Un engome para Efigenio


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Efigenio Ameijeiras. Foto: Alberto Korda/Colección Deena Stryker Photographs.

No puedo referirme de manera testimonial a Efigenio Ameijeiras Delgado como expedicionario del Granma y fundador del Ejército Rebelde, uno de los gloriosos combatientes que acompañaron a Fidel en el triunfo revolucionario de enero de 1959. Hay suficiente material para documentar su lucha en las montañas de Oriente contra la dictadura de Fulgencio Batista, su actuación como jefe de la Columna 6 Juan Manuel Ameijeiras en el Segundo Frente Oriental Frank País, como jefe de la Policía Nacional Revolucionaria al principio de la Revolución, su importante participación durante la invasión mercenaria por Playa Girón y en la guerra por la independencia de Argelia. Ya la leyenda lo rodeaba cuando nos conocimos en Luena, República Popular de Angola, en 1984: él, entonces, coronel de las FAR y asesor de las Fuerzas Armadas para la Liberación de Angola (FAPLA), y yo, teniente de la Reserva. Estábamos allí empeñados en la defensa de Angola y en la construcción del proceso de paz, un panorama complejo, teniendo en cuenta las intenciones del régimen sudafricano de expandir sus territorios en el sur angolano, las apetencias del imperialismo yanqui de extender su geopolítica en la región, y la pugna de estas y otras fuerzas para influir en África mediante una guerra civil que se prolongaba y complicaba.

Vivíamos en una casona en Luena, ciudad devastada por la guerra. Al llegar me percaté de que el grupo de soldados que la protegía le profesaba a Efigenio, como casi todo el mundo lo llamaba, un respeto más allá del exigido por el reglamento y mayor que a cualquiera de los oficiales de igual o superior grado con los que convivíamos. Se notaba la admiración en sus referencias a él cuando no estaba presente y en la manera tan escrupulosa de cumplir sus órdenes, impartidas con pocas palabras. Me consta que los soldados, sin que nadie se lo exigiera, estaban pendientes de sus preferencias en las comidas y sus horarios, de la pulcritud de su uniforme oloroso a vetiver, de la limpieza de su jeep, o de complacer en silencio sus sencillas costumbres, sin un ápice de adulonería. Presentían también el peligro que se cernía sobre la ciudad cuando lo veían hasta altas horas de la noche reunido con varios oficiales, estudiando mapas, pidiendo información, o levantado muy temprano, aún sin peinarse.

A mí me parecía que los soldados, y la mayoría de los oficiales, nos sentíamos más seguros cuando él permanecía en Luena, especialmente en operaciones o situaciones riesgosas, pues olía el peligro y nadie como él para entender la psicología de los bandidos o de las fuerzas que atacaban a las cubanas, que además debían entenderse con oficiales soviéticos y angolanos. En no pocas coyunturas comprobé su acierto al tomar decisiones, siguiendo una intuición derivada de su experiencia de viejo combatiente. Una vez, a altas horas de la noche, me pidió acompañarlo a revisar las postas; todo estaba en orden y salió con su ayudante a revisar otros lugares; esperé un poco y me fui a dormir, porque se demoraba. Por la mañana un oficial me contó que llegó al aeropuerto y pidió a un soldado que disparara en ráfaga hacia un lugar oscuro y medio desértico; a los pocos días nos enteramos de que en ese momento una columna enemiga rondaba la ciudad y se fue al sentirse descubierta.

Al principio yo pensaba que esas intuiciones eran las causantes de la admiración de la tropa hacia él, pero había más. En medio de una alarma de combate, el coronel salió a buscar a un recluta; sabía exactamente el quimbo donde se encontraba con una mujer, lo sacó de allí, lo montó en el jeep y le aseguró que vendría para Cuba sin cumplimiento de misión. Con el paso de los días, averiguó que se trataba de un soldado cumplidor y responsable, que sostenía una intensa relación amorosa con una angolana; lo llamó y estuvo conversando con el asustado joven más de una hora sobre el riesgo que había corrido no solo él, sino todo el campamento, con su actuación, mientras su interlocutor le aseguraba que no había ninguna razón para preocuparse por la seguridad, ni de él ni del campamento, pues la mayoría de las mujeres de los alrededores colaboraban con los cubanos y formaban parte de un cordón de seguridad, cuestión verificada por los oficiales de Inteligencia. No obstante, el soldado solo pudo regresar a su dormitorio con la promesa de que eso no volvería a ocurrir, porque ningún cubano debía estar solo en ningún lugar.

Efigenio velaba por la seguridad de cada uno de nosotros, y lo sabía todo. Sus principales informantes eran el cocinero, que le tenía gran devoción, pues el coronel se preocupaba por mantener la cocina bien avituallada de condimentos y sazones, y su ayudante Nelson, familiar suyo, oficial de buen carácter y muy curioso que conversaba de todo y con todos. Una noche Nelson me dijo que su jefe quería verme. Al entrar a la habitación vi algunos libros, y en la mesa de trabajo, uno de José Lezama Lima. Me enteré de que le gustaba leer poesía y era admirador del «gordo» de Trocadero. Pasamos parte de la noche conversando sobre el tema y apuntó algunos nombres de poetas cubanos y extranjeros que pensé le podían interesar. En otro momento él mismo me llamó y me dio su definición de «engome»: un texto en verso o prosa escrito correcta y bellamente, que profundizara en las ideas y los sentimientos, fuera absolutamente sincero y «pegara», pues si no tenía estas condiciones, no servía; quería saber mi opinión acerca de si lo que estaba escribiendo era un engome o no.

Debo confesar que me sorprendieron los poemas de Efigenio. Describían situaciones de cierta complejidad en las relaciones humanas, lo mismo en el amor, la amistad o la familia; estaban escritos no solo con corrección y belleza, sino con cierta intensidad literaria, siguiendo la estética lezamiana, en especial sus hipérboles. Eran, sin duda, «engomes», de enorme sinceridad. Lo que más me había desconcertado era el estilo, pues yo esperaba leer algo épico o más popular, y nada de eso asomaba de manera directa en sus papeles, aunque, al final, lo heroico era escribir en escenario tan poco propicio, y en que, abordando temas más bien cotidianos, tratara de lograr imágenes elevadas y elegantes, aprendidas de los maestros de la poesía. Aquella lectura, ante su silencio y observación, fue una de las mayores sorpresas recibidas en mi vida, y si bien no se trataba de textos perfectos o de máxima coherencia, mantenían un tono que envidiarían algunos poetastros mucho más conocidos que él en la «república letrada».

Los engomes de Efigenio me revelaron una sensibilidad literaria y unas posibilidades para la escritura que no había imaginado en aquel coronel, salido de las entrañas más humildes del pueblo, con pocas posibilidades de adentrarse en el estudio de la literatura. Había sufrido desde muy joven las muertes de sus hermanos, se había curtido con noticias de torturas y asesinatos de sus compañeros de lucha, y había lidiado con las miserias humanas y las secuelas terribles que deja cualquier guerra, mas había conservado intacta la ternura. Ya de regreso en La Habana, supe de su amistad con Eloy Machado, El Ambia, y que, junto a Froilán Escobar, apoyó la publicación de Camán lloró y ayudó a que El Ambia se dedicará a la promoción de la rumba, empeños que contaron, asimismo, con la colaboración de Cintio Vitier y Miguel Barnet.

Esperaba la muerte de Efigenio Ameijeiras, pues a cada rato preguntaba por él y me habían dicho que estaba muy enfermo. Un excombatiente de Angola me llamó para evocarlo el mismo día de su fallecimiento, y me pidió que escribiera sobre él. Creí que no podía hacerlo, pues no fui su amigo ni conozco al detalle su rica y extensa trayectoria militar, de la cual seguramente los investigadores hablarán; también muchos glorificarán su heroicidad, inteligencia, astucia y valor en acciones militares, y sus compañeros de armas se referirán al luchador revolucionario dispuesto a dar la vida por una causa justa en cualquier lugar del mundo. Sin embargo, me decidí con la esperanza de que me saliera algo parecido a un engome y recordar al luego general de división desde nuestras coincidencias en Luena. Haberlo conocido allí fue un privilegio. ¡Aché pa’ti, querido poeta de la vida!


1 comentarios

Elva Rosa
14 de Abril de 2020 a las 15:37

Hombre inigualable, ejemplo para todos los cubanos, luchador incansable de las causas justas y dignas. Ser humano y dirigente, con valores extraordinarios.

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