como Manca
y menos como Maja.
Porque tu voz expresa verdades
de antepasados ignorados
y tu presencia misma es la versión de un arte
que fue arrojado al precipicio.

Por tus primeros senos al aire
y la nostalgia más dura que aquellos diamantes robados
en tu superficie y en tu adentro
tan parecidos a la geografía del Bambú
y al símbolo milenario de baobab.

Desde mis senderos huecos
absolutos y visionarios
que vieron pasar las ráfagas explosivas de tu gloria.
Bésame el rostro
como un bosque penumbroso
formado por ceibas y algarrobos.
Mi caverna coronada y preñada
de aerolitos donde te estrellas como cuando un globo
entra en contacto con un ejército de rocas.

En esta hora que tiene la equivalencia de los siglos encendidos
admiremos nuestros cuerpos
hechos con incendios de locomotoras.
En este frenesí como de llanto enérgico.
En este paralelo con el rumbo infinito de cuantos planetas
y asteroides existen
reconstruyamos el estremecimiento de la hamaca
y de la barraca.

Desatémonos uno contra otro
hasta hacernos uno solo
una sola confusión
una sola algarabía
un solo grito
una sola masa consumida
y un solo arroyo de petróleo.

Desatémonos sin parquedad.
Rompámonos sin vencernos
que yo te amo.
Te amo con el furor y el ardor
que existía en las grandes bodegas
de los barcos negreros.

Te amo con esta reiteración de imágenes
que dan a mi poema una fuerza sin igual.
Te amo ante el recuerdo
Desde que la Madre de la Madre de tu Madre fue violada.
Bajo el reducido horizonte
donde te ataron ciertos muros
en las cadencias de tu vientre prisionero
sustituidas por grilletes
y luego terribles en cada palmo de manigua redentora.

Te amo, mi turbulenta, inmensa y honda mujer hermosa,
lo juro por esta consolación de tus gemidos.


Notas:

[1] Ver Marino Wilson Jay: “¿Retorno a los orígenes o vuelta a Orígenes?” en Caserón, Santiago de Cuba. Nueva Era, n. 7, 2012, p. 45. Se trata de una ejemplar reseña sobre la investigación Orígenes y el paraíso de la eticidad, del profesor Amauri Gutiérrez publicada también por Caserón, Santiago de Cuba, en 2010.

[2] Ver la antología Arcoíris negro, yo también canto a América. Selección, prólogo y notas de Alex Pausides. La Habana, ed. Colección Sur, 2011.

[3] (Guantánamo, 1946) Ha desplegado una intensa e ininterrumpida labor, muy encomiable, como poeta, investigador, ensayista. Ha publicado, entre otros, los poemarios Yo doy testimonio, a inicios de los años 70 y, el más reciente, Desnúdate, poesía, de 2011. Es autor, además, de los libros de ensayo Peligro: aquí se habla de poesía, Los hechiceros de los cincuenta y Lecturas y visiones. Ha recibido premios y menciones. Es miembro de la Uneac y se desempeñaba, hasta su muerte, como asesor, en Santiago de Cuba, de la Fundación Caguayo del artista Alberto Lescay Merencio.   

[4] Se trata de su esposa y actual viuda Daisy Margarita Villalón. Tuvieron una hija: Nancy Wilson Villalón.

 


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