Parado en Neptuno y Consulado… esperando a Pupy Pedroso


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Estoy parado en Neptuno y Consulado. Hay un bochorno que adormece y la tarde se está poniendo triste. Suena un teléfono, no solo el mío. Hay dolor en los rostros de los transeúntes, de los que allí se reúnen, los que por allí pasan. En los que alguna vez pensaste. Algo doloroso, terrible, flota en el ambiente.

Sabía que este día iba a llegar. Lo cierto es que nadie, ninguno de nosotros estaba preparado para enfrentar la noticia. Nos aferrábamos a la vulgar idea de que ocurriría un milagro –fuera de la ciencia o de Orula—, a un clavo caliente. Muchos de nosotros, los que te conocíamos, los que te seguimos, nos preciábamos de ser tus amigos y lo pregonábamos a viva voz; susurrábamos las noticias de tu enfermedad para alejar las malas vibras. Pero pudo más la vida.

En fin, que ya no estás frente al piano, que no entrarás sonriente con esa expresión de quien está condenado a ser niño, aunque las canas le pinten la barba, el bigote y no presuma de una calvicie; y te sumarás a la conversación y contarás una anécdota y en tu mirada se reflejará la emoción de quien ha vivido hasta la saciedad el son; ese que fue, junto a la leche materna, los toques de santo y las rumbas de Pogolotti, el alimento fundamental de tu existencia; ese son que sin proponértelo asumiste como manifiesto de vida.

No estás y la historia de un pianista de música popular llamado Joaquín “Comején” quedará inconclusa; el mismo pianista que vistes en tu infancia conversando con el viejo Nene Pedroso, tu padre, que era ecobio de tu abuelo y vaticinó que tú serías un gran pianista. Joaquín “Comején” que había enseñado a tu padre también los secretos del piano.

Lo mismo ocurrirá con Lino Frías, el que fuera pianista de la Sonora Matancera y que fue tu primera influencia (poca gente sabe que tenía un romance con una de tus tías y que alguna que otra vez te aconsejó cómo tocar un tumbao).

Ciertamente fuiste un privilegiado.

Pasaron los años y te labraste un camino, no por ser el hijo de Nene Pedroso; fue porque alguien vio en ti las dotes del músico que eras, de cómo lograste traducir en el piano los sonidos propios de Pogolotti; el hablar de su gente, esa gente que alguna vez Ricardo Díaz, vecino y amigo del barrio, hubo de traducir también en rumbas. Tal fue el caso de Domitila, una de esas negras hermosas, hija de “las Mercedes”, lo mismo que tú.

Alguna vez confesaste que te hubiera gustado ser un gran bailador de rumba como Sanguily (el tío de Los Papines) o de sones como tus tíos. Pero el baile no te fue dado como virtud; eso sí, se te permitió poner a bailar a todos los que te conocieron, a tus contemporáneos, sobre todo.

Siempre estuviste ahí cuando se trataba de innovar. Alguien, no recuerdo exactamente quién por eso no lo menciono, afirmó que tu modo de tocar el piano fue el motor impulsor de muchos que llegaron en los años noventa. Esos que alguna vez se sentaron a tu lado y compartieron las ochenta y ocho teclas –blancas y negras— y proclamaron a los cuatro vientos que eras uno de sus ídolos. Sé de algunos que estudiaban tu modo de tocar para superarlo, nunca imitarlo. De ello estaban conscientes, imitarte no era imposible, pero perderían la oportunidad de llamarse tus herederos, alumnos o simplemente aprendices. La vida no da para más, vaticinó Charles Chaplin.

Oscar Hernández, Rolando Luna y Tony Pérez, todos pianistas, se quedaron esperando esa loa pública que hacías con devoción en privado –sé que al menos a Luna se lo dijiste en mi presencia hace un par de meses en los estudios de PM; de ello fueron testigos Rembert Egües, Demetrio Muñiz, Elsida González y este servidor; sé que habían algunos más, pero eso nunca lo sabré—.

Ese día, esa tarde, hablamos de proyectos, recorrimos el mundo de las ideas y pasamos revista a la vida. Yo, siempre hambriento de saber te sometí a un imprevisto interrogatorio para precisar fechas, lugares y en una masacre de neuronas recordamos a aquellos que ya nadie recuerda. Nos bebimos el ron que había y un poco más; también acordamos volver a vernos; la cita era en casa de Edesio Alejandro y no pude asistir. Lo voy a lamentar siempre.

Hoy, 17 de julio de 2022, hace cincuenta y cuatro años en el cabaret Caribe del hotel Habana Libre, se definió el futuro de la música popular cubana. ¿Lo recuerdas? Fue el día que Formell y algunos músicos decidieron dar el salto y armar una nueva banda; cosa que enfureció al viejo Revé. Fue tarde en la madrugada que Campeón, el tumbador del conjunto Chapottín y tu padre, fueron a convencerte de que pensaras esa decisión; ellos después te apoyarían. Era una cuestión de honor para ellos y para ti la oportunidad de labrarte una historia; como habría de ocurrir. Los Van Van estaban a punto de nacer. Hace cincuenta y cuatro años, este mismo día, fallecía en la Habana Sindo Garay.

Hoy parado en Neptuno y Consulado, donde se reúnen aquellos que no durmieron anoche, me pregunto insistentemente: qué haremos ahora con el son. Porque ciertamente después del son vendrá el son, según tus propias palabras… solo que esta vez no estarás al piano y eso me preocupa.

De todas formas, aquí voy a esperarte el tiempo que sea necesario.


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