Premio merecido a El libro del Editor


premio-merecido-a-el-libro-del-editor

Hace pocos días fueron entregados los Premios de la Crítica a los mejores libros publicados en un año por editoriales cubanas, en sus dos modalidades: textos de ficción y ensayos históricos-sociales, y textos científico-técnicos. La organización actual de una y otra variantes se ha complicado extraordinariamente por el crecimiento y diversidad de las editoriales cubanas y por la gran cantidad de temáticas que intervienen en la producción editorial —por eso conformar jurados capacitados para emitir un veredicto en tantas especialidades, se hace tan difícil—; además, la clasificación genérica de obras que se encuentran en las “fronteras” crea incertidumbres sobre la participación de los libros en cada modalidad. Por otra parte, este esfuerzo de promoción que realiza anualmente el Instituto Cubano del Libro no está acompañado ahora por una divulgación suficiente por parte de nuestros principales medios, como ocurría años atrás, cuando estos reconocimientos ocupaban un sitio preferencial. La promoción de la lectura y la jerarquización necesaria de la producción editorial tienen en el Premio de la Crítica el mejor vehículo para la difusión de títulos y autores, y es una lástima que no sea aprovechado en todas sus utilidades y potencialidades.

No me voy a referir a cada uno de los libros que ganaron el Premio, pues todos merecen una reseña, y resulta imposible que una sola persona se haga cargo de ello, debido a las mismas dificultades que afrontan los organizadores del Premio para elegir a los jurados. Solo me voy a referir a uno: El libro del editor, de Elizabeth Díaz González, un texto imprescindible y único para cualquier editor, novel o experimentado, relacionado con la literatura artística o con la de ciencia y técnica, y, además, para estudiantes en vísperas de la redacción de sus tesis, investigadores, escritores, periodistas, comunicadores... Editado por Ediciones ICAIC, ya desde la cubierta se adelanta su utilidad: “Con las nuevas normas de ortografía”, “Consulte sus dudas ortográficas”, “Aprenda a editar y redactar”, “Conozca el mundo del libro”, y, por si fuera poco, cuenta con un Prefacio de Ambrosio Fornet, El Maestro.

Fornet señala que la obra es “una valiosa herramienta de trabajo” y destaca un estigma de los editores, cuya “labor solo se hace visible en el fracaso”, pues generalmente se recuerdan más los errores y erratas, que los no pocos textos salvados por su pericia, o las antologías, compilaciones y encargos concebidos por ellos. También le otorga a este complejo estudio, que tiene bien puesto su título, El libro del editor, con ese artículo de suficiencia suficiente, los merecidísimos calificativos de riguroso y amplio. Elizabeth ha sido profesora universitaria, asesora de grandes proyectos editoriales, investigadora de temas de la edición, jurado y escritora, pero, sobre todo, ha pasado por todos los “cargos” posibles en este terreno: correctora, redactora, editora, jefa de redacción, redactora jefa y directora de editoriales y revistas, lo que, paralelamente, le propició una relación estrecha con diseñadores, traductores, autores, comunicadores, libreros… De ahí que el texto alcance el gran diapasón de públicos a que se refiere Fornet.

La autora ha tenido en cuenta ese amplio destino de su obra, y la ha concebido, además, como texto para la docencia universitaria. El conocido como “editor de mesa” es un profesional muy importante para la terminación de productos comunicativos y para la transmisión de cualquier conocimiento, artístico, científico o técnico. Su papel, lejos de disminuir con las nuevas tecnologías, se hace imprescindible en la estrategia que debe cumplir una institución o medio cuyo encargo público sea comunicar. Tal y como ella afirma en la Introducción, a pesar del esfuerzo del Ministerio de Educación Superior —especialmente el Departamento de Letras de la Facultad de Humanidades de la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas, y de la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana— y del Instituto Cubano del Libro, todavía no existe una carrera de Edición y ni siquiera cursos de adiestramientos sistemáticos para editores.

Esta carrera se argumenta por sí sola si crece la bibliografía, que ya en países como España, México y Argentina es cuantiosa, y si se maneja con inteligencia y coherencia la integración de todos los factores que intervienen en la publicación de impresos, como el comercio y la industria poligráfica. Si bien existen manuales para libreros, en Cuba debe estructurarse una política comercial específica para esta mercancía especial, y en una carrera que capacite para la edición de libros, folletos y revistas de cualquier tema y en cualquier soporte, habrá que tener en cuenta todos los sectores que intervienen en la publicación. En inglés Publisher es quien paga y administra una publicación, y Editor, quien edita; en castellano estas acepciones están juntas y una carrera de edición debe contemplarlo todo. Fue un empeño cuando se crearon los Centros Provinciales del Libro y la Literatura por los años 90, formar editores integrales, pero aquel intento se frustró por la irrupción del Período Especial. Hoy es asignatura pendiente.

Quizás el texto de Elizabeth contribuya a impulsar esta necesidad de formar editores de textos con todas las competencias y conocimientos que debe tener un buen profesional, tal y como ella enfatiza en su Introducción, aunque se utilicen diferentes especialistas de las letras, la comunicación, el comercio, la economía, la industria, el Derecho y la política; incluso, estos editores pueden ir más allá de la edición para materiales impresos y dar servicio a productos digitales que necesitan ser procesados con mayor rigor. Las posibilidades que la autora comenta en su Introducción deberían formar parte de los análisis por parte de los decisores para la creación de nuevas carreras universitarias, teniendo en cuenta la revisión que se realiza en los altos centros de estudios para implantar carreras cortas de utilidad, para que puedan ser incorporadas al servicio social de manera más inmediata. Estoy convencido de que sería una propuesta de alta utilidad en estos momentos, que mejorará considerablemente la transmisión de conocimientos a las nuevas generaciones en medio de una avalancha informativa a veces desconcertante, pues no olvidemos que, dentro de las habilidades de un buen editor, la de saber seleccionar es medular.

Por último, quisiera llamar la atención sobre dos aspectos del libro de Elizabeth. Uno es su bien pensada estructura, que comienza por el principio: la definición de libro en todas sus partes, y continúa con el dilema del editor ante el texto, tanto desde el punto de vista operativo y tecnológico, como de manera conceptual y organizativa, teniendo en cuenta todas las acciones que deberá realizar con el “original” en los diferentes tipos de ediciones. El libro se detiene en la edición propiamente dicha, y, en primer lugar, en el uso adecuado del lenguaje y las relaciones entre la gramática, la ortografía y la redacción. Por último, incorpora a la editorial, la imprenta y hasta el mundo digital. Este empeño, con normas actualizadas, amplio vocabulario —que no olvida gentilicios, abreviaturas, diferentes normas bibliográficas, locuciones…— y oportunos ejemplos, constituye el más grande esfuerzo que se ha realizado en Cuba para la enseñanza de la edición. La otra virtud sobre la cual me gustaría llamar la atención es el tono fraternal con que la investigadora se dirige a sus lectores; pudiendo haberse atenido a su amplia y destacada labor profesional, su solvencia intelectual y los reconocimientos que ha recibido, elude las poses de magistra, y no teme compartir con quienes la leemos, consejos, dudas, propuestas diversas, incitando a cada cual a recorrer sus propios caminos, sin confiar ciegamente en ningún vademécum, ni siquiera en este suyo. 

Quienes ya hemos acudido a esta obra en busca de aclaraciones y soluciones, y quienes seguramente lo harán muchas veces más en lo adelante, debemos gratitud a Elizabeth Díaz por su generosidad, por no guardarse para ella sola todo lo que ha aprendido a lo largo de varias décadas de trabajo y estudio, y por renunciar, al menos temporalmente, a otras escrituras menos arduas y más placenteras. El libro del editor es un regalo invaluable para muchos tipos de lectores, y un aporte indiscutible a la cultura cubana.           


1 comentarios

Eunice del Riego Vidal
17 de Febrero de 2020 a las 16:12

Pertenecemos al Centro de Información y Documentación del Centro de Capacitación del Mintur de la Habana, Artemisa y Mayabeque. Es de nuestro interés poder adquirir este libro para el centro, ya que editamos boletines electrónicos y una Revista impresa para los trabajadores del sector. Por el valor instructivo de este ejemplar para los que editamos, es de importancia poder contar con este libro.

Deje un comentario



v5.1 ©2019
Desarrollado por Cubarte