Pimpo San


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José Esteban Hernández Pérez calculó el arco del puente de Bacunayagua, conjunto catalogado entre las siete maravillas de la ingeniería civil cubana del siglo XX. Este 11 de enero, Día del Ingeniero Cubano, vaya un póstumo homenaje

Es pequeño y enjuto. Camina con pasos entrecortados. Fuma incansablemente en pipa. Ríe como la gente feliz. Cualquier cosa que con él se hable, termina en los derroteros del fino y sugerente humor criollo. Aparta vanaglorias y cuando se le quiere otorgar su importancia esencial en la historia de la ingeniería civil cubana, con modestia veda adjetivos que le sonrojan.

Tan es así, que dejó desarmado el arsenal de preguntas en la misma bienvenida a su casa, cuando a boca de jarro comentó: “Aunque no lo parezca ahora que soy tan feo, de chiquito era muy lindo y mamá proclamaba que era un pimpollo de rosa. Por eso me llaman Pimpo. Y no hay dios que me quite el sobrenombre. Cuando llegué a España por cuestiones de trabajo, con mucho respeto me soltaron el Don Pimpo pa’quí y pa’llá. Y los japoneses no se dieron por enterados del José Esteban Hernández Pérez. Ceremoniosos como son, yo era Pimpo San, es decir, honorable”.

Este ser excepcional calculó el arco del puente de Bacunayagua, conjunto hoy catalogado entre las siete maravillas de la ingeniería civil cubana del siglo XX. Entonces tenía 19 años e iniciaba el tercer año de la carrera. Contaba para el empeño con una regla de cálculo y una máquina que solo sumaba, multiplicaba, restaba y dividía. Reconoce que en aparatosa unión contradictoria, la osadía y la inocencia de la juventud posibilitaron el exitazo de la operación.

Bacunayagua en la memoria

Con la Universidad cerrada por el batistato, Pimpo no volvió a Santa Clara y mucho menos al Cabaiguán natal. Plantó en la espléndida Habana para dar clases particulares y en espera de la reapertura académica. El asombro llegó el 16 de enero de 1956 cuando le indicaron presentarse en la reconocida firma Sáenz–Cancio-Martín. No averiguó salario ni labor y de un palmo quedó cuando le exhibieron ante los ojos de esponja el primer plano de su vida: el puente de Bacunayagua, unión expedita entre la capital cubana y la provincia de Matanzas. Le parecieron enormes las dimensiones, pero tuvo ausencias para suponer la trascendencia del proyecto y el único afán estaba en salir airoso como imberbe ayudante.

José Esteban Hernández Pérez, Pimpo San, falleció en 2003. Quizás sea la última entrevista que concediera a la prensa. Foto: José Oscar Castañeda

Tres meses después, en la comprobación del cálculo del arco del puente -realizado por el muy reconocido Sáenz-, éste salió disparatado. Pertinaz el muchachito, asumió el reto del superingeniero para volver a las adiciones y disminuciones, hasta desenterrar el error en las dimensiones de la estructura, equívoco venido del mismísimo Sáenz. Un trimestre de impaciencias y enderezó solo el problema en términos definitivos.

“El puente se hizo en dos mitades unidas en la clave con un pasador metálico, pero, por desliz en la construcción de las partes, dudábamos que consiguieran acoplarse y una pieza fue forzada con soga de gran calibre.

“En uno de los sitios estaba el capataz Ochoa y en el otro había un jeep con teléfono portátil, para garantizar las comunicaciones. Cuando el hombre dio orden de soltar amarras, la vibración fue como la de elefante en ferretería y Ochoa soltó el boquitoqui y se agarró a la estructura de acero como un condenado. Abajo cerramos los ojos presagiando un final de destrozos y muertes. Al desaparecer el ruido, sobrevino un silencio sepulcral. Aquel estrés fue solo comparable al de una persona en plena guerra.

“Yo sentí el miedo hasta los tuétanos. Vista ya la conexión, tuve alegría de ganador de concurso. El resto de la edificación transcurrió normal”.

Hace un efímero descanso y voltea el tiempo: “El arco se apoya en dos macizos rocosos puestos allí por Dios o la naturaleza premeditadamente para servir de cimientos a la base. Desde el fondo de la cañada hasta la clave quizás podría acomodarse el edificio Focsa”.

-¿Cuál fue el presupuesto de la obra en dos años de construcción?

Como de un millón de pesos, pero Liborio, el pueblo, pagó más de dos millones porque Batista robaba el 40 por ciento de las obras realizadas en Cuba. ¡No digo yo si los bolsillos los tenía llenos!

Hasta 2010 la vía fue el límite entre las provincias de La Habana y Matanzas; desde 2011 separa los territorios de Mayabeque y Matanzas.

A favor del Pipa Club

Cuatro pipas reposan fugazmente en la mesita del recibidor, escoltada por el sillón donde con sosiego se mece, y por el televisor Caribe en el que apenas lee los subtítulos de las películas y apaga para no montar en pésimos humores.

“El fumador de pipas debe tener varias para cuando alguna se tupa. Es cuestión de no ponerse nervioso y andar con traumas. Una la uso cuando tengo visitas agradables, es corta y la fumada va lenta para conversar y echar bocanadas plácidamente. Dos disponen de cazoletas profundas, para después de las comidas; con ellas logro extender el goce unos 15 minutos. La otra es de maderas preciosas cubanas y me la regaló mi esposa Violeta”.

-¿No ha dejado la flaqueza conociendo lo perjudicial que es la nicotina?

Ya no tengo edad para retornar. Incluso pienso que deberíamos crear un Pipa Club. Yo soy fan a las pipas… y a mis siete gatos y ocho perros, según las últimas cuentas, pues ellos entran y salen sin pedir permiso. No se fajan. Todos nos entendemos en feliz convivencia.

Hangar de Ciudad Libertad

Entre pequeñas y mayores, tiene más de 40 obras repartidas por el país y aunque las quiere a todas como hijos bien paridos, su consentida es el hangar de Ciudad Libertad, una hombrada llevada a cabo en solo año y medio, con planos salidos a velocidad límite en la medida que se construía, lo cual posibilitó a Cuba no quedar incomunicada por aire cuando en 1966 le negaron la reparación de aviones en talleres extranjeros.

“Allí lo fui todo, desde proyectista principal estructural, hasta general. Es una obra con una longitud de 96 metros, sin columnas. La gente dudaba de hacerla con una distancia tan larga entre apoyos. Pero la inteligencia y el trabajo colectivos facilitaron la labor. Siento especial gratitud por el constructor José Isael Licea, que en paz descanse, con quien hacía una pareja como la de Celina y Reutilio o la de Clara y Mario. El ponía el conocimiento constructivo y yo el de proyectista. Sin su apoyo, creo sinceramente no haber podido”.

-¿Y los tanques Güira, qué tal el cariño para ellos?

Fueron un invento mío en los finales de la década de los 60. Había necesidad de esos recipientes de agua con capacidad entre 100 y 400 metros cúbicos. Ellos se funden abajo y luego son subidos y asegurados. Hay como 300 en Cuba, además de cientos en diferentes países. La gente, en broma, afirma que van a sustituir a las palmas. Cuando quise patentarlos, explicaron que ya eran un invento de dominio público y no procedía. Bueno, lo importante no es la gloria personal, sino la utilidad tributada.

De visión espacial se trata

El proyecto  estructural del Parque Lenin, y con personal afecto el Acuario y las losas prefabricadas de muchas de sus instalaciones, las escuelas Camilitos, los todavía no edificados triditanques con capacidad entre 1 000 y 10 000 metros cúbicos de agua, los libros Tipología de las estructuras, Elasticidad y placas, Estructuras laminares: un enfoque unificado, y Métodos para cálculos de edificios con cargas laterales –en preparación-, son parte de la obra de este ingeniero hoy en jubilación activa como consultor de empresas dedicadas a la construcción y atento a la revitalización de su ciudad.

“Y me encanta dar clases. A veces encuentro en la calle personas desconocidas que me llaman Profesor Pimpo y recuerdan frases textuales de mis conferencias. Eso es impresionante para el espíritu”.

-¿Alguna vez ha tenido que enmendar errores?

Insuficiencias no, pero sí reparaciones, porque el tiempo es implacable y de vez en vez hace falta una mano retocadora. Cuando me llaman para una consulta, parto enseguida, es como si me hablaran de un familiar enfermo.

-¿Qué obra quiere menos?

No es mi caso. Hace poco calculé una placa de dos metros para la meseta del garaje y al verla sentí satisfacción. No importa que el trabajo sea espectacular o anónimo, lo esencial es enfrentarlo con amor.

Hombre feliz

-¿Por qué escogió la ingeniería civil?  

Mi visión espacial en grado superlativo lo decidió todo. Ella me permite ver las cosas en el aire, hacer dibujos tridimensionales con facilidad. Proyectar siempre me atrajo.

-En su profesión, qué es lo más importante.

Tener valor para tomar decisiones, pues le pueden costar la vida a cientos de personas si son erradas. Conocer de Matemáticas y anidar algo de arquitecto para apreciar los valores formales y estéticos. Y, como te dije, visión espacial. Sin embargo, lo inapreciable no es eso, sino la capacidad de combinar tales cualidades sin perder el ideal de que construimos para el hombre, no para hacernos monumentos en vida.

-¿Cómo aprecia el desarrollo de su profesión en la actualidad?

No tan brillante. Se ha perdido en las técnicas constructivas y es poco conocida la historia de quienes precedieron. Ahora se ocupan de cosas más materiales. Es triste.

-¿Alguna frustración por lo dejado de construir?

Tengo recuerdos y experiencias. Cuando aparezca la oportunidad, haré más. No tengo recriminaciones. Siempre estuve donde debía.

-¿Es feliz?

Como comentaba mi padre, el hombre toma dos decisiones importantes en la vida: la mujer con quien se casa y la profesión elegida. Violeta es una alegría y pienso que resista más que yo. Tengo familia, gatos, perros y libros. Mi hijo más pequeño, Adrián, me enciende la pipa de vez en cuando y si hay aire cubre el fósforo para evitar el apagón. Escribo Gnomos insignificantes, un texto de ficción. Me han reconocido en justa medida y he dejado huellas en el oficio. Canto en la ducha y me enorgullezco de haber acompañado a Beatriz Márquez en una fiesta del trabajo. Pedir más sería ambicioso.


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