Ruy Guerra: El que más filmó al Gabo


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Por estos días festejó sus noventa años el realizador brasileño Ruy Guerra, nacido en Mozambique, el 22 de agosto de 1931, e integrante imprescindible de la historia del cine latinoamericano no solo por su contribución al cinema novo, sino por ser el más empecinado traductor al cine del universo de Gabriel García Márquez. Por cuarta vez en su trayectoria —iniciada con Os Cafajestes (1962)— se obstinó con O veneno da madrugada (2005) en transponer la prosa del demiurgo de Aracataca, en este caso, de La mala hora.

Atrás quedaron su versión de “La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada” y su crónica del amor arrogante y difícil de Orestes hacia Fulvia, la bella palomera. Convirtió en locaciones habaneras a la actriz alemana Hanna Schygulla, la otrora musa de Fassbinder, en la enigmática Alma de la miniserie televisiva Me alquilo para soñar (1992). A su juicio, la profunda amistad y el conocimiento del escritor colombiano, cimentados a lo largo de muchos años, le proporcionó una visión parecida o similar del mundo, además de la entera libertad otorgada por el autor a quienes osaban aproximarse a su literatura para interpretarla en el cine.

Ruy Guerra asistió a los directores Jean Delannoy y Georges Rouquier, fue consejero artístico de Abel Gance en Valmy (1967) y actor a las órdenes de Serge Roullet (Benito Cereno) y Werner Herzog (Aguirre, la cólera de Dios). Los fusiles (1964) le bastó para ser definido por el crítico francés Marcel Martin como “un maestro en el arte de evitar las trampas del esteticismo y de lo pintoresco, y con un temperamento de argumentista y de director que le aseguran un lugar privilegiado entre los grandes «jóvenes» del cine brasileño”.

En 1980, Guerra regresó a Mozambique, donde dirigió el instituto de cine durante un corto tiempo y escribió canciones. Ese año filmó en solo tres días, en 16 mm y blanco y negro, Mueda, memoria y masacre, experiencia que conceptuó como uno de los ejemplos más perfectos de la teoría del cine imperfecto de Julio García Espinosa.

La ruptura con los géneros y su tiranía le condujo a La ópera del malandro (1986), versión fílmica de una exitosa obra, un atrevido musical “pensado todo al revés”, por cuanto casi todo transcurre de noche, es sombrío, con decorados neutros, en un intento por “retomar la herencia del cine y, a la vez, desmitificarlo, devorarlo antropofágicamente, digerirlo y concebir un producto nuestro”, precisó. Sería su primer contacto en pantalla con la impronta del compositor Chico Buarque, de quien adaptó en 2000 la pesadilla existencialista de ese personaje anónimo que vaga por una gran urbe, descrito en su novela Estorvo.

La literatura espolea constantemente a alguien que en Kuarup (1989), acercamiento a un texto de Antonio Callado, retoma el aliento épico de Los fusiles en forma distinta por no significar un discurso político y didáctico. Narra la saga de un hombre que al ser apresado rememora los diez años de su peregrinaje en una suerte de fresco del ayer.

Admite que nunca realizó películas sin voluntad de hacerlas y cita Sweet Hunters (1969), rodada con mucho sufrimiento personal en un momento de su vida en que llevaba sin filmar cinco o seis años. “Era una historia pensada originalmente para ser filmada en Brasil, en un clima caliente, y por su tema central. La realicé con bastante dinero de mi producción, me permitió una gran depuración estilística y técnica, hablada en inglés, con intérpretes que quería trabajar desde hace mucho tiempo. […] Sin embargo, durante el rodaje tuve una gran dificultad: fue la única vez en mi vida en que me despertaba por la mañana sin ganas de filmar”. Para ciertos críticos es un título mítico; otros, opinan que quizás sea su obra más acabada.

(Tomado de Cartelera Cine y Video, nro. 190)
 


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