Pau Donés y su noche habanera


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Corría el mes de mayo del año 1997 y  vida musical habanera se preparaba para recibir los que serían los acontecimientos musicales más relevantes de ese año: la feria CUBADISCO y el intento de establecer un récord Guinness con la ejecución de lo que se conocerá como «El son más largo». Eran los años en que lo que hoy conocemos como Timba reinaba en el gusto de los bailadores cubanos y sus energías trascendían nuestras fronteras y se convertirían en parte importante del “ambiente cubano” que comenzaba a definir ciudades europeas como Madrid, Barcelona y Milán.

Fueron estos años en que decenas de peninsulares, culés y amichis llegaron a La Habana; y vivieron y amaron con un desenfreno nunca imaginado por sociólogos y entendidos de las relaciones humanas. Venir a Cuba, ir una noche al Palacio de la Salsa y bailar timba, tomarse un mojito en la Plaza de la Catedral y hacerse una foto en el malecón acompañado de los amigos cubanos; definieron un modo de vida y actuar de parte importante de una generación de europeos.

También estaban quienes vinieron a buscar fortuna o a participar de la propuesta de apertura económica con que Cuba pretendía paliar la crisis provocada por el fin del campo socialista. Formando parte de ese grupo de arriesgados hombres de negocios llegó a esta ciudad Santiago Roig, hombre del mundo de la TV que logró un jugoso contrato con la empresa RTV de aquellos años y en la que regentaba los temas de música la especialista Lydia Becker.

Santiago, o simplemente Santi, me traía noticias y un encargo de un amigo residente en Barcelona a quien todos los amantes de la noche y de lo cubano conocían a cabalidad: Angelito “el cubano”; amigo de la infancia que desde fines de los ochenta vivía en aquella ciudad y que se había convertido en el embajador por excelencia de lo cubano en aquellos lares. Tras los saludos y la cuidada desconfianza de ambos,  nuestro primer diálogo giró en torno a un tema musical que por ese entonces hacía furor en las discotecas de Barcelona, su título La Flaca y sus intérpretes un grupo llamado Jarabe de palo.

Angelito era tal vez el más famoso promotor cultural criollo residente en la ciudad condal y gestor de las noches cubanas en el bar Antillas y su nombre era una carta de triunfo válida para abrirse camino en las noches habaneras; y es que el hombre es familia de don Manuel Labarrera, uno de los históricos de la orquesta Los Van Van. En honor a la verdad, sus recomendaciones fueron una garantía de éxito a futuro cuando las orquestas cubanas comenzaron a arribar a esa ciudad en los años noventa y subsiguientes, hasta que el Antillas cerrara sus puertas en el año 2008.

Entre los presentes que hubo de enviarme mi cofrade, estaba un casete con música de moda en ese momento en aquel lugar y para mi sorpresa venían dos versiones del tema La Flaca, una acústica y otra tecno para usar en discotecas. Sin embargo, mi sorpresa fue mayúscula cuando Santi me invitó a conocer a Pau Donés quien estaba en La Habana buscando aires y aventuras para escribir nuevas canciones.

Quedamos en vernos esa noche en el hotel Riviera, donde radicaba el Palacio de la Salsa, a las 10 de la noche. Confieso que escuché el tema con detenimiento aquella tarde más de una docena de veces y me sorprendieron tanto su lírica como lo desenfadado de la propuesta lírica; era el anuncio de una forma de decir el rock con fuertes aires de flamenco que se diferenciaba de la propuesta del grupo Ketama del que formaba parte por ese entonces Antonio Flores.

La programación de esa noche no podía ser más adecuada: estaba La Charanga Habanera, por ese entonces, una de las orquestas más populares del momento.

Después de una hora de espera llegó un nutrido grupo de “gallegos y gallegas” –aún le decían peyorativamente “Pepes” a los españoles que nos visitaban— cuya alegría era más que contagiosa, pues entre risas y asombros se aventuraban a repetir el estribillo de moda en ese entonces “…un papirriqui… con güaniquiqui…; mientras simulaban pasillos de baile entre sí; por cierto, que todos lejos de lo que musicalmente conocíamos y disfrutábamos los cubanos.

Nunca antes el calificativo de “patón” había sido expuesto y confirmado tan acertado públicamente.

Pau Donés fue el último de todos en serme presentado y para mi sorpresa su afabilidad era sorprendente. Hablaba sin parar de un grupo de músicos con los que había estado en tarde en un restaurante en La Habana Vieja y de cómo dominaban la guitarra y el tres “… son la ostia…” decía una y otra vez. Y curiosamente no habló ni una vez de su tema La Flaca; ese que le había situado en el epicentro musical español del momento. Hasta que al filo de las tres de la mañana, tras mucho ron y la fuerza telúrica de la orquesta de David Calzado, en el momento de cierre pusieron su tema.

Le sorprendió el coro espontáneo que a todo pulmón se armó entre los presentes. Su rostro denotaba una alegría infinita; era la cara de un niño feliz.

Pasaron casi dos años para que se confirmara su visita oficial a Cuba; esta vez organizada por la oficina de la SGAE en La Habana; vino formando parte de una delegación invitada al CUBADISCO,  la que por ese entonces en la revista Salsa cubana llamaron “La llegada de los gitanos”; y que incluía al grupo Ketama y a Rosario Flores, entre otros.

Nos volvimos a ver, nuevamente en compañía de Santi Roig, y regresamos esa noche al Palacio de la Salsa que ya anunciaba su decadencia y nos sorprendió la madrugada conversando animadamente sobre la otra cara de la música cubana, más conocida internacionalmente en ese momento: el Buenavista Social Club y la Vieja Trova Santiaguera, de la que se declaró ser un fanático total; tanto que sentados en el muro del malecón, frente al hotel Riviera no dudó en cantar alguno de sus temas tomando la guitarra de un juglar que a esa hora intentaba entretener a los trasnochadores. Así fue nuestra despedida, pendiente de un encuentro en su próximo viaje. Algo que nunca llegó a ocurrir.

Como recuerdo de aquel encuentro quedó una fotografía, que con el paso del tiempo se ha traspapelado en mi vida, y el artículo de Ernesto Masjuán en las páginas de la revista Salsa cubana; cosas que han aflorado al conocer la noticia de su muerte.

Han transcurrido veinte y cinco años de aquel encuentro y ciertamente el ambiente cubano en Europa y en Barcelona específicamente, ha cambiado, por no decir que ha desaparecido. El Palacio de la Salsa sobrevive en la memoria de algunos y la timba ya no es la música de moda en Cuba.

Pau Donés se ha fugado de esta vida. Su flaca, ese coral negro de La Habana, seguirá bailando y bailando y dispuesta a darnos ese beso por el que daríamos lo que fuera…

 


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